jueves, 23 de febrero de 2012

►CAPÍTULO III. [Part I]


—¡JONATHAN!

El joven, un estudiante universitario que estaba de Erasmus en París, respondió a su nombre emergiendo del vano que daba acceso al pasillo del piso y plantándose en el salón completamente desnudo salvo por una toalla que se había anudado en las enjutas caderas. Sus labios apresaban un cepillo espumoso que empuñaba con una de sus pálidas manos. Su actitud, relajada y natural, confirmaban que el muchacho no se sentía incómodo en su situación. De hecho, se adivinaba cierta arrogancia en su pose erguida, como si pretendiese resaltar la musculatura de su abdomen.

—Me pillas en el baño —respondió él con tranquilidad, totalmente indiferente a la furia escrita en su nombre y en la expresión de Jane. Se limitó a mirarla relajado, con un gesto interrogativo mientras continuaba cepillándose los dientes. Como si no fuera evidente el motivo de que Jane hubiera recurrido a él con tanta ira.

—Y tú a mí cabreada —exclamó enérgicamente Jane—. Mira, ayer no dije nada aunque tuviera motivos, pero decidí que puesto que vamos a vivir juntos, iba a darte más tiempo y a ser más tolerante… Pero esto… ¡ESTO! —Jane abarcó con la mano el salón. Era un homenaje al desastre. La alfombra que abarcaba la porción de suelo entre el sofá y el mueble que soportaba la televisión estaba irreconocible y describía una figura abstracta donde imperaban las arrugas. La manta que cubría el largo sofá de cuero blanco presentaba un aspecto similar, solo que con el añadido de palomitas desperdigadas. Frente a él, la superficie de cristal de la rectangular mesita había perdido su naturaleza traslucida y charcos de líquido amarillento y espumoso la manchaban. Jane supuso que era cerveza a juzgar por el ejército de latas que reposaban sobre la mesita. La televisión emitía un partido de fútbol frente a un público inexistente a un ruido ensordecedor. Y por si fuera poco, tres cachorros Haskies destripaban con sus colmillos los cojines del sillón y roían y descolocaban las cortinas de la ventana. Y para más inri, una canción de Cannibal Corpse sacudía las paredes del piso con su música estruendosa.

Jonathan miró a su alrededor sin mostrar signos de sentirse arrepentido o horrorizado, y su respuesta tras admirar su obra fue encogerse de hombros.

—En mi opinión no está tan desastroso como tú lo ves.

Jane se mordió la lengua a tiempo de soltar una retahíla de palabrotas además de contener a sus manos de estrangularlo.

—Me da igual lo que tú creas —espetó con furia—, el caso es que yo también vivo aquí y considero esto INACEPTABLE —dijo recalcando la última palabra. Se llevó una mano a la cadera mientras con la otra señalaba hacia el salón—. ¡Ya estás adecentando eso! —ordenó—. Quiero ver esa alfombra tan pulcra y lisa como cuando vine, ese sillón exento de palomitas y esa mesilla tan trasparente como la recordaba. Y por supuesto, enhebra otra vez las cortinas en su travesaño y ¡saca esos chuchos de una vez y para siempre! —Cuando parecía haber acabado su agria ordenanza, añadió—: Y por supuesto, me vas a descontar un 20% como mínimo en la factura de la luz de este mes. Que tengas la tele puesta sin estar siquiera en la misma habitación…

Jonathan abrió mucho los ojos y levantó las palmas en un gesto que pretendía aplacar sus malos humos. Acto seguido, entrecerró los ojos en una mirada acariciadora y esbozó una sonrisa que pretendía ser seductora y en la cual sobresalía el mango del cepillo de una de sus comisuras. Fue acercándose a ella lentamente, ante la expresión desconcertada de Jane.

—Vamos, nena. ¿Por qué no mejor empleamos tiempo y energías en algo más… divertido? —comentó él sin dejar de aproximarse.

Al adivinar lo que él pretendía, Jane abrió mucho los ojos y por un momento se quedó estupefacta observando sus avances. Pero antes de que él pudiera pegarse a ella, Jane lo empujó con fuerza, apartándolo de ella con una renovada energía propia de una doble dosis de indignación.

—¡Ni se te ocurra imaginarlo siquiera! —bramó ella—. Si hubiera querido me habría liado ya miles de veces con alguien como tú; oportunidades no me han faltado. Por si no lo sabías, mi madre trabaja en una guardería.

Jane adivinó con satisfacción en el rostro de Jonathan que su comentario lo había ofendido. Su buen humor se tornó visiblemente agrio a juzgar por el ceño que fruncía en aquellos momentos.

—Y por supuesto —continuó Jane— No hay un nosotros en este asunto. Vas a recogerlo tú solito.

Jonathan lanzó un ronco gruñido y desapareció un momento en el baño para enjuagarse la boca.

—¡Muy bien! —dijo aceptando la derrota—. Recogeré el salón, pero eso sí, los perros se quedan.

Jane se cruzó de brazos con actitud decisiva.

—Eso es contraproducente al orden. Además —añadió mirándolo con astucia cuando lo tuvo de nuevo frente a ella—, algo me dice que esos animalitos no son tuyos. Tu “sentido de la responsabilidad” habría acabado con ellos mucho antes de que aprendieran a ladrar.

Jonathan formó una prefecta “O” con los labios. Pero después y a regañadientes admitió que estaba en lo cierto.

—Vale, son de una vecina. Me he comprometido a cuidarlos siempre que pueda a cambio de unas monedas.

—¿Cuidarlos? —preguntó Jane enarcando una ceja—. Yo lo llamaría permitir que destrocen nuestro piso en vez del suyo.

—¡Pero necesito el dinero! —protestó Jonathan.

—Si realmente necesitaras dinero te buscarías un trabajo de verdad —apuntó Jane—. Si lo que quieres es costearte tus caprichos más vale que te busques otra cosa que no suponga una amenaza a mi cordura. Busca algo que se te dé bien —guardó silencio un instante en el que se mostró pensativa mientras apoyaba un dedo en el mentón—. Yo te veo bien acelerando la muerte, por decir de manera eufemística asesino. No hay duda de que cualquiera consideraría el suicidio ante la perspectiva de convivir contigo. Ya veo los carteles que pondremos: ¿Harto de que su suegra le obligue a comer grasosos potajes? ¿No soporta que su vecina de arriba olvide cerrar el grifo y le provoque humedades y goteras? ¿Los padres del niño de arriba no hacen más que comprarle canicas para que las deje caer y resuenen en tu piso? ¡Tenemos la solución! ¡Una sola hora con Jonathan Grey y buscaran la manera de ascender al cielo! En caso de quedar insatisfecho, le dejaremos hacer su buena acción de la semana estrangulándolo.

Jonathan frunció los labios, algo dañado en su amor propio.

—No hace falta que seas tan borde —refunfuñó mientras se dejaba guiar por las amonestaciones de Jane y ataba las tres correas a los collarines correspondientes de los cánidos—. Devolveré a la señora Merritt sus mascotas.

—¿Ya mismo? —preguntó Jane sorprendida.

Él la miró confundido.

—¿No es eso lo que exiges?

Jane asintió.

—Sí, pero… ¿cuántos años tiene la señora Merritt?

Él la observó aún más confundido que antes mientras cruzaba el salón hacia la puerta de la entrada arrastrando a los traviesos cachorros tras él.

—Sesenta y tres, ¿por qué?

Jane no pudo reprimir la sucesivas carcajadas que brotaron desde su garganta para convertirse en un gorgoteo divertido y descontrolado.

—Creo que ya has empezado a considerar mi idea —observó entre risas mientras esgrimía un dedo en su dirección—. Ya te has propuesto acometer contra el pudor de la apacible anciana yendo a devolverle sus perros con solo una toalla encima.

Jonathan bajó la vista para descubrir que Jane estaba en lo cierto. Se ruborizó un instante antes de sonreírle a Jane divertido y apresurarse a cambiarse antes de visitar a la vecina.

Embalsamada en buen humor, Jane rescató del sofá el teléfono inalámbrico y se dirigió con él a su cuarto. Éste era sencillo, aún no había pasado allí el tiempo suficiente como para revestirlo de recuerdos. Las paredes desnudas eran de un color verde manzana y una ventana de resolución reducida daba a las calles de Montmartre, donde podía contemplar desde cierta altura a los transeúntes ocupados en sus recados matinales o donde tenía acceso al calor de la luz del alba.

Jane se recostó sobre su estómago en la gigantesca cama de matrimonio cubierta por una sencilla colcha floral. Y marcó el número de Heather.

Tuvo que esperar cuatro tonos antes de escuchar la voz de su amiga.

—¡He dicho que no me interesa cambiar de compañía telefónica, joder!

Jane soltó una risita.

—Hola Heather.

—¡Jane! —exclamó sorprendida su amiga, reconociendo su voz—. Cuánto me alegra oírte.

—¿En serio? Jamás lo habría adivinado a juzgar por tu saludo —comentó Jane con socarronería, y escuchó reír a Heather.

—Lo siento. Hoy he recibido una avalancha horrible de llamadas de distintas empresas de todo tipo y di por supuesto que la tuya era otra más. ¡Si es que sólo les falta calentarme la oreja intentado convencerme de suscribirme a una sesión de  inseminación telefónica!

Jane rió con ganas ante la ocurrencia de su amiga.

—Veo que sigues tan divertida como siempre. Me alegra saberlo. ¿Qué tal te va todo? ¿Está siendo exitosa la campaña de primavera?

—Pues mi vida sigue sin dejarme respirar. Te aseguro que me ha costado conservar aliento para mandar a la mierda a toda la propaganda telefónica después del día que he tenido. Tengo las plantas de los píes destrozadas de esos taconazos… ¿A quién coño se le ha ocurrido poner de moda tener que estar literalmente a la altura de Michael Jordan? ¡Santo Dios! Y me duele el cuero cabelludo de todos esos peinados extravagantes… —Jane la escuchó hablar de su vida cotidiana con verdadero placer, disfrutando de la voz de su amiga, que la acunaba como una dulce nana. Le encantó comprobar que había superado bien su marcha y que volvía  a exudar su característico optimismo.— … ¿Y tú qué? ¿Algo interesante que contarme?

Jane procedió a describir su día, haciéndola partícipe de la magia con la que la había rociado París. Le habló sobre el cálido encanto de Montmartre, sobre sus simpáticas terrazas, sobre el frío que asediaba la ciudad y sobre lo hermosa que se contemplaba París desde lo alto de la colina, tan brillante. Le habló sobre la blancura impoluta de las paredes de la basílica del Sagrado Corazón y del espíritu bohemio que aún se respiraba.

—Joder, me estás dando envidia —exclamó Heather—. No me imagino pisando el mismo suelo que Renoir, Van Gogh, Derain o Matisse —prosiguió mencionando a pintores impresionistas que siempre había admirado y que solían servirle de inspiración en aquella época en la que pintara—. ¡Me moriría de la emoción!

—Sabes que aquí tienes una casa —la invitó Jane.

—Y tú sabes que estoy hasta los topes… Y la nueva campaña no ha hecho más que empezar. Por lo pronto preveo que estaré un par de meses como mínimo ocupada. Pero encontraré un hueco para visitar la residencia de Pierre-August Renoir, y de paso a ti también —bromeó divertida.

Jane sonrió.

—¿Y qué me dices de la gente? —indagó Heather—. ¿Has conocido a alguien interesante?

—Pues…

—¡Oh, eso es que sí! ¡Cuéntame, cuéntame! ¿Se trata de un hombre?

Jane se río ante las ansias de su amiga. Y sintió ruborizarse cuando aquellos ojos claros de mirada intensa emergieron en su mente.

—Sí, es un hombre —confirmó Jane.

Jane se separó el auricular de la oreja anticipándose a los chillidos de emoción que profirió Heather. Cuando éstos dejaron de emitirse para dar paso a ansiosas preguntas, Jane volvió a ajustarse el teléfono al oído.

—¿Es guapo?

—Demasiado.

—¡Descríbemelo, vamos! —exigió Heather emocionada.

—Pues es alto, muy alto. De piel bronceada y sospecho que es un moreno natural, a juzgar porque a pesar de su deslumbrante atractivo no parece un estúpido petimetre. Tengo la sensación de que le hace falta paciencia como para someterse regularmente a rayos uva… Tiene los ojos claros, azules y brillantes. Una boca de labios gruesos muy propensa la sonrisa… Y melena rubia. Aparte, parece tener cuerpazo, aunque no puedo asegurarlo con exactitud porque no pude adivinar demasiado bajo la chupa de cuero, aparte de que tiene hombros amplios. Eso sí… Ya sé que es imposible, pero siento como si lo hubiera visto antes en alguna parte…

Jane alejó el auricular a tiempo.

—Pero, tía ¡qué suerte! —exclamaba Heather cuando dejó de chillar emocionada—. ¡Menudo bombón! Y te digo yo que no lo has podido ver, sino no te podrías haber olvidado así. Además, he conocido a todos los tíos con los que has salido y doy fe de que ninguno se amolda a la descripción del buenorro parisino. Pero dime, ¿lo volverás a ver, verdad? ¿Os habéis dado los teléfonos, a que sí? Por cierto, ¿cómo lo conociste? ¿Le entraste tú o te entró él?...

Jane procedió a explicarle todo el encuentro a Heather, que de vez en cuando respondía con más gritos exultantes. Cuando terminó de narrarle todo, Heather estaba disgustada, tal y como Jane había esperado.

—¡¿Pero cómo fuiste capaz de ser tan borde?! ¡Encima que él venía en son de paz! ¡Estás loca!

—Lo sé. Ni yo misma lo entiendo… Pero la cosa es tal y como te lo cuento. Dudo que vuelva a verlo, y si por algún capricho de destino eso ocurriera, dudo que él tratara de volver a hablar conmigo.

—Hummm. No estoy tan segura. El mencionó la posibilidad de otro encuentro entre los dos, según tu relato —observó Heather pensativa.

Jane resopló en respuesta.

—Creo que solo intentaba solventar la falta educación que yo demostré. Francamente, nadie en su sano juicio querría hablar nuevamente conmigo después de esa conversación y mis espantosos modales. Pero no me importa. Mejor para mí. Seguramente me habría encaprichado de él para sufrir su desdeño.

Esta vez le tocó a Heather resoplar.

—No creo. Tú rebosas encanto hasta cabreada —dijo riendo Heather, tratando de animarla—. Ahora tengo que dejarte cariño, tengo un compromiso. Tú mantenme informada de nuestro galán misterioso.

—Tal vez ni siquiera surja la excusa de mencionarlo, así que no te hagas ilusiones —comentó Jane—. Y para mí se llama señor Incordio.

Heather rió.

—Aún no me creo que lo llamaras así… En fin, espero que estés equivocada y tengamos ocasión de incluirlo en nuestras conversaciones. ¡Un beso, cielo! Te llamaré pronto.

Jane sonrió.

—Un beso, Heath. Cuídate.

Heather le envió un beso a través de la línea y después colgó.

Jane permaneció unos instantes más acostada en una intensa quietud, conservando el teléfono entre sus manos relajadas. Saboreó la felicidad que había experimentado hablando con Hetaher, alegrándose de que, por lo menos por el momento, la distancia no había impedido que su relación cambiara o se enfriara. Ella seguía siendo la misma y Heather también, y seguían queriéndose igual.

Por fin salió de su cuarto para devolver el teléfono a su lugar, y al entrar en el salón descubrió que Jonathan había decidió hacerle caso. Ya había ordenado bastante. Había retirado las latas de cerveza y limpiado la cristalera de la mesa. La tele yacía apagada y la alfombra alisada. Al parecer, solamente faltaba adecentar las cortinas.

—Es una jodida Diosa… —oyó que susurraba Jonathan, sentado en el sofá ya arreglado, con la cabeza inclinada hacia adelante, absorbiendo intensamente el contenido de lo que parecía ser una revista que sostenía frente a sus ojos.

—¿Quién es una Diosa? —preguntó divertida Jane, sentándose junto a él.

Jonathan parpadeó un momento sorprendido, ya que le había pillado por sorpresa la presencia de Jane. Una vez recuperado de la sorpresa, le pasó la revista a Jane.

Jane rió con ganas cuando observó la portada que Jonathan había estado admirando. En ella aparecía Heather luciendo una boina de tela vaquera con su cabello dorado recogido en una trenza que descansaba sobre uno de sus hombros. Llevaba un poncho colorido, desde donde sobresalían sus perfectas piernas torneadas, embutidas en unas botas de tacón agudo y caña alta.

Jonathan la miró malhumorado malinterpretando su risa y le arrebató la revista.

—Seguro que tú también tendrás tu B.I.P. —refunfuñó Jonathan.

—¿Mi qué?

—B.I.P.: Buenorro Inalcanzable Preferido —explicó Jonathan—. Apuesto a que tú también estás loca por Connan Knight, como todas las chicas. Ninguna que conozca es capaz de negar su amor incondicional por él —señaló triunfante, permitiéndose el lujo de exhibir una expresión ganadora aún antes de que Jane pudiera confirmárselo.

—No me burlaba de ti al reírme —explicó Jane—. Es sólo que tu B.I.P. es amiga mía, y justo acabo de hablar con ella —le aseguró Jane sonriente—. ¿Y quién es Connan Knight? Me suena su nombre pero no logro ubicarlo…

Jonathan puso los ojos en blanco.

—A lo de Heather Levinson ni contesto —dijo Jonathan, haciéndole entender que no estaba dispuesto a creerla—. Y pretendes quedarte conmigo también en lo que respecta a Connan Knight.

—No he mentido en ninguno de los dos asuntos ­—aseguró Jane.

Jonathan resopló.

—Si insistes… —Jonathan comenzó a pasar las páginas de la revista echándole un vistazo rápido, enfrascado en la búsqueda de una página en concreto. Cuando la encontró, levantó la revista frente a los ojos de Jane—. Já, atrévete a decirme que no sabes quién es.

Jane se quedó lívida. Frente a ella, un rostro impreso que no tardó en identificar la miraba fijamente, a ella, como esa misma tarde. El hombre misterioso tenía nombre, y no era sino el de un famoso actor. ¿Cómo se la había pasado por alto? Los mismos ojos, el mismo cabello, la misma tez, la misma sonrisa, la misma aura de seducción. No sabía la de veces que había visto aquella película suya que trataba sobre un romance en el salvaje Oeste. Ahora comprendía aquella extraña sensación de familiaridad que la embargara. Por supuesto que lo había visto antes. Pero no en persona. Seguramente no lo había identificado correctamente porque jamás podría haberse esperado que pudiera encontrárselo casualmente un día cualquiera… Pero ahora lo sabía. Él era un famoso… Y podía decirse que había coqueteado con ella. Ella.

—¡Cómo te embelesa! —la pinchó Jonathan divertido—. Después de semejante reacción no podrás negar que no es uno de tus B.I.P. predilectos.

Jane, aún con los ojos muy abiertos, deslizó su mirada desde la página que aún sostenía Jonathan hasta los ojos del muchacho y susurró:

—Lo he conocido hoy.

Jonathan rió.


—Sí, claro, ¡y yo tengo secuestrado a E.T. dentro de mi armario!

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