—¿Cómo que te vas? —preguntó Heather en un chillido.
Las dos amigas se encontraban en un café, sentadas la una
frente a la otra en una redonda y pequeña mesa de pie central. Situadas en una
de las esquinas del local frente a la ventana, con solo girar la cabeza podían
sumergir la mirada en el espeso tráfico de un día de lluvia y en las pocas
personas que corrían en pos de un refugio.
Cuando Jane dejó de mirar por la ventana empañada, el
semáforo que regulaba la calle recién había cambiado a rojo, y ella volvió a
centrarse en absorber su batido de avellana a través de la pajita, evitando
mirar a Heather. Sabía que lo que ella había considerado una buena noticia no
lo era para su amiga.
—Sí —dijo simplemente Jane, aún sin mirarla.
Un tenso silencio se instaló entre ellas.
Por fin la miró. El bello rostro de su amiga había
abandonado el optimismo que la caracterizada. En su lugar, una creciente
humedad se agolpaba en sus azules ojos y su lisa frente se había arrugado
denotando preocupación. Las comisuras de su boca miraban hacia abajo.
Conmovida, Jane alargó un brazo a través de la mesa para
coger el de su amiga. Pero ella no respondió a su contacto. Permaneció inmóvil,
inmersa en pensamientos tristes relacionados con su amiga Jane.
Pronto, la misma humedad que lucían los ojos de Heather
se instaló en los suyos.
—¿Por qué? —susurró Heather con tormentosa suavidad.
Jane suspiró antes de responder.
—Necesito un cambio, Heather.
—Pero, ¿por qué? —repitió su amiga.
—Porque no es la primera vez que despierto al lado de un
desconocido y pierdo las bragas, por no hablar de los papeles. —Jane tomó aire
antes de continuar, aún masajeando el brazo de Heather—. Sé que nos solemos
reír de esa clase de episodios, pero comienza a no ser divertido. No para mí.
Tengo que empezar a tomarme en serio. A
mí misma y a mi vida.
Heather abrió mucho los ojos, mostrando la incredulidad
que sentía.
—¡Pero si sólo tienes 23 años! ¡Hablas como si fueras una
cuarentona que sintiera las campanadas finales de su reloj biológico!
Jane sonrió a su
amiga.
—Sí, supongo que siempre he sido demasiado seria. Pero
uno de los errores que comete la gente es esperar que el futuro lo solucione
todo. Pero no es el “futuro”, sino “ellos mismos en el futuro” lo que tendrán
entonces. Y creo que se llega a dónde quiere llegarse poco a poco, no de golpe.
Así que es hora de que tome las riendas del presente y lo encauce hacia el
futuro que quiero. Es hora de conocerme realmente y evolucionar.
—Sí, todo eso está muy bien —dijo Heather barriendo el
aire con una de sus finas manos—. Pero, ¿para eso necesitas irte?
Jane asintió.
—Irme a otra ciudad a vivir implica nuevos retos. Y los
retos te enriquecen y te ayudan a conocerte. Además, tengo muchas ganas de
irme.
Heather la miró fijamente y finalmente suspiró
tristemente.
—Trataría de convencerte de que te quedarás, pero sé que
no tengo ninguna oportunidad ante tu terquedad.
Aquello provocó una carcajada en Jane.
—Tienes razón.
Heather meneó la cabeza, abatida. Las lágrimas abundaron
en sus ojos y comenzaron a correr por sus mejillas.
—Cabezona Supermadura —la bautizó cariñosamente,
mirándola fijamente a los ojos. Una triste sonrisa curvó sus labios rojos—. Te
echaré de menos, Jane. Muchísimo. De verdad.
Sin poder soportarlo más, Jane se levantó de su asiento y
se acercó a ella para abrazarla. Entre lágrimas, las dos amigas se estrecharon,
siendo muy conscientes de lo importante que eran la una para la otra. Habían
vivido tantas cosas juntas… Y por primera vez en la vida iban a estar
separadas. Y por un tiempo indeterminado.
Jane separó la cabeza del hombro de Heather para
depositar un beso en su suave cabello de oro.
—Prometo que todas las semanas tendrás un inventario de
mis bragas perdidas —bromeó Jane para aligerar el ambiente.
Aquel comentario arrebató a Heather una breve carcajada.
—Realmente voy a echarte de menos —declaró sorbiéndose la
nariz.
—Yo a ti también. Se me va a hacer duro —respondió Jane
sonriéndole a través de las lágrimas.
Se abrazaron nuevamente. Ambas amigas cerraron los ojos
con fuerza, apretándose la una contra la otra en un tierno gesto. Querían
grabar en sus mentes la sensación que les reportaba aquel abrazo, y poder
rememorarlo cada vez que quisieran sentirse cerca.
Hermosos momentos de los muchos que habían pasado juntas
vibraron en ellas, y siendo tan conscientes de lo mucho que se necesitaban, las
lágrimas brotaron incesantes y sus brazos se resistieron a deshacer el fuerte
nudo que habían formado en torno a sus cuerpos.
Finalmente, Jane se enjugó los ojos con las manos y
volvió a ocupar su asiento frente a su batido. Sorbió de la pajita, esperando
que el delicioso batido pudiera endulzar un poco la pena que se agitaba en su pecho.
—¿Y a dónde vas, a
todo esto? —preguntó Heather. Aún las lágrimas no habían abandonado del
todo su hermoso rostro, pero trató de mostrarse más animada.
—A Paris.
—¡¿A Paris?! ¿Tan lejos? —preguntó Heather a voz en grito
por segunda vez.
Jane asintió.
—¿Y cuándo te
vas?
—La semana que
viene tengo previsto coger un avión.
Heather no salía
de su asombro.
—¡Tan pronto! Pero,
¿y qué pasa con tu trabajo?
Jane se encogió
de hombros.
—Lo he dejado.
Heather parpadeó
un par de veces seguidas, tal vez preguntándose si la figura familiar que tenía
enfrente no sería un alien disfrazada de su amiga, como en Men In Black.
Jane había
trabajado durante dos años para una cadena local de televisión escribiendo el
guion de una exitosa serie televisiva. Se llamaba <<La lógica del
amor>> y trataba de una terapeuta sexual que encajaba mejor en el perfil
de paciente que de profesional. Así pues, la terapeuta tenía sus extravagancias
en el sexo y muchas veces su sentencia final para una pareja en crisis sexual
era la solución de un trío con ella.
—¡Pero si
<<La lógica del amor>> es todo un éxito! Poco a poco está
adentrándose en otros estados, y está teniendo buen recibimiento —exclamó
Heather anonadada.
Jane negó con la
cabeza.
—Llevo tanto
tiempo con la Doctora Orgasmo que la
vida ficticia que me invento para ella está terminando por devorar mi realidad.
Por Dios, Heather. Últimamente tengo las hormonas descontroladas, y esta nueva
actitud no me está reportando nada sustancial.
Heather se echó a
reír.
—¿No será que tu
imaginación está al límite y te embarcas en esas noches locas para
documentarte?
Jane resopló con
fastidio.
—Tengo
imaginación más que de sobra. De hecho, ojalá pudiera inventarme mi realidad.
Tendría un sexo más satisfactorio del que podría proporcionarme Brad Pitt.
Heather
permaneció sonriendo.
—Si lo que necesitas
es un buen meneo, creo que puedo conseguirte un buen aspirante sin necesidad de
que te vayas a Paris. —La fantasía de que su amiga Jane pudiera cambiar de
opinión hizo que su mirada se iluminara.
Jane sintió tener
que decepcionarla.
—Eso solo sería
un parche —contestó negando con la cabeza—. Lo que necesito es un buen polvo
pegado a un hombre decente. Pero empiezo a pensar que para eso tendría que
encontrar la forma de teletransportarme al cuento de Blancanieves.
Heather sonrió.
—Un poco de fe,
Jane. Sé que ahí fuera hay algún príncipe digno de ti.
—No me obligues a
ser borde cuando nos queda tan solo una semana para estar juntas —refunfuñó
Jane.
La vida le había
demostrado que Heather estaba equivocada. No, equivocadísima. Ninguno de los
hombres que había conocido apenas entraba en la categoría de ser humano
decente. ¿Cómo iba alguien a aspirar a príncipe? Una alarma en su cerebro pitó, como si estuviera catalogando de mentira lo que acababa de pensar... Pero Jane no tenía ganas de reconocer la verdad. Y lo dejó correr.
Miró a Heather,
siempre tan optimista ella. Tan soñadora. Eran tan diferentes… Pero la quería
tantísimo. Además, que fueran distintas no era un problema. Era una ventaja en
realidad. De ese modo, Jane podía absorber parte de la alegría contagiosa de
Heather; parte de su fe ciega en el destino. Le sentaba bien cada vez que era
demasiado consciente de la realidad que le rodeaba. Del mismo modo, Jane
evitaba que Heather volara tan alto que se perdiera entre las nubes y no fuera
capaz de ver el avión que sobrevolaba hacia ella, dispuesto a derribarla.
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