Había vuelto a ocurrir.
Heather se había empeñado en ponerle un embudo en la boca
por el que lanzarle un popurrí de alcohol y lo había conseguido.
Aún estaba afectada por su última ruptura amorosa y la
idea de entregarse al alcohol para olvidarse de todo había sido demasiado
tentadora. Heather se había salido con la suya y por ello había acabado en
aquel desconocido apartamento con una pierna peluda enrollada en torno a una
suya.
Por un momento, se sorprendió de su situación. Incluso se
asustó. Nada más sentir otra presencia a su lado, se había vuelto hacia ella en
un sobresalto para descubrir al espécimen a medio evolucionar que se debatía
entre un chimpancé y un hombre y que se encontraba acostado sobre su barriga junto
a ella. Incapaz de creerse en esa situación, había intentando hacer memoria
para recordar que había impulsado a la vida a castigarla de aquella forma, pero
el simple hecho de intentar pensar hizo que le palpitara la cabeza como si
alguien hubiera descargado un garrote contra ella. Y de aquel modo detectó
al culpable de su desdicha: el alcohol.
Tenía una resaca terrible, un compañero de cama aún más
horripilante y era consciente de un detalle que la inquietaba: no llevaba
bragas.
Jane no supo si las arcadas que sintió de pronto fueron
provocadas por el mareo producido por la resaca o por la conclusión a la que la
habían hecho llegar la ausencia de sus bragas.
Con cuidado, intento desenredar su cuerpo del de aquel
hombre. No quería despertarle. Se sentiría demasiado mortificada como para
creerse capaz de afrontar las consecuencias de tener consciente a un perfecto
Señor Chimpancé.
Pero, por supuesto, la vida debió decidir escarmentarla
por su mala conducta y Chimpancé se despertó.
Sus ojos soñolientos la miraron confundidos en un primer
momento, pero al descubrir que se trataba de “un agujero a su alcance” esbozó
una sonrisa que pretendía ser una alusión a la sensualidad pero que solo
consiguió que a Jane se le revolviera aún más el estómago.
—Nena… —dijo con voz arrastrada mientras alargaba un
delgaducho brazo queriendo pegarla a su cuerpo nuevamente.
Pero Jane estaba muy lejos de permitírselo. Necesitaría
una buena dosis de vodka para conseguir que ella cayese nuevamente. Además,
Jane cometía errores. Pero no los repetía. O por lo menos, no errores con el
mismo envoltorio...
Con una sorprendente habilidad para su estado etílico,
dio un veloz salto que la arrojó con cierta torpeza fuera de la cama,
llevándose la colcha consigo, enrollada firmemente a su cuerpo.
Fue un error. Descubrir la anatomía desnuda de Señor
Chimpancé solo consiguió deprimirla aún más. Pero no se rindió. No estaba
dispuesta a quedar desnuda ante él. No quería hacer un llamamiento a una lujuria
aún más intensa de la que ya se adivinaba en la entrepierna de Chimpancé.
—Nena, no tengo el cuerpo para juegos. ¿Por qué no
vuelves a la cama y me das el desayuno?
Jane no pudo evitar que la repugnancia pudiera leerse en
su expresión.
—¿Por qué no le haces un favor a la humanidad, te devoras
a ti mismo y dejas que me largue en cuanto encuentre mis bragas? Que te
aproveche.
Jane no planeaba ser tan borde, pero sentía tanta rabia
en su interior que no pudo evitarlo.
El rostro sonriente de Chimpancé se ensombreció, y de
pronto el enfado fue tangible en su cara.
—Maldita puta. No hay bufé libre para desayunar. El menú
de hoy es rabo, así que empieza a comer antes de que me cabree.
Pero Jane estaba muy lejos de aguantar esa grosería
machista.
—Te diré lo que haremos: encontraré mis bragas, te
estrangularé con ellas y después te daré a desayunar tus huevos peludos.
Aquel desafío verbal promovió la ira de Señor Chimpancé,
que primitivo y estúpido como era, Jane previó sus movimientos incluso mucho antes
de que los ejecutara.
—Aquí naie me hafla así…¡Y megnos una mujer! —gritó
enfurecido Chimpancé tropezándose con las palabras. Era lo que tenía que un
estúpido hablara rápido bajo los efectos nublados del alcohol. Su mente era más
lenta que su boca, y su lengua un lastre inútil.
Jane se tomó su tiempo para recorrer con la vista la
habitación con la esperanza de poder recuperar sus bragas. Entre tanto,
Chimpancé luchaba contra las sabanas de la cama para poder salir de ella y
estrangularla, pero Jane supo que eso estaba lejos de suceder cuando solo
consiguió inmovilizarse a sí mismo sobre la cama, atrapado en un lío de sábanas
que trepaban por todo su cuerpo y que provocaron su estrepitosa caída al suelo
cuando, a pesar de todo, trató de perseguirla por la habitación.
Jane se habría reído de buena gana de no ser por lo
afligida que en realidad se sentía. Y a pesar de no detectarse en peligro, era
consciente de que la vida le daba la vuelta a la tortilla con una facilidad
increíble, y nada dispuesta a tener que lesionar a aquel tipo en la cabeza para
evitar echarse encima aún más pecados, decidió largarse inmediatamente
renunciando a sus bragas.
Mientras bajaba por las escaleras del oscuro y estrecho
portal, se dijo que necesitaba un cambio urgente en su vida.
Llevaba demasiados encuentros insatisfechamente
esporádicos con simios. Y una lista aún más larga de bragas perdidas.
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