domingo, 29 de enero de 2012

►CAPÍTULO I. [Part V]


El hombre profirió un alarido seguido inmediatamente de un rugido furioso, y, desatendiendo a la explícita petición de que no agrediera al caballo, comenzó a hincarle con fuerza la rodilla en los costados. El caballo trató de defenderse, y continuamente lanzaba en su dirección bocados, queriendo atraparlo entre sus dientes, pero le llevaba ventaja el señor, pues sus movimientos estaban limitados por las bridas que lo mantenían clavado en el lugar.

Jefferson no iba a permitir aquella violencia contra su semental y enseguida entró en el remolque para apartar al hombre de ahí. Pero Mr. Scrooge tampoco estaba por la labor de mostrarse benevolente con él, y también se lanzó en la misión de dejarle un enérgico mordisco. Así que Jefferson tuvo que lidiar contra el ataque del caballo mientras trataba de alejar de él al transportista.

‘¡JANE! ¡Vuelve aquí inmediatamente!’ gritó entonces Brenda. Aquello distrajo lo suficiente a Jefferson para que el caballo lograra acertar en su objetivo y lo mordiera en el brazo. Jefferson buscaba ansiosamente a su hija en el remolque, sospechando que se hallaba ahí, en medio de aquel peligroso caos, cuando sintió la agresión del caballo. Ahogó una exclamación de dolor rechinando los dientes. Y cuando se recuperó un poco del dolor, descubrió con horror que su hija estaba peligrosamente cerca del animal, mirándolo desde su baja estatura y alzando las manos queriendo acariciarle. Parecía totalmente ajena al peligro que la rodeaba.

‘¡JANE! ¡ALÉJATE!’ ordenó su padre desde lo más hondo de su preocupación por ella. Empezaba a pensar que traer el caballo no había sido buena idea, por mucha ilusión que tuviera su hija. Incluso empezaba a barajar la posibilidad de que la violencia fuera una opción en este caso, tal y como había sugerido el brutal transportista.

Pero esos pensamientos se desvanecieron en cuanto contempló, atónito, lo que sucedió a continuación. Lejos de pretender hacerle daño, el animal pareció tranquilizarse por completo al observar la pequeña niña a sus pies, esperando con los brazos abiertos a que el caballo la recibiera. Y no sólo se relajó por completo. Consciente de que la niña no era ninguna amenaza para él, el caballo inclinó la cabeza en dirección a la niña y su hocico rozó una de las pequeñas palmas de la niña, olisqueándola. Jefferson por un momento temió que fuera a morderle, pero en vez de eso, el animal sacó la lengua y comenzó a lamerla con cariño.

Entonces Jefferson respiró. Y solo en aquel momento fue consciente de que había estado reteniendo el aire, angustiado. A continuación, obligó a salir del remolque al fondón hombre. 

El caballo continuaba paseando su lengua por la mano de la criatura, y Jefferson, creyendo pasado el peligro, se aproximó con la intención de desamarrar las riendas para poder sacar al animal. Pero eso le valió que el caballo girara su cabeza hacia él y le mostrara los dientes, en gesto amenazador.

Parpadeantemente anonadado, decidió acatar los deseos del purasangre, pues no quería correr el riesgo de que se encabritara cuando su pequeña niña estaba sus píes, a unos centímetros de él.

Finalmente fue Jane la que tuvo que sacar del remolque al caballo y llevarlo a su nuevo hogar, detrás de la casa, pues solo toleraba su presencia. Todos pensaron que sería algo temporal hasta que se acostumbrara a la presencia del resto, pero, aunque la actitud de Mr. Scrooge mejoró con el tiempo, jamás dejó sus reservas de lado. Todavía a día de hoy Jane era la única que podía acercarse totalmente a él. La única que podía abrazarlo y la única por la que se dejaba atender.

Aquella actitud reservada y hostil para el resto del mundo excepto para Jane, y más tarde para Franzy también, provocó que le bautizaran como el famoso protagonista dickensiano: Mr. Scrooge

Volviendo al presente, Jane restregó su nariz contra el hocico de Mr. Scrooge, ahuecándole la cara entre sus manos, y rebatió a su padre mirando al animal con infinito amor:

—No es verdad. No es odioso. Mr. Scrooge es todo un amor y me ha echado tanto de menos como yo a él. ¿Verdad que sí? —dijo Jane mientras una de sus manos rascaba con cariño por detrás de las orejas del caballo. Mr. Scrooge resopló en señal de que disfrutaba.

—Si con ser “todo un amor” te refieres a que toree a tu padre y que en todos estos años haya sido un ogro con todo aquel que no se tratara de ti, estoy de acuerdo —refunfuñó su padre—. Y eso sin contar con que me ha desbancado del primer puesto en la pirámide de tus prioridades y te ha abrazado antes que yo.

Jane lanzó una alegre carcajada, y se separó de Mr. Scrooge, no sin antes depositar un sonoro y amoroso beso en carrillo del animal.

—Papá, no seas infantil —le reprendió Jane risueña mientras lo abrazaba. Su padre la apretó contra él entusiasmado—. Además, recuerda que Mr. Scrooge necesita más mimos. Tú tienes a mamá cuando no estoy; él no tiene cariñitos hasta que yo vengo.

—Porque no se deja mimar más que por ti —renegó él—. Además, te equivocas. También está Franzy con él.

Jane no respondió, se limitó a estrechar a su padre con una gran sonrisa.

Aún permanecían abrazados cuando Jefferson notó que una fuerza invisible lo impulsaba hacia atrás, alejándolo de Jane. Solo que no se trataba de una fuerza invisible, sino que era Mr. Scrooge, poco dispuesto a que nadie le arrebatara la atención de su amiga Jane. El animal tironeaba con sus dientes de la chaqueta de su padre, y no tardó en salirse con la suya, haciendo que finalmente Jefferson se tambaleara y estuviera a punto de caer de espaldas. Y lo hubiera hecho, de no ser porque Jane se aproximó inmediatamente para ayudarle a mantener la estabilidad.

Jane se giró hacia el animal con expresión reprobatoria mientras su padre se valía de su hombro para permanecer en pie. El animal, inteligente y astuto como era, comprendió enseguida que su actitud no había sido digna de alabanza y si de reprensión, pues enseguida inclinó hacia delante la cabeza, con las orejas gachas, en un gesto arrepentido. Por entre sus largas y abundantes pestañas oscuras sus brillantes ojos miraban a Jane, suplicando su perdón. Y Jane no pudo más que ablandarse y extender la mano para acariciarle el dorso del hocico, perdonándolo por completo.

—Eres demasiado buena con él —gruñó su padre, mirando al caballo con el ceño fruncido.

—No me queda más remedio. Él es un sol conmigo —exclamó entusiasmada Jane mientras le hacía una carantoña al animal. Mr. Scrooge relinchó en respuesta, volviendo a rebosar alegría y plenitud espiritual.

—¿Y dónde está Franzy? —preguntó Jane a su padre, mirando a su alrededor atentamente, buscándola con la mirada—. No la he visto todavía.

Como si Franzy hubiera advertido que se la buscaba, apareció repentinamente en escena, saliendo de las reducidas pero confortables caballerizas. Era una joven yegua pía de cuatro años de edad, sana y fuerte. Tenía un pelaje precioso. Era esencialmente blanco, pero su capa inmaculada se veía tiernamente salpicada por extensas manchas castañas rojizas que la adornaban sin ningún orden, haciendo de ella un precioso animal exótico. Su cola y sus crines eran castañas y largas, y en aquellos momentos se mecían al son del viento mientras trotaba elegantemente hacia ellos. Lanzó un relincho suave expresando su alegría, y Jane extendió una mano para acariciarle tiernamente la cara.

Su nombre, Franzy, se lo habían puesto en honor a un pintor alemán Franz Marc, nacido en el siglo XIX. Había sido un gran expresionista de la época, cuyo estilo fue contagiándose de técnicas cubistas y futuristas que fue descubriendo en otros artistas mediante sus viajes a ciudades como París, y terminó culminando en un estilo de abstracción expresionista. En la mayoría de sus cuadros representaba la naturaleza, y continuamente pintaba caballos y ciervos. Además, tenía una estrecha relación con los colores primarios, que daban fuerza a sus cuadros. Pero además de simplicidad y fuerza, estos colores tenían expresión: utilizaba el azul para representar la fuerza masculina y la espiritualidad, el amarillo para la elegancia femenina y el rojo para la violencia. Solía buscar la simplicidad en sus cuadros porque pretendía mostrar cómo ven los animales la naturaleza: simple y sobriamente clasificada, guiándose más por los colores y los sentidos que por las perfectas formas.

Jane advirtió que su padre sentía una simpatía intensa por la joven yegua. Descubrió que los ojos de Jefferson se iluminaron, y una inconsciente sonrisa suavizó sus severos rasgos. Su fuerte mano ya se había alargado para acariciarla entre las orejas, desordenándole el suave tupé. Franzy era muy cariñosa y coqueta, y rebosaba felicidad ante las atenciones del anciano.

—Ah, pero qué buena eres —susurró su padre. Su mano había bajado hasta el cuello del animal, palmeándolo con cariño.

—Sí, es increíblemente mansa y buena —afirmó Jane rozándole el hocico con la mano.

Lo cierto es que Franzy había tenido mucha suerte siendo acogida por ellos. Su madre había sido una yegua de una granja que no quedaba demasiado lejos de la casa de sus padres. Podía decirse incluso que los dueños del caballo eran vecinos suyos, si bien bastante lejanos. Resulta que la madre de la criatura se había quedado en cinta en contra de los deseos de sus amos. No sabían como había ocurrido, pues ellos no habían arreglado ningún encuentro con un semental meticulosamente seleccionado. Y es que esto de los caballos es todo un negocio. Sobre todo para gente como los dueños de la yegua, que se dedicaban a “fabricar” los caballos más aptos para ciertas disciplinas deportivas y después los vendían al mejor postor. Por ello, juntaban a sus yeguas con sementales que respondieran a ciertas exigencias morfológicas. Antes examinaban cuidadosamente el historial del semental, se informaban sobre su genealogía y sus cualidades; así como de la velocidad que podían alcanzar, la fuerza, la energía, el desarrollo de los músculos, la capacidad de movimiento, la distancia que eran capaces de saltar y demás. Y según les complaciera o no los resultados del análisis, lo seleccionaban o no para cubrir a sus yeguas.

Pero Franzy había sido catalogado de error. Su nacimiento no había sido cuidadosamente planificado. Probablemente había sido fruto de un encuentro esporádico con algún caballo salvaje. Así que, no les interesaba criarlo ni gastar dinero en su manutención. Por lo que ya habían decidido sacrificarla.

Jane se había enterado de la precaria situación del animal un día que había pasado por la granja a lomos de Mr. Srooge. Había visto a la hermosa potrilla y había felicitado a los dueños de tener semejante preciosidad. Pero los dueños habían contestado que no les servía para nada y que iban a matarla la semana siguiente. Horrorizada, Jane había corrido a casa a contárselo a su padre con el deseo de impedirlo, y Jefferson había accedido a que se la quedaran, no sin antes advertirle de que no pensaba acoger a todo animal desdichado del planeta.

Como no apreciaban lo más mínimo a la potrilla, a Jefferson no le costó demasiado dinero comprarla, pues para los dueños ya era muy beneficioso cobrar unas cuantas monedas por semejante criatura inútil. Aunque aún tuvieron que esperar seis meses para llevársela a casa, pues esa es la edad mínima en que los potrillos pueden destetarse y emanciparse. Pero una vez la trajeron a casa, la pequeña yegua se adaptó bien y pasó a ser muy querida por todos, incluso por el naturalmente hostil Mr. Scrooge, cosa que sorprendió a todos.

Fue devuelta al presente por Mr. Scrooge, que, celoso de las numerosas atenciones de las que era objeto Franzy, la golpeó en el hombro con el morro, exigiendo su ración de caricias. Jane le dedicó una sonrisa brillante y cogió el rostro del animal para acercarlo al de ella y depositar un beso sobre su cara. Pero advirtió por el rabillo del ojo que su padre hacía una mueca de dolor.

—¿Te duele la pierna, verdad? —preguntó separándose del caballo, ya de camino hacia la primera cerca de madera que los excluía del resto del mundo. Allí apoyada estaba la muleta de su padre, y una vez en su poder, apresuró el paso para entregársela de inmediato.

Su padre alargó el brazo para cogerla. Su rostro aún estaba crispado en un gesto de dolor y sus dientes se apretaban con fuerza mientras levantaba el píe malo del suelo evitando descargar su peso en él.

—Este maldito píe inútil —farfulló con amargura mientras acariciaba por última vez el hocico de Franzy e iniciaba el regreso al hogar.

—¿Quieres que te ayude a llegar a casa? —preguntó Jane con el ceño fruncido por la preocupación desde su posición al lado de Mr. Scrooge, el cual había avanzado hasta ella y en aquellos momentos estaba lamiéndole la mejilla.

Su padre no se giró ni cesó en su avance cuando le contestó con voz aún más malhumorada que antes:

—¡Soy muy capaz de llegar yo solo!

Jane lo vio avanzar unos cuantos pasos más, con la mirada triste. Le entristecía ver a su padre de ese modo. Siempre había sido un hombre jovial y ufano, pero desde aquel accidente de tráfico que le había granjeado esa cojera se había vuelto muy huraño y gruñón… Suponía que no tenía nada que ver con su alrededor, sino consigo mismo. Jefferson no era alguien que se sintiera cómodo en una posición más vulnerable de lo que debiera y además, tampoco toleraba ser de inutilidad para el mundo. Eso último no era cierto, claro. Aunque ya no fuera el de antaño, Jefferson continuaba ayudando en todo lo que podía. Continuaba ocupándose de los caballos y de la limpieza de los establos en la medida de lo que le permitía su cojera, y desde luego continuaba frecuentando su negocio. Si bien ya no empleaba en él el mismo extenso tiempo ni la misma disposición física, se aseguraba de que esté estuviera en las mejores condiciones y siguiese contando con empleados competentes.

Jefferson Cassidy, no era en absoluto un inútil, como él mismo creía ser desde que se quedara cojo de por vida.

—¡Muy bien! ¡Yo ahora voy, papá! ¡Voy a emplearme en una rápida sesión de peluquería con Mr. Scrooge y a actualizar la paja de sus reales aposentos! —le gritó Jane.

Su padre estaba a punto de doblar la esquina de la casa, pero dio señales de haberla oído levantando el brazo un instante. Y entonces, desapareció.

Jane volvió el rostro hacia su mejor amigo, cuya alegría de verla era notoria en las numerosas y cariñosas atenciones que le brindaba. Ella le dedicó una sonrisa triste antes de acunarle el belfo inferior con una mano y frotar su rostro contra su hocico.

—Tú también notas a papá más brusco, ¿verdad? —le preguntó apoyada en el rostro del caballo. De pronto sintió una creciente humedad en los dedos de la mano que le colgaba inmóvil. Bajó la vista para descubrir a Franzy lamiéndole, queriendo reconfortarla. Jane movió la mano para acariciarle entre los ollares—. Y tú también, pequeña. —Una lágrima se abrió paso a través de sus abundantes pestañas de Jane y recorrió su mejilla hasta saltar a la cara de Mr Scrooge y seguir su recorrido por su brillante pelaje—. ¿Por qué tiene que ser tan duro consigo mismo? Es un maldito cabezón. ¿No sabe que le querríamos igual aunque se quedara parapléjico? (Dios no lo quiera). ¿No sabe que es una persona maravillosa y que le queremos por lo que es, y no por sus logros? —Jane suspiró—. Ah, lo echo de menos. Hoy ni siquiera se ha molestado en tomarme el pelo…

Jane levantó la mejilla del hocico de Mr. Scrooge y alzó la vista hasta sus ojos. Como siempre le ocurría, se sintió comprendida por su brillante mirada, y se sintió reconfortada por su comprensión, su cercanía y su calor.

Una sonrisa renació de las cenizas y brilló en sus labios.

—¡De mí no te escaparas, querido! Espérame, que voy a por las tijeras y Franzy me ayudará, ¿verdad que sí Franzy? —Se separó de Mr. Scrooge llevándose a Franzy consigo a un paso rápido. Ambas se dirigían juntas a la salida del picadero en busca de las tijeras que el caballo había tirado en el bosque. No había problema en dejar trotar libremente a Franzy fuera del cercado, pues era una yegua obediente y nunca daba indicios de querer escaparse y abandonar un hogar que tan cariñosamente se comportaba con ella. Además, Franzy era una yegua dependiente, y no le gustaba salir fuera del picadero si no era en compañía. A Jane muchas veces le recordaba a un perro, como en aquellos momentos, que la seguía con una lealtad increíble allí a donde iba.

Cuando se giró a mirar a su mejor amigo antes de cruzar el umbral de madera, le pareció que Mr. Scrooge hacia un gesto de contrariedad. Jane lanzó al viento una carcajada.

—¡Oh, no me mires así, amigo! ¡Lo hago por tu bien! ¡Ninguna yegua querrá ser blanco de tus coqueteos con esas greñas!

No hay comentarios:

Publicar un comentario