martes, 3 de julio de 2012

►CAPÍTULO IX [Part II]


—¡¿Me has arrastrado de la cama para hacer de niñera?! —exclamó con exaltada incredulidad mientras elevaba sus gafas de sol oscuras desde el puente de la nariz hasta la frente.

Estaban frente a la fachada principal del hotel, parados ante su flamante Jeep Cherokee lacado en negro, y sentada detrás en una silla infantil homologada vislumbraba a una niña de bucles de oro que la miraba con patente hostilidad.

Imposible. Ella DE-TES-TA-BA a los mocosos. No podía pasar más de un minuto con ellos sin desear que desaparecieran de su lado. Sus berridos y caprichosos lloriqueos acababan con su paciencia en un santiamén. Pero esta niña no era un bebé. Rondaría los siete años… Y podía llegar a ser más irritable aún que un babeante bebé. Porque tenía conciencia y una mente que sabía maquinar con inteligencia los planes que se le antojaran… Y esos planes bien podrían concentrarse en hacerle el día imposible a juzgar por el modo en que la miraba.

Connan sonrió, aparentemente ignorante del campo de batalla que se había instalado en el cruce de miradas entre la pequeña y ella.

—Es mi hermana pequeña, Allison —explicó él, como si eso hiciera más positiva la perspectiva de pasar más de dos minutos en compañía de esa mocosa—. Le prometí una excursión y me pareció que ésta era una buena ocasión para cumplir mi palabra.

Jane no pudo hacer desaparecer la tensión de su cara. La próxima vez que se dejara embaucar ante la promesa de una sorpresa se aseguraría de que la persona en cuestión estuviera bien informada acerca de su aversión a los niños.

Observó a Connan acomodarse en el asiento conductor, y como el tapizado de cuero y su elegante apariencia se fusionaba en un conjunto perfecto. Ambos habían nacido para pertenecerse el uno al otro. Aquel coche parecía realzar la masculinidad que exudaba Connan, su solidez y su capacidad para deslumbrar.

Reprimió un exasperado gruñido mientras se veía avanzar hacia el lado copiloto, sintiéndose como un carnero que desfilara hacia el matadero. Como no se le ocurría ninguna excusa que la eximiera de parecer idiota tuvo que tragarse su descontento y sentarse en el coche junto a él. Empleó unos segundos en maldecirse a sí misma, porque ella solita había ido en pos de su fatídica suerte de aquel día.

Cuando aterrizó de la comitiva de improperios que rondaba su mente, se percató del rostro resplandeciente de Connan, que parecía muy complacido por poco estaban marchando las cosas aquella mañana.

—Allison —llamó él, mientras sus ojos azules se despegaban de ella para mirar hacia la niña en la parte trasera—. Ella es amiga mía; se llama Jane. Estoy seguro de que os gustaréis —comentó él, volviendo su mirada nuevamente a Jane. Aquel comentario exageradamente entusiasta casi consiguió arrancarle una carcajada, pero Connan parecía hablar en serio y no tuvo el valor de burlarse.

En cambio, se esforzó por mostrar cierto interés y miró hacia atrás inclinándose sobre el lateral del asiento, y enseguida se arrepintió porque la niña le devolvió una mirada envenenada y sus labios se fruncían feamente, como si estuviera esforzándose en reprimir una sarta de palabras ofensivas hacia ella.

—Hola Allison —la saludó Jane, aunque muy fríamente, sin adornar sus palabras con una amable sonrisa. Ella no era hipócrita, ni tenía el interés suficiente en ella como para tratar de enderezar un mal comienzo. Estaba segura que la relación más pacífica entre ellas iba a ser la ignorancia, camino que la niña ya había emprendido y que Jane estaba encantada de secundar.

Sin embargo se equivocaba. Allison estaba muy lejos de otorgarle una cómoda indiferencia, y en cambio iba a participar de la forma más activa posible para espantarla de su vida. Sus siguientes palabras así lo revelaron.

—Ahórrate el saludo y mejor practica un adiós, porque no pasará mucho tiempo antes de que te despidas para siempre de nosotros —le respondió la niña con arrogancia y acritud, con la implícita amenaza de lo que ya sospechaba: iba a ser objeto de todo un boicot infantil. Estupendo. Aquel día iba a ser muy muy muy muy pero que muy… largo.

—¡Allison! —exclamó Connan a su lado con tono amonestador y el ceño fruncido—. Está excursión tiene como propósito que todos disfrutemos, pero pareces no haber captado bien el mensaje.

—¡No! ¡Sí lo he captado! —chilló la niña enfadada—. ¡No te lo pasas bien solo conmigo y tienes que traer a tus asquerosas amiguitas!

Ese era un golpe duro, aunque por lo manipulador que resultaba. Sin embargo, Jane atisbó en el semblante de Connan cierta vulnerabilidad hacia las palabras de la niña, como si le preocupara realmente la impresión que pudiera tener la pequeña al respecto. Sin embargo, Jane desde el exterior, sin estar involucrada directamente en esa relación y con la valiosa carta de la antipatía que le suscitaba la niña veía claramente que solo se trataba de una quisquillosa practicando manipulación emocional con bastante destreza.

—Basta ya —dijo él, tratando de imprimir autoridad a su tono. Y aunque lo consiguió, Jane ya había visto como su enfado hacia ella se resquebrajaba segundos antes—. No es justa tu actitud hacia Jane. Dale una oportunidad para que te caiga bien o mal. Pero no prejuzgues. Es una fea costumbre que tienes y además muy perjudicial, sobre todo para ti misma.

—¡No! —protestó Allison con vos estridente—. ¡No quiero conocerla! ¡Ya he conocido a todas tus novias y todas eran tontas, asustadizas o tan aburridas que no merecía la pena ni molestarlas! ¡Y las que no eran así tenían ganas de quitarme de en medio y eran unas furcias asquerosas!

Jane sintió que había juzgado mal a la niña. Era aún más revoltosa y deslenguada de lo que había esperado en un primer momento. Enseguida sintió grandes deseos de escabullirse y aprovechó el tenso y breve silencio que siguió al rapapolvo de la mocosa.

—No tengo ningún problema en desertar de esta excursión —dijo—. Tengo cosas que hacer, además.

Enseguida se arrepintió de haber hablado. Connan la miró con la burla brillando en sus ojos. Y ella entendía por qué: había creído captar cierta cobardía de cara a un día en compañía de su rebelde hermanita. Pero estaba muy equivocado. Ella no temía a la niña y su hostilidad hacia ella. Lo que temía era a su propia paciencia y su capacidad para no estrangular a esa renacuaja. Porque no dudaba de las fatales consecuencias que podía adoptar el asunto si la niña se empeñaba en molestarla.

—Nosotros tampoco tenemos problema en que te quedes y sigamos con el plan inicial —apuntó él con voz risueña.

—Habla por ti —gruñó Allison desde atrás, pero ese comentario no recibió atención ni por parte suya ni por parte de él.

—Pongámonos en marcha —sugirió Connan mientras arrancaba el motor y dirigía el auto a la carretera.

Jane optó por relajarse y tomárselo con la máxima calma posible. Se recolocó las gafas de sol sobre el puente de la nariz y bajó la ventanilla tintada de su lado para poder sentir la brisa desordenándole el cabello y refrescándole la cara.

Connan puso la radio en una emisora musical, y de pronto recibió el último empujón que necesitaba para transformar su semblante sombrío en uno optimista al descifrar la canción que sonaba. 

You say that it’s over baby, Lord, you say that it’s over now, but still you hang around me, come on, won’t you move over… You know that I need a man, honey Lord, you know that I need a man, but when I ask you to you just tell me that maybe you can[1]… —Jane comenzó a cantar emulando de forma divertida el estilo de Janis Joplin, realmente entusiasmada de escucharla, mientras el viento le llegaba a través de la ventana bajada y hacía de su cabello un revoltijo indómito.

Aquello le valió una mirada divertida de Connan, que tardó muy poco tiempo en prorrumpir en carcajadas.

—¿Con que Janis Joplin, eh? —dijo aprovechando un momento instrumental en el que la guitarra tenía protagonismo.

Ella despegó sus ojos del huidizo paisaje y lo miró dedicándole una sonrisa.

—Me encanta.

—Jamás lo habría adivinado —confesó él divertido. Su rostro adoptó un aire travieso cuando continuó diciendo—: te asociaba música más tétrica a juzgar por tu tendencia a estar seria.

Jane soltó una risita.

—Mírame. Soy todo un despliegue de actitud fúnebre —replicó con ironía.

Connan puso los ojos en blanco, peros su labios sonreían.

—Me has malinterpretado. He dicho que tienes tendencia a ser seria, no que lo seas. Por suerte con el influjo adecuado, osase yo, eres capaz de ser la más sociable y divertida de las mujeres.

Aquella revelación incrementó la risa de Jane.

—Tal vez a tu arrogancia le cueste aceptar el hecho de que no pienso diseccionar todo lo que me dices.

La provocación le valió a Jane un ligero pellizco en uno de sus muslos desnudos.

—¡Au! —se quejó, aunque en verdad había sido lo inesperado del gesto más que el dolor lo que le había arrancado la protesta—. Señor Cangrejo vigile sus pinzas.

—Jamás había conocido a nadie que insistiera en buscarle tantas alternativas a mi nombre —comentó Connan risueño.

—¿Lamenta el Señor Cangrejo que no le dedique apodos más dignos? —se burló Jane.

—No, princesita. Lo único que lamenta “el Señor Cangrejo” es no contar con una compañía más digna de su rango —bromeó él.

—Vaya, qué pena. Ningún centollo parecía entusiasmado ante la idea de pasar tiempo contigo y tuve que sacrificarme yo —dijo Jane siguiéndole el juego.

Connan tuvo que reírse.

—Eres una dura rival, ¿eh? —comentó mirándola de reojo y ostentando una ancha sonrisa.

—Mi lengua es mi mejor mecanismo de defensa —dijo Jane con alegría—. Tú en calidad de cangrejo posees tus pinzas, y en la de vikingo la fuerza bruta. Y yo me basto con mis aptitudes verbales para enfrentarme a ti en todas tus facetas.

—¿Y qué hay de la pasión? ¿Te sirven de escudo las palabras cuando te enfrentas a la pasión, Jane? —preguntó de pronto él, dedicándole una mirada rápida e intensa por el rabillo del ojo durante el tiempo justo que se lo permitía la carretera.

Jane sopesó su respuesta un momento. Apartó la vista hacia el cuadro que le ofrecía la ventanilla. Ya habían salido a las afueras de la ciudad y a cada lado se extendían metros y metros de prados adornados de hermosos árboles que tejían misterio con sus formas.

—Eso depende de si quiero evitar caer en ella o por el contrario deseo rendirme —dijo finalmente.

—Yo creo que estás más subyugada por los instintos de lo crees. Es por eso que te empeñas en alejar cualquier tentación con tanto brío. Porque no quieres dejarte sentir.

Jane frunció el ceño. Aquello indicaba cierta vulnerabilidad hacia sus palabras, pero por suerte aún llevaba puestas las gafas de sol, las cuales le permitían fingir un interés superficial por lo que hablaba.

—¿Tienes algún añadido más para tu teoría? —preguntó tratando de ahondar en el tema y resultar a la vez desenfadada.

—Sí —dijo él—. Tengo la sospecha de que eres muy intensa sintiendo. Pero no siempre te ha reportado buenas experiencias y tratas de prevenir en vez de arriesgarte a tener que sanar.

Jane sintió cierta inquietud hacia sus palabras.

—¿Y ya está? —dijo con cierta brusquedad—. ¿Ahora resulta que mi negativa a acostarme contigo es un problema patológico mío?

El rostro de él se ensombreció. Era evidente que no le agradaba el giro que había adoptado la conversación.

—En ningún momento he mencionado el caso hipotético de que nos acostáramos juntos.

—Pero esta conversación tenía como propósito esclarecer los motivos por los que no quiero hacerlo. ¿No es cierto? —preguntó Jane un tanto agresiva—. Digamos que te has cruzado con un tipo de mujer al que no le basta tu maravilloso físico para llevártela al catre. Ni tampoco le impresionan los detalles lujosos. ¿Tanto te cuesta entenderlo?

Él encontró un momento para lanzarle una mirada intensa.

—Sí, me cuesta entender —contestó—. Me cuesta entender por qué nunca antes he deseado a alguien con la intensidad con la que te deseo a ti. Me cuesta entender por qué me esfuerzo tanto por pasar tiempo contigo y conocerte. Pero sobre todo me cuesta entender por qué no me rindo cuando tu respuesta a mis intentos no es propicia a seguir probando.

Jane se quedó muda un momento. No supo de inmediato que contestar a esa confesión. Observó el perfil de Connan que había devuelto sus ojos a la carretera, aunque sospechaba que la atención seguía estando concentrada en la conversación y en su presencia.

—Será cuestión de arrogancia. Nunca te han dicho que no y no va a ser esta la primera vez. Daría mi brazo a que es eso lo que te ocurre —contestó ella convencida. Y la posibilidad de que eso fuera cierto le provocó una punzada de incomodidad. Si era sincera, le molestaba que tuviera un interés tan egocéntrico para pasar tiempo con ella.

—Debí suponer que pensarías eso —contestó él simplemente. No añadió nada más y permaneció en silencio largo rato.

Jane tampoco se vio con ánimo de llenar el silencio y dejo que sus ojos y su mente se perdieran en el hermoso paisaje que transcurría veloz frente a ella. Las arboledas existentes en las explanadas adyacentes a la carretera supusieron un paisaje idóneo para inspirar sus pensamientos. Decidió desconectar de la realidad y sumergirse en la vida de los personajes de su obra. Dado que la novela transcurría principalmente en una campiña inglesa la exposición de la naturaleza resultó un buen fondo para su imaginación, y enseguida escenas inconexas se formaron en su mente. Y aquellos episodios serían luego la esencia de la novela; el alma. Después su trabajo sería ordenarlas de manera coherente y hacer de ellas una cadena bien conectada que tradujera su exaltada imaginación en una narración con sentido.

La belleza del paisaje, el ejercicio mental y la hermosa música la sumieron en un cálido trance que pronto se tornó en sueño y Jane terminó por desatarse de los lazos de la realidad para viajar al mundo donde germinan las fantasías.


[1] Tú dices que esto termina nene, tú dices que esto termina ahora, pero aún tú me persigues, vamos, no te moverás… Sabes que necesito un hombre, cariño, sabes que necesito un hombre, pero cuando te lo pido tú solo dices que tal vez tú puedas… Letra de la canción “Move over” de Janis Joplin.

NUEVO PROYECTO ;).

He empezado a escribir otra novela. Por supuesto, no abandonaré la redacción de ésta, aunque es posible que tarde un poco más en actualizar ya que como mi propósito es terminar la nueva para noviembre le daré más prioridad sobre esta.

La nueva novela es un antiguo proyecto que tenía por ahí empolvado. La historia debí pensarla cuando aún estaba en la ESO y me he basado en la idea general de lo que había conjeturado entonces para modificarla y profundizar en los detalles. Y buscarle un enfoque totalmente oscuro y trágico; para qué negarlo. Así soy yo (jajaja).

Avisar que ésta es una novela totalmente diferente de "Amanecer en París". Todo es ditinto: estará ambientada en la epoca victoriana inglesa, habrá elementos de fantasía, secretos oscuros y personajes destacables por su juventud.
Como ya he dicho, en un principio voy a intentar acabarla para noviembre, ya que encaja perfectamente en el perfil de un concurso literario al que planeo presentarme. Llegado el momento quitaré la novela del Blog para poder participar. Pero hasta entonces sois libres de disfrutar leyendo aquí.

Besitos ;).

martes, 26 de junio de 2012

►CAPÍTULO IX [Part I]


—Menos mal que vuestro oficio consiste en hacer felices a vuestros clientes —ladró sin compasión a través del auricular.

—¡Buenos días señorita Cassidy! —saludó una voz femenina rebosante de entusiasmo.

La alegría que mostraba su interlocutor la irritó. Nada más estresante que encararse con alguien que no respondía con lógica a un ataque tan mordaz. Uno: o esa mujer era estúpida y no detectaba el descontento de su voz; o dos: se negaba a entrar en su juego de <<a ver quién explota de rabia primero>>.

Daba igual cuál de las dos fuera la verdadera; ambas la frustraban.

—¡¿Buenos días?! Mire, señorita Flower Power, no ocupo una suite de más de 8.000€ para que me arruinen el sueño y piensen que pueden compensarlo con un efusivamente insano <<buenos días>>. ¿Lo entiende? Que no se vuelva a repetir.

Fue un intento inútil de acobardarla. La mujer procedió como si ella jamás hubiera abierto la boca y comenzó a contarle el boletín de noticias con esa voz alegre que nunca la abandonaba.

—Señorita Cassidy, la telefoneo desde la recepción del hotel. Aquí conmigo se halla un caballero que solicita que se reúna inmediatamente con él.

—Nadie que se considere caballero se presenta sin un avisar con antelación —gruñó ella.

—¿Cuánto tiempo aproximadamente le digo al caballero que ha de esperar su compañía?

—Dígale al “caballero” que me reuniré con él en cuanto acabe mi cita con Morfeo. ¡Y va para largo! —Colgó el teléfono de un solo golpe y sin remordimiento alguno se acurrucó en las sábanas, tapándose con ellas hasta la barbilla.

Se hallaba suspirando feliz, pensando que había ganado esa batalla, cuando el teléfono volvió a sonar.

Decidió ignorarlo, pero era tan insistente como la primera vez.

Empujó las sábanas furiosa y se hizo con el auricular nuevamente.

—¿Exactamente qué es lo que entiende usted por <<quiero dormir>>? —gritó.

—Buenos días, princesa. —Una voz arrulladora, sonriente y suave la saludó desde el otro lado. Por supuesto, era Connan—. Sé que estás de malhumor porque en el día de hoy aún no has atisbado príncipe alguno, pero yo tengo el propósito de solucionarlo.

—¡Ja! —se burló Jane—. ¿Acaso conoces algún ingeniero que haya inventado una máquina extraordinaria que me transporte a algún cuento?

Lo sintió sonreír contra el auricular.

—Me basto yo solo para solucionar este asunto —contestó con voz risueña—. Bueno, ¿qué? ¿Vas a bajar o me vas a obligar a subir a por ti?

Jane levantó las cejas, sorprendida por su amenaza.

—¿Cómo subir? ¡De ninguna manera! —protestó—. Además —añadió con voz triunfadora—, no creo que la seguridad del hotel lo permita.

Él rió.

—Me temo, princesa, que no estás tan protegida como supones. La gente de aquí no trabaja para la gente, trabaja para el dinero…

—¡¿Serías capaz de sobornarlos?! —exclamó ella.

—No me hace falta. Soy el titular temporal de la suite, ¿no? —dijo él con abierta satisfacción.

—Por supuesto —contestó Jane con tono irónico—. Toda situación tiene su lado malo. Sin embargo… —se preguntó Jane en voz alta, cuando un pensamiento se abrió paso en su mente, sopesando otra idea—. Entre el dinero y el prestigio del hotel, ¿a qué le dan prioridad?

—¡Eso es algo que se me escapa! Pero la próxima vez que me aloje aquí no me olvidaré de pedir una circular con la escala de valores del Ritz impresa —respondió él con sarcasmo divertido.

—Ríete todo lo que quieras, pero si te atreves a colarte en la suite, armaré tal escándalo que se enterarán de todo los clientes actuales y los futuros posibles —sentenció ella triunfal. No era que le molestara especialmente que entrara, pero su orgullo le impedía hacerse ver como la víctima en ese asunto. Connan tenía que saber que con ella no iba a salirse con la suya. Que en lo referente a ella no podía hacer lo que quisiera simplemente por ser quien es o por su dinero. Ella tenía su propia arma: el ingenio. Y era poderosa.

—Yo no me beneficio del prestigio del hotel —contestó él tranquilamente, como si le fuera un tema absolutamente ajeno.

—Sin embargo,  te verías relacionado con su catástrofe —contestó ella con una sonrisa—. Ya me imagino los titulares: <<Connan Knight, responsable directo de la caída del Ritz>> <<Connan Knight trata de saciar su fetichismo robando bragas en el Ritz>> <<Connan Knight, el guapo e inmoral pervertido>> <<Connan Knight y su hobby secreto: allanar suites escandalosamente caras>> <<Connan Knight: el dinero no compra la decencia>> <<Connan Knight….>>

—Ya te has explayado bastante, ¿no? —gruñó él con patente frustración—. Además yo a la prensa la tengo manipulada.

Jane soltó una vivaz carcajada.

—Claro, por eso ahora estás en un idílico romance con una preciosa supermodelo.

Connan bufó.

—Era la alternativa a verme enrollado con un princesita guionista del tres al cuarto —apuntilló él.

—¡Pero bueno! —exclamó Jane, aunque divertida al tener pruebas evidentes del cabreo que había logrado suscitarle—. Mereces que te cuelgue, desconecte el teléfono y atranque la puerta de la suite con todos los muebles disponibles.

—E incluso así no te librarías de mí —aseguró él.

—Dudo que el personal del Ritz permitiese una batalla en sus lujosas instalaciones.

—Tengo más recursos que abrirme paso hasta ti como un vulgar bárbaro.

Jane volvió a reír.

—Necesitaré una evidencia real de eso. El único papel en el que encajas en mi mente es en el de vikingo saqueador.

Jane pudo imaginárselo perfectamente rodando los ojos.

—¿Qué te parece si discutimos sobre mi perfil de bárbaro dentro de quince minutos en el vestíbulo del hotel? —sugirió.

—No hay mejor aliciente que un diálogo acerca de botines de guerra, sangre, mazazos primitivos y lluvias de vísceras —comentó ella con sarcasmo.

El lanzó una breve risa.

—Tienes razón: la práctica de todo eso debe ser mucho más excitante.

—Creo que la discusión ya no tiene sentido; ha quedado confirmado que eres un salvaje bárbaro.

—En ese caso sabrás que realmente no te doy a elegir cuando te digo que bajes —añadió él con tono jovial.

—Pues solo si puedo practicar el libre albedrío conseguirás que baje —gruñó ella.

Él lanzó una alegre carcajada.

—Se me olvidaba que mis ingeniosos métodos de persuasión no son compatibles con tu orgullo —contestó él—. Pero tengo más armas… Digamos que te tengo una sorpresa preparada.

—¿Una sorpresa? —preguntó ella con un traicionero timbre curioso en su voz.

—Sí. Y cuanto antes bajes antes podrás disfrutar de ella.

—Humm. No es suficiente —se resistió ella—. Primero cuéntame sobre la naturaleza de la sorpresa.

Él rió muy fuerte.

—Debí suponer que no bastaría. En fin, díganos que tiene como propósito estimularte creativamente. Inspirarte.

—¿En términos sexuales? —aventuró ella con desconfianza.

Él volvió a reír.

—No, lo prometo.

Jane lo pensó unos instantes.

—De acuerdo. Admito que me pica la curiosidad y de todos modos ya me has desvelado.

—Hasta ahora, princesita —canturreó él.

—Hasta ahora, vikingo —se despidió Jane.

martes, 19 de junio de 2012

►CAPÍTULO VIII [Part II]


La noche ya estaba avanzada. Las cortinas granates de brocado hacían demasiado bien su trabajo de censurar el brillo de la oscuridad.

En eso pensaba Jane cuando se levantó de la gigantesca cama y deslizó sus píes en las suaves zapatillas de terciopelo rosa. El lecho era demasiado grande como para que Heather notara su ausencia. Ambas compartían cama, sin que eso significara pasar una terrible noche espachurrada. Más bien podía atreverse a decir que podía llegar a extrañar la cercanía de su amiga, ya que la cama les facilitaba un amplio espacio para cada una.

Se arrastró hasta el ventanal y se introdujo entre los pliegues de seda de las cortinas, ocultándose tras ellas y haciéndola sentir como una chiquilla que huye de un inminente castigo o juega a introducirse en un mundo de sueños solo accesible para ella.

Pero en su caso ella no era una niña, y solo buscaba la caricia de la luna. La reina de la noche lucía especialmente luminosa, con el vestido más perfecto y voluptuoso que tenía: estaba en luna llena. Por un instante, Jane pensó en la luna como en una mujer embarazada, que paseaba a su hijo en el vientre, contándole leyendas más antiguas que la creación del mundo que recogía de la mirada añeja de las estrellas.

De pronto ella también sintió ganas de escuchar los relatos de la luna, y se vio forcejeando con la manija. De pronto sentía la imperiosa necesidad de respirar aire puro.

Enseguida salió a la noche, y cerró los ojos para empaparse del frescor que llevaba el viento nocturno. Avanzó hasta el límite que marcaba la balaustrada de hierro tan elegantemente moldeada, y sus manos se asieron a él. Eso era lo único que la anclaba a tierra, o esa sensación tenía. Por un momento puso la mente en blanco y se concentró en sentir su cabello suelto iniciar una danza con la brisa, rozándole las mejillas que el estímulo del viento habían arrebolado. Incluso sus pestañas parecían saltar desde su raíz. Su liviano camisón blanco no estaba tampoco dispuesto a perderse la oportunidad de coquetear con aire, y enseguida revoloteó en torno a su cuerpo, su sedoso contacto rozándola al compás de la brisa.

Abrió los ojos de golpe y su mirada atrapó la luna. Los pensamientos concernientes a la maternidad volvieron, aunque esta vez tuvieron como núcleo a ella misma. ¿Sería alguna vez capaz de sentirse feliz ante la perspectiva de traer al mundo a sus propios hijos? ¿Se curaría alguna vez del poco entusiasmo que le suscitaba la idea? ¿Era rara por no sentir que la biología le dictaba ser madre? ¿Necesitaba tiempo para desear serlo o estaba condenada de por vida a horrorizarse ante el mero pensamiento? ¿Necesitaba algún estímulo para quererlo, tal vez el amor de un hombre?

Enseguida se detuvo el flujo de sus pensamientos. ¿Qué sandeces estaba pensando? ¿Necesitar un hombre para tener un hijo? Ella se bastaba para casi todo, y siempre asociaba a la prehistoria la idea de necesitar un hombre, pero tal vez en este asunto fuera diferente. Porque a veces se preguntaba si se bastaría ella sola para criar un niño. Si sería lo suficientemente fuerte de verse capaz de encarar sola una responsabilidad tan grande.

Enseguida se sintió disgustada. ¿Por qué se inquietaba con esas cuestiones? Ella siempre había sido un ser independiente al servicio de su mentalidad… Así que, ¿por qué preocuparse por tener un hijo si ella decidía que no lo quería? ¿Por qué amargarse? En el fondo lo sabía. Sospechaba que tal vez el quid de la cuestión era que sí lo quería pero que le daba miedo. ¿Tal vez en el fondo asociaba la idea de un hijo con una familia feliz? ¿Tal vez solo estuviera preparada cuando estuviera segura de poder darle esa familia unida y perfecta?

Definitivamente tener una madre tan obsesionada con los niños la afectaba, pensó enfadada. Toda su vida había visto a su madre y las mujeres de su alrededor desvivirse ante las necesidades de un niño, angustiarse ante su llanto y describir la maternidad como el cénit de su existencia. Ella siempre había desdeñado eso porque le parecía que era una mentalidad más antigua que los dinosaurios. Pero tal vez había tratado de consolarse con aquel pensamiento. Tal vez era la forma en que se resguardaba para evitar sentirse extraña, la pieza sobrante de un puzle. Además, sospechaba que su alergia a los niños era algo que le venía desde muy atrás, desde antes que tuviera conciencia. Desde que fuera una enana solamente capaz de sentir.

Su madre no la había tratado con la exclusividad que ella había querido. Al regentar una guardería, no se había dado de baja al nacer ella, y en cambio la había criado con los demás niños. Supuso que su madre pensó que era una fantástica idea tener la oportunidad de educar a su pequeña integrándola en la compañía de los demás niños tan temprano, sin embargo ella creía que solo le había ocasionado inseguridad. No se acordaba de sus primeros años, pero a veces se recordaba comparando las atenciones que su madre le brindaba a los otros niños con las que le ofrecía a ella misma. Siempre buscando una señal que le hiciera ver que ella era única a sus ojos. Por supuesto que su madre siempre era a ella a quien se llevaba a casa, pero durante la mayor parte del día tenía que competir con muchos niños para ser receptora de su amor.

Jamás había logrado hacer amigos en la guardería. En vez de verlos como hermanos y hermanas, como su madre había pretendido desde el principio, ella los veía como obstáculos que la alejaban de una conexión especial con su madre. Poco a poco fue volviéndose más arisca con los demás niños, hasta comenzar a pegarlos y a  robarles sus juguetes o romperles sus muñecos preferidos. Sentía rabia y celos, y la necesidad de captar la atención de su madre, aunque fuera de malas maneras.

Sus travesuras aumentaron y le valieron numerosas broncas y castigos, pero pronto dejó de sufrir por ellos, de tan acostumbrada que terminó.

Cuando por fin accedió a primaria ya se había granjeado la fama de mala. Pocos fueron los niños que hicieron el esfuerzo de tener amistad con ella, y esos escasos pequeños fueron despachados con hostilidad y sin compasión. Ella no sentía ningún apego hacia ninguno de ellos y tampoco le suscitaban interés, así que muy pronto ella se aisló en sus libros y sus cuentos y encontró en ellos la compañía y el calor que a veces se descubría anhelando. Pronto dejó de tenerle rencor a su madre, porque comprendió que era su naturaleza desvivirse por todos los niños, que la obnubilaba su inocencia pueril, y dejó de culparla. No obstante, seguía sin sentir interés por hacer amigos.

Así continuó largos años. Como Jane no tenía nada que perder, ya que no tenía ni un estatus privilegiado ni amigos que perder en la escuela, jamás se preocupó por ser simpática ni por tratar de mantener una relación de muda cordialidad con los demás. Era demasiado fogosa para callarse y guardarse para sí su opinión. Había sido una niña extraña. Desde pequeña había sido honesta, y no le importaba que su parecer pudiera resultar hiriente, inconveniente o afilado. Solo le importaba decir la verdad y manifestar que ella no era una estúpida marioneta más de ese jerárquico mundo de escuela.

Las cosas cambiaron cuando llegó a secundaria. Entonces llegó Heather a la ciudad.

Su familia era rica. Su padre era un importante empresario que se pasaba la vida viajando por negocios, y su madre una acaudalada señora de la casa. Ambos habían buscado paz en ese pueblo, vivir acomodadamente en una villa tranquila. En un pueblo tan pacífico y sin sobresaltos como aquel, la llegada de una nueva chica causó furor. Y el conocimiento de su abultada billetera presagió una gran promesa para los grupos más populares de la escuela. Todos estaban ansiosos por llegar primero y “cazarla”.

 Todo aquel asunto le repugnó. Ella le repugnó aún sin conocerla. Sabía que era una emoción injusta, puesto que ella era una desconocida y no le había dado tiempo a para defenderse de los prejuicios que le había provocado. Pero no pudo evitarlo. Era ver ese superficial entusiasmo hacia ella y sentir asco.

Durante días Heather fue el principal tema de conversación. Todos apostaban por el rebaño al que terminaría por pertenecer. Jane por su cuenta apostaba por su capacidad cerebral para eludir o no a la persuasión de pertenecer a tan superficiales y estúpidos grupos de amigos.

Finalmente Heather se dio a conocer. Su apariencia entusiasmó, sobre todo a chicos. Ella era alta, rubia, de ojos azules, facciones suaves y armoniosas, labios carnosos, pechos grandes, cintura estrecha, caderas redondeadas, piernas largas y tez bronceada. Toda una belleza. Las chicas no se sintieron muy complacidas por su apariencia, por supuesto, pues era toda una amenaza. Sin embargo, Jane observó con verdaderas arcadas como esgrimían falsas sonrisas y dotaban a sus palabras de un entusiasmo altisonante.

Pero Heather la sorprendió. Gratamente. En contra de todas las expectativas que sugerían su despampanante belleza y su exorbitante economía, ella era una chica sencilla, sincera y extrovertida sin llegar a rozar la hipocresía. Jane la observó con atención mientras su cara permanecía serena, casi decepcionada de tan abundantes e insustanciales atenciones. No parecía feliz de ser motivo de tanta charla banal y enseguida intentó escabullirse. Sin embargo, había despertado un fervoroso interés que acababa de alcanzar su apogeo ante su aparición, y fue casi una tarea imposible.

Y por primera vez Jane sintió simpatía por alguien ajeno a sus allegados.  

A sabiendas de lo impopular e indeseada que era entre sus compañeros de colegio, Jane era su única esperanza. Y decidió rescatarla.

Así que concentrando su mirada en ella e ignorando a la multitud que la tenía cautiva, y con la perspectiva alentadora de hallar una amiga, se dirigió hacia ella, abriéndose paso a empujones y codazos a través de ese corro de cacatúas histéricas de hipócrita emoción.

<<Soy tú única salvación frente a este ejército de cacatúas sin fronteras >> le dijo ofreciéndole la mano.

Heather pareció sorprendida ante sus palabras, tan directas y honestas, pero también estaba encantada. Sin pensárselo dos veces, muy poco preocupada de poner en riesgo la posibilidad de ser popular en aquel colegio, estiró su brazo y depositó su mano en la de Jane.

Las cacatúas orquestaron el momento con chillidos horrorizados y exclamaciones indignadas, pero el marcador ya tenía vencedor: Jane 1, Cacatúas 0. Y no había marcha atrás.

Y ese fue el día en que Jane se granjeó la que ahora era su mejor e incondicional amiga.

Ambas se gustaron desde el primer momento. Poco a poco Jane la fue conociendo, y, lo más difícil: se dejó conocer por ella.

Resultó que Heather era un apasionada artista, y en verdad era muy buena. Tenía un manejo excepcional de los colores, y un conocimiento impactante de los contrastes, de las luces y las sombras. Lo suyo era pintar emociones, retratar sentimientos, narrar cuentos a través de imágenes. Era muy expresiva y cada obra que le mostraba encerraba una parte de su alma. Podía verlo. Todos tenían una fuerza que penetraba por los ojos y florecía hasta hacer estremecer todo el cuerpo del espectador. Sin embargo, era algo que llevaba en secreto, porque esas inclinaciones artísticas no eran del agrado de sus padres. Ellos ya tenían planes para ella, y su amor por el arte era un obstáculo. Algo digno de desdén y vergüenza. Sus padres la infravaloraban. Lo único que veían en ella era belleza, belleza que a su vez se traducía en millones. Su plan para ella era casarla pronto y bien con un hombre bien posicionado ahogado en millones. Y su belleza era la mejor baza para conseguirlo. Jane recordó lo horrorizada que se sintió cuando se lo contó, y cómo la obligó a prometerle que jamás se sometería. La obligó a jurarle que lucharía por sus sueños, que pasaría por encima de sus padres, por encima del mundo.

Ella era su primera amiga y la iba a proteger de la infelicidad lo mejor que podía. Ella era la primera persona con la que sentía conexión, con la que se sentía cómoda de verdad. Las dos eran distintas, pero encajaban como si hubieran sido antes una pieza única que hubieran partido por la mitad y luego se hubieran convertido en dos personas individuales. De ese perfecto y especial modo encajaban.

Recordaba todas aquellas mágicas tardes, en las que se escabullían por los alrededores de la casa de Jane y cada día buscaban en el bosque un lugar más hermoso. Allí se pasaban horas, Heather pintando y ella inventándose narraciones para sus creaciones. De ese personal modo desgranaban los secretos de su alma y los exponían a una cálida luz tardía.

Ambas hicieron de musas la una para la otra.

Jane se volvió para mirar en el interior del dormitorio, donde Heather dormía plácidamente, sumida en sus sueños, espachurrando un almohadón con complejo de nube entre sus torneados brazos. Su cabello de oro parecía plateado por el influjo de las estrellas.

Recorrió a su amiga con una mirada tierna, siendo consciente de la inmensidad de su significancia para ella. De algún modo se habían salvado la una a la otra.

Heather le había enseñado a confiar fuera del perímetro familiar. Le había enseñado a compartir su mundo interior y a encontrar esta práctica agradable. Le había enseñado el valor de un abrazo, cómo se hacía más liviano el peso de la tristeza cuando se comparten las lágrimas. Le había enseñado un enfoque más optimista e iluso de la vida que, aunque no compartía, respetaba y admiraba, y añadía un toque de luz a su propia perspectiva.

Ella por su parte le había enseñado a Heather a respetar sus sueños, y a no dejar que las críticas de los demás los desvalorizaran. Le había mostrado cómo anteponer sus opiniones a la opinión general, como identificar las batallas que merecían ser libradas, cómo estar dispuesto a pagar el precio que hacía falta por alcanzar los sueños. Le había enseñado a florecer su optimismo, algo característico en ella pero que las continuas censuras de sus padres y el ámbito superficial que frecuentaba habían conseguido envenenar hasta casi matarlo.

Ambas se habían apoyado y luchado. Habían confiado la una en la otra y poco a poco había sucedido lo inevitable: se habían convertido en una de las cosas más importantes en sus vidas.

Continuamente habían decsubierto que una lucha que trataba de salvar su amistad estaba siempre justificada y que estaba siempre abocada a la victoria, porque las dos batalladoras tenían un interés verdadero en vencer y continuar siendo amigas.

Una lágrima de gratitud se abrió paso por sus pestañas, y descendió por su mejilla, siguiendo el sedoso camino que ofrecía su rostro hasta alcanzar la barbilla y saltar a su pecho, donde siguió trazando su sendero de felicidad.

Jane no quiso detenerla. Esa lágrima era fruto de una emoción provocada por su amistad con Heather, y deseaba que se deslizara hasta el infinito si representaba su cariño por ella.

Con una sonrisa volvió al cuarto y se metió en la cama, arrebujándose junto a Heather bajo el edredón. Sus brazos buscaron estrechar la cintura de su amiga, y con un suspiro de placer, se acurrucó a su lado y se durmió mecida por la nana que marcaba la respiración de su amiga, envuelta en su calor.

domingo, 10 de junio de 2012

►CAPÍTULO VIII [Part I]


Jane escribía en su portátil acomodada sobre la enorme cama a modo de revelación contra los insistentes pensamientos que insistían en invadir su mente cuando de pronto oyó ruidos en la puerta del vestíbulo.

Ansiosa, se levantó y recorrió con paso rápido toda la suite para confirmar sus sospechas y encontrarse con Heather acompañada de los dos empleados que la habían acompañado antes a ella.

Jane se lanzó a sus brazos, estrechándola en un fuerte abrazo al que Heather respondió con la misma efusividad.

—Lo siento, lo siento, lo siento —se lamentó Jane contra su hombro.

La amiga alzó una mano para acariciarle el pelo con dulzura.

—Tranquila, no pasa nada —le susurró con suavidad, sin detener en ningún momento su mano sobre el cabello de su amiga.

Jane permaneció unos minutos en silencio, aspirando la cercanía de su amiga. Ninguna de las dos era apenas consciente de los empleados moviéndose con sigilo por la suite para depositar las pertenencias de Heather hasta que el señor Bouvier carraspeó ante ellas. Se separaron lo suficiente para ser educadas y prestarle atención, pero sus cuerpos seguían en contacto.

—Señoritas, hemos dejado sus maletas en el dormitorio. Si queréis que sean acomodadas en los armarios y estantes podéis llamar a recepción y solicitar una empleada —les informó con voz amable—. Espero que disfruten inmensamente de su estancia en el Ritz.

Las dos asintieron, aunque ninguna tenía en mente buscar a alguien que ordenara sus cosas.

—Gracias —dijo Heather, sacándose del bolsillo un puñado de billetes y tendiéndoselos al hombre—. Me consta que disfrutaremos de un servicio inmejorable. Ya me he alojado antes con vosotros.

Al hombre se le iluminó la cara al examinar la exuberante propina, y con una feliz reverencia salió de la suite con el botones detrás.

Jane la miraba de hito en hito.

—¿De verdad acabas de desprenderte de ciento treinta euros en tan poco periodo de tiempo, con semejante facilidad y con tal motivo?

Heather se carcajeó ante su reacción.

—No es nada. Es lo habitual aquí.

Jane rodó los ojos.

—Se me olvida que me junto con ricachones.

Heather rió.

—Menudo ojo tienes, cariño. La única razón por la que tú también no tienes dinero es que siempre apuntas alto con la gente con la que te codeas —la vaciló—. No necesitas poseer dinero para disfrutarlo. Eres la más inteligente de todos —añadió riendo.

Jane sonrió y volvió a apretarse contra ella.

—Te he echado mucho de menos.

—Yo también. Mucho, mucho.

Un momento después se separaron y se sonrieron. Comenzaron a andar juntas hacia el corazón de la suite, y Jane se volvió a emocionar al examinar todas aquellas riquezas majestuosas.

—¿No es sensacional? —le dijo maravillada a su amiga.

Heather se encogió de hombros con una sonrisa.

—Lo es, sin duda.

—¡¿Y ya está?! —exclamó Jane incrédula—. ¿Esas son todas las palabras de elogio hacia esta maravilla?

Heather se rió de su expresión.

—Jane, siempre que vengo a París me alojo en este hotel. Lo tengo muy visto.

Jane bufó.

—Por supuesto, la princesa de la moda solo aspira a aposentos dignos de la realeza.

Heather rió, tomando asiento en el sofá caqui de damasco floral. Los amplios ventanales en la pared de enfrente dejaban filtrarse a los mortecinos rayos del sol tardío a través de sus sedosas cortinas blancas, iluminando sus piernas bronceadas que parecían alcanzar una largura infinita bajo su minifalda de cuero. Jane no tardó en sentarse a su lado, admirando la belleza de su amiga, con el sol iluminando sus rasgos y dotándola de una apariencia celestial. Su cabello rubio parecía una cascada de purpurina dorada enmarcando sus ojos azules, que con el brillo del crepúsculo parecían océanos inexplorados, mágicos bajo una neblina de luz tibia.

Jane pensó en lo bella que era su amiga, en lo difícil que le resultaba a ella acostumbrarse al esplendor que derramaban sus perfectas formas de mujer hermosa, en lo imposible de no fijarse en ella y no admirarla. Incluso ahora, con largos años de amistad a sus espaldas, no podía dejar de impresionarse. Era comprensible que levantara tantas pasiones y destrozara tantos corazones.

El cabello de Heather emitió un sedoso vaivén cuando giró la cabeza para mirarla con sus ojos oceánicos. Sus pupilas le sonreían.

—¿Y bien? Te dejo sola unos días y conviertes tu vida en una catástrofe —le dijo conteniendo una sonrisa—. ¿Se puede saber con exactitud qué narices está pasando?

Jane frunció el ceño, confundida.

—¿No te lo ha contado Connan?

Heather rodó los ojos e hizo un ademán con la mano, como si la disuadiera de continuar por ahí la conversación.

—Por supuesto que me ha contado su versión, pero esta no encaja con la Jane que yo dejé marchar a París hace poco más de una semana.

Jane se mordió el labio inferior, pensativa.

—Bueno, supongo que en la vida no siempre te pasan cosas que corresponden con tu manera de ser —dijo finalmente—. La vida es impredecible y a veces nos lleva a situaciones para las que no estamos entrenados, para las que no tenemos una actitud preparada.

Heather abrió mucho la boca.

—¿Esas son las palabras de mi amiga Jane? ¿De mi Jane supercontroladora que piensa que puede llevar una vida que puede dirigir a su antojo y duda de la existencia de imprevistos que estén más allá de su control? —preguntó Heather con la incredulidad marcando su tono de voz. Después levantó una mano y la tiró fuertemente de la piel que cubre la mandíbula, arrancando una queja efusiva a Jane.

—¿Por qué has hecho eso? —protestó con enojo.

—Lo siento, fue un impulso. Me costaba creer que fueras tú de verdad y tuve que verificarlo —se excusó Heather emitiendo una risita.

Jane marcó aún más su ceño fruncido.

—Ya basta de tonterías. Esto es algo serio.

—¿Algo serio? —preguntó Heather—. ¿La incursión en tu vida de un famoso arrogante conocido por su perfil de Casanova con la consecuencia de un ejército de paparazis sedientos de detalles de tu vida es algo serio? —exclamó en tono burlón—. Por Dios, Jane, esto es demencial. Tu vida se ha convertido en un circo ambulante a la merced de la siguiente absurdez que se divise en el horizonte.

Jane se enojó.

—¡Mi vida no es un imán para tonterías! —exclamó con apasionamiento—. O al menos no lo era antes de venir aquí… —se corrigió—. Sea como sea, este asunto tocará a su fin y te prometo que ésta ha sido y será la primera y última tontería en la que me verás metida. 

Heather la miró con una dulzura que confundió a Jane.

—Mi intención no era ofenderte, Jane. Pero por tus palabras sobre eso de que en la vida nos pasan cosas más allá de nuestra imaginación y control, pensé que habías comprendido por fin la esencia de la vida y…

—¿La esencia de la vida? —le espetó Jane con enfado—. ¿Estás insinuando que la desconozco o que no vivo de verdad, o algo por el estilo?

—Bueno, yo te conozco y sé que te tomas la vida como si pudiera definirse, como si fuera un término que pudiera concretarse. Y la vives así, como una palabra insípida del diccionario.

Jane abrió la boca incrédula.

—¿Me estás llamando aburrida? ¿Por qué? ¿Porque la fiesta no es la finalidad de mi existencia ni el sexo el núcleo de mi disfrute? ¿Porque trato de concretar mis relaciones con los hombres? ¿Porque trato de no estar a la merced del azar y no me dejo llevar por la corriente como una incauta que se embarca en una aventura sin saber cuál es el destino de ésta? ¿Por ser lo opuesto a ti? —le espetó.

Heather abrió mucho los ojos. Jane leyó el dolor en el fondo de su mirada y enseguida maldijo a su boca por estar un paso por delante de su mente cuando se enfurecía. ¿Por qué tenía tanto control sobre sí misma la mayor parte del tiempo pero cuando se enrabiaba era tan impulsiva? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Justo cuando necesitaba la mente despejada para una conversación racional, su raciocinio se nublaba y sólo podía sentir y sentir. Y generar ganas de herir…

—¿Así que eso es lo que piensas de mí? ¿Qué soy una estúpida zorra que solo vive para fiestas y aventuras descerebradas? —le preguntó tratando de poner voz dura, aunque Jane detectó como las palabras se quebraban en sus labios—. Te agradezco tu sinceridad.

—¡No! No quise decir eso. Sabes que te quiero de verdad. Y sabes que cuando me enfurezco digo cosas que no pienso. Lo siento.

Jane apoyó un codo sobre sus rodillas y apoyo la frente en la palma de su mano, abatida.

—Lo siento —repitió de nuevo, sin mirarla—. Ahora mismo me siento muy avergonzada por lo que te he dicho —le confesó—. Lo siento. Hoy estoy muy irritable, tú no tienes culpa de nada ni te mereces todo lo que te estoy diciendo.

Jane sintió la mirada de su amiga sobre ella, pero no levantó la vista. Continúo con los párpados sellados, decepcionada consigo misma y su incapacidad por procesar todo lo que había ocurrido, digerirlo y tratar de amoldarse.

Sintió la mano de su amiga en su nuca, en gesto de apoyo y comprensión. Jane agradeció que una vez más su amiga fuera dulce y buena con ella y estuviera dispuesta a seguir soportándola. Aún se preguntaba cómo tenía tanta paciencia como para permanecer a su lado, como la amiga más leal. Cómo se sacrificaba por ella y lo hacía con una sonrisa radiante y una seguridad increíble. Cómo le daba su cariño en todo momento.

—Estás perdonada. Pero eso ya lo sabes. No podría vivir sin ti, Jane —le dijo Heather—. Y nuestras batallas dialécticas son la mejor parte de nuestra amistad —le dijo con tono alegre.

Aquello le arrancó una verdadera sonrisa.

Levantó la cabeza y la mirada hacia ella y la amplió hasta que le dolieron las mejillas. Ella se merecía la mejor de sus sonrisas.

Como si hubieran llegado a un mutuo acuerdo, las dos se abalanzaron a los brazos de la otra en el mismo momento, fundiéndose en un cálido y fuerte abrazo.

—Parece haber pasado una eternidad desde la última vez que te abracé así —susurró Jane con la cabeza acomodada entre el cabello de su amiga.

Sintió a Heather asentir conforme.

—Es más duro de lo que imaginé tenerte lejos —susurró—. Estoy tan acostumbrada a verte con frecuencia, a hablarte y estar contigo…

Jane deslizó las manos por los brazos de su amiga y se separó ligeramente. Sostuvo sus manos y se las llevó al regazo, estrechándolas con calidez. Sus ojos estaban conectados en una honesta mirada.

—Yo sí que te echo de menos. Estoy en un lugar extraño rodeada de circunstancias aún más extrañas… Últimamente me siento como en un Reallity Show de esos empeñados en dejarme con cara de idiota y cuyos espectadores hacen apuestas en torno a cuál será la humillación que finalmente me hunda en la miseria —confesó Jane—. Te necesitaba a mi lado. Eres lo más familiar y sincero que tengo, aparte de mis padres. Eres mi mejor amiga. Y te necesitaba para conservar la cordura, para sentirme acompañada y apoyada, para rememorar lo que era sentirse como en casa.

Heather la miró, sus ojos irradiando la emoción que le había provocado y su boca temblando en una sonrisa.

—¡Oh, Jane! —y volvió a estrecharla entre sus brazos.

Permanecieron un rato así, rememorando viejos tiempos, sacando a relucir vivencias juntas y sentimientos que las unían, riendo por naderías y disfrutando la una de la otra como acostumbraban a hacer. Entre carcajadas y abrazos, y bromas y sonrisas.

Por una larga hora se olvidaron de su ubicación, del presente que las envolvía, de los últimos sucesos, de aclaraciones que reclamaban su atención, y se dedicaron de pleno a lo más importante que tenían: su amistad. A vivirla, a disfrutarla, a embellecerla y enriquecerla.

Aunque al final llegó la hora de encararse al presente, y ambas fueron conscientes de ello.

—Bueno —dijo Heather—, deduzco que el señor Incordio se trataba en verdad de Connan Knight.

—Así es —confirmó Jane emitiendo un suspiro.

Para su sorpresa, Heather se echó a reír. Y sus carcajadas no menguaron ante el semblante confundido con el que le respondió Jane; si acaso, le provocó más risa.

—Eres increíble —exclamó Heather—. ¿De verdad no te diste cuenta de su identidad? ¿O fingiste no percatarte de su importancia social para así poder contestarle de malos modos?

Jane blanqueó los ojos.

—No lo ubiqué, esa es la verdad. Aunque tenía la sensación de que me era conocido. Pero eso da igual, aunque hubiera sabido quién era en realidad le habría respondido de igual forma —aclaró muy digna.

Su amiga se desternilló aún más al escucharla.

—¿Tanta acritud te despertó? —preguntó entre carcajadas—. Porque a mí me ha parecido un tipo muy agradable.

Jane la miró echando chispas por los ojos.

—Tú no le conoces. No has compartido el tiempo suficiente para entender que lo deteste tanto.

—Bueno, tú solo me llevas unos días de ventaja eh… —le recordó su amiga, mirándola con una felicidad que intrigó y mosqueó a Jane.

—Suéltalo —la urgió.

—¿El qué? —dijo Heather aparentando inocencia.

Jane arqueó una ceja con evidencia.

—Está bien —se rindió Heather—. Es solo que… Bueno, siempre he sabido que no te gusta la gente. Enseguida pones tu faceta más agradable dentro de tu naturaleza borde y despachas inmediatamente a las personas que tratan de acercársete…

—¿Y? —la interrumpió.

—Y… pasas a brindarles un trato indiferente y diplomático.

—¿Y…?

—Pues… Se me hace raro verte tan empeñada en odiar a alguien.

Esta vez fue Jane la que se rió.

—Eso era antes de conocer a alguien realmente odiable—se justificó con voz jovial.

—¿Y qué rasgos tan desagradables reúne para ser tan odiable?

—Ponte cómoda —le advirtió Jane con cara maliciosa—. Para empezar, la primera vez que lo vi se dirigió a mí con un <<nena>>.

Espero encontrar un horror cómplice en el rostro de su amiga, pero este permanecía impasible.

—¿No tienes nada qué comentar? —la instigó.

Heather se encogió de hombros.

—No. Es un término muy manido entre los hombres para referirse a las mujeres.

—¡Pero cómo! —exclamó Jane—. ¿No te parece que tiene una connotación denigrante? ¡Parece la alusión de un proxeneta a su prostituta!

Heather tuvo que reírse.

—¿No estás exagerando un poquito?

—No lo creo —contestó ella con convicción—. Nunca me ha gustado que utilicen términos tan barriobajeros para referirse a mí.

Aquello incrementó la risa que bullía en su amiga. Sus ojos estaban húmedos de alegría y las lágrimas comenzaban a desbordarse, recorriéndole las suaves mejillas.

—¡Jane! Estoy segura de que él no pensaba en ese término de tal modo cuando decidió usarlo contigo…

—Eso confirma que no lo conoces —respondió Jane con acritud, abiertamente molesta ante su diversión que, según le parecía, estaba totalmente fuera de lugar—. Oh, él es tan arrogante… Pero tanto… Estoy segura de que él no ve mujeres, sólo ve presas del sexo y se dirige a ellas con el único propósito de cazarlas.

La risa de Heather se tornó ensordecedora.

—Para un momento. —Heather recogió en uno de sus dedos una lágrima que recién brotaba—. Me estás matando.

Jane sintió como su paciencia disminuía vertiginosamente.

—¡Ya basta de reírte de mí! —le espetó—. Estoy siéndote muy sincera, así que trata de tomarlo como la real descripción de ese hombre que equivocadamente tan amable crees.

Heather se calmó lo suficiente para dejar de reír, pero sus labios se elevaban en una ancha sonrisa.

—¿Desde cuándo juzgas a la gente según su vida sexual? —le preguntó con dulzura—. ¿Y desde cuando una agitada vida sexual es motivo de condenar a alguien de manera tan drástica?

—Desde que se trata de él —respondió ella. Después suspiró pesadamente—. Vale, tal vez me esté pasando un poquito.

—Y equivocando también. Está magistral suite no habla de alguien que vea a las mujeres como presas sexuales… De hecho, yo diría que es digna de hacerte ver como una princesa.

Jane la miró y frunció los labios.

—¡Al contrario! ¡Este es el precio que pone por un polvo! ¡Seguro!

Heather sonrió ampliamente.

—Incluso si ese fuera el caso, tendrías más razones de sentirte halagada que resentida. Esta suite asciende los 8.000 € por día…

Jane abrió desmesuradamente los ojos.

—¡Jo-der! —exclamó—. Sabía que el Ritz era caro pero 8.000€ por día… Es… indefiniblemente escandaloso.

—No es un precio estándar. Pero está suite es especialmente cara… Su nombre lo dice todo, ¿no crees?

Jane permanecía boquiabierta.

—Definitivamente, ese canalla quiere comprarnos —sentenció finalmente—. Ahora hay que descubrir a quién de las dos.

Heather la miró como si conociera un jugoso secreto que ella desconocía, y sonrió con feliz misterio.

—Yo estoy absolutamente segura de que no está interesado en mí.

Jane frunció el ceño, pero su corazón aceleró el ritmo, como si estuvieran otorgándole unas piezas clave de un rompecabezas cuyo resultado la beneficiaba.

—A ti te ha besado, y a mí no —atacó Jane, pero seguía aguardando una aclaración de su amiga, expectante.

—Por mí ha fingido interés —la corrigió Jane—. Sin embargo, en la intimidad de la limusina, parecía tan interesado en mí como lo estaría en una mosca… Sin embargo, no ha parado de indagar acerca de ti.

—¡¿Qué?! —exclamó Jane, batallando contra un rubor que luchaba por colorear sus mejillas—. ¿Y qué ha dicho?

—¿Tú no estabas hace unos segundos muy poco interesada en todo lo referente a Connan Knight excepto en sus innumerables defectos? —le preguntó su amiga divertida.

Jane se encogió de hombros, fingiendo indiferencia.

—Bueno, cotillear es un defecto, ¿no? —se defendió.

—Sí, pero lo suyo era un interés genuino, no ansía de cotillear…

—¿Qué quieres decir?

—Sigo dudando de que te interese escucharlo… ¿Qué cosa de tu interés va a decir alguien que te saluda con un <<nena>>? —la picó Heather, absteniéndose de relamerse los labios ante el ansía y la impaciencia que adivinaba en el rostro de Jane.

—¡¡¡Cuéntamelo!!!