miércoles, 4 de enero de 2012

►PRÓLOGO. [Part I]



Maldita sea.

Jane Cassidy no podía sentirse más frustrada. Un condenado crio había interpuesto un balón en su camino y había provocado que pareciera pariente de Quasimodo. Mientras su pie torcido le provocaba un punzante dolor y la obligaba a arrastrarlo como si estuviera ligado a un ancla de una tonelada, su píe derecho caminaba con impetuosidad, queriendo arrastrar a su cuerpo, en aquellos momentos una materia que rebosaba irritación por cada poro, lo más rápido posible hacia la seguridad de su hogar. Pero quiso su habitual suerte que su tacón izquierdo se hundiera en algo blando. Jane tuvo un mal presentimiento. Y aquello la empujó a componer una mueca de asco que segundos después descubrió que desgraciadamente no estaba fuera de lugar.

Mierda. Mierda de día el que llevaba. Mierda lo que acababa de pisar, también.

Cogió el bus que la acercaría a su casa tras haberse afanado en limpiar su zapato restregándolo contra una porción de hierba. Aunque el que tuviera una pequeña esguince había evitado que pudiera hacerlo lo mejor que podía. Así que, en un lugar cerrado y mal ventilado como era ese autobús, Jane fue muy consciente de la peste que desprendía. Y no solo ella. Se fijó en la mueca de asco que lucían las gentes de su alrededor; y después en las miradas hostiles que le dirigieron aquellos que la detectaron como la fuente del hedor. Aquello la puso de peor humor. ¿Qué culpa tenía ella de que el dueño de aquel animal fuera un guarro desconsiderado? ¿Acaso pensaban que ella se sentía como si llevara el nuevo perfume de Dolce & Gabbana?

Se sintió aliviada cuando por fin escapó de todas aquellas injustas miradas acusadoras y se sintió resguardada en su hogar. Lo primero que hizo al llegar fue apostar sus zapatos en el alfeizar y cerrar la ventana. No estaba dispuesta a que su apartamento pudiera “inspirar” a Giorgio Armani para la composición de una nueva fragancia.

Comprobó el contestador mientras se desenrollaba su bufanda azul cobalto. Había un mensaje de su amiga Heather.

“Nena, he comprometido tu culo a una velada en el “Hair of the dog”. A las 20:00 pasaré a buscarte. Ponte tu mejor minifalda y, por el amor de Dios, deja que un buen ”balón” te marque un par de goles, que ya va siendo hora. ¡Si te niegas a obedecerme encontraré el modo de llevar la fiesta a tu casa!”

Jane compuso una mueca de desagrado. Por desgracia, no tenía elección. Sabía de sobra que Heather no tendría ningún problema cumpliendo su amenaza… Era la reina de la fiesta. Era tan guapa y tenía tanta labia que era como si con un chasquido de sus dedos pudiera teletransportar todo un club a donde quisiera. Y su casa no era inexpugnable. Aún.

Por supuesto, no le apetecía una mierda el plan. Lo único que le faltaba en esos momentos era contonearse con una minifalda que la haría sentir incómodamente desnuda delante de unos zagales babeantes cuyos minúsculos cerebros solo trabajaban para tratar de abrirse paso al interior de unas bragas.

Ya había tenido suficiente de estúpidos con su último novio. Cada vez que recordaba a ese imbécil las ganas de cambiares de acera eran incontenibles. Y lo haría de buena gana si sus hormonas no se activaran solamente en presencia de un pene.

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