martes, 26 de junio de 2012

►CAPÍTULO IX [Part I]


—Menos mal que vuestro oficio consiste en hacer felices a vuestros clientes —ladró sin compasión a través del auricular.

—¡Buenos días señorita Cassidy! —saludó una voz femenina rebosante de entusiasmo.

La alegría que mostraba su interlocutor la irritó. Nada más estresante que encararse con alguien que no respondía con lógica a un ataque tan mordaz. Uno: o esa mujer era estúpida y no detectaba el descontento de su voz; o dos: se negaba a entrar en su juego de <<a ver quién explota de rabia primero>>.

Daba igual cuál de las dos fuera la verdadera; ambas la frustraban.

—¡¿Buenos días?! Mire, señorita Flower Power, no ocupo una suite de más de 8.000€ para que me arruinen el sueño y piensen que pueden compensarlo con un efusivamente insano <<buenos días>>. ¿Lo entiende? Que no se vuelva a repetir.

Fue un intento inútil de acobardarla. La mujer procedió como si ella jamás hubiera abierto la boca y comenzó a contarle el boletín de noticias con esa voz alegre que nunca la abandonaba.

—Señorita Cassidy, la telefoneo desde la recepción del hotel. Aquí conmigo se halla un caballero que solicita que se reúna inmediatamente con él.

—Nadie que se considere caballero se presenta sin un avisar con antelación —gruñó ella.

—¿Cuánto tiempo aproximadamente le digo al caballero que ha de esperar su compañía?

—Dígale al “caballero” que me reuniré con él en cuanto acabe mi cita con Morfeo. ¡Y va para largo! —Colgó el teléfono de un solo golpe y sin remordimiento alguno se acurrucó en las sábanas, tapándose con ellas hasta la barbilla.

Se hallaba suspirando feliz, pensando que había ganado esa batalla, cuando el teléfono volvió a sonar.

Decidió ignorarlo, pero era tan insistente como la primera vez.

Empujó las sábanas furiosa y se hizo con el auricular nuevamente.

—¿Exactamente qué es lo que entiende usted por <<quiero dormir>>? —gritó.

—Buenos días, princesa. —Una voz arrulladora, sonriente y suave la saludó desde el otro lado. Por supuesto, era Connan—. Sé que estás de malhumor porque en el día de hoy aún no has atisbado príncipe alguno, pero yo tengo el propósito de solucionarlo.

—¡Ja! —se burló Jane—. ¿Acaso conoces algún ingeniero que haya inventado una máquina extraordinaria que me transporte a algún cuento?

Lo sintió sonreír contra el auricular.

—Me basto yo solo para solucionar este asunto —contestó con voz risueña—. Bueno, ¿qué? ¿Vas a bajar o me vas a obligar a subir a por ti?

Jane levantó las cejas, sorprendida por su amenaza.

—¿Cómo subir? ¡De ninguna manera! —protestó—. Además —añadió con voz triunfadora—, no creo que la seguridad del hotel lo permita.

Él rió.

—Me temo, princesa, que no estás tan protegida como supones. La gente de aquí no trabaja para la gente, trabaja para el dinero…

—¡¿Serías capaz de sobornarlos?! —exclamó ella.

—No me hace falta. Soy el titular temporal de la suite, ¿no? —dijo él con abierta satisfacción.

—Por supuesto —contestó Jane con tono irónico—. Toda situación tiene su lado malo. Sin embargo… —se preguntó Jane en voz alta, cuando un pensamiento se abrió paso en su mente, sopesando otra idea—. Entre el dinero y el prestigio del hotel, ¿a qué le dan prioridad?

—¡Eso es algo que se me escapa! Pero la próxima vez que me aloje aquí no me olvidaré de pedir una circular con la escala de valores del Ritz impresa —respondió él con sarcasmo divertido.

—Ríete todo lo que quieras, pero si te atreves a colarte en la suite, armaré tal escándalo que se enterarán de todo los clientes actuales y los futuros posibles —sentenció ella triunfal. No era que le molestara especialmente que entrara, pero su orgullo le impedía hacerse ver como la víctima en ese asunto. Connan tenía que saber que con ella no iba a salirse con la suya. Que en lo referente a ella no podía hacer lo que quisiera simplemente por ser quien es o por su dinero. Ella tenía su propia arma: el ingenio. Y era poderosa.

—Yo no me beneficio del prestigio del hotel —contestó él tranquilamente, como si le fuera un tema absolutamente ajeno.

—Sin embargo,  te verías relacionado con su catástrofe —contestó ella con una sonrisa—. Ya me imagino los titulares: <<Connan Knight, responsable directo de la caída del Ritz>> <<Connan Knight trata de saciar su fetichismo robando bragas en el Ritz>> <<Connan Knight, el guapo e inmoral pervertido>> <<Connan Knight y su hobby secreto: allanar suites escandalosamente caras>> <<Connan Knight: el dinero no compra la decencia>> <<Connan Knight….>>

—Ya te has explayado bastante, ¿no? —gruñó él con patente frustración—. Además yo a la prensa la tengo manipulada.

Jane soltó una vivaz carcajada.

—Claro, por eso ahora estás en un idílico romance con una preciosa supermodelo.

Connan bufó.

—Era la alternativa a verme enrollado con un princesita guionista del tres al cuarto —apuntilló él.

—¡Pero bueno! —exclamó Jane, aunque divertida al tener pruebas evidentes del cabreo que había logrado suscitarle—. Mereces que te cuelgue, desconecte el teléfono y atranque la puerta de la suite con todos los muebles disponibles.

—E incluso así no te librarías de mí —aseguró él.

—Dudo que el personal del Ritz permitiese una batalla en sus lujosas instalaciones.

—Tengo más recursos que abrirme paso hasta ti como un vulgar bárbaro.

Jane volvió a reír.

—Necesitaré una evidencia real de eso. El único papel en el que encajas en mi mente es en el de vikingo saqueador.

Jane pudo imaginárselo perfectamente rodando los ojos.

—¿Qué te parece si discutimos sobre mi perfil de bárbaro dentro de quince minutos en el vestíbulo del hotel? —sugirió.

—No hay mejor aliciente que un diálogo acerca de botines de guerra, sangre, mazazos primitivos y lluvias de vísceras —comentó ella con sarcasmo.

El lanzó una breve risa.

—Tienes razón: la práctica de todo eso debe ser mucho más excitante.

—Creo que la discusión ya no tiene sentido; ha quedado confirmado que eres un salvaje bárbaro.

—En ese caso sabrás que realmente no te doy a elegir cuando te digo que bajes —añadió él con tono jovial.

—Pues solo si puedo practicar el libre albedrío conseguirás que baje —gruñó ella.

Él lanzó una alegre carcajada.

—Se me olvidaba que mis ingeniosos métodos de persuasión no son compatibles con tu orgullo —contestó él—. Pero tengo más armas… Digamos que te tengo una sorpresa preparada.

—¿Una sorpresa? —preguntó ella con un traicionero timbre curioso en su voz.

—Sí. Y cuanto antes bajes antes podrás disfrutar de ella.

—Humm. No es suficiente —se resistió ella—. Primero cuéntame sobre la naturaleza de la sorpresa.

Él rió muy fuerte.

—Debí suponer que no bastaría. En fin, díganos que tiene como propósito estimularte creativamente. Inspirarte.

—¿En términos sexuales? —aventuró ella con desconfianza.

Él volvió a reír.

—No, lo prometo.

Jane lo pensó unos instantes.

—De acuerdo. Admito que me pica la curiosidad y de todos modos ya me has desvelado.

—Hasta ahora, princesita —canturreó él.

—Hasta ahora, vikingo —se despidió Jane.

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