jueves, 9 de febrero de 2012

►CAPÍTULO II. [Part I]


Sonó “If you can’t rock me” de The Rolling Stones. O más bien montó un estruendo insoportable que le perforó hasta el mismísimo cerebro.

Debatiéndose entre la consciencia y la inconsciencia, Connan palpó a ciegas la mesilla de noche que tenía a su izquierda en busca del infernal aparato que no dejaba de sonar. Finalmente Los Rolling ganaron la batalla y derrotaron al sueño. Con un malhumorado juramento, se incorporó sobre un codo y echó una enfurecida mirada hacia la mesilla, donde la pantalla de su móvil parpadeaba. Alargo una mano para hacerse con el armatoste y descubrió que lo llamaba Timmy Steve, su manager.

—Maldito seas, Timmy —gruñó Connan respondiendo a la llamada—. Ya me sentía como si me patearan el cerebro sin necesidad de tu colaboración.

—No te sentirías así si bebieras menos —observó Timmy desde el otro lado de la línea con tono jovial. Timmy era así. Era de una naturaleza alegre y risueña que engañaba a la gente. La mayoría lo juzgaban mal y cometían el gravísimo error de infravalorar su capacidad para ocuparse de un cargo tan responsable. Pero debajo de todas esas capas de simpatía natural y jovialidad bromista, Timmy era un joven inteligente y emprendedor que luchaba a muerte por los intereses de su protegido.

Connan resopló ante sus palabras.

—Si quisiera un consejo terapéutico tú serías el último al que acudiría —se burló—. Y bien, supongo que me habrás llamado para algo más que para probar suerte en una nueva ocupación.

Timmy rió.

—No debería considerarse despertarte a las cinco de la tarde.

Connan frunció el ceño.

—¿Las cinco, dices?

En aquel momento sintió un movimiento a su lado. Giró la cabeza para descubrir una presencia femenina en la cama junto a él. Connan acentuó su ceño fruncido mientras observaba a la rubia desperezarse mientras se restregaba contra él y abría los ojos. La mujer le dedicó una sonrisa radiante que él no se molestó en corresponder.

—Supongo que llego tarde para interpretar mi papel de hermano mayor responsable —dijo él, centrándose nuevamente en la conversación de Timmy.

—Tal vez, pero no llegas tarde para escuchar un posible contrato que estoy sopesando. ¿Quieres que te ponga al día?

—Ahora mismo no. En estos momentos la horrible resaca que llevo me empujaría a aceptar interpretar a la mismísima Helena de Troya con tal de que el mundo me dejara en paz.

Timmy volvió a reír.

—Muy bien, te llamaré más tarde para concertar una reunión y lo hablamos. Pero que sepas que no considero mi llamada en vano: por lo menos he logrado fastidiarte.

—Tú sigue por ese camino y pasarás de ser mi flamante manager a mi simplón despertador personal —refunfuñó Connan, llevándose una mano a la cabeza cuando sintió un pálpito de dolor.

Timmy colgó tras reírse una última vez.

—¿Era tu manager? —preguntó entonces la joven que tenía al lado, en un tono coqueto.

Connan se sorprendió al escucharla. Se había olvidado completamente de ella.

Asintió en respuesta y bajó la vista para mirarla. Como todas sus conquistas, era una chica despampanante. Era rubia y de piel bronceada, muy probablemente fruto de una intensiva sesión de rayos uva. Tenía los ojos claros, a cuyas pestañas se adhería la máscara que se habría puesto la noche anterior. La joven se alzó sobre el colchón para apegarse más a él, que yacía sentado en la cama, su espalda recostada contra el cabezal.

—Anoche lo pasé muy bien —dijo ella en un murmullo sensual mientras su boca se acercaba a la suya.

Él no contestó, pero se quedó inmóvil mientras ella lo acariciaba con los labios. Lo cierto es que no se acordaba de lo que había ocurrido. Sabía que se había acostado con ella, de no ser así no estarían los dos desnudos en su cama. Pero no recordaba dónde la había conocido, ni de qué forma y aún menos cómo se llamaba ella. Pero un “preciosa” era universalmente válido para todas, así que no era ningún problema.

La rubia invadió su boca abriéndose paso con la lengua, y él se dejó hacer. Pero cuando sintió la mano de la joven deslizándose sobre su musculoso abdomen en dirección a su entrepierna, paralizó su avance agarrándola firmemente por la muñeca. Se separó de ella y retiró las sábanas a un lado, sentándose un momento en el borde del colchón, con los pies descansando sobre el brillante parqué de madera.

Se levantó con intención de darse una ducha en su baño particular, y al volverse un momento para verificar que realmente eran las cinco de la tarde en el reloj de la mesilla, descubrió que la joven permanecía en la cama con expresión interrogante y desilusionada.

Connan se aproximó a ella y le alzó el mentón con una de sus esbeltas y bronceadas manos.

—Francamente tengo cosas que hacer —le dijo mirándola—. Ojalá pudiera pasarme el día fornicando, el Diablo sabe que poca cosa hay que me guste más. Sin embargo —añadió irónico—, eso no me va a dar de comer, aunque sí hambre.

Connan reanudó los pasos hacia la puerta situada en la pared de enfrente de la cama, que llevaba a su baño personal.

—Yo me voy a duchar ahora, tengo cierta prisa. Si quieres puedes ducharte tú después —comunicó sin volver la vista, cruzando desnudo el umbral de la puerta con sensual parsimonia.

El baño era una estancia de dimensiones gigantes, casi tanto como su esplendoroso dormitorio. El piso estaba situado en la última planta de un edificio muy alto del octavo distrito de París, que quedaba en la orilla derecha del río Sena. Era una de las zonas de lujo parisienses, donde convivían la clase alta y las familias ricas. En aquellas calles se apelotonaban numerosos hoteles de lujo que ofrecían una vista espectacular de la torre Eiffel, además de un montón de comercios al servicio de firmas prestigiosas.

El techo del baño estaba confeccionado con gruesos paneles de cristal que por el día permitían iluminar la habitación con la luz natural del sol y de noche la luz de las estrellas se desparramaba como un manto de halo de luna. La estancia ofrecía dos opciones de servicio higiénico: la rápida y la relajante. Contra la pared del lado izquierdo se empotraba una reducida y sencilla ducha de aspecto moderno pensada para lavarse en tiempo récord. Sin embargo, a la derecha, unas finas escaleras de porcelana blanca accedían a una bañera gigantesca. Ésta era ovalada y seguía los patrones de los baños romanos, con escalones que dividían en tres la altura total de la gran tina y que se ceñían religiosamente al contorno de ésta. La terma estaba situada en un nivel que quedaba a unos dos metros del suelo y que se extendía de lado a lado contra la pared izquierda, dividiendo en dos la habitación mediante la diferencia de rasante. Solo podía accederse a esa mitad mediante las escaleras de porcelana. A pesar de que la gigantesca bañera ocupaba una gran mayoría del espacio elevado, la encimera de baldosas rojizas con motivos florales azules que la rodeaba tenía su protagonismo también. Aquel espacio solía estar atestado de tarros de sales aromáticas, geles, champús, toallas, incienso y demás.

Contra la pared del fondo había un armario con intrincadas tallas que contenía albornoces y toallas de todos los tamaños y también una estantería abarrotada de más jabones y artilugios aromáticos además de un buen equipo de sonido.

Al posar la vista en la terma, Connan casi profirió un sollozo por no poder permitirse relajarse en ella, escuchando a Rod Stewart desde los cuatro altavoces que pendían de cada esquina de la habitación y tomando una cerveza helada. Pero no podía permitirse ser tan egoísta. Una vida dependía de él. Una que le importaba mucho, aunque la mayoría de las veces no supiera cómo manejarse con ella.

Aún pensaba en Allison cuando se metió en el reducido cubículo de la ducha y abría el grifo, dejando que el agua caliente cayera sobre él desde la alcachofa asentada en lo más alto. Levantó las manos y las deslizó por su cabello humedecido, levantando la cara de ojos cerrados hacia el chorro.


Ah, esa pitufa era un torbellino de energía traviesa.



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