sábado, 14 de enero de 2012

►CAPÍTULO I. [Part I]


—¿Cómo que te vas? —preguntó Heather en un chillido.

Las dos amigas se encontraban en un café, sentadas la una frente a la otra en una redonda y pequeña mesa de pie central. Situadas en una de las esquinas del local frente a la ventana, con solo girar la cabeza podían sumergir la mirada en el espeso tráfico de un día de lluvia y en las pocas personas que corrían en pos de un refugio.

Cuando Jane dejó de mirar por la ventana empañada, el semáforo que regulaba la calle recién había cambiado a rojo, y ella volvió a centrarse en absorber su batido de avellana a través de la pajita, evitando mirar a Heather. Sabía que lo que ella había considerado una buena noticia no lo era para su amiga.

—Sí —dijo simplemente Jane, aún sin mirarla.

Un tenso silencio se instaló entre ellas.

Por fin la miró. El bello rostro de su amiga había abandonado el optimismo que la caracterizada. En su lugar, una creciente humedad se agolpaba en sus azules ojos y su lisa frente se había arrugado denotando preocupación. Las comisuras de su boca miraban hacia abajo.

Conmovida, Jane alargó un brazo a través de la mesa para coger el de su amiga. Pero ella no respondió a su contacto. Permaneció inmóvil, inmersa en pensamientos tristes relacionados con su amiga Jane.

Pronto, la misma humedad que lucían los ojos de Heather se instaló en los suyos.

—¿Por qué? —susurró Heather con tormentosa suavidad.

Jane suspiró antes de responder.

—Necesito un cambio, Heather.

—Pero, ¿por qué? —repitió su amiga.

—Porque no es la primera vez que despierto al lado de un desconocido y pierdo las bragas, por no hablar de los papeles. —Jane tomó aire antes de continuar, aún masajeando el brazo de Heather—. Sé que nos solemos reír de esa clase de episodios, pero comienza a no ser divertido. No para mí. Tengo que empezar a  tomarme en serio. A mí misma y a mi vida.

Heather abrió mucho los ojos, mostrando la incredulidad que sentía.

—¡Pero si sólo tienes 23 años! ¡Hablas como si fueras una cuarentona que sintiera las campanadas finales de su reloj biológico!

Jane sonrió a su amiga.
                             
—Sí, supongo que siempre he sido demasiado seria. Pero uno de los errores que comete la gente es esperar que el futuro lo solucione todo. Pero no es el “futuro”, sino “ellos mismos en el futuro” lo que tendrán entonces. Y creo que se llega a dónde quiere llegarse poco a poco, no de golpe. Así que es hora de que tome las riendas del presente y lo encauce hacia el futuro que quiero. Es hora de conocerme realmente y evolucionar.

—Sí, todo eso está muy bien —dijo Heather barriendo el aire con una de sus finas manos—. Pero, ¿para eso necesitas irte?

Jane asintió.

—Irme a otra ciudad a vivir implica nuevos retos. Y los retos te enriquecen y te ayudan a conocerte. Además, tengo muchas ganas de irme.

Heather la miró fijamente y finalmente suspiró tristemente.

—Trataría de convencerte de que te quedarás, pero sé que no tengo ninguna oportunidad ante tu terquedad.

Aquello provocó una carcajada en Jane.

—Tienes razón.

Heather meneó la cabeza, abatida. Las lágrimas abundaron en sus ojos y comenzaron a correr por sus mejillas.

—Cabezona Supermadura —la bautizó cariñosamente, mirándola fijamente a los ojos. Una triste sonrisa curvó sus labios rojos—. Te echaré de menos, Jane. Muchísimo. De verdad.

Sin poder soportarlo más, Jane se levantó de su asiento y se acercó a ella para abrazarla. Entre lágrimas, las dos amigas se estrecharon, siendo muy conscientes de lo importante que eran la una para la otra. Habían vivido tantas cosas juntas… Y por primera vez en la vida iban a estar separadas. Y por un tiempo indeterminado.

Jane separó la cabeza del hombro de Heather para depositar un beso en su suave cabello de oro.

—Prometo que todas las semanas tendrás un inventario de mis bragas perdidas —bromeó Jane para aligerar el ambiente.

Aquel comentario arrebató a Heather una breve carcajada.

—Realmente voy a echarte de menos —declaró sorbiéndose la nariz.

—Yo a ti también. Se me va a hacer duro —respondió Jane sonriéndole a través de las lágrimas.

Se abrazaron nuevamente. Ambas amigas cerraron los ojos con fuerza, apretándose la una contra la otra en un tierno gesto. Querían grabar en sus mentes la sensación que les reportaba aquel abrazo, y poder rememorarlo cada vez que quisieran sentirse cerca.

Hermosos momentos de los muchos que habían pasado juntas vibraron en ellas, y siendo tan conscientes de lo mucho que se necesitaban, las lágrimas brotaron incesantes y sus brazos se resistieron a deshacer el fuerte nudo que habían formado en torno a sus cuerpos.

Finalmente, Jane se enjugó los ojos con las manos y volvió a ocupar su asiento frente a su batido. Sorbió de la pajita, esperando que el delicioso batido pudiera endulzar un poco la pena que se agitaba en su pecho.

—¿Y a dónde vas, a  todo esto? —preguntó Heather. Aún las lágrimas no habían abandonado del todo su hermoso rostro, pero trató de mostrarse más animada.

—A Paris.

—¡¿A Paris?! ¿Tan lejos? —preguntó Heather a voz en grito por segunda vez.

Jane asintió.

—¿Y cuándo te vas?  
       
—La semana que viene tengo previsto coger un avión.

Heather no salía de su asombro.

—¡Tan pronto! Pero, ¿y qué pasa con tu trabajo?

Jane se encogió de hombros.

—Lo he dejado.

Heather parpadeó un par de veces seguidas, tal vez preguntándose si la figura familiar que tenía enfrente no sería un alien disfrazada de su amiga, como en Men In Black.

Jane había trabajado durante dos años para una cadena local de televisión escribiendo el guion de una exitosa serie televisiva. Se llamaba <<La lógica del amor>> y trataba de una terapeuta sexual que encajaba mejor en el perfil de paciente que de profesional. Así pues, la terapeuta tenía sus extravagancias en el sexo y muchas veces su sentencia final para una pareja en crisis sexual era la solución de un trío con ella.

—¡Pero si <<La lógica del amor>> es todo un éxito! Poco a poco está adentrándose en otros estados, y está teniendo buen recibimiento —exclamó Heather anonadada.

Jane negó con la cabeza.

—Llevo tanto tiempo con la Doctora Orgasmo que la vida ficticia que me invento para ella está terminando por devorar mi realidad. Por Dios, Heather. Últimamente tengo las hormonas descontroladas, y esta nueva actitud no me está reportando nada sustancial.

Heather se echó a reír.

—¿No será que tu imaginación está al límite y te embarcas en esas noches locas para documentarte?

Jane resopló con fastidio.

—Tengo imaginación más que de sobra. De hecho, ojalá pudiera inventarme mi realidad. Tendría un sexo más satisfactorio del que podría proporcionarme Brad Pitt.

Heather permaneció sonriendo.

—Si lo que necesitas es un buen meneo, creo que puedo conseguirte un buen aspirante sin necesidad de que te vayas a Paris. —La fantasía de que su amiga Jane pudiera cambiar de opinión hizo que su mirada se iluminara.

Jane sintió tener que decepcionarla.

—Eso solo sería un parche —contestó negando con la cabeza—. Lo que necesito es un buen polvo pegado a un hombre decente. Pero empiezo a pensar que para eso tendría que encontrar la forma de teletransportarme al cuento de Blancanieves.

Heather sonrió.

—Un poco de fe, Jane. Sé que ahí fuera hay algún príncipe digno de ti.

—No me obligues a ser borde cuando nos queda tan solo una semana para estar juntas —refunfuñó Jane.

La vida le había demostrado que Heather estaba equivocada. No, equivocadísima. Ninguno de los hombres que había conocido apenas entraba en la categoría de ser humano decente. ¿Cómo iba alguien a aspirar a príncipe? Una alarma en su cerebro pitó, como si estuviera catalogando de mentira lo que acababa de pensar... Pero Jane no tenía ganas de reconocer la verdad. Y lo dejó correr.

Miró a Heather, siempre tan optimista ella. Tan soñadora. Eran tan diferentes… Pero la quería tantísimo. Además, que fueran distintas no era un problema. Era una ventaja en realidad. De ese modo, Jane podía absorber parte de la alegría contagiosa de Heather; parte de su fe ciega en el destino. Le sentaba bien cada vez que era demasiado consciente de la realidad que le rodeaba. Del mismo modo, Jane evitaba que Heather volara tan alto que se perdiera entre las nubes y no fuera capaz de ver el avión que sobrevolaba hacia ella, dispuesto a derribarla.

Eran complementarias. Eran amigas.

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