domingo, 27 de mayo de 2012

►CAPÍTULO VII [Part I]


—¡¡¡¿QUÉ SE SUPONE QUE ESTÁS HACIENDO?!!! —gritó Jane descontrolada, salvando la distancia que los separaba dando un par de iracundas zancadas. Solamente se detuvo cuando sus cuerpos, frente a frente, amenazaban con rozarse.

Connan no se inmutó ante su evidente furia. En cambio, sus ojos adoptaron una chispa de diversión.

—¿A qué te refieres exactamente, Janie?

Jane recogió los dedos en puños, aunque no estaba muy segura de si para reprimirse de golpearlo o para prepararse expresamente a fin de propinarle un par de puñetazos. Solo sabía que hervía de ira, y que él era su principal causa.

—¡¿Cómo te atreves a preguntarlo siquiera?! —le arrojo en voz alta.

Él permaneció con su expresión divertida inmutable, y para asombro e irritación de Jane, alzó una mano hasta su cara para recoger entre sus dedos un sedoso mechón que se le había escapado de su coleta alta y así acomodarlo detrás de su oreja en una lenta caricia.

—Relájate —le sugirió él con voz suave. Jane permaneció pasmada unos instantes, mientras veía la evolución de su sonrisa y sentía a sus dedos revolotear por la zona sensible tras la oreja. Los ojos de él la miraron directamente—. Estás tan cabreada que estás consiguiendo despeinarte. Y verte despeinada es algo que me encantaría… Aunque por diferentes motivos —añadió con voz sugerente.

La mano de él había abandonado su oreja para deslizar la punta de sus dedos lentamente por el costado de su cuello, pero Jane no se permitió descubrir qué destino quería alcanzar su susurrante caricia, y henchida de rabia, apartó su mano de ella de un brutal manotazo.

—¡No quiero que me toques! —gritó ella—. ¡Me repugnas!

Connan la miró fijamente, pero su rostro seguía exento de alarma ante su enérgico enfado.

—Anoche te juzgué honesta. Tal vez me haya precipitado en mis deducciones.

Aquello fue el colmo.

—¡¿Me estás llamando mentirosa?! —le chilló. Aquello era algo que realmente la hacía ponerse a la defensiva. Sí ella relucía por algo, era por su honestidad. Y cuando alguien lo ponía en duda ella se abalanzaba como una fiera salvaje, porque los embustes eran algo que la enfermaba.

Connan asintió, desatendiendo a la cautela que solicitaba el ambiente, cargado de tensión e ira.

—Mientes cuando dices desdeñar mi contacto —aclaró él, mirándola con intensidad—. No creas que no me he dado cuenta de cómo tu cuerpo se paraliza cuando te rozo. Es como si toda la atención de tu ser se concentrara en aquella zona. Como si quisieras absorber hasta la última sensación y te olvidaras del resto de ti.

Unos largos segundos se asentaron tras aquellas palabras. Jane se quedó paralizada mientras aquella revelación revotaba contra las paredes de su cráneo. Sus ojos se perdieron en aquel océano azul. ¿Tan descifrable era? ¿Tan transparente? La idea de ser un libro abierto para él la indignó. Y aunque una parte de ella era consciente de la verdad que encerraban sus palabras, su orgullo la empujaba a negarlo. Y lucharía por salir victoriosa, aunque para eso tuviera que correr la sangre.

—Me temo que tus percepciones están contaminadas de tu arrogancia —le escupió finalmente con una mirada envenenada.

—Estás tan indignada porque sabes que es cierto. Pero tu orgullo no te deja reconocerlo.

—¡Mi orgullo! —exclamó ella, dotando las palabras de una exagerada incredulidad—. ¡El diablo hablando de cuernos!

—Tú no eres menos orgullosa que yo —insistió él—. Puedo verlo perfectamente aunque te conozca poco.

—¡Tú no sabes nada de mí! —le gritó ella, empellándole en el pecho—. ¡Y aunque fuera verdad lo que dices de mi orgullo, todavía me quedaría traspasar la barrera de la moralidad, que me impide sentir deseo por un arrogante, libertino, egoísta e irrespetuoso como tú al que le sobran los sentimientos!

Connan no ocultó la incredulidad que despertaron sus palabras. Seguramente nadie en su vida se había atrevido a hablarle nada más que para elogiar su aspecto, su encanto o sus artes amatorias. Y desde luego, seguramente nadie le había hablado para informarle de aspectos tan negativos de su forma de ser.

—¿Sobrado de sentimientos? —preguntó él, una vez recuperada la serenidad en su rostro y su voz—. No considero que me conozcas como para hacer una afirmación tan grave. ¿O acaso lo dices desde la experiencia? ¿Tal vez haya ultrajado tus sentimientos y por eso me taches de descorazonado?

—¿Ultrajar mis sentimientos? No tienes poder para ello —le contestó entre dientes.

—¿Y entonces? ¿Por qué tanta ira hacia mí? —preguntó él, mirándola a los ojos. Jane sintió como si las superficies de estos fueran como un lago de agua clara y limpia y él pudiera leer sin esfuerzo lo que escondían. Aquel pensamiento la inquietó. Ahora más que nunca sentía la necesidad de ocultar sus pensamientos—. Y no me menciones los periodistas. Creo que los dos sabemos que no es motivo suficiente.

—¡Los periodistas tienen gran parte de la culpa! —contestó ella a la defensiva—. ¡Tengo pánico escénico!

—Lo sé. Heather me lo ha contado —respondió él. A Jane escuchar el nombre de su amiga de salir con tanta naturalidad de sus labios le sentó como una jarra de agua fría cerniéndose sobre ella—. Me ha dicho que tienes un pánico horrible a la atención masiva, que en el colegio nunca fuiste capaz de realizar una presentación oral en clase. La simple idea te dejaba físicamente incapacitada. Pero ahora no hay periodistas cerca como para que estés tan alterada. Sé que hay algo más.

Jane se sintió indefiniblemente molesta al escucharlo. La idea de que Connan y Heather hubieran mantenido una conversación sobre ella y sus más personales fobias la hacía reventar de ira. La hacía sentirse inmensamente traicionada.

—¿Te ha contado por casualidad algo más? ¿Te ha hecho un mapa donde señala al milímetro la localización exacta de un lunar cancerígeno que tenga? ¿Tal vez te haya facilitado una radiografía de mi pierna? ¿O puede que mi historial de abortos? —le soltó con humor sardónico.

Connan soltó una carcajada y la miró sonriente. Su rostro parecía haberse restablecido de la seriedad que había exigido la conversación anterior y de pronto irradiaba una alegría que logró deslumbrar a Jane por unos escasos segundos.

—Estás celosa —dijo.

No era una pregunta.

El corazón de Jane galopó desenfrenadamente, montando un estruendo que temió que fuera audible también para él. Él, que la miraba con ojos brillantes. Él, que parecía muy complacido por la idea de que ella sintiera celos por él.

 Él, que la hacía sentirse desnuda, descubierta.

Descubierta. Aquel peligroso pensamiento implicaba cederle la razón a él. Asustada, enseguida lo despachó cuando asomó a su cabeza, apunto de filtrarse en su conciencia. Si lo dejaba formarse del todo conllevaría reflexiones que no le interesaba hacer.

—Eso es ridículo —dijo al fin. Él seguía con sus ojos clavados en ella y… ¿no estaban sus cuerpos más cerca?—. Para sentir celos deberías importarme un mínimo, y no es el caso.

Aquella respuesta, más que ofenderlo, agigantó la diversión que sentía.

—Me encantó besar a Heather —dijo, para asombro de ella.

Jane lo miró a los ojos, pero estos no revelaban más de lo que lo habían hecho segundos antes.

—Me encantó besarla —repitió.

Sintió un aguijonazo en su pecho. Sin embargo, se obligó a tragar saliva y pensó en una respuesta serena, cosa que le resultó muy difícil.

—En ese caso, os deseo un feliz futuro juntos. Hacéis muy buena pareja —dijo al fin. Ni siquiera resultó convincente a sus propios oídos.

Aquella contestación tuvo el efecto de hacer sonreír ampliamente a Connan.

—Acabas de confirmarme lo que ya pensaba.

Jane lo miró con cautela.

—¿Qué?

—Si hubieras sido sincera te habrías correspondido con mi imagen de arrogante, egocéntrico, libertino y descorazonado. Y ninguna amiga animaría a un chico así a conquistar a su gran amiga del alma, ¿no crees? La reacción lógica habría sido que me alejaras efusivamente de ella.

Jane frunció el ceño.

—¿A dónde quieres ir a parar? —le espetó con desconfianza.

—Solo digo que todo apunta a que el parecer o no celosa ha sido el verdadero núcleo a tener en cuenta a la hora de contestarme —terminó por ella—. Por lo que todo lo que me estás diciendo tiene como propósito esconder tus emociones.

Jane se quedó boquiabierta ante los maquiavélicos engranajes de su mente. ¿De verdad estaba decidido por todos los medios a humillarla? Estaba segura de que tenía facilidad para eso, pero ella no iba a ser una víctima fácil. Antes muerta que admitir nada de lo que él propusiera.

—Esto no tiene sentido —musitó cabreada.

—¿El qué? —preguntó el, casi en un canturreo que acrecentó sus ganas de estrangularlo.

—Está conversación. Sobre todo porque todo lo que diga llevará irremediablemente a la conclusión de que me gustas y me tienes celosa, al menos para ti. Paso de continuar con esto.

Jane se separó y puso distancia entre ellos, sin saber muy bien a dónde dirigirse. La habitación era grande, pero le daba la impresión de que el mismísimo Amazonas sería un lugar minúsculo para tratar de escapar de él y de la influencia que tenía en ella.

Finalmente se apostó a lado de la ventana, y fingió mirar la plaza a través de las sedosas cortinas blancas. Sin embargo, cada fibra de su ser la advirtió de que Connan se acercaba a ella por la espalda. No trató de huir. Era inútil. Además, fuera lo que fuera seguía ofreciéndole una oportunidad mejor que la posición anterior. No estaba obligada a mirarle a los ojos, así que él contaba con menos armas para confundirla.

—Son hermosas las vistas, ¿verdad? —dijo él desde algún punto cercano tras ella.

Aquello la sorprendió. ¿De verdad iban a pasar a un tema tan relajado después del tenso diálogo que acababan de mantener? Bueno, ella no rechazaría ese bote salvavidas. Lo cierto es que inquietaba la idea de retomar la antigua conversación.

Sintió como la tensión de su cuerpo se aliviaba un poco. Porque con él cerca nunca podía sentirse plenamente relajada. La alteraba como nunca nadie antes.

—Y también muy caras —contestó ella—. En serio, esta no puede ser tu idea de barato y modesto —protestó, aunque no puso mucha efusividad.

Si era honesta, estaba encantada con su nuevo alojamiento, cosa que la avergonzaba. Ella siempre se había considerado una chica sencilla, alguien que estaba por encima de todo tipo de frivolidad y lujo innecesario. Sin embargo, la verdad es que toda aquella suite le encantaba. Le encantaba la manera estudiada en la que todo estaba dispuesto, la luminosidad que entraba por las ventanas, como los candelabros alumbraban cada rincón en vaivenes de fuego, la elegancia y nobleza que se exhibía, la sensación que le trasmitía.

 Allí dentro era difícil no sentirse una princesa.

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