jueves, 12 de enero de 2012

►PRÓLOGO. [Part III]


Había vuelto a ocurrir.

Heather se había empeñado en ponerle un embudo en la boca por el que lanzarle un popurrí de alcohol y lo había conseguido.

Aún estaba afectada por su última ruptura amorosa y la idea de entregarse al alcohol para olvidarse de todo había sido demasiado tentadora. Heather se había salido con la suya y por ello había acabado en aquel desconocido apartamento con una pierna peluda enrollada en torno a una suya.

Por un momento, se sorprendió de su situación. Incluso se asustó. Nada más sentir otra presencia a su lado, se había vuelto hacia ella en un sobresalto para descubrir al espécimen a medio evolucionar que se debatía entre un chimpancé y un hombre y que se encontraba acostado sobre su barriga junto a ella. Incapaz de creerse en esa situación, había intentando hacer memoria para recordar que había impulsado a la vida a castigarla de aquella forma, pero el simple hecho de intentar pensar hizo que le palpitara la cabeza como si alguien hubiera descargado un garrote contra ella. Y de aquel modo detectó al culpable de su desdicha: el alcohol.

Tenía una resaca terrible, un compañero de cama aún más horripilante y era consciente de un detalle que la inquietaba: no llevaba bragas.

Jane no supo si las arcadas que sintió de pronto fueron provocadas por el mareo producido por la resaca o por la conclusión a la que la habían hecho llegar la ausencia de sus bragas.

Con cuidado, intento desenredar su cuerpo del de aquel hombre. No quería despertarle. Se sentiría demasiado mortificada como para creerse capaz de afrontar las consecuencias de tener consciente a un perfecto Señor Chimpancé.

Pero, por supuesto, la vida debió decidir escarmentarla por su mala conducta y Chimpancé se despertó.

Sus ojos soñolientos la miraron confundidos en un primer momento, pero al descubrir que se trataba de “un agujero a su alcance” esbozó una sonrisa que pretendía ser una alusión a la sensualidad pero que solo consiguió que a Jane se le revolviera aún más el estómago.

—Nena… —dijo con voz arrastrada mientras alargaba un delgaducho brazo queriendo pegarla a su cuerpo nuevamente.

Pero Jane estaba muy lejos de permitírselo. Necesitaría una buena dosis de vodka para conseguir que ella cayese nuevamente. Además, Jane cometía errores. Pero no los repetía. O por lo menos, no errores con el mismo envoltorio...

Con una sorprendente habilidad para su estado etílico, dio un veloz salto que la arrojó con cierta torpeza fuera de la cama, llevándose la colcha consigo, enrollada firmemente a su cuerpo.

Fue un error. Descubrir la anatomía desnuda de Señor Chimpancé solo consiguió deprimirla aún más. Pero no se rindió. No estaba dispuesta a quedar desnuda ante él. No quería hacer un llamamiento a una lujuria aún más intensa de la que ya se adivinaba en la entrepierna de Chimpancé.

—Nena, no tengo el cuerpo para juegos. ¿Por qué no vuelves a la cama y me das el desayuno?

Jane no pudo evitar que la repugnancia pudiera leerse en su expresión.

—¿Por qué no le haces un favor a la humanidad, te devoras a ti mismo y dejas que me largue en cuanto encuentre mis bragas? Que te aproveche.

Jane no planeaba ser tan borde, pero sentía tanta rabia en su interior que no pudo evitarlo.

El rostro sonriente de Chimpancé se ensombreció, y de pronto el enfado fue tangible en su cara.

—Maldita puta. No hay bufé libre para desayunar. El menú de hoy es rabo, así que empieza a comer antes de que me cabree.

Pero Jane estaba muy lejos de aguantar esa grosería machista.

—Te diré lo que haremos: encontraré mis bragas, te estrangularé con ellas y después te daré a desayunar tus huevos peludos.

Aquel desafío verbal promovió la ira de Señor Chimpancé, que primitivo y estúpido como era, Jane previó sus movimientos incluso mucho antes de que los ejecutara.

Y, aunque con la cabeza martilleándole como lo hacía, Jane pudo ser más rápida que Chimpancé, y enseguida se vistió su blanco vestido ribeteado de encajes, el mismo que Heather denominó “mantel de la abuela” y se calzó los tacones negros.

—Aquí naie me hafla así…¡Y megnos una mujer! —gritó enfurecido Chimpancé tropezándose con las palabras. Era lo que tenía que un estúpido hablara rápido bajo los efectos nublados del alcohol. Su mente era más lenta que su boca, y su lengua un lastre inútil.

Jane se tomó su tiempo para recorrer con la vista la habitación con la esperanza de poder recuperar sus bragas. Entre tanto, Chimpancé luchaba contra las sabanas de la cama para poder salir de ella y estrangularla, pero Jane supo que eso estaba lejos de suceder cuando solo consiguió inmovilizarse a sí mismo sobre la cama, atrapado en un lío de sábanas que trepaban por todo su cuerpo y que provocaron su estrepitosa caída al suelo cuando, a pesar de todo, trató de perseguirla por la habitación.

Jane se habría reído de buena gana de no ser por lo afligida que en realidad se sentía. Y a pesar de no detectarse en peligro, era consciente de que la vida le daba la vuelta a la tortilla con una facilidad increíble, y nada dispuesta a tener que lesionar a aquel tipo en la cabeza para evitar echarse encima aún más pecados, decidió largarse inmediatamente renunciando a sus bragas.

Mientras bajaba por las escaleras del oscuro y estrecho portal, se dijo que necesitaba un cambio urgente en su vida.

Llevaba demasiados encuentros insatisfechamente esporádicos con simios. Y una lista aún más larga de bragas perdidas.

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