lunes, 30 de abril de 2012

►CAPÍTULO V. [Part I]


—Buenas noches —saludó Jane al entrar en su apartamento.

—Hola —respondió Jonathan distraídamente mientras se llevaba a la boca una lata de cerveza. Sentado en el sofá, su figura parpadeaba a la luz azulada que emitía la televisión. De pronto, sorprendido, volvió bruscamente su rostro hacia ella, como si hubiera reparado en algo importante—: Tú has echado un polvo.

Jane frunció el ceño.

—¿Cómo dices?

Pero ya no había manera de disuadir a Jonathan de componer el rostro vacilón con el que la miraba.

—Y debe follar muy bien —continúo el chaval.

Jane no escondió su irritación.

—¿Se puede saber por qué estás conjeturando blasfemias? ¡Deja de hacer eso! ¡YA!

—Aunque el efecto del polvo no es duradero… —siguió teorizando Jonathan, haciendo caso omiso a su advertencia.

—Ni tu vida va a alargarse mucho más si no paras de inmediato —gruñó Jane muy molesta.

—Vamos, no trates de negarlo —la pinchó el muchacho—. Las señales son inequívocas.

—¿Qué señales?

—Llegas considerablemente tarde y tus primeras palabras no han sido reprenderme por mi desorden. De hecho, te has dirigido a mí con una amabilidad impropia. Conclusión: has follado.

—Siento tener que decepcionarlo, Sherlock Holmes, pero está perdiendo facultades analíticas —contestó Jane con sarcasmo—. Si repasas detenidamente la conversación, te darás cuenta de lo impertinente que resultas y de que mi falta de amabilidad contigo es una consecuencia lógica.

—De lo que me doy cuenta es de que se te da bien dirigir la conversación de modo que el punto sobre el que realmente discutimos quede olvidado convenientemente. Pero no me engañarás. Digas lo que digas, mi diagnóstico es invariable: has follado.

Jane reprimió un gruñido.

—Eres el ser más frustrante que he tenido la desgracia de conocer —farfulló Jane, sentándose en el sofá junto al muchacho. De pronto el rostro de Connan emergió en su mente, y se vio obligada a corregirse—: Miento. Eres el segundo más frustrante.

—Puedo hacerme una ligera idea de quién ocupa el primer puesto —comentó el muchacho con jovialidad.

—Lo dudo mucho —respondió ella, alargando la mano para hacerse con el bol de palomitas a medio comer que yacía olvidado en la mesita frente al sofá.

—Tercer signo: tienes hambre… —dijo Jonathan.

Jane lo fulminó con la mirada.

—¿Por qué no vas a por la cámara y me grabas en un documental estudiando mis supuestos síntomas poscoitales?

Jonathan lanzó una alegre carcajada.

—Vamos, Jany, satisface la curiosidad de este pobre muchacho aburrido.

—¿Jany? ¿Qué clase de nombre es ese? —le preguntó con palpable horror hacia el apodo.

—Una variación de tu nombre tras haber sido pasado por el filtro de mi cariño.

Jane compuso una mueca.

—No quiero ni oír como llamas a los que consideras tus enemigos…

—Yo no tengo enemigos. Soy un amor de persona, tal y como bien sabes —dijo él mientras hacia el payaso parpadeando repetidamente y juntando las palmas como si fuera a hacer una plegaria.

—¿Un amor? Yo siempre te describo como un homenaje al dolor de cabeza.

Jonathan barrió el aire con una mano, restándole importancia a su opinión.

—Vamos, suelta prenda de una vez.

—No tengo nada que contar a nadie, y menos a ti. No me interesa la impresión de un niño de pecho acerca de ninguna cosa —gruñó Jane mientras devoraba palomitas.

—No sé quién es más infantil de entre los dos —puntualizó Johnny—. Sí yo insistiendo sobre un hecho verídico o tú negándolo.

Jane resopló.

—Me encantaría ayudarlo en su investigación, sir Sherlock, pero puede que le sea de más ayuda el psiquiátrico.

Pero el joven estaba muy lejos de darse por vencido.

—¿Es rubio o moreno?

—¿Quién? —preguntó Jane haciéndose la sueca.

—¿Alto o de estatura media?

—…

—¿Tirando a tirillas o musculoso?

—¿Qué pretend…?

—¿Atractivo a secas o sexy como para hiperventilar?

—¿Pero qué rayos te…?

—¿Yogurín o madurito?

—¡¿Qué clase de pregun…?!

—¿Deportista o sedentario?

—¡¡¡Para de un…!!!

—¿Carnívoro, vegetariano o vegano?

—¡¡¡Qué demonios crees qu…!!!!

—¿Cuenta corriente prometedora o desdeñable?

—¡¡¡JONATHAN!!!!

—¿Amante experimental o convencional?

—¡¡¡SERÁS…!!!!

—¿Polla impresionante o pasable?

Pero Jonathan ya no pudo lazarse a soltar su siguiente pregunta, porque algo enorme y mullido impactó contra su cabeza. Era Jane, que había puesto todas sus fuerzas en derribarlo de un cojinazo.

—¡¡¡¿Se puede saber qué demonios te tiene tan deprimido como para estar firmando tu sentencia de muerte?!!! ¡¡¡Trata de formular una sola pregunta más y me encargaré de que “El día del padre” jamás sea motivo de celebración para ti!!! —farfulló Jane, estampándole aún un par de veces más el cojín en la cabeza.

Jonathan rió mientras sus manos luchaban por apartar de sí la gran almohada que Jane seguía apretando contra él. Aunque le costó un arduo trabajo, finalmente consiguió asomar la cabeza, casi atragantándose con su propia risa.

—Vamos, Jany, relájate —le dijo entre carcajada y carcajada.

Jane lo miraba como si estuviera sopesando las desventajas de estrangularlo, como la posibilidad de unas vacaciones en prisión. Y parecía que esos pensamientos de sensatez eran lo único que se interponían entra ella y sus deseos asesinos. Aquella mirada de ella, tan cargada de indignación y furia contenida solo incrementaban las risotadas de Jonathan.

Finalmente Jane rodó los ojos y estiró el brazo para hacerse con una lata aún sin abrir de cerveza que descansaba en la mesita.

—¡Eh! Esas cervezas son mías —protestó Jonathan mientras la veía tomar un largo trago con una expresión exageradamente dramática.

—Ah —exclamó Jane exageradamente, saboreando su sabor—. Lo mínimo que me debes después de la lata que me has dado es una cerveza —replicó en tono cortante.

—No pienso compensarte cada vez que decidas que te he ofendido —refunuñó Jonathan mientras se empleaba en la tarea de recuperar su lata. Pero Jane la desviaba continuamente de su alcance, frustrando todos sus intentos, mientras  lo burlaba bebiéndose largos tragos cuando decidía que la lata estaba a salvo de ser rescatada por él. Finalmente acabaron corriendo por el salón: Jonathan acechándola e intentando en vano recuperar su cerveza y Jane huyendo de él, interponiendo de vez en cuando muebles entre ellos y aprovechando esos pequeños instantes para beber cerveza hasta que se terminó la lata en menos de dos minutos. Cuando se acabó la bebida le lanzó el envase vacío, haciendo que éste impactara contra la cabeza de su compañero.

Entre risas, Jane volvió a acomodarse en el sofá mientras Jonathan se sentaba junto a ella gruñendo disgustado.

—A partir de ahora cada comentario molesto te costará una lata —le informó Jane con tono triunfal.

—No creas que así vas a domesticarme —refunfuñó Jonathan—. Mi madre no ha conseguido convertirme en algo mejor que un puerco bebedor de cerveza que causa en la armonía del hogar el efecto de un torbellino y tú no serás distinta.

Jane rió.

—En lo de cerdo torbellinoso estamos de acuerdo —dijo ella con tono jovial—. Sin embargo, he de decirte que he logrado domar a bestias más salvajes que tú.

—¿Te refieres al tío que te has follado hoy? —preguntó Jonathan, sus ojos iluminándose de pronto—. Porque si domarme implica prácticas de cama yo me declaro tu potro a domar…

Jane arrugó la nariz, como si la simple idea le causara nauseas.

—No me refería a ningún tío, imbécil —le espetó con dureza—. En realidad pensaba en mi purasangre negro —aclaró, y al pensar en él la dulzura se instaló en sus ojos.

—¿Tienes un caballo? —preguntó Jonathan curioso.

—En realidad son dos: Mr. Scrooge y Franzy. Pero el purasangre, Mr. Scrooge, y yo tenemos un vínculo muy especial. Él llegó a mí siendo indomable. Ni siquiera pudo arreglárselas para acomodarlo en la cuadra que le teníamos preparada el profesional que nos lo trajo. —Al pensar en ese hombre rudo y asqueroso Jane frunció el ceño con desagrado.— Yo era muy pequeña. Creo que tenía seis añitos. Pero cuando lo miré a los ojos, sentí una conexión única. Nada más mirarme, él se calmó. Los demás intentaron acercársele, pero el reaccionó salvajemente. Solamente yo pude meterlo en su cuadra y cuidarlo en los años siguientes —le contó con dulzura, con la mente acariciando recuerdos felices. Se giró para mirar al muchacho, que la escuchaba con atención—. Todavía a día de hoy es un gruñón incorregible, aunque se ha amansado lo suficiente como para que le permita a mi padre acercársele. Mi padre dice que tengo una sensibilidad innata para los caballos, un don. Siempre que me acerco a uno, aunque sea la primera vez, una amistad se extiende entre nosotros. Es algo mágico.

—A mí siempre me han gustado los caballos —comentó Jonathan—. Parecen tan serenos, tan nobles y fuertes. Y son hermosos. Aunque solo he tenido perro. Mi piso no daba para más —y se echó a reír.

Jane lo acompañó.

—Entonces, ¿siempre has vivido en la ciudad?

Él asintió.

—No podíamos permitirnos otra cosa. Y a mi padre no le gusta el campo. Dice que está alejado de todo y qué él no iba a arar la tierra, así que era inútil vivir con tanta tierra que no se iba a cultivar.

—Ya…En realidad nosotros no cultivamos nada. Mi padre trabaja en un taller mecánico en el pueblo y mi madre en una guardería. Y los caballos fueron insistencia mía. Nunca se habrían planteado sino comprar ningún animal, a no ser algún perro.

—Y… Después de haber vivido toda tu vida rodeada de naturaleza, ¿no se te hace difícil vivir en una ciudad?

Jane negó con la cabeza.

—Al contrario. La vida en el campo es muy limitada para un alma joven anhelante de vivir sin límites. Además he salido a perseguir mi sueño. Y en estos momentos de mi vida me apetece estar en un cúmulo de excitación que solo la ciudad puede ofrecer. Es un centro de oportunidades. Ofrece tantas cosas la ciudad, tantos entretenimientos, tanto culturales como de ocio, tantas gamas de opciones para todas las necesidades. Lo único duro es haberme alejado de mis padres y mis caballos. Los echo mucho de menos. Pero estoy feliz de estar aquí. Aunque sé que algún día volveré para quedarme. 

Jonathan le sonrió.

—Has definido perfectamente las esperanzas de todos los jóvenes. La verdad es que tienes toda la razón: la ciudad es una fuente de aventuras y nosotros aventureros ansiosos. Estamos bien posicionados para vivir la juventud.

Jane le devolvió la sonrisa y de pronto se levantó, dejando un tanto descolocado a Jonathan, que la siguió con la mirada para ver como Jane se dirigía a la cocina y sacaba un par de cervezas del frigorífico.

Volvió al salón, a su puesto junto a él y le entregó una de las latas. Ambos las abrieron y Jane lo detuvo a tiempo de que él diera el primer trago.

—Propongo un brindis —le aclaró Jane con una gran sonrisa.

Comprendiendo, Jonathan también sonrió y ambos alzaron sus cervezas.

—¡Por la juventud y nuestra sed de aventuras!

Chocaron sus latas y dieron el primer sorbo, el cual les supo a esperanza.

martes, 24 de abril de 2012

►CAPÍTULO IV. [Part II]


Connan sintió, con cierto asombro, que estaba más interesado en estudiar el bonito rostro de Jane que las maravillosas vistas de la ciudad. Cosa que lo sorprendía mucho, ya que las vistas desde la Torre Eiffel eran una de las cosas más espléndidas de París. Algo que continuamente admiraba, ya que jamás se cansaba de mirarlas y siempre encontraba algo nuevo digno de contemplar.

Pero aquella noche, se sentía más atraído por analizar las suaves facciones de Jane. Su piel, lisa y nívea, era lienzo de los plateados rayos de luna, que la dotaba de una luz intensa y mágica y hacían de ella un sueño quimérico. Sus labios gruesos, permanecían rosados y sellados en un silencio reflexivo. Sus espléndidos y enormes ojos brillaban, como si las estrellas hubieran encontrado en ellos un firmamento. Sus pestañas velaban una mirada soñadora fija en la ciudad, y Connan ardió en deseos de espiar sus pensamientos.

Por su parte reflexionaba sobre el dulce (y engañoso) aspecto de ella. Tenía toda la pinta de haberse escapado de alguna fábula fantástica. Parecía una enigmática hada que en cualquier momento desplegaría unas magníficas hadas que la transportarían de vuelta a su cuento.

De pronto, aquellos violáceos ojos se despegaron de la ciudad y lo miraron. Él le sostuvo la mirada, y no tardó en rendirse al impulso de sonreírle.

—Parece ser que mi atractivo no tiene nada que hacer al lado de la ciudad —bromeó él—. Mi autoestima está recibiendo hoy una certera estocada.

Ella frunció el ceño.

—Bueno, así sabrás por unos momentos lo que sentimos el resto del planeta. No todos estamos acostumbrados a eclipsar todo lo que nos rodea.

—Me cuesta creer que hayas podido sentirte así alguna vez. A mi parecer, hoy París no es competencia para ti.

Jane resopló desdeñosa. Y Connan rió. No estaba acostumbrado a que las mujeres rechazaran sus elogios.

—Sigue por ese derrotero y descubrirás cuán desagradable puedo llegar a ser —le amenazó.
Aquello intensificó la risa de Connan.

—Solo puedes tener dos motivos para reaccionar así —la pinchó Connan—: o estás muy equivocada con respecto a tu aspecto, o buscas más cumplidos por mi parte.

Jane lo fulminó con la mirada.

—Te haré sabedor de uno de mis análisis también —propuso Jane cabreada—. Solo hay dos motivos que me podrían llevar a cometer un homicidio: defender mi propia vida y tú pasándote de listo.

—Muy bien —dijo un risueño Connan levantando las manos y mostrándole las palmas en señal de paz—. Por el bien del mundo, no te tentaré. Se perderían muchas técnicas de placer si desapareciera de la faz de la tierra. Todo sea por el orgasmo femenino.

Jane rodó los ojos.

—Si eso es lo único que aportas al mundo, creo que debería matarte sin esperar a que te vuelvas insoportable de veras. ¡Menudo parásito!

—No desvalorices el placer sexual de ese modo, o voy a tener que enseñarte a apreciarlo —le dijo Connan con una sonrisa perversa.

Ella lanzó un resoplido.

—Por Dios, no puedes evitar insinuarte a cada oportunidad, ¿eh?

—No —contestó él aparentando inocencia—. Me cuesta mucho encajar una negativa.

—Pues esta noche tendrás que encontrar el modo.

Connan lo meditó un momento.

—En fin, supongo que puedo intentar reprimirme lo justo para no dejar de ser yo… pero tendrás que motivarme de algún modo.

Jane levantó una ceja.

—Me parece que el modo en que tú esperas que te motive es totalmente contraproducente a reprimirte.

Connan mostró su dentadura al sonreírle.

—Por supuesto, no es nada de lo que has presupuesto. En realidad me preguntaba si a cambio aceptarías responder unas diez preguntas que te haga, sinceramente y sin saltar a la defensiva.

Tan pronto como lo dijo, se quedó sorprendido. Había urdido esa estratagema para poder acceder a ella y recibir unas respuestas personales que la ablandaran. La gente tendía a relajarse al hablar de temas ligeros como sus gustos, por ejemplo, que no implicaban una gran confianza y eran un tema fácil y cómodo de llevar. De esa manera podría intentar seducirla de nuevo… De un modo que pareciera más cercano y personal, más íntimo y cálido… Al fin y al cabo, pese a que no era el tipo de mujer que frecuentaba, ejercía una extraña atracción en él, y deseaba probarla. Pero mientras pronunciaba esas palabras, descubrió que realmente tenía interés en saber sobre ella. Le inspiraba una curiosidad que jamás había experimentado. Porque a él nunca antes le había interesado en una mujer datos más allá de su talla de sujetador. Sin embargo, esa pequeña e inteligente hada de rasgos dulces y carácter ácido le inspiraban una intriga increíble.

El asombro de Jane también fue palpable en sus facciones. Sus ojos se abrieron mucho y su boca se separó ligeramente. Sin embargo, enseguida empuñó contra él una mirada desconfiada.

—¿Por qué iba a interesarte eso?

Él se encogió de hombros en actitud despreocupada.

—He caído en la cuenta de que no sé absolutamente nada de ti, aparte de que tienes un genio de los mil demonios. Ni tan siquiera tu nombre.

Ella imitó su gesto.

—Sigo sin ver por qué el conocimiento de mi nombre iba a resultarte relevante.

—Bueno, en cuanto a eso: ¿no es un poco injusto que tú sepas mi nombre y yo no el tuyo?

Ella sondeó sus ojos.

—No es un nombre que vaya a aportarte información sobre mí, no así como el tuyo. Así que, ¿qué más da?

—¿Y no te sirve simplemente el que quiera saberlo?

Ella lo miró unos instantes en silencio. Se mordió el labio, como si estuviera sopesando la importancia de facilitar dicha información. Los ojos de Connan se posaron sobre esos tentadores labios y el gesto tan sexy que hacían.

—¿Connan Knight es tu verdadero nombre o es un seudónimo? —preguntó ella finalmente.

—Mi nombre artístico —admitió Connan.

—Huum.

Connan suspiró.

—Muy bien… Que sea pues un intercambio de preguntas y no un interrogatorio, ¿vale?

Aquello pareció animarla.

—Y cinco preguntas, en vez de diez.

Él suspiro de nuevo.

—De acuerdo.

—Empieza —lo instó ella.

—En mi partida de nacimiento pone Conaught Halpert Kinsey.

—Mmm… —murmuró ella pensativa—. Así que eres Conaught… Me gusta. Es un nombre poco sonado.

Él asintió.

—Pero ahora te toca a ti —apuntó Connan antes de que ella pudiera enzarzarse en preguntas sobre su procedimiento o los motivos que hubieran llevado a su madre a ponerle tal extraño nombre. Se sentía inusualmente ansioso por conocer su nombre.

—Jane —contestó ella.

—Jane —repitió él, saboreando el nombre en su boca.

—Al principio no me gustaba —le confesó ella, meditabunda, con la mirada perdida en el océano de edificios a sus pies—. Me resultaba muy sonado… Pero he aprendido a aceptarlo.

—Creo que Jane te va perfecto —opinó él con sinceridad—. Es sencillo, como tú. Y sin embargo, la sencillez es a menudo lo más complejo. Parece tan simple que en un primer momento pasa desapercibido… —Hizo una pausa, mirándola—. Por ello luego tiene más posibilidades que lo demás de fascinar.

Por unos momentos, Jane permaneció muda, mirándole a los ojos, buscando en ellos.

Finalmente, esbozó una sonrisa torcida y se burló de él en broma.

—Conaught el filósofo…

Él también sonrió.

—¿Te molesta que te llame por tu verdadero nombre? —preguntó entonces Jane, indecisa, mientras hacía ese gesto suyo de morderse el labio que tanto distraía a Connan.

Él, embelesado, tardó unos segundos más de lo normal en contestar.

—En privado no.

Jane frunció el ceño, confusa.

—¿Hay un motivo en especial por lo que ocultas al resto del mundo tu nombre real?

Él torció el gesto, desviando la mirada unos instantes hacia la ciudad. Después de un momento la miró largamente, como si considerara hasta qué punto podía responderle. Después, habló, poniendo cuidado en no revelar más de lo que se había propuesto.

—Bueno, digamos que para la mayoría del mundo mi vida empieza en mi primera película. Es lo que sugiere mi nombre Connan Knight. Ahí no hay nada registrado sobre mi pasado, el cual ha sido en verdad muy miserable. Pero no me interesa que nadie ahonde ahí. Por lo tanto, salvaguardo mi verdadero nombre, para dificultar el trabajo a las sanguijuelas de los escándalos.

Jane asintió, meditando sus palabras.

—No hay nada que atraiga más a los medios que las desgracias —dijo finalmente.

—Exacto —concordó él—. Pero además, en mi pasado participaron más personas, y no me gustaría que fueran objeto de agobio… Ni tampoco soportaría que por falta de información jugosa los periodistas más infames inventaran sucios chismes sobre ellos.

—Los proteges —comprendió ella, mirándolo a una nueva luz. Estaba empezando a entrever a Conaught, una masa más consistente, más compleja, más interesante y apasionante que Connan. Connan era en verdad una tapadera, una materialización de lo más desagradable de su ser, un insoportable narcisista egoísta. Pero el Conaught que había debajo sentía unas emociones y una lealtad increíbles. Aquel descubrimiento le granjeó un extraño estremecimiento.

Él no respondió, se quedó ensimismado mirando París, pero en sus distraídos ojos, Jane casi podía adivinar un brillo que alumbraba un pasado difícil.

Cuando retornó al presente, descubrió a Jane mirándolo con atención. Él sacudió la cabeza casi imperceptiblemente, como si tratara de liberar su mente de una telaraña que la araña del pasado hubiera tejido a su alrededor. Después, compuso una media sonrisa.

—Creo que ya te has cebado preguntando. Ahora es mi turno —anunció él, contemplando divertido como el cuerpecito de Jane se tensaba al escucharlo—. Bien… Me gustaría saber qué haces en París.

—¿Qué te hace pensar que estoy aquí de visita?

—Bueno, insististe al guardia de seguridad en que te dejara pasar en calidad de turista —recordó él, mirándola con elocuencia—. Además, últimamente no hago más que encontrarte casualmente. Si hubieras estado aquí desde siempre ya nos habríamos encontrado un centenar de veces y nos habríamos acostado otras tantas. Estadística pura.

Jane frunció el ceño molesta. Conaught se había ido a esconder bien y ya no era visible.

—Desde luego, con ese “cortejo” tuyo dudo mucho que hubiera habido algo más entre nosotros que un intercambio de insultos y miradas iracundas.

Connan rió.

—Tal vez incluso hubiera tenido la suerte de que me tatuaras tus puños —añadió él risueño, clavando la vista en los puños crispados que la irritación había obligado a componer a Jane.

—Pues te aseguro que mis puñetazos no son nada desdeñables —amenazó Jane—. Más cuando les acompaña mi rodilla ansiosa de tu entrepierna.

Connan cesó de reír y abrió mucho los ojos, con fingida preocupación. Estaba actuando, por supuesto.

—Le ruego señorita no atrofie ni inutilice mi miembro viril —le rogó él. Parecía decirlo en serio, de no ser por el brillo perverso del fondo de sus ojos—. Estoy seguro de que algún día lo lamentaría personalmente.

—Para que ese día llegara tendrían que evaporarse antes todos los hombres de la Tierra —replicó ella.

Él se aproximó a ella, tanto que a Jane se le erizó la piel y una ráfaga de viento arrastró hasta su olfato el tentador olor a aftershave que emanaba.

—No sentencies de ese modo la vida de los demás, Jane. No está bien.

Jane no respondió, pues en aquel momento, sus neuronas habían cedido el  protagonismo a sus hormonas.

Connan se aproximó a ella todavía más, hasta que sus labios casi rozaban su oído cuando le susurró:

—Si pensara que eso te haría acudir a mí, consideraría hacerlo.

Jane obligó a sus manos a posarse en su pecho. Una parte de ella se deleitó ante la firmeza y la fuerza que palpó en él, pero otra aún más fuerte la obligó a  empujarlo y alejarlo de ella.

—Nadie debería estar dispuesto a sacrificar a nadie por un capricho. Nadie que merezca mi atención, al menos —le dijo con frialdad.

—¡Caray, mujer! —exclamó Connan—. Tente en más estima. No serías un capricho, serías el capricho por excelencia.

La mano de Jane se estampó contra su jovial mejilla con estruendosa fuerza.

—No permito que nadie me trate como una puta —le espetó con rabia, sus violáceos ojos llameando de ira—. Ni siquiera como la puta por excelencia. Eres un cabrón —le dijo furiosa—. Y no tengo nada más que decirte aparte de derivados de ese epíteto. Me largo.

Y dicho esto se apartó, como si su cercanía fuera un destructivo fuego que estuviera a punto de alcanzarla, y se alejó de él a largas e impetuosas zancadas.

Connan permaneció en el sitio un momento, su mente atónita repasando los últimos instantes, confuso, tratando de detectar el momento exacto en el que la cosa había empezado a caer en picado, pero después reaccionó como impulsado por un resorte y corrió tras ella.

—No te vayas así —le dijo, alcanzándola justo cuando ella se detuvo a la espera de que el ascensor abriera sus puertas—. Todo iba bien.

—¡¡¡¿Bien?!!! —gritó ella, indignada—. En todo el tiempo que hemos estado aquí arriba no has hecho más que decirme, sutil o directamente, que quieres follarme.

—La culpa es tuya por ser demasiado sexy.

—Jamás me hubiera imaginado que alguien como yo pudiera ser tu tipo —replicó ella, desafiándolo a que mintiera.

—Bueno, es cierto que no acostumbro a salir con chicas como tú —le respondió él, honesto—. Tal vez ese sea el motivo por el que sigo soltero —añadió con una voz arrastrada que resultó muy sexy.

Jane negó con la cabeza.

—No creo que sea tanto culpa de los demás como tuya.

—Es posible —contestó él, sorprendiendo a Jane. Había esperado que responsabilizara del fracaso hasta al mismísimo sol antes que asumir él mismo la culpa. Y él también había esperado lo mismo. Pero por alguna razón que se escapaba a su entendimiento, quería ser sincero con ella. Tal vez porque ella misma era sincera. El ser más honesto y puro que había conocido nunca. Y él la admiraba. Porque no había cualidades que apreciara más.

Justo entonces las puertas del ascensor se abrieron, descubriendo su minúsculo interior tenuemente iluminado. Pero ninguno de los dos le prestó atención.

—Tal vez puedas ayudarme a detectar lo que falla.

—No soy psicóloga —respondió ella, mirándolo, tratando de discernir si se estaba quedando con ella. Pero él estaba seguro de que no hallaría nada de eso, porque no era esa su intención.

—Pero podrías decirme qué te ha molestado de mí esta noche, o cómo te gustaría que te hubiera tratado, o algo por el estilo. Me gusta escuchar críticas, sobre todo si no son favorables. Son casi un mito en mi persona.

Jane suspiró.

—Conaught, no podemos estar amoldándonos a los demás. Hay personas con las que conectamos y otras con las que no. Pero para descubrir con quién somos afines, tenemos que sernos fieles a nosotros mismos. Si no nos perderíamos, nos desfiguraríamos, y algún día no nos reconoceríamos en el espejo. Y si no nos reconocemos a nosotros mismos, ¿cómo reconocer a posibles amigos o amores?

—¿Y qué ocurre cuando tu personalidad incluye alejar de ti a los demás? —preguntó él en voz alta, pero de pronto parecía estar hablando consigo mismo.

—Conaught… —susurró ella.

Él le tendió la mano.

—¿Por qué no nos quedamos un rato más aquí arriba?

Jane vaciló un momento. Miró en interior del ascensor y luego su mano, que seguía firme y decidida, tendida frente a ella. Finalmente, rechazó la mano, pero decidió quedarse con él y volvió a donde se hallara momentos antes, admirando la noche y la ciudad.

Él se colocó junto a ella. Sus brazos casi se rozaban.

—Para no ser psicóloga te defiendes bien dando consejos —observó él.

Ella sonrió, absorta en las vistas.

—Bueno, muchas veces me he visto tentada de embadurnarme de hipocresía para poder ser aceptada y que la vida me fuera más fácil —contestó ella—. Pero tratar de llevarte bien con los demás a costa de tu verdadera opinión y a veces incluso tu personalidad, es cansado, además de peligroso. Porque siempre significa compartir una parte de ti. Las relaciones sociales son un intercambio. Y cuando alguien da, espera recibir. Y dar a los demás sin quererlo, hiere el espíritu. Pero además de eso, les concedes un poder sobre ti, por pequeño que sea. Y odio esa sensación.

Él la miró intensamente, cada vez más hechizado con la magia que desprendía aquella hermosa y fantástica criatura.

—¿Es por eso que eres tan honesta? —preguntó él.

Ella lo miró, y le sonrió.

—En realidad la honestidad siempre ha sido parte de mí. Desde niña —de repente se echó a reír, sin duda recordando algún determinado momento de su vida. Connan no pudo evitar unirse a ella—. Una vez, en el colegio, cuando me preguntaron que quería ser, respondí que domadora de caballos. A pesar de que era una niña, al parecer no era lo suficientemente joven como para permitirme ser “surrealista”, y a la profesora no se le ocurrió otra cosa que reírse y burlarse de mi respuesta, llamándome tonta. Yo le contesté que había cambiado de opinión. Le dije algo así como: “Creo que debería ser profesora. No porque la admire a usted ni a su patética vida, sino por lo contrario. El magisterio necesita un toque fresco que empuje a los jóvenes a alcanzar sus sueños por ilusorios que parezcan. Y ese toque voy a ser yo”.

Tanto ella como él prorrumpieron en carcajadas.

—Entonces ya eras un bicho —le acusó Connan entre risas.

Jane asintió risueña.

—Con solo siete años ya tenía la lengua más afilada que el diablo y la valentía más desarrollada que Aquiles.

Connan asintió de acuerdo.

—Creo que me habría encantado ser tu amiga de niños.

Ella lo miró perversamente.

—No sé si habría sobrevivido hasta hoy. Me habrías matado después de dos semanas de conocerme, porque no era más compasiva con los de mi edad —respondió ella.

Él se río de nuevo.

—Una niña adorable, sin duda.

Ella se unió a sus risas.

—¿Y tú cómo eras de niño?

Connan se tomó unos instantes antes de contestar. Su semblante fue relajándose, brillando a la luz lejana de los recuerdos. Por un momento, el pasado se sobrepuso al presente.

—Mi mayor ambición de pequeño era ser pirata —confesó Connan con una melancólica media sonrisa. Miró a  Jane, que lo escuchaba atentamente con expresión divertida—. Era un auténtico salvaje. Constantemente burlaba a los profesores y me escapaba del colegio. Y todo para poder escalar acantilados y tratar de aprender a pescar, la actividad que debería mantenerme nutrido cuando estuviera en alta mar. Como tú, tampoco era santo de la devoción de mis mayores.

Jane soltó una risita.

—Definitivamente el mundo fue sabio al mantenernos distanciados de niños —contestó ella con diversión—. Dos caracteres tan fogosos y con tendencia a considerar  su propio juicio el mejor frente al de los demás habrían chocado con fatales consecuencias.

—Tienes razón. De niños no habríamos sabido armonizar debidamente nuestras talentosas personalidades para poder obtener grandes empresas. Por eso nos hemos encontrado ahora. Hoy en día somos lo suficientemente adultos para aunar nuestra espléndida esencia en inteligente comunión y conseguir lo que nos propongamos.

Jane rió.

—Aunque no te lo parezca, lo que dices tienes más sentido del que piensas.

Connan enarcó una ceja, sorprendido.

—¿Tal vez la señorita Tigresa haya decidido rendirse a mi irresistible encanto y…?

Jane lo cortó con un gesto de la mano. Pero lo hizo con palpable divertimento, y no con tanta antipatía como acostumbraba a mostrarle.

—Para el carro. No estaba refiriéndome a una empresa cuyo apogeo consista en “el orgasmo de nuestra vida”. Tenía que ver con mi profesión y la tuya.

Connan no trató de reprimir la exposición del horror que lo embargó de pronto.

—¡¡¡¿NO SERÁS PERIODISTA?!!!

Al escuchar esta sugerencia, Jane se deshizo en ensordecedoras carcajadas que estremecieron su menudo cuerpo.

—Mierda, joder, mierda. Soy gilipollas… —mascullaba Connan rabioso contra sí mismo, malinterpretando el buen humor de Jane.

—No, no —dijo Jane, aún entre risas—. No soy ninguna sanguijuela informativa… Yo soy una periodista de verdad. Solo me interesan los aspectos más profesionales de ti…

—MI-ER-DA.

—Aunque me has dado documentación más que suficiente para escribir sobre tus galanterías y tus técnicas de seducción —meditó ella en voz alta.

—Me has engañado —la acusó él con palpable furia.

—Técnicamente eso no es cierto. En realidad, no me has preguntado directamente por mi ocupación laboral —se defendió ella.

Y seguidamente volvió a emitir sonoras y sucesivas carcajadas.

—¿Te parece gracioso que esté barajando la posibilidad de estrangularte? —masculló rabioso.

Ella rió aún más.

—Oh, vamos, era una broma —confesó ella finalmente, volviendo a caer en las redes del buen humor.

Por alguna extraña razón, Connan la creyó inmediatamente y no pudo evitar acompañarla en ese festín de risotadas.

—Te la devolveré, lo prometo —le dijo Connan.

Jane hizo un gesto con la mano, animándole a que lo intentara y diciéndole a su vez que fracasaría. Después, respiró hondo unos momentos, buscando serenarse.

—En realidad soy escritora. Guionista —le dijo ella—. Y me has inspirado para un próximo argumento que tratará, naturalmente, del hombre que tenía fobia a los periodistas.

Él le dedicó una sonrisa sincera.

—Espera mejor a alcanzar un rotundo éxito. Después de eso podrás valerte de tu propia fobia a los periodistas para escribir esa obra.

—Es otra opción —contestó ella divertida.

Se quedaron un momento en silencio.

—Entonces, ¿trabajas para alguna cadena local o con algún productor francés? —le preguntó él tras haber estado meditando sobre el dato.

Ella negó con la cabeza.

—Aún no tengo trabajo aquí. Hasta la fecha me he dedicado a escribir el guión para una serie de televisión donde vivía… Pero lo he dejado en pos de mi ambición de escribir para el cine. Y he decidido ambientar mi próxima obra en París. Así que estoy aquí de vacaciones mientras me inspiro.

—Pues hoy has encontrado inspiración de sobra —le contestó él risueño mirándola elocuentemente—.¿No estás de acuerdo?

—Humm. Si pretendiera hacer un thriller en torno a un asesinato es probable que me sirvieras… —bromeó ella.

Él sonrió ampliamente.

—¿Y la ciudad si te ha aportado algo?

Ella asintió.

—Tiene tantos encantos… —murmuró soñadora, mientras su mirada se en la gran capital.

—¿Qué has visitado hasta ahora?

Jane enumeró en voz alta los lugares en los que había estado junto con las impresiones que había recibido de cada uno de estos. Connan la escuchaba atentamente, realmente interesado en sus palabras, realmente encandilado ante el brillo de sus ojos mientras hablaba de arte, realmente fascinado por el apasionamiento con que describía todo lo que se había cruzado en su camino.

—Creo que no puedes declinar la oferta de pasarte por mi apartamento alguna vez —comentó él finalmente.

Ella lo miró con el ceño fruncido.

—No negaré que me excito hablando de arte, pero no es el tipo de excitación que necesita una salida —refunfuñó ella.

Connan rió.

—Lo creas o no, siento una intensa devoción por el arte. Tengo una galería privada en mi casa. Ante todo arte vanguardista. Sobre todo Impresionismo. También numerosos cuadros prerrafaelistas.

A Jane se le iluminaron los ojos.

—¿Lo dices en serio?

Connan asintió.

—Mi admiración comenzó desde muy joven. De ahí que Conaught tenga una licenciatura en Historia del Arte.

Jane lo miró boquiabierta.

—¿No siempre has pensado vivir de tu físico?

Connan rió muy fuerte. Cualquiera se habría pensado dos veces formular semejante pregunta, ya que resultaba bastante impertinente, pero Jane no. Ella poseía esa clase de frescura en comunión con la expresividad de su rostro. Si sentía curiosidad, como evidentemente la sentía hacia él en aquellos momentos, no trataba de reprimirla o menguarla. Simplemente la saciaba, e iba al grano en cuanto a lo que le interesaba.

Connan negó en respuesta.

—Nunca me lo habría planteado si no hubieran acudido a mí con semejante idea y cheque en mano.

—¿Y por qué aceptaste?

—No acepté de inmediato. En un primer momento me propusieron trabajar como modelo para Gucci. Pero me negué. Estaba en contra de poder conducir un Lamborghini si para eso tenía que arriesgarme a que mi culo en tamaño XXL pudiese empapelar los edificios de la ciudad.

Jane soltó una carcajada al escucharlo. Él le dedicó una mirada risueña acompañada de una media sonrisa.

—Sin embargo, alguno de ellos tenía contacto con un productor de cine, y pensó que yo podría interesarle. Personalmente, la idea de actuar si me resultó apetente. Así que acepté una cita con el productor y comenzaron mis primeras andadas en este mundo.

—¿Y nunca has deseado dejarlo y encontrar un trabajo relacionado con tus estudios?

Él se encogió de hombros.

—Por el momento estoy contento con la vida que llevo. Una vez uno se acostumbra a la rutina y a la fama aprende a sobrevivir sin volverse loco. Aunque aún me inquieta ser foco de atención.

Jane meditó un momento sus palabras.

—Por tu pasado, ¿no es así?

Connan la miró fijamente, pero no afirmó ni negó nada.

—Entonces, ¿querrías ver mi colección? —preguntó él, apartando a un lado el tema que habían mantenido instantes antes.

—Tal vez en otra ocasión. Todavía puedo saciar mi sed de arte con los museos que me quedan por visitar —contestó—. Cuando tenga abstinencia de arte, te avisaré —añadió risueña.

—Sería un buen remedio, no hay duda: un solo vistazo a mi imagen escultural te aplacaría el hambre de arte para siempre —comentó él secundándola en la broma.

—¿Escultural? —se mofó Jane—. No creo que los griegos hubieran encontrado piedra suficiente en el monte del Olimpo para retratar tu descomunal ego.

Y ambos se echaron a reír.