jueves, 1 de marzo de 2012

►CAPÍTULO III. [Part II]


La comicidad brillaba en los ojos de Connan mientras reparaba en el bigote de chocolate de su hermanita. Le había permitido una tercera ración de crema de chocolate. Seguramente, cualquiera ajeno a él lo desaprobaría, ya que se veía como si Connan, en vez de reprender a su hermana por la mala conducta que llevaba día sí y día también, la premiara. Pero a él poco le importaban las opiniones del resto del mundo.

—Bien, señorita —pronunció él, para zanjar el tema alegre que habían llevado hasta entonces e introducir otro más desagradable para ambos pero totalmente necesario—. Ahora cuéntame por qué pegaste hoy a Trevor Jensen.

El disgusto que el cambio de tema produjo en la pequeña se hizo evidente en la manera en que contrajo sus labios embadurnados de chocolate.

—No quiero hablar de eso —farfulló Allison justo antes de dar otro sorbo a su deliciosa bebida.

—Pero yo sí.

Allison entrecerró los ojos sin apartar sus ojos ambarinos de él.

—No, no quieres. Sientes que tienes que tener esta conversación conmigo, pero será tan inútil como siempre —respondió ella—. Tú tratarás de hacerme ver que me porto mal, yo fingiré sentirme arrepentida y transcurrirá poco tiempo antes de que te veas obligado a lanzar otra vez el absurdo discursito. ¡Una tontería!

Pero Connan no iba a dejarse engañar. Daba igual que realmente no tuviera influencia lo que fuera a decirle. El asunto era que, si cedía a sus deseos con respecto a no echarle la bronca, sería lo mismo que si le diera su aprobación para cometer todas las maldades que se le pasaran por esa demoniaca cabecita. Y no podía permitir que ella creyera que él la respaldaba. Iba a dejarle muy claro que estaba disgustado con su comportamiento, además de buscarle un buen castigo. Por mucho que la quisiera, no podía permitir que ella mandara.

Ante el silencio sepulcral que mantuvo su hermano, Allison comprendió que se empeñaba en mantener nuevamente una de esas conversaciones que ella detestaba.

—¿Y bien? —insistió Connan enarcando una ceja, invitándola a hablar.

Allison suspiró, preparándose para hablar. Sabía de sobra que su hermano era un encanto y muy permisivo con ella, pero también sabía que era implacable cuando se le metía algo en la cabeza.

—Ya sabes que tengo mi carpeta de clase forrada con Jon Bon Jovi, ¿no?

Connan parpadeó confundido.

—¿Y qué con eso?

—Pues… Trevor no dejaba de repetir que Jon estaba viejo y feo.

El asombró de Connan se multiplicó.

—¿No estarás tratando de excusar haberle roto un diente y amoratado un ojo a Trevor con que él desestimó a Jon Bon Jovi, verdad? —logró articular en medio de su estupor.

—Para bien o para mal, sí —contestó la pequeña encogiéndose de hombros.

Connan parpadeó. Y entonces, se echó a reír.

—¿Te has vuelto loca?

—No, aunque Trevor está miope. Y más ahora que le he tatuado el ojo.

Connan sacudió la cabeza a fin de despejarse de la hilaridad que su confesión había provocado en él.

—¿Me estás diciendo que por culpa de un ultraje a la belleza de Jon Bon Jovi he tenido que dejar una suma considerable de dinero para evitar que te expulsaran? —preguntó. Aún no podía creérselo.

—Otro día no pagues. No me importa quedarme un par de días en casa —contestó Allison.

La mirada de Conna se tornó seria.

—Pero a mí sí. La educación es muy importante.

—Muy aburrida querrás decir —protestó Allison.

En aquel momento Connan atisbó por el rabillo del ojo que un camarero rondaba cerca y llamó su atención para pedirle la cuenta de su consumición.

—Si lo que haces es buscar excusas estúpidas para lograr que te expulsen y librarte de ir a clase unos días, te disuelvo de intentarlo. Pagaré la suma que haga falta para evitar que te echen —le advirtió Connan volviéndose hacia ella.

—Algún día se te acabará el dinero —observó Allison triunfante.

—No creas. Siempre tendré dinero, aunque tenga que vender cosas para ello.

—¿Incluida tu Harley Davidson? —preguntó Allison mirándolo desafiante, pues la pequeña sabía bien que la Harley era una de sus posesiones más apreciadas.

—Incluida la moto, sí —contestó Connan mirándola imperturbable.

Pero Allison tenía otro as bajo la manga, y una sonrisa ganadora curvó sus labios.

—¿Y qué me dices de tu colección privada de Van Gogh? —aventuró levantando una ceja.

El ceño de Connan se frunció, y permaneció en silencio durante unos instantes.

—Incluída —concluyó finalmente.

Pero la sonrisa no abandonó el bonito rostro infantil de Allison.

—No me lo creo. Si fuera verdad, ¿por qué has tardado tanto en responderme?

—Porque Van Gogh es digno de unos instantes de reflexión —farfulló Connan—. De todos modos, creo que eres consciente del efecto que tendría una pérdida semejante en mi humor, ¿verdad? Sabes de sobra que no habría paz para el culpable —añadió Connan mirando a su hermanita con una sonrisa combinada con una ceja enarcada.

—¿Me estás amenazando?

—No, te estoy dando algo para que reflexiones.

Allison frunció los labios.

En aquel momento el camarero al que Connan había apelado hacía unos minutos irrumpió y depositó una bandejita con un ticket en el centro de la mesa. Connan agarró el ticket entre sus dedos mientras el empleado se alejaba y miró distraídamente el precio.

—Mañana te disculparás con Trevor en clase —le comunicó a su hermanita mientras dejaba un billete sobre la bandeja y se levantaba de la silla.

Allison imitó a su hermano y lo miró con una expresión ultrajada.

—¡No pienso denigrar a mi orgullo de esa manera!

Connan le lanzó una mirada de advertencia mientras ambos desandaban las calles de Montmartre en dirección a donde habían aparcado la moto.

—Ya lo creo que lo harás. Se lo prometí a tu tutora, y no vas a pisotear mi orgullo por salvar el tuyo.

—¡Pero nunca me has obligado a hacerlo! —protestó la niña.

—Me temo que en esta ocasión el dinero no cubre la moralidad —le contestó Connan con un deje de mofa—. Además, normalmente las razones de tus arrebatos violentos suelen ser más de peso. 

—¡Jon Bon Jovi se enterará de esto! —aseguró Allison.

Connan lanzó una risotada.

—Sí, claro, como si alguien con su fama tuviera tiempo de atender a las protestas de una pequeña infernal que amorata y sangra a sus iguales en su nombre.

Allison lo miró enfadada.

—Seguramente estaría orgulloso de tener una fan tan leal.

—LETAL diría yo. Y creo que estaría asustado. Con semejantes indicios de violencia que demuestras con solo seis años no dudo de que tema que te conviertas en una homicida que mate en su nombre siendo más mayor. A nadie, ni siquiera famoso, le gustaría que se cometieran asesinatos en su nombre, ¿sabes?

Allison bufó despectivamente.

—Digas lo que digas, sigo advirtiéndote de que no pediré perdón a Trevor.

Ambos se detuvieron frente a la Harley y Connan le tendió su casco a Allison, que se lo puso de mala gana. Connan también se calzó el suyo con una sonrisa satisfecha que hizo que Allison entrecerrara los ojos y lo mirara con sospecha. Sin embargo, Connan no dijo nada.

—¿Qué ocurre? —se obligó a preguntar Allison finalmente, mosqueada por el evidente regocijo que exudaba su hermano.

—Que ya me preveía tu tozudez —respondió Connan al tiempo que alzaba a su hermana en brazos y la colocaba en la parte trasera de la moto—. Y tengo el material perfecto requisado para chantajearte.

Allison resopló desdeñosa mientras se aferraba a la cintura de su hermano y este arrancaba la moto.

—Puedo vivir sin la saga de películas de “Piratas del Caribe” —le advirtió.

—¿Y puedes vivir sin los CD’s, los vinilos, los videoclips y los videos de conciertos en vivo de Bon Jovi? —le preguntó Connan alzando la voz lo suficiente para hacerse oír por encima del tráfico que los rodeó cuando enfilaron el regreso a casa por una carretera repleta de movimiento, sonidos y luces.

—NOOOOOOOO NO NO NO NOOO —gritó Allison horrorizada—. Dime que no has hecho eso.

—Lo diré en cuanto pidas disculpas a Trevor.

Cuando finalmente llegaron al piso de Connan, Allison seguía muy disgustada. Connan no desaprovechó la oportunidad de picarla un poco, y tal y como había previsto, la respuesta de su hermana habían sido miradas fulminantes y palabras poco halagüeñas musitadas entre dientes. Connan no le dio demasiada importancia. Sabía que había jugado sucio, pero esa era la única vía para asegurarse de que Allison hiciera lo correcto. Además, pensaba compensarla más adelante por el disgusto. Al fin y al cabo, por muy traviesa que fuera, él la adoraba y no soportaba muy bien verla sometida. Pero tenía que entender que en esta vida no siempre se sale uno con la suya. Y que el orgullo a veces es el mayor enemigo de uno, además del único consuelo cuando se interpone en lo que se desea… A veces deseamos en el futuro cosas inimaginables en el pasado, y nuestro orgullo, tan imperativo tanto en el pasado como en el futuro, nos impide aceptarlo. A veces hacemos lo correcto, a veces erramos. Pero si nuestro error está vinculado al orgullo, de alguna manera no nos sentimos fracasar tan intensamente. Tenía muchas dudas sobre si el orgullo era amigo o enemigo. Pero lo que sí sabía era que siempre iban de la mano y que no se imaginaba su vida sin dejarse guiar por él. Se sentiría perdido. Y tal vez ese camino desconocido al que le llevaría su situación deambularte lo llevara hacia su verdadera felicidad. Pero no se atrevía a aventurarse ahí. Le daba miedo equivocarse y que el orgullo no estuviera ahí para solventar su mala decisión. Porque entonces, ¿qué le quedaría?

Sin embargo, su incapacidad para desvincularse del orgullo ya le había acarreado un golpe. Alguien había salido herido, y ya no había forma de repararlo. Y por consiguiente, él también se había hecho daño. En aquel entonces, las palabras morían en sus labios antes de ser pronunciadas. Ahora eran capaces de salir de su boca por la simple razón de que no había nadie para escucharlas. Qué absurda era la vida. Qué absurdo el orgullo. Pero qué adictivo.

Allison era víctima de su orgullo. Seguramente era consecuencia de que lo tuviera a él como figura ejemplar. Pero por su propia experiencia, quería evitar que el orgullo la dominara. Ella debía ser la que lo dominase a él. No al revés. Y conseguiría que su faceta orgullosa no iniciara un camino sin retorno, aunque para ello tuviera que recurrir a chantajes infantiles.

Entraron en su suntuoso piso y los recibió Marie en el vestíbulo, portando una noticia.

—Tiene visita, señor.

Connan frunció el ceño ligeramente.

—¿Se trata de Timmy Steve? Dios Santo, no me apetece hablar de negocios. Le mandaré a construir una terma en su casa para que comprenda en qué preferimos emplear nuestro tiempo algunos —refunfuñó.

Marie iba a abrir la boca para indicarle que sus suposiciones eran erróneas, pero se le adelantó la propia visita.

—No soy tu mánager, soy yo —se presentó Diane Farrell.

—Diane —pronunció Connan con un deje de asombro.

Ella le dedicó una amplia sonrisa de labios de carmín. Se había colocado frente a la empleada, y la habitación empalideció ante sus curvas definidas bajo su camisón rosa palo de franela, cuyo escote sugerente y ribeteado en encaje blanco dejaba asomar sus turgentes pechos. A juego con la prenda, una bata de la misma tela le caía sobre los hombros, como una cascada de suave tela. La llevaba abierta, enmarcando en feminidad su sensual figura. Llevaba el cabello negro y liso recogido en una trenza que le caía sobre un pecho, y sus ojos brillaban resaltados por un maquillaje oscuro.

—Llevas un modelito “ligeramente” casero para venir de visita —observó Connan.

Diane lanzó una carcajada alegre.

—Muy agudo. En realidad, me he tomado la libertad de considerarme bienvenida en tu casa durante unos días. Siempre he deseado pasar una temporada en esta maravillosa ciudad. No te importa, ¿verdad? —le preguntó mirándolo con ojos brillantes.

Connan se recompuso enseguida de la sorpresa y esbozó una sonrisa amable y cálida.

—Por supuesto que no. Eres bienvenida. Puedes quedarte el tiempo que veas. Tu fascinación por París es comprensible, es una ciudad maravillosa.

Diane ensanchó su sonrisa.

Un carraspeo interrumpió la conexión de sus miradas. Y tanto Connan como Diane, bajaron la vista y miraron a Allison.

—Yo también vivo aquí, así que me parece que tengo el derecho de opinar pese a que habéis decidido ignorarme —dijo la pequeña con voz agria—. Personalmente, no me apetece una mierda tener a una pedorra en mi casa que además se pasee por el piso como si estuviese a punto de grabar una peli porno con el fin de embobar a mi hermano y provocarme a mí ganas de vomitar.

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