domingo, 27 de mayo de 2012

►CAPÍTULO VII [Part I]


—¡¡¡¿QUÉ SE SUPONE QUE ESTÁS HACIENDO?!!! —gritó Jane descontrolada, salvando la distancia que los separaba dando un par de iracundas zancadas. Solamente se detuvo cuando sus cuerpos, frente a frente, amenazaban con rozarse.

Connan no se inmutó ante su evidente furia. En cambio, sus ojos adoptaron una chispa de diversión.

—¿A qué te refieres exactamente, Janie?

Jane recogió los dedos en puños, aunque no estaba muy segura de si para reprimirse de golpearlo o para prepararse expresamente a fin de propinarle un par de puñetazos. Solo sabía que hervía de ira, y que él era su principal causa.

—¡¿Cómo te atreves a preguntarlo siquiera?! —le arrojo en voz alta.

Él permaneció con su expresión divertida inmutable, y para asombro e irritación de Jane, alzó una mano hasta su cara para recoger entre sus dedos un sedoso mechón que se le había escapado de su coleta alta y así acomodarlo detrás de su oreja en una lenta caricia.

—Relájate —le sugirió él con voz suave. Jane permaneció pasmada unos instantes, mientras veía la evolución de su sonrisa y sentía a sus dedos revolotear por la zona sensible tras la oreja. Los ojos de él la miraron directamente—. Estás tan cabreada que estás consiguiendo despeinarte. Y verte despeinada es algo que me encantaría… Aunque por diferentes motivos —añadió con voz sugerente.

La mano de él había abandonado su oreja para deslizar la punta de sus dedos lentamente por el costado de su cuello, pero Jane no se permitió descubrir qué destino quería alcanzar su susurrante caricia, y henchida de rabia, apartó su mano de ella de un brutal manotazo.

—¡No quiero que me toques! —gritó ella—. ¡Me repugnas!

Connan la miró fijamente, pero su rostro seguía exento de alarma ante su enérgico enfado.

—Anoche te juzgué honesta. Tal vez me haya precipitado en mis deducciones.

Aquello fue el colmo.

—¡¿Me estás llamando mentirosa?! —le chilló. Aquello era algo que realmente la hacía ponerse a la defensiva. Sí ella relucía por algo, era por su honestidad. Y cuando alguien lo ponía en duda ella se abalanzaba como una fiera salvaje, porque los embustes eran algo que la enfermaba.

Connan asintió, desatendiendo a la cautela que solicitaba el ambiente, cargado de tensión e ira.

—Mientes cuando dices desdeñar mi contacto —aclaró él, mirándola con intensidad—. No creas que no me he dado cuenta de cómo tu cuerpo se paraliza cuando te rozo. Es como si toda la atención de tu ser se concentrara en aquella zona. Como si quisieras absorber hasta la última sensación y te olvidaras del resto de ti.

Unos largos segundos se asentaron tras aquellas palabras. Jane se quedó paralizada mientras aquella revelación revotaba contra las paredes de su cráneo. Sus ojos se perdieron en aquel océano azul. ¿Tan descifrable era? ¿Tan transparente? La idea de ser un libro abierto para él la indignó. Y aunque una parte de ella era consciente de la verdad que encerraban sus palabras, su orgullo la empujaba a negarlo. Y lucharía por salir victoriosa, aunque para eso tuviera que correr la sangre.

—Me temo que tus percepciones están contaminadas de tu arrogancia —le escupió finalmente con una mirada envenenada.

—Estás tan indignada porque sabes que es cierto. Pero tu orgullo no te deja reconocerlo.

—¡Mi orgullo! —exclamó ella, dotando las palabras de una exagerada incredulidad—. ¡El diablo hablando de cuernos!

—Tú no eres menos orgullosa que yo —insistió él—. Puedo verlo perfectamente aunque te conozca poco.

—¡Tú no sabes nada de mí! —le gritó ella, empellándole en el pecho—. ¡Y aunque fuera verdad lo que dices de mi orgullo, todavía me quedaría traspasar la barrera de la moralidad, que me impide sentir deseo por un arrogante, libertino, egoísta e irrespetuoso como tú al que le sobran los sentimientos!

Connan no ocultó la incredulidad que despertaron sus palabras. Seguramente nadie en su vida se había atrevido a hablarle nada más que para elogiar su aspecto, su encanto o sus artes amatorias. Y desde luego, seguramente nadie le había hablado para informarle de aspectos tan negativos de su forma de ser.

—¿Sobrado de sentimientos? —preguntó él, una vez recuperada la serenidad en su rostro y su voz—. No considero que me conozcas como para hacer una afirmación tan grave. ¿O acaso lo dices desde la experiencia? ¿Tal vez haya ultrajado tus sentimientos y por eso me taches de descorazonado?

—¿Ultrajar mis sentimientos? No tienes poder para ello —le contestó entre dientes.

—¿Y entonces? ¿Por qué tanta ira hacia mí? —preguntó él, mirándola a los ojos. Jane sintió como si las superficies de estos fueran como un lago de agua clara y limpia y él pudiera leer sin esfuerzo lo que escondían. Aquel pensamiento la inquietó. Ahora más que nunca sentía la necesidad de ocultar sus pensamientos—. Y no me menciones los periodistas. Creo que los dos sabemos que no es motivo suficiente.

—¡Los periodistas tienen gran parte de la culpa! —contestó ella a la defensiva—. ¡Tengo pánico escénico!

—Lo sé. Heather me lo ha contado —respondió él. A Jane escuchar el nombre de su amiga de salir con tanta naturalidad de sus labios le sentó como una jarra de agua fría cerniéndose sobre ella—. Me ha dicho que tienes un pánico horrible a la atención masiva, que en el colegio nunca fuiste capaz de realizar una presentación oral en clase. La simple idea te dejaba físicamente incapacitada. Pero ahora no hay periodistas cerca como para que estés tan alterada. Sé que hay algo más.

Jane se sintió indefiniblemente molesta al escucharlo. La idea de que Connan y Heather hubieran mantenido una conversación sobre ella y sus más personales fobias la hacía reventar de ira. La hacía sentirse inmensamente traicionada.

—¿Te ha contado por casualidad algo más? ¿Te ha hecho un mapa donde señala al milímetro la localización exacta de un lunar cancerígeno que tenga? ¿Tal vez te haya facilitado una radiografía de mi pierna? ¿O puede que mi historial de abortos? —le soltó con humor sardónico.

Connan soltó una carcajada y la miró sonriente. Su rostro parecía haberse restablecido de la seriedad que había exigido la conversación anterior y de pronto irradiaba una alegría que logró deslumbrar a Jane por unos escasos segundos.

—Estás celosa —dijo.

No era una pregunta.

El corazón de Jane galopó desenfrenadamente, montando un estruendo que temió que fuera audible también para él. Él, que la miraba con ojos brillantes. Él, que parecía muy complacido por la idea de que ella sintiera celos por él.

 Él, que la hacía sentirse desnuda, descubierta.

Descubierta. Aquel peligroso pensamiento implicaba cederle la razón a él. Asustada, enseguida lo despachó cuando asomó a su cabeza, apunto de filtrarse en su conciencia. Si lo dejaba formarse del todo conllevaría reflexiones que no le interesaba hacer.

—Eso es ridículo —dijo al fin. Él seguía con sus ojos clavados en ella y… ¿no estaban sus cuerpos más cerca?—. Para sentir celos deberías importarme un mínimo, y no es el caso.

Aquella respuesta, más que ofenderlo, agigantó la diversión que sentía.

—Me encantó besar a Heather —dijo, para asombro de ella.

Jane lo miró a los ojos, pero estos no revelaban más de lo que lo habían hecho segundos antes.

—Me encantó besarla —repitió.

Sintió un aguijonazo en su pecho. Sin embargo, se obligó a tragar saliva y pensó en una respuesta serena, cosa que le resultó muy difícil.

—En ese caso, os deseo un feliz futuro juntos. Hacéis muy buena pareja —dijo al fin. Ni siquiera resultó convincente a sus propios oídos.

Aquella contestación tuvo el efecto de hacer sonreír ampliamente a Connan.

—Acabas de confirmarme lo que ya pensaba.

Jane lo miró con cautela.

—¿Qué?

—Si hubieras sido sincera te habrías correspondido con mi imagen de arrogante, egocéntrico, libertino y descorazonado. Y ninguna amiga animaría a un chico así a conquistar a su gran amiga del alma, ¿no crees? La reacción lógica habría sido que me alejaras efusivamente de ella.

Jane frunció el ceño.

—¿A dónde quieres ir a parar? —le espetó con desconfianza.

—Solo digo que todo apunta a que el parecer o no celosa ha sido el verdadero núcleo a tener en cuenta a la hora de contestarme —terminó por ella—. Por lo que todo lo que me estás diciendo tiene como propósito esconder tus emociones.

Jane se quedó boquiabierta ante los maquiavélicos engranajes de su mente. ¿De verdad estaba decidido por todos los medios a humillarla? Estaba segura de que tenía facilidad para eso, pero ella no iba a ser una víctima fácil. Antes muerta que admitir nada de lo que él propusiera.

—Esto no tiene sentido —musitó cabreada.

—¿El qué? —preguntó el, casi en un canturreo que acrecentó sus ganas de estrangularlo.

—Está conversación. Sobre todo porque todo lo que diga llevará irremediablemente a la conclusión de que me gustas y me tienes celosa, al menos para ti. Paso de continuar con esto.

Jane se separó y puso distancia entre ellos, sin saber muy bien a dónde dirigirse. La habitación era grande, pero le daba la impresión de que el mismísimo Amazonas sería un lugar minúsculo para tratar de escapar de él y de la influencia que tenía en ella.

Finalmente se apostó a lado de la ventana, y fingió mirar la plaza a través de las sedosas cortinas blancas. Sin embargo, cada fibra de su ser la advirtió de que Connan se acercaba a ella por la espalda. No trató de huir. Era inútil. Además, fuera lo que fuera seguía ofreciéndole una oportunidad mejor que la posición anterior. No estaba obligada a mirarle a los ojos, así que él contaba con menos armas para confundirla.

—Son hermosas las vistas, ¿verdad? —dijo él desde algún punto cercano tras ella.

Aquello la sorprendió. ¿De verdad iban a pasar a un tema tan relajado después del tenso diálogo que acababan de mantener? Bueno, ella no rechazaría ese bote salvavidas. Lo cierto es que inquietaba la idea de retomar la antigua conversación.

Sintió como la tensión de su cuerpo se aliviaba un poco. Porque con él cerca nunca podía sentirse plenamente relajada. La alteraba como nunca nadie antes.

—Y también muy caras —contestó ella—. En serio, esta no puede ser tu idea de barato y modesto —protestó, aunque no puso mucha efusividad.

Si era honesta, estaba encantada con su nuevo alojamiento, cosa que la avergonzaba. Ella siempre se había considerado una chica sencilla, alguien que estaba por encima de todo tipo de frivolidad y lujo innecesario. Sin embargo, la verdad es que toda aquella suite le encantaba. Le encantaba la manera estudiada en la que todo estaba dispuesto, la luminosidad que entraba por las ventanas, como los candelabros alumbraban cada rincón en vaivenes de fuego, la elegancia y nobleza que se exhibía, la sensación que le trasmitía.

 Allí dentro era difícil no sentirse una princesa.

jueves, 24 de mayo de 2012

►CAPÍTULO VI [Part IV]


Jane lo escuchó bajarse y lo vio rodear el auto por la parte delantera para abrirle la puerta. Ni siquiera se molestó en luchar contra la formalidad caballerosa que sabía que iba a ejecutar. En cambio, permaneció muda de asombro, escudriñando el lugar a  través de la ventana.

Tom le abrió la puerta y ella salió a la calle como flotando en un sueño. Frente a ella se alzaba majestuoso y principesco el hotel Ritz. Aquel hotel que se alzaba sobre la plaza Vêndome, en el corazón de París, en la zona más lujosa y glamurosa. En la periferia del Ritz se extendían joyerías prestigiosas, boutiques, tiendas de moda e incontables monumentos históricos que despertaban la admiración tanto de ciudadanos como de turistas.

Flotando más que caminando, entró por uno de los cuatro vanos cubiertos por una especie de capota blanca en cuyo centro llevaba escrita la palabra “Ritz” con caligrafía elegante. Se encontró en una especie de porche cuyo suelo estaba perfectamente cubierto con alfombras rojas. Aguardando allí divisó a un elegantemente vestido conserje de rostro amable que la saludó con un cabeceo desde su posición. El hombre enseguida subió los bajos escalones que llevaban a la puerta giratoria, invitándola a seguirle.

Jane hizo lo propio y desembocó en un despliegue de clase y lujo que la hizo dar vueltas sobre sí misma, absolutamente maravillada. Entre tanto, a la señal del conserje, un par de botones salieron de inmediato para hacerse cargo del equipaje. Trataron de ocultar educadamente la sorpresa de hallar una simple maleta de ruedas, desgastada y carente de firma prestigiosa.

Enseguida estuvieron de vuelta portando su escaso equipaje.

—Bienvenida al Ritz, señorita —la saludó el conserje, esbozando una sonrisa impecable de dientes perfectamente esmaltados—. Estamos encantados de tenerla con nosotros. Durante su estancia nos desviviremos por complacerla. ¿Podría indicarme la suite que tiene en reserva, si es tan amable, para así poder comenzar de inmediato a hacerla sentir como en casa?

<<¿Como en casa? ¿Está chalado? Eso sería correcto si yo fuera María Antonieta>> pensó Jane impactada ante todo lo que se sucedía ante ella.

—Lo cierto es que yo… —comenzó a decir, a punto de indicarle que no podía facilitarle la información que requería.

—Tiene la suite Coco Chanel a nombre de Connan Knight —dijo entonces Tom, apareciendo junto a ella.

El conserje asintió amable sin prescindir en ningún momento de su radiante sonrisa.

—Señorita, acompáñeme por favor.

—Sígale —la animó Tom—. Yo me voy. Ya he terminado aquí.

Jane asintió, mordiéndose el labio, totalmente confusa.

—Bien. Gracias por haberme traído.

Tom asintió, sonriéndole.

—Disfrute de las atenciones principescas. Le gustarán —le dijo antes de darse la vuelta y desaparecer por la puerta giratoria.

Jane aún continuó unos segundos plantada en el sitio, mirando hacia atrás, preguntándose cómo había llegado a esa situación.

Con un pesaroso suspiro volvió la vista adelante, donde el conserje seguía aguardando de píe junto a ella, custodiado por un botones que se ocupaba de su maleta.

Jane asintió, dando permiso al hombre para que la guiara por aquel lujoso establecimiento. El conserje la llevó hasta un ascensor en cuyo interior un hombre uniformado esperaba clientela que desplazar.

—Ahora le dejaré en manos del señor Bouvier —le explicó con una sonrisa, incitándola a internarse en el lujoso cubículo—. En su suite encontrará un teléfono y timbres que la comunicarán inmediatamente con nosotros por si necesita algo. No dude en pedir lo que se le antoje. Sea lo que sea, lo tendrá con la máxima inmediatez y calidad. Espero que disfrute enormemente junto a nosotros.

Jane asintió forzando una sonrisa. Tanta formalidad la hacían sentirse realmente incómoda. No pudo evitar pensar con ironía en lo molesta que se había sentido ante las galanterías de Tom. Sin duda aquello que él le había brindado era un juego de niños en comparación con toda aquella educación y finura de la que era diana. Sintió ganas de romper cualquier cosa a su alcance. Algo lujoso, añejo y carísimo. ¿Serían entonces capaces de mantener esa irritante sonrisa inamovible y esos modales tan demencialmente excelentes?

El señor Dupont, que así se llamaba el conserje según la placa dorada que adornaba su uniforme, indicó al trabajador responsable del ascensor el nombre de su suite y tras otras palabras amables y una sonrisa que no tuvo ningún efecto positivo en Jane, desapareció.

Mientras ascendía de nivel en el ascensor acompañada de los dos empelados, las ganas de estrangular a Connan incrementaron. ¿Qué entendía ese estúpido por una estancia <<sencilla y barata>>? Bien, tal vez esto lo fuera en relación a sus ingresos, pero para ella suponía, como mínimo, atracar una de las joyerías cercanas.

El cubículo se paró en seco, y sus puertas se abrieron para revelar un enmoquetado pasillo. Acompañada de los dos asalariados fue conducida hasta una puerta. Cuando le revelaron lo que escondía se quedó sin aliento. La sensación de haber retornado en el tiempo que había tenido nada más pisar el vestíbulo se intensificó al ver la suite.

Ante ella tenía un precioso vestíbulo de paredes color melocotón de las que pendían pinturas enmarcadas en rectangulares cuadros. La pared del fondo estaba completamente abierta, custodiada por dos idénticas cortinas de encaje blanco sujetas con gracia por unos lazos dorados rematados con borlas. Las cortinas daban paso a lo que parecía ser un saloncito que precedía al dormitorio.

Jane se aproximó para confirmar sus sospechas. Estaba ante un lujoso cuarto de paredes granates. Un enorme tapiz cubría casi por completo una de las paredes, donde se recostaba un extenso sofá de damasco salpicado de dibujos florales. Las almohadas de idéntico forro estaban perfectamente alienadas sobre él, dándole un aspecto gracioso y acogedor. A un lado del sofá descansaba una diminuta mesita perfecta para sostener una bandeja provista de té, pastas y finísimos utensilios de porcelana china. Al otro lado se erguía orgullosa una lámpara de píe central que elevaba su cabeza blanca casi hasta el mismísimo techo. Frente al sofá se extendía una lujosa alfombra que combinaba tonos granates y dorados, en armonía cromática con las paredes de la suite y los elementos que la completaban. Sobre la estera yacía una mesita de madera y cristal con intrincadas tallas en las patas. Encima de la superficie de cristal una vasija trasparente acogía un exuberante ramo de flores blancas y frescas, bellas como un día soleado. La mesita estaba vigilada por dos butacas semejantes forradas completamente de blanco. La pared más próxima al sofá acogía una chimenea de estilo clásico. Era rectangular, con mármol turquesa enmarcando la profunda garganta que desprendería fuego en los días fríos. Sobre su repisa se acomodaban preciosos candelabros de cristal que lucían numerosas velas blancas ya encendidas, esperando para recibirla a ella. Los candeleros multiplicaban la luz que desprendían en el reflejo del enorme espejo de marco dorado que pendía sobre el hogar.

Al lado de la chimenea otro vano desnudo daba la bienvenida a otras estancias de la suite. Se trataba del dormitorio, que casi provocó en Jane un grito emocionado. Este era femenino y cálido. Lujoso pero comedidamente ostentoso. Las paredes estaban forradas con terciopelo pálido color mango, con bordados de flores en un tono más oscuro. Lo primero que llamaba la atención era la titánica cama en perpendicular a la pared. Ésta contaba con una cabecera acolchada que se pegaba al tabique y seguía el mismo patrón, tanto en color como en diseño, de la pared, casi camuflándose con ella. Sobre el cabezal se apostaba un adorno escultórico dorado. Este era una especie de torre compuesta de formas simétricas que se ondulaban con gracia y de altorrelieves elaborados cuyo único propósito era subrayar la grandiosidad del espectacular dormitorio. Junto a este ornato, pendidos a cada lado a la misma distancia en el muro, había dos marcos confeccionados en plata, presumiendo de una finísima filigrana de hierro. De estos colgaban dos candelabros de plata, cuyas tres velas ya estaban encendidas, al igual que las del resto de la suite. Sobre la cama le aguardaba una jerarquía de almohadones que se recostaban los unos contra los otros, disminuyendo en tamaño hasta que los más adelantados no eran más que alargados cilindros blancos. La colcha se veía mullida y suave, e irradiaba luz propia con su blanco impoluto.

Dos centinelas con complejo de mesita de noche color turquesa vigilaban el descanso del lecho, cada una portando una lámpara que recordaba a una flor cabizbaja. Las paredes más inmediatas a la cama ofrecían la una un elegante e inmenso armario de madera clara, y la otra un gigantesco ventanal que daba paso a un balcón de barrotes negros y ondulantes que constantemente dibujaban espirales. Las vistas eran espléndidas. Daban a la plaza Vêndome, donde se alzaba orgulloso un monumento verde jade de altura excepcional y carácter cilíndrico. Como remate, en lo más alto del cilindro, la estatua de Napoleón se exhibía victoriosa.

Frente a la cama numerosos sillones añadían encanto al dormitorio mientras que cuantiosas mesitas, tanto cuadradas como circulares, tanto altas como bajas, le daban un toque de elegancia y alegría con las flores blancas que su mayoría ostentaban.

Y por fin lleco a la oquedad destinada a presentar el baño. Toda la suite era muy alegre y luminosa, pero la claridad que ofrecía el baño era incomparable. Un enorme ventanal dejaba a la vista un espléndido cielo azul y la extensión de un cuidadísimo jardín de hierba concienzudamente recortada, frondosos árboles y setos uniformemente cercenados. Circulares maceteros de piedra ordenadamente dispuestos alardeaban arbustos presentados en perfectas esferas. Todo era una armoniosa gama de verdes, un abanico de esmeraldas y jades.

Bajo la ventana descansaba una enorme bañera de impecable porcelana blanca. Una hilera de grifos dorados en forma de cisne la bordeaban, añadiéndole clase y glamour.

Frente a ella una alargada encimera de mármol daba cabida a dos lavamanos con el mismo estilo de grifos dorados; jaboneras de mármol en forma de cuenco presumían de estar bien surtidas de diversas y coloridas pastas de jabón. De la pared que unía a ambos tabiques encargados de prestar su apoyo a la bañera y al lavamanos colgaba un enorme espejo en cuyos laterales pendían candelabros de dos brazos. Bajo el espejo había un toallero confeccionado con barras de oro que ofrecían toallas rosas pulcramente dobladas. En la pared opuesta, una serie de cómodas, estanterías y armarios, todos pintados de blanco, se alineaban con elegancia, conteniendo un sinfín de los lujosos y suaves juegos de toallas, de botes de esencias aromáticas y sales de todos los colores y texturas, de finísimos enseres de baño, todos pensados para embellecer y satisfacer.

Jane salió del baño, emocionada de encontrarse en medio de tanto lujo y confort. Pero más que la idea de disfrutar de aquello, lo que le encantaba era el reconocer la antigüedad a su alrededor. Todos aquellos muebles, todas aquellas telas y aquellas fascinantes lámparas de araña que se suspendían de los techos de todas las habitaciones la hacían sentir una dama de época. Una verdadera dama. Sin ir más lejos, la hacían sentir Catherine. Se sentía como una especie de princesa que evaluara su hogar, apreciando cada detalle de su esplendoroso mundo de finas telas y carísimos bártulos.

Cuando retornó al dormitorio con la idea de desplomarse sobre tan atractiva cama se quedó paralizada.

Frente a ella aguardaba de píe un guapísimo Connan Knight que sonrió ampliamente nada más verla.

Y Jane notó como la furia contaminaba nuevamente cada célula de su cuerpo.

jueves, 17 de mayo de 2012

►CAPÍTULO VI [Part III]


Aproximadamente una hora después alguien llamó al timbre de la puerta.

—¿Puedes abrir tú? —musitó Jane a Jonathan mientras metía ropa sin demasiado cuidado en su maleta trolley morada.

Jonathan había insistido en permanecer tirado en su cama, viéndola hacer con los brazos cruzados debajo de una cabeza de expresión ceñuda. Jane había tenido que soportar sus protestas acerca de lo inoportuno de que ella hubiese conocido a un famoso y le hubiera arrebatado la oportunidad de convivir con su amiga la supermodelo. Ella había insistido más de una vez que tenía las mismas probabilidades que un yogurt de enamorarla, pero a Jonathan no le interesaba escuchar eso y había seguido exponiendo sus quejas con amargura.

Durante todo aquel tiempo en el que se había dedicado a recoger las cosas más necesarias en su maleta mientras él lo perseguía deshecho en lamentaciones por todo el piso, Jane había reprimido las ganas de mandarlo a la mierda y gritarle que ella tenía más motivos que él para sentirse malhumorada. Sin embargo, Jane no estaba dispuesta a tener que enfrentarse a las explicaciones que sin duda exigiría semejante despliegue de furia. No estaba preparada para dar voz a sus emociones. Ni siquiera se atrevía a pensarlo para ella misma, como para encima tener que explicárselo a alguien ajeno. Por tanto, se había mordido la lengua y había rogado a Dios porque la dotara de una paciencia exclusiva. Al parecer había dado resultado. Había conseguido mantener una fachada malhumorada pero calmada.

Jane observó como Jonathan se levantaba de su cama con cierta parsimonia, y tuvo que reprimir un grito de júbilo ante aquel remanso de intimidad. Por fin podía dejar de tensar los músculos de la cara. Por fin podía dejar de esconder por unos instantes la desilusión que la carcomía. Y con un poco de suerte, sería por más de un minuto. No podía dejar de desear que se tratara de uno de los colegas de Jonathan de la universidad. Por malvado que sonara, se moría por perderlo de vista y quedarse sola.

—Ei, Jany —dijo Jonathan, distrayéndola de sus pensamientos y reclamando su atención. Le hablaba apoyado en el vano de su puerta—. Un hombre te busca. Está en el salón.

Frunció el ceño. Por la evidente falta de emoción y el sustantivo tan corriente que había empleado para referirse al visitante supo de inmediato que ese hombre no era Connan.

Su curiosidad la impulsó a abandonar su tarea de hacer de sus camisetas un convincente gurruño que encajara con los demás amasijos de tela. Normalmente no habría aceptado completar esa tarea de esa manera tan poco elegante, pero no disponía de la paciencia suficiente como para doblar impecablemente su ropa y guardarla armoniosamente. De alguna manera, sus pobres prendas estaban pagando el malhumor que la corroía. Sabía que la plancha le daría un memorable escarmiento y la enseñaría a buscar otros medios para descargar su frustración. Pero eso ahora no le importaba.

Cuando llegó al salón se topó con un completo desconocido de edad madura. Su cabello castaño y corto estaba salpicado de canas. Sus ojos ofrecían una mirada cansada pero amable. Sus rasgos estaban pronunciados por la edad. Unas arrugas se acentuaron en las comisuras de sus ojos y su boca cuando le sonrió al verla.

—Buenos días, señorita.

—¿Le conozco? —preguntó Jane, mientras trataba de asociar en vano su rostro con el de algún conocido. Su mirada descendió sobre él, en busca de detalles reveladores. Observó que el hombre vestía elegante pero discreto, con un respetable traje grisáceo y unos zapatos marrones. Por más que lo intentó, no logró identificarlo.

—Oh, tutéeme, por favor —dijo el señor, ensanchando su sonrisa—. Me llamo Tom. Y dudo mucho que me conozca. Estoy al servicio de Connan Knight y me ha mandado a buscarla. Hoy seré su chófer.

Jane parpadeó sorprendida. Aquello no se lo esperaba.

—Bien —dijo algo recuperada—. Solo tardo un segundo. Termino de meter un par de cosas y podemos irnos —dijo, forzando una sonrisa—. ¿Quiere algo de beber mientras?

Tom negó con la cabeza.

—Le esperaré aquí —dijo solamente.

Jane volvió a  su cuarto y se dio prisa al meter las últimas piezas de ropa. Arrojó sin miramientos un par de pares de zapatos y por último acomodó encima de aquella dispar montaña de ropa su portátil. Con un esfuerzo sobrehumano forcejeó para cerrar la maleta, pero finalmente lo consiguió, sin bien le valieron gotas de sudor.

Volvió al salón de inmediato, esta vez arrastrando tras ella sus pertenencias.

—Voy a echarte de menos —dijo Jonathan aproximándose a ella—. De verdad.

Aquello hizo que el cabreo de Jane disminuyera al mínimo por un momento. E incluso esbozó una sincera sonrisa. Después rodó los ojos, tratando de restarle importancia al asunto.

—Ni que me fuera a la guerra. Haz el favor de no ponerte melodramático —le dijo Jane risueña.

Sin embargo, haciendo caso omiso a sus palabras y pillándola desprevenida, Jonathan la estrechó entre sus brazos, apretándola en un cariñoso y fuerte abrazo que la elevó unos centímetros del suelo.

Jane se descubrió riendo entre sus brazos, en el fondo complacida ante el despliegue de cariño del que estaba siendo motivo.

—Si vas a llorar, por favor, deja que antes me vaya. No quiero presenciarlo —le soltó Jane con alegría.

Jonathan gruñó.

—¿No puedes dejar de ser desagradable ni siquiera cuando me estoy despidiendo de ti? —protestó él.

—Solo estoy siendo yo misma —replicó Jane en tono jovial—. Y me he ganado este pedazo de abrazo siendo yo misma, ¿no es así?

Jonathan por fin la depositó sobre tierra, pero no al soltó del todo y la miro con ojos brillantes.

—Sí, y por increíble que parezca, adoro tu forma de ser. Incluso tu forma de gritarme —hizo una pausa—. Eres el ser más honesto que he conocido, y seguramente conoceré.

Jane emitió una suave risa.

—Esto me huele a declaración pastelosa. Me da que es hora de que salga corriendo para no volver jamás.

Jonathan le tiró de un mechón de cabello.

—Au —protestó Jane.

—Te lo merecías.

Jane suspiró.

—En fin, supongo que ahora me toca decir que yo también te echaré de menos. Estaría siendo sincera, de verdad, si ignoramos el hecho de lo aliviada que me sentiré de no encontrarme latas de cerveza vacías por toda la casa, de irrupciones en mi intimidad con motivo de chorradas, de cajas de pizzas amontonadas, de molestos gritos de efusividad ante victorias en la Play Station, de…

—Bueno, ya vale ¿no? —se quejó Jonathan, pero su mirada era divertida—. Eres mala.

Jane se encogió de hombros y sonrió. Luego se elevó sobre la punta de sus píes para depositar un beso en su mejilla. Aquello sorprendió a Jonathan, pero enseguida sonrió encantado.

—Debo estar volviéndome loca —dijo Jane, sincerándose—, pero aunque te conozco solo de días, creo que también te voy a extrañar.

—En el fondo eres un encanto.

Jane levantó una mano y extendió frente a él su dedo índice.

—Déjame terminar —pidió—. Es normal que vaya a echarte en falta cuando me das motivos de sobra para descargar mi furia sin tener que sentirme culpable. Enfurecerme es para mí una necesidad vital, y tú haces que sea una reacción lógica.

Jonathan compuso un mohín.

—La bruja ya emerge a la superficie —farfulló.

Esta vez fue Jane la que le tiró del pelo.

—Au.

—Te lo merecías —le dijo ella guiñándole un ojo.

Jane se separó de él y se plantó frente al chófer, que había permanecido paciente y en silencio de píe sobre la alfombra de la sala.

—Estoy lista para irnos.

Tom asintió y se adelantó para abrirle la puerta del piso, cosa que hizo que Jane se sintiera incómoda.

—No hace falta que hagas eso.

Pero el hombre no cesó en sus impecables modales y continuó sujetándole la puerta en silencio. Aún con una punzada de incomodidad Jane atravesó el vano, y oyó cerrarse la puerta tras el hombre.

—De verdad —insistió Jane mientras el hombre hacia el amago de cogerle la maleta para cargarla él—. Me sentiré mucho mejor si no haces este tipo de cosas.

—El señor Knight me obligó a prometerle que la trataría como a una princesa —contestó el hombre.

Aquello enfureció a Jane, haciéndola retomar su mirada alojadora de ira y el rictus amargo en sus labios.

—Entonces definitivamente sí que lo dispenso de estas chorradas. Absténgase de prestarme atención… ¡Incluso absténgase de hablarme! —exclamó Jane, tomándola con el pobre hombre que solo ejercía su oficio.

Con un brusco tirón zafó su maleta de la sujeción del hombre y bajó las escaleras con zancadas enérgicas y airadas, y una rapidez que amenazaba con hacerla rodar por los escalones. Su maleta montaba un entrenudo ensordecedor tras ella, golpeando rudamente sus ruedas contra los escalones. Pero hizo caso omiso a todo eso, pues sentía un especial interés en dejar atrás al hombre de modo que no pudiera sobrepasarla a fin de mantenerle la puerta del portal abierta.

Su plan resultó triunfal y consiguió salir a la calle por sus propios medios. Barrió su alrededor con la mirada, en busca de la limusina que suponía la esperaba. Sin embargo, no halló nada de eso, y en cambio había un flamante Mercedes gris aparcado pulcramente junto a la acera. Jane supuso que ese era su medio de transporte, pues era sin duda el coche más espectacular de la zona. Se acercó a él y tiró de la manilla de la puerta trasera, pero esta no cedió. En el fondo sabía que no estaría abierto.

Con un suspiro irritado se recostó contra el coche, dejando caer todo el peso de su malhumor sobre él. Nada más sentir el contacto, el Mercedes comenzó a protestar, emitiendo ensordecedores sonidos de alarma.

<<Estupendo>>.

Segundos después observó salir a Tom, que parecía estar bastante estresado por cómo estaba complicándose su trabajo. Jane sintió lástima por él. Sabía que el pobre hombre no tenía la culpa de nada, que solo cumplía órdenes y que ella no tenía ningún derecho de hacerle pagar a él la furia que había despertado su señor. Sin embargo, estaba tan enfadada que sentía ganas de encontrar la manera de molestar al mismísimo sol. Y a pesar de que reconocía que no se estaba portando bien con Tom, su orgullo disipaba cualquier disculpa o palabra amable que pudiera dirigirle.

Tom se acercó a ella y silenció la alarma. Después le abrió la puerta, esta vez mostrándose mucho menos entusiasta que en su casa. Jane aceptó la galantería con frialdad y aguardó en el asiento a que el hombre acomodara su trolley en el maletero y entrara en el asiento del conductor.

Pronto estaban atravesando las hermosas calles de París. Jane miraba por la ventana sin prestar atención a las vistas que le ofrecía la ventanilla. Ni siquiera la belleza de París era capaz de apaciguar sus ánimos.

Deseó fervientemente no haber sentido deseos de visitar la Torre Eiffel, deseaba haber sido menos orgullosa y haber rechazado la compañía de Connan, deseaba no haberle permitido llevarla a casa la noche anterior, deseaba no haber decidido bajar a la calle aquella mañana. Deseaba que todo aquello fuera una horrible pesadilla. Deseaba estar en su cama y que Jonathan la despertara con un absurdo comentario con el mensaje subliminal de <<hace un día estupendo para arruinarte el sueño>> y que luego ella se levantara enfurruñada pero feliz de continuar en su feliz anonimato.

Suspiró pesarosa, enfadada consigo misma. Tenía cosas importantes en las que pensar y ella desperdiciaba tiempo en reflexiones hipotéticas que nada podían hacer para sacarla de ese embrollo.

Sin embargo tampoco podía pensar con claridad. Desconocía absolutamente las circunstancias que en adelante rodearían su vida. Aquella certeza le produjo un dolor y una intranquilidad inenarrables. ¿Cómo había llegado a ese punto? ¿Cómo había acabado por dejar su vida a merced de un semidesconocido? ¿Cómo se había visto obligada a dejar al azar dominar su vida? Todo esto estaba siendo muy duro para ella. No estaba acostumbrada a no trazar el camino que debía seguir. No acostumbraba a perder el control. Y el conocimiento de que era exactamente eso lo que estaba pasando en aquellos momentos la alteró sobremanera.

El pesar se apoderó de ella. Debía encontrar el modo de reorganizar su vida, de recuperar el mando de ésta. Una vez supiera todos los detalles necesarios, volvería a ser la dueña de su vida, se dijo. Y en esta promesa se demoró durante todo el trayecto, autoconvenciéndose de que su destino aún le pertenecía.

El coche se detuvo, y Jane, curiosa, echó un vistazo por la ventana. El aliento se le atascó en la garganta y los ojos se le abrieron como platos.

—No, no puede ser —susurró Jane—. Debes de haberte confundido. Éste no es mi destino.

—Ya lo creo que sí, señorita —contestó el hombre dedicándole una sonrisa.

martes, 15 de mayo de 2012

►CAPÍTULO VI [Part II]


Jane se paseaba por el salón presa del nerviosismo. Cada dos segundos se aproximaba hasta el balcón que daba a la parte delantera del edificio, donde disimuladamente retiraba ligeramente las cortinas y espiaba a los periodistas que continuaban aguardando una revelación jugosa, infatigables.

<<Dios Santo, ¿tan escaso está el mundo de noticias que se desviven por una payasada como está?>> Parecía ser que así era.

Sintió a Jonathan plantarse junto a ella, tendiéndole una lata de cerveza. Jane asintió y la aceptó con sumo agrado. La verdad es que en la última hora Jonathan estaba comportándose como el más atento de los amigos, cosa que Jane agradecía y apreciaba.

Ambos permanecieron en silencio, observando la calle a escondidas, a la espera de lo inevitable. Jane no sabía qué estaban esperando ver exactamente, pero presentía que iba a ocurrir algo importante.

—Aún me cuesta creer que tu amiga sea la modelo Heather Levinson —confesó Jonathan—. Lo siento.

Jane esbozó una débil sonrisa.

—No te culpo. Supongo que yo en tu lugar me mostraría aún más incrédula.

Ambos soltaron una breve risa, conscientes de la verdad que contenía aquella suposición. Seguramente se habría indignado hasta lo insoportable por creer que trataban de engañarla de esa manera.

—Y… ¿Y de verdad has hecho migas con Connan Knight?

Jane suspiró a punto de responderle cuando en aquel momento veía entrar en escena una reluciente limusina negra. Esta aparcó frente a su edificio y enseguida fue rodeada por los periodistas, que al verlo llegar habían sentido resucitar su tendencia a atosigar y asfixiar además de haber recuperado su identidad de grano en el culo.

—Acaban de llegar las pruebas —proclamó Jane—. Si no me crees, abre los ojos y mira a la calle.

Jonathan obedeció y enseguida sus ojos se abrieron asombrados.

—Joder —susurró mientras veía a un increíblemente radiante Connan Knight apearse del lujoso coche.

Enseguida los flashes encontraron su sentido vital y los micrófonos también se abalanzaron efusivos hacia su rostro. Connan no aparentaba estar molesto por la avalancha de atenciones y parecía esforzarse por ser amable y responder a unas pocas preguntas de la interminable lluvia de interrogantes.

En ningún momento hizo ademán de deshacerse de ellos para subir a su piso, cosa que Jane agradeció en silencio, ya que la idea de que trajera semejante tropa detrás hacía que su pulso se debilitara, su estómago se revolviera y su visión se desenfocara.

—Me pregunto qué les estará contando —murmuró Jonathan, poniendo voz a sus propios pensamientos.

Ella misma sentía una enorme intriga por lo que estaba largando allí abajo, a salvo de su audición. Por un instante se le ocurrió darse de bofetadas. ¿Cómo se le había ocurrido confiar en él? ¿Cómo había puesto en manos de él su futura paz? ¿Cómo le había concedido el poder de manejar convenientemente ese asunto?

Allí abajo podía estar contando cualquier cosa. Cualquier cosa. Y, aunque ella se enorgullecía de llevar las riendas de su vida y pensaba seguir haciéndolo así aunque tuviera que cabalgar contra viento y marea, la idea de que una revelación inadecuada pudiera hacer espinoso su camino la demolía. La prensa y su infatigable insistencia podían ser un obstáculo muy duro… Y ella lo último que necesitaba era un fanfarrón actor les diera una noticia falsa que la implicara a ella de manera poco conveniente.

Un escalofrío la recorrió. Pero se obligó a respirar y mantener la calma. Y se convenció de que, pasara lo que pasara, ella no iba a plantarse con amabilidad frente a esa gente (la simple idea le provocó un ligero mareo) a corroborar cualquier historia que Connan se estuviera inventando.

Aunque la sacaran como “La gruñona de París” en el periódico del día siguiente, ella estaba dispuesta, como mucho, a mandar a todos a la mierda y dedicarles su mirada más fulminante.

Emitió un suspiro, pero este murió a medio camino de ser esbozado. Un taxi acababa de penetrar en su campo de visión. Aquello le cortó la respiración mientras cruzaba los dedos y oraba con todas sus fuerzas para que no se tratara de Heather.

Pero, o los años le habían valido una marcada sordera o le habían dado la oportunidad de ver tantas desgracias que lo habían insensibilizado. Porque ningún Dios acudió en su rescate y tuvo que observar impotente como Heather, luciendo espectacular como siempre, bajaba del auto mientras el conductor se dirigía hacia la parte trasera para descargar las maletas sobre la acera.

Jane reprimió un gemido de desesperación.

—¡JO-DER! ¡¡¡En verdad es Heather Levinson!!! —exclamó Jonathan a su lado, acercándose tanto al cristal del balcón para observarla mejor que se dio un sonoro golpe en la frente al calcular mal las distancias.

En otra situación Jane se habría desternillado de risa y burlado de él de buena gana. Sin embargo, estaba demasiado preocupada y solo podía mirar ansiosa y rezar al sordo e insensibilizado Dios, el único que conocía, porque todo marchara bien.

Extrañada vio como Connan se aproximaba a ella inmediatamente, abrazándola públicamente con una familiaridad que la dejó algo más que pasmada. Sintió una punzada de furia y unas ganas casi incontenibles de apretar con motivos asesinos ese cuello bronceado.

Pronto ella misma estaba tan pegada al cristal como Jonathan. Y absolutamente ambos lucían una expresión de ceñuda molestia y un gruñido pugnando por salir de sus gargantas.

Jane conocía a Heather lo suficiente como para saber que estaba muy confundida. Vacilante devolvió el abrazo a Connan, rodeándolo con sus manos, mientras extrañada miraba a su alrededor, a las cámaras que no dejaban de capturarlos buscando millones de planos de esa “enternecedora” muestra de amor. Jane sintió lástima por ella, pero supuso que toda esa pantomima era parte del <<espectacular>> (debía confiar en que así era) plan de Connan.

Se sacó el móvil del bolsillo y marcó el número de Heather.

Observó como Heather deshacía el abrazo con una sonrisa forzada mientras sentía su teléfono vibrar dentro de sus pantalones y como lo sacaba y se apresuraba en contestar al tiempo que Connan mantenía el contacto entre sus cuerpos pasándole un brazo por los hombros.

—¡No digas nada! —le pidió Jane—. Finge que soy tu madre.

Por un ligero instante Jane vio como Heather frunció el ceño, pero enseguida habló y se esforzó por parecer alegre:

—¡Hola mamá! Sí, estoy bien, un poco cansada del viaje, pero genial.

—Eso es. Bien, ya sé que todo te parece muy raro, que te estás preguntando por qué Connan Knight te abraza de esa manera tan familiar —<<Yo también me lo pregunto además de estar generando ganas de darle un derechazo de los míos>>—. Pero el caso es que si me quieres debes fingir que hay algo romántico entre los dos y responder con idéntica efusividad para convencer a los medios. Ahora di algo, disimula.

—Claro, mamá. Sí, ya he acabado con esa campaña y ya he llegado a París para mi próximo trabajo—hizo una pausa—. No, estaré por un tiempo indefinido. Ajá. Sí, ya le daré un abrazo a tu <<adorado Connan>> de tu parte —pausa—. Ajá —pausa—. No, no lo sabía, ¿quieres contarme?

—Lo estás haciendo fenomenal. Bien, yo estoy en el balcón, viéndote. Pero no me busques. Escucha, es probable que Connan quiera subirte en su limusina. No te resistas. Es parte de un plan, ¿vale? Ya te contaré detenidamente todo —<<cuando yo misma me entere de la versión completa>>—. Tú solo preocúpate de parecer feliz por el momento, ¿vale? Te quiero.

—Eso es fantástico. Sí, sí, estaré a tiempo del bautizo de Violet. No te preocupes, estaré bien. Te llamaré luego con más tranquilidad, ¿vale? —pausa—. Sí, sí, tú también. Te quiero.

Jane observó como Heather colgaba el teléfono y volvía a introducirlo en sus pantalones. Tras las indicaciones se mostró mucho más cariñosa y dispuesta a las atenciones de Connan.

Jane vio como Connan bajaba su mano hasta la cintura de Heather y la pegaba más a su cuerpo, mirándola con adoración y ternura. Jane sintió que estaba a punto de reventar de ira. Le molestaba sobremanera verlo tan atento, cariñoso y predispuesto con su amiga, a la que él no conocía. Supuso que una belleza como la de Heather podía conseguir sacar el lado más enternecedor de alguien sin necesidad de decir palabra, pensó Jane con amargura.

En ese momento Heather reía encantadoramente acurrucada junto a él, momento que precedió a un breve pero abrasador beso en los labios. Jane sintió como la furia daba paso a la agria aceptación. Si era objetiva en aquel momento y los observaba sin la sombra de las emociones que la acechaban, debía admitir que eran perfectos el uno para el otro. Ambos eran despampanantemente bellos, altos, proporcionados y estaban acostumbrados a las atenciones que acarreaba la fama. Ambos tenían la paciencia suficiente como para dar una imagen excelente a la prensa y sabían lidiar con ella resultando triunfales y encantadores. Ambos tenían dinero y eran admirados por miles de personas. Sus mundos estaban hechos de la misma pasta, y estaban hechos para encajar y armonizar tan perfectamente que cualquiera podía verlo y augurarles el más feliz de los destinos. Ambos poseían la misma materia prima: eran lo mejor de lo mejor. Y ambos eran inteligentes, espontáneos y alegres.

Con un suspiro vio como ambos subían a la limusina de Connan mientras el chófer trasladaba el equipaje de Heather de la acera al maletero. Los periodistas fotografiaron hasta el último momento, pero en cuanto el coche se hubo ido se dispersaron y dejaron libre la acera que habían ocupado Dios sabe cuántas horas.

—¿Quieres una cerveza? —preguntó Jonathan despegándose de la cristalera del balcón y mirándola fijamente.

Jane no sabía que transmitía su rostro en aquellos momentos, y la verdad que no estaba de humor para preocuparse de ello.

—¿No tenemos whisky? —preguntó en un gruñido, abandonando ella también su puesto de centinela.

domingo, 13 de mayo de 2012

►CAPÍTULO VI [Part I]


La pesadilla comenzó muy pronto a la mañana siguiente.

El sol revoloteaba sobre sus párpados, llevándola casi a gemir de placer mientras su calidez besaba su piel y esta absorbía  aquel pacífico y abrasador momento.

Pero entonces la mañana dejó de parecerle plácida y tranquila para presentársele absolutamente infernal.

—Jany, ¿en nuestro edificio vive algún famoso y no nos hemos enterado? —trinó Jonathan abriendo la puerta de su habitación con brusquedad, poco piadoso por el descanso que necesitaba o ajeno al remordimiento que debía de haberle asaltado al interrumpir de aquel rudo modo el sueño a alguien.

—Ya lo creo —masculló Jane con un enfado que no se molestó en disimular—. Tu cadáver será famoso después de las macabras huellas que dejaré mediante todo un arsenal de instrumentos de mazmorra que pienso emplear en ti.

Jonathan soltó la carcajada, pero decidió obligar a Jane a cumplir su amenaza acercándose a ella y sentándose en su cama con toda la confianza del mundo.

—Tomar juntos una cerveza no nos convierte en amigos —farfulló Jane mientras se restregaba los ojos y se incorporaba sobre los codos, lanzando a Jonathan la mirada más venenosa que pudo conseguir en su estado soñoliento.

Jonathan hizo caso omiso a sus palabras y permaneció sentado con los píes cruzados sobre la colcha de flores de Jane.

—Ahora en serio, ¿vive aquí algún famoso? —insistió el joven.

Jane lanzó un gruñido y se incorporó del todo, yaciendo sentada sobre la cama. Ahuecó las almohadas para conferirle a su espalda mayor comodidad y continuó en su tarea de fulminar a Jonathan con la mirada.

—¿Me estás diciendo de verdad que me has despertado para hacerme tan estúpida pregunta?

Jonathan se encogió de hombros.

—¿Entonces no sabes nada?

Jane puso los ojos en blanco, irritada.

—Veamos, pequeño Sherlock, ¿te has parado a inspeccionar la fachada de nuestro edificio? ¿Acaso no has reparado en el descascarado y mugriento yeso? ¿En el anticuado portal oscuro con espejos tintados en sepia y lámparas de bombillas fundidas? ¿En las estrechas escaleras desgastadas? ¿Acaso necesitas más pruebas para saber que sería el último lugar que elegiría para vivir alguien adinerado? ¿A ti te parece racional lo que me estás preguntando? —masculló Jane entre dientes.

Jonathan repitió un encogimiento de hombros.

—Racional no, pero tampoco lo es el ejército de periodistas que asedian el edificio.

Jane frunció el ceño, pero después se echó a reír.

—Por el amor de Dios, es la última vez que te dejo beber cerveza.

Jonathan puso los ojos en blanco.

—No estoy bromeando.

Jane hizo un gesto de negación con la cabeza, subrayando lo absurdo que seguía encontrando sus palabras.

—Anda, esfúmate. Ya estoy de mal humor porque me hayas despertado por una tontería. Vete y tal vez puedas salvarte de ser víctima de mi cabreo mañanero —dijo mientras apartaba las sábanas y se arrastraba hasta el borde de la cama para levantarse.

Jonathan no se movió de inmediato y se quedó quieto ensimismado en sus pensamientos, mirando a Jane abrir la ventana de su cuarto de par en par sin verla realmente.

En aquel preciso instante sonó el teléfono de la sala.

—Ale, por si necesitabas más motivos para largarte —le dijo Jane.

Jonathan se levantó para atender la llamada, dejándola sola.

La joven se estiró frente a la ventana, sus ojos escudriñando el día soleado que prometía un cielo azul despejado de nubes. Ser testigo de tanta luz y de tan agradable brisa fresca la contagió de optimismo, relegando su malhumor a un segundo plano bien lejano. Con una sonrisa carente de motivos más que del hecho de que estaba sana y viva para disfrutar del mundo, se dirigió al pequeño armario y paseó los ojos por las prendas que allí aguardaban. Sus ojos viajaron directamente hacia el apartado de ropa liviana, y escogió unos vaqueros de pitillo y una sencilla camiseta de mangas de tirante junto con unas sandalias y unas gafas de sol. Se estaba quitando el pantalón de pijama cuando Jonathan olvidó de nuevo los modales y abrió repentinamente la puerta de su habitación.

—¡¡¡JONATHAN!!! —exclamó enfurecida, volviendo a ajustar el pijama a sus caderas—. ¡¡¡¿Podrías dejar de tentarme a estrangularte?!!! ¡Yo no es que exude autocontrol!

—La llamada es para ti.

Jane bufó disgustada.

—Ahora mismo lo que me apetece es darme una ducha y vestirme. Manda a la mierda a quien quiera que sea.

—¿Estás segura? —preguntó Jonathan divertido—. Dice ser amiga tuya. Heather ha dicho que se llamaba.

Aquello transformó por completo la expresión de ella. La emoción fue palpable en sus rasgos y sin dirigirle ninguna palabra más casi bailo hasta el salón.

—Hooooola buenos díííías —canturreó Jane cogiendo el auricular.

—¡My gruñona preferida! ¡Buenos días! —saludó Heather con una voz igual de optimista—. Siento haber llamado tan pronto. Sé de sobra que odias madrugar… Así que… —hubo un silencio previo antes de que se escucharan palmadas.

Jane frunció el ceño.

—¿Qué narices haces? ¿Acabas de llegar de fiesta y el último Martini deambula en tu cabeza, no? —preguntó Jane con diversión.

—Estaba aplaudiéndote —explicó una risueña Heather—. Sé de sobra lo mucho que supone para ti mostrarte tan amable a estas horas. Y no, no estaba de fiesta. De hecho, no podrías imaginarte donde me hallo ahora.

—Si estoy tan amable es que ya ha habido alguien que se ha tragado mi mal humor —dijo Jane riendo—. Y la verdad es que se me ocurren muchos sitios donde podrías estar, pero cuéntamelo.

—Mmmm. Vale, prepárate.

—¿Bombazo informativo? Mmm. Me gusta.

—¡¡¡ESTOY EN PARÍS!!! —exclamó Heather a voz en grito.

Jane ni siquiera se molestó porque le hubiera gritado al oído. La emoción de escuchar aquello era inmensa y pronto ella también estaba chillando a través del auricular e intensificando su expresión de felicidad saltando en el salón. Por el rabillo del ojo vio que Jonathan la observaba divertido con semblante de <<las mujeres están chifladas>> pero Jane no le hizo el menor caso ni le importó lo más mínimo.

—¡¿Y cómo es eso?! ¿Estás aquí por motivos de trabajo?

—Básicamente sí —suspiró Heather—. Pero he viajado con un poquito de antelación para disfrutar completamente de ti unos días. Por unos días estaré 100% disponible para ti. Bueno, un 75%. También tendré que dedicar tiempo a aprender el beso francés de sus propios inventores, ¿no crees?

Jane aún saltó y chilló más que antes.

—¡Oh Dios mío! ¡Estoy emocionadísima de tenerte aquí! Pero, ¿tu campaña con Versace ya ha terminado? ¡Creía que te cogía más tiempo!

—No, no la he completado. Pero he decidido que soy lo suficiente importante en este negocio como para poner yo misma condiciones. No estaba segura del todo, pero me ha salido bien. Al final he acortado ese contrato y he hecho menos sesiones de las acordadas. Por supuesto, me han recortado bastante el sueldo, pero sigue siendo un pastón. Así que ahora toca minivacaciones, que las necesitaba. Lo bueno es que dispongo de bastante tiempo. Mi próximo trabajo es aquí, desfilando para Louis Vuitton en la pasarela de primavera-verano. Antes de eso tengo un par de sesiones acordadas. Pero bueno, estaré encantada de enfrentarme a eso después de unos días de relax.  

—¡Eso es fantástico, Heather! ¡FAN-TÁS-TI-CO! Tengo unas increíbles ganas de abrazarte. ¿Dónde estás ahora mismo? Te alojarás conmigo, ¿no?

Heather rió al captar su alegría.

—Ahora mismo estoy en el Aeropuerto de Charles de Gaulle, esperando la aparición de mis dichosas maletas. Pensaba ir directamente a tu casa para darte una sorpresa, pero luego rechacé la idea. No estaba segura de que sí iba estarías allí, y no me apetecía esperar en la calle a saber cuánto tiempo. Por eso te he llamado. Todavía es muy temprano y la posibilidad de que no estuvieras en casa era remota, pero aún así…

—Has hecho bien, pensaba madrugar para seguir con mi tarea de descubrir París. ¿Quieres que vaya por ti? —se ofreció Jane.

—No hace falta, de veras. Solo quería avisarte para que me esperes en casa. Ya tengo un chófer a mi disposición.

—Estupendo. ¡Voy a prepararte una comida exquisita para cuando llegues! ¿Qué te apetece comer?

—¡Pasta! —exclamó Hetaher enseguida, sin pensárselo demasiado—. Unos ravioli de carne con tomate y queso fundido. Mmmm. Necesito hidratos de carbono, ¡YA!

Jane rió al escucharla.

—Muy bien, cariño, tendrás tu plato de ravioli. Te dejo, me voy a  hacer la compra y prepararlo todo. Hasta ahora, te quiero.

—¡Chao cielo! ¡Te quiero!

Jane cortó la comunicación y volvió a su cuarto, dispuesta a retomar la tarea de vestirse con más entusiasmo que antes.

—¿Se va a quedar aquí alguna amiga tuya? —preguntó Jonathan, que no se había perdido palabra de lo que respondía Jane al aparato.

Jane asintió.

—¿No te molesta, verdad?

Jonathan rió.

—Si está igual de buena que tú puede quedarse a vivir también.

Jane lanzó una carcajada.

—Está muchísimo más buena que yo. De hecho, creo que tus glándulas salivales van a trabajar más de lo acostumbrado… Hazme caso, ponte babero. ¿Quieres que te compre uno? Ahora mismo me voy a la compra.

Jonathan rodó los ojos, apoyándose en el marco de la puerta de Jane.

—Eres una exagerada.

Jane, con una sonrisa maliciosa se acercó a él y lo despachó.

—El que avisa no es traidor —proclamó antes de cerrar la puerta y obtener la intimidad que necesitaba para vestirse.

Una vez lista para salir, Jane cogió las llaves de casa y bajó al portal, deseosa de sentir sobre ella los rayos del enérgico sol que relucía en el cielo aquella mañana. Pero en vez del sol, una vez alcanzó la calle al atravesar la puerta de entrada del edificio, un aluvión de periodistas se le echaron encima.

Jane se quedó de piedra, con la boca abierta y mirando a su alrededor como si estuviera en medio de una jauría de lobos que estuvieran discutiendo ante ella a qué parte de su cuerpo tocaba cada uno. Y esa analogía era acertada para el caso.

No comprendía nada, solo era consciente de luces parpadeantes que la cegaban desde todos los ángulos. Sentía la cabeza suspendida en otra dimensión y sólo era capaz de mirar a su alrededor para sentirse más asombrada aun. ¿Sería posible que Jonathan estuviera en lo cierto?

Cuando fue capaz de sacudirse de encima gran parte de su estupefacción, prestó atención y sólo sirvió para sorprenderla aún más.

—¿Desde cuándo conoce a Connan Knight? —estaba preguntando una mujer de mediana edad, casi obligándola  a tragarse un micrófono que empujaba contras su boca con unas ansias insanas de obtener respuestas.

Jane, a pesar de la amenaza del micrófono que trataba de abrirse paso hasta lo más profundo de su gaznate, solo pudo abrir más la boca.

Desde otra dirección le llegó otra pregunta con la misma insistencia impresa en la voz:

—Tienes que ser famosa, ¿no es así? ¿En qué área es exitosa? ¿Dónde se conocieron Connan Knight y usted?

Las preguntas continuaron. Se las arrojaron sin compasión desde todas direcciones, sin darle realmente espacio de tiempo para responderlas. Aunque por supuesto, eso era lo último que Jane pensaba hacer, y permaneció unos momentos escuchándolos y paralizándose más a medida que su cerebro procesaba aquella información.

—¿Es cierto que tenéis una relación formal?

—¿Por qué lo habéis mantenido tan en secreto?

—¿Estáis pensando en boda?

—¿Cómo lleva que su trabajo suponga rodar besos y escenas de sexo con otras mujeres?

—¿Por qué vive en este viejo edificio?

—¿Está orgullosa del éxito que ha cosechado Connan Knight?

—¿Le gustan los niños?

—¿Cuál es su diseñador favorito?

—¿Por qué se empeña en vivir de incógnito?

—¿Tiene buena relación con la hermana de Connan Knight?

—Eso eso, cuéntenos más sobre ella.

—¿Celebraréis la boda en alguno de los patrimonios culturales que financia Connan?

—¿Qué lugar escogería usted para casarse?

—¿Seguiréis viviendo en París o os mudareis?

Con cada pregunta que le lanzaban su miedo incrementaba. Toda aquella atención lloviendo sobre ella casi le provocó una hiperventilación. Los nervios le atenazaban el estómago y comenzó a sentir unas incontenibles ganas de vomitar. Su vista se nublaba por momentos y por un momento creyó que iba a desplomarse allí mismo. Aquello la hizo reaccionar. No podía permitir engrosar el lote de noticias. Con un esfuerzo sobrehumano logró romper la parálisis de pánico que había adoptado su cuerpo y se apresuró a abrir la puerta nuevamente para resguardarse en el interior del edificio. Solo podía pensar en huir, así que subió las escaleras hasta llegar a su puerta y se internó en su piso como si la persiguieran para matarla.

Se recostó contra la puerta de entrada unos segundos, y se llevó la mano al pecho a modo de susurrar a su galopante corazón que se calmara. En sus dedos podía sentir latir encabritado aquel órgano vital. Su piel estaba pálida y un sudor frío corría por su frente. Por un momento el recuerdo de todo aquel montón de gente centrando su atención en ella se sobrepuso al presente y se sintió desfallecer mientras sus piernas cedían y se deslizaba hasta el suelo contra la puerta.

Respiraba a bocanadas, y  en un intento por tranquilizarse plegó las rodillas y apoyó su frente en ellas, concentrándose en inspirar y espirar a un ritmo lento, esquivando la hiperventilación. Poco a poco fue tranquilizándose, pero aún conservaba los síntomas de trauma que la acompañaban.

—Una plaga de periodistas ha acampado en nuestra casa —susurró Jane a un Jonathan que la miraba confundido desde el sofá, su voz ahogada por el nerviosismo y su postura.

—Te lo dije. Pero no quisiste creerme —espetó Jonathan, pero sus palabras estaban exentas de la natural satisfacción de llevar la razón. En cambio, sonó preocupada por ella y lo oyó levantarse para encaminarse hacia ella—. ¿Qué te ocurre? —preguntó agachándose junto a ella y tocándole el brazo.

—Están ahí por mí —dijo ella con verdadera angustia alzando la vista para clavar sus ojos en los de él, como si le estuviera comunicando acerca de una horda de zombies obsesionados con su cerebro—. ¿Qué puedo hacer?

Jonathan frunció el ceño aún más preocupado.

—Para empezar, levantarte —dijo él. Si irguió y la cogió por los brazos, tirando de ella hasta ponerla en píe.

Jane se hallaba demasiado conmocionada.

En aquel preciso instante algo captó su atención: el teléfono empezó a sonar.

Jane se abalanzó ansiosa hacia el aparato y descolgó.

—¿Diga? —contestó con voz estrangulada.

—¿Eres tú, Jane? —preguntó una voz masculina.

Un estremecimiento sacudió su cuerpo. De reojo vio a Jonathan volver a sentarse en el sofá, pero hacia caso omiso de la televisión y la miraba con la frente arrugada por la preocupación.

—¿Conaught? —preguntó ella para asegurarse, aunque el instinto le decía que sin lugar a dudas se trataba de él.

—El mismo.

Una parte de ella se sintió aliviada, pero enseguida estalló la furia.

—¡¿Qué se supone que has ido contando por ahí?! ¿¿Por qué un ejército de sanguijuelas cotillas se ha atrincherado en mi edificio con la única intención de confirmar estupideces concernientes a una supuesta relación entre tú y yo?? ¡En estos momentos quiero estrangularte! ¡Y ten por seguro que lo haré si vuelvo a verte!

Connan rió al otro lado de la línea, divertido ante su ira.

—Así que ya lo sabes —dijo él—. Te llamaba para avisarte de que permanecieras en tu casa encerrada a cal y canto… En algún momento se darían por vencidos y yo aprovecharía ese momento de debilidad para sacarte de allí y recluirte en el paraíso conmigo, donde nadie nos pudiera encontrar —explicó en él con voz sexy.

<<Dios Santo, ni siquiera es capaz de ponerse serio ante una pesadilla como está>> pensó Jane muy irritada.

—Oye, mira, guapito, tal vez tú estés acostumbrado a que te fotografíen mientras bostezas, eliges un pollo de cena en el super o te rascas los huevos, pero yo no. ¡Así que deja de decir gilipolleces y sácame de está mierda en la que me has metido! ¡AHORA! ¡Todo este asunto me pone ansiosa! —le espetó Jane histérica. Era consciente de que Jonathan la miraba oscilando entre la incredulidad y la curiosidad, pero nada importaba, solo recuperar su amado anonimato.

Lo escuchó reírse de nuevo.

—Janie, preciosa, no estaba bromeando. De veras te voy a sacar de allí y llevarte al paraíso… Aunque si no quieres mi compañía… Lo aceptaré. De momento.

—¡Por supuesto que no quiero tu compañía! ¡No quiero volver a verte en mi vida! ¡Solo he pasado un par de horas contigo y has convertido mi vida en un infierno! —gritó Jane—. ¡Y no quiero irme a ninguna parte! Quiero continuar en mi bonito piso en Montmartre, ¿de acuerdo?!

—Eso no va a poder ser, preciosa. A no ser que quieras permanecer encarcelada en tu piso dispuesta a recibir por helicóptero mercancía que te envíe para sobrevivir. O enfrentarte a tus acosadores. Si quieres continuar disfrutando de París has de irte de allí por un tiempo.

—Pero no puede durar tanto este acoso hacia mí, ¿verdad? —preguntó Jane desesperanzada.

—Bueno, este momento es peligroso para que hayas captado su atención. No hay más noticias de interés en el horizonte… Así que estarán a tu vera hasta un próximo escándalo.

—Y es demasiado pedirte que te despelotes subido a la pirámide del Louvre, ¿no es así? —suspiró Jane agotada, tomando asiento en un extremo del sofá.

Connan lanzó una carcajada.

—Aunque estuviera dispuesto a hacerlo eso irremediablemente los llevaría con más intensidad hasta a ti. Seguramente querrían saber tu opinión acerca de que tu novio de desnude en plena calle y muestre signos de demencia, ¿no crees?

—Pero tú no eres mi novio —protestó Jane con enojo.

—Pero ellos creen que sí y estás perdida. Nada les hará cambiar de opinión. Su trabajo es exprimir una noticia hasta volverla interesante, aunque tengan que adornarla con mentiras o exageraciones. Que no te extrañe que a continuación te acusen de estar preñada de mí.

Jane masculló de manera ininteligible, aunque era de suponer que se atragantaba soltando palabrotas.

—Te odio, ¿lo sabes, verdad? —dijo finalmente Jane, desolada.

Connan volvió a reír.

—Te conviene más decir que me quieres —le dijo Connan en tono burlón—. Esa es la noticia del día y teniendo un ejército de periodistas cerca no te conviene hablar, menos para decirme que me odias. Eso daría píe a más especulaciones.

Jane se notó bullendo de rabia.

—Tengo ganas de verte, amor —dijo con sarcasmo, poniendo la voz más aguda y cursi que fue capaz—. No veo las horas de que me des motivos para visitar la funeraria.

—Tonta —le respondió Connan con tono risueño—. Bueno, entonces llámame cuando se despeje todo, ¿vale? Voy a darte mi número.

—¡Aguarda! —casi gritó Jane—. Primero quiero saber cómo has conseguido el mío.

Connan resopló.

—Eso no es difícil. Tengo un manager muy competente. Y me sabía tu dirección. Era pan comido. Ahora apunta.

—Espera.

Jane miró a su alrededor, hasta que divisó al lado de la mesita donde descansaba el teléfono una libreta destartalada. La cogió de inmediato y antes de que sus ojos iniciaran la búsqueda inmediata de un boli, Jonathan, que seguía sentado a su lado, le dio uno.

Jane le dedicó una breve sonrisa de agradecimiento y le dijo a Connan que estaba preparada. Garabateó los números que él le dictaba y una vez comprobado que había anotado correctamente el teléfono, evitó que colgara con otra pregunta:

—¿Cómo sabías la situación en la que me encontraba?

—¿Lo dices por el acoso periodístico?

­—Sí.

—Ya hablaremos luego, ¿de acuerdo?

Jane frunció el ceño.

—No te escaparás de responderme.

—Lo sé —contestó él, y Jane advirtió una sonrisa en su tono.

—¡A propósito! —exclamó Jane, cayendo en la cuenta de algo. Habían pasado tantas cosas en la última media hora que se había olvidado de algo importante. Un ramalazo de remordimiento la embargó.

Connan rió.

—Parece que te encanta hablar conmigo, preciosa. No haces más que evitar que cuelgue…

Jane rodó los ojos.

—Cretino —le espetó—. En fin, quería comunicarte que hay otro detalle.

—¿Cuál? —respondió él, de pronto en guardia.

—Una amiga mía muy querida acaba de llegar a París. Se iba a alojar conmigo. Está de camino hacia mi casa.

—Eso no es problema. Podrá acompañarte allí donde te acomode.

—Por supuesto. Pero me temo que ella también es un aliciente para la prensa rosa. Ella es una reconocida supermodelo… No sé si es buena idea que venga a mi dirección estando todo como está. Dame la dirección del lugar donde pensabas alojarme para llamarla a tiempo y que me espere allí.

Connan permaneció en silencio un rato.

—No, que vaya a tu casa. Se me acaba de ocurrir algo.

—Pero…

—Confía en mí —le cortó Connan tajante.

—Cómo no, motivos me sobran —contestó ella sarcástica.

—¿Lo harás?

Jane suspiró.

—Sí. Al fin y al cabo, algo que no puedo negarte es que eres experto en lidiar con la prensa.

—Perfecto, princesa. Hasta luego.

—¡Un momento! —lo detuvo Jane.

Connan se deshizo en carcajadas.

—¿Hay algo más?

—Sí, que no puedo permitirme ser tan egoísta —contestó Jane, mirando de reojo a Jonathan, que la miraba confundido. Sabía que en cuanto colgara la iba a atosigar a  preguntas—. Comparto piso con alguien más. Un chico.

—¿Y? —preguntó Connan con cierta brusquedad. Parecía molesto.

—Y… Él es universitario. No le sobra el dinero, vaya. Y no es justo que le deje con todo el marrón de pagarlo solo cuando me he comprometido a pagar a medias. No está bien.

—También me ocuparé de eso —concluyó él.

—Oh, no no. No quiero abusar de tu dinero —contestó ella—. Solamente quería decirte que pienso seguir pagando el alquiler, porque además quiero volver aquí cuando se calmen las cosas. Pero allá donde me busques alojamiento provisional… En fin, solo te pido que sea algo baratito. Tengo dinero pero este es un derroche con el que no contaba.

—El alojamiento provisional te lo pagaré yo, eso es indiscutible. Al fin y al cabo es culpa mía que tengas que irte de tu casa, ¿no es cierto?

—No quiero —contestó Jane con cabezonería—. No quiero la más mínima caridad por tu parte. Me niego.

Connan suspiró.

—Ahora lo primordial es sacarte de ahí. El resto lo discutiremos luego. Tengo que dejarte para planificar algunas cosas, ¿vale preciosa?

—Adiós —se despidió Jane, colgando el teléfono sin miramientos.

Tal y como había temido, Jonathan se abalanzó sobre ella con un millón de preguntas que formularle.