—¡¡¡¿QUÉ SE SUPONE QUE ESTÁS HACIENDO?!!! —gritó Jane
descontrolada, salvando la distancia que los separaba dando un par de iracundas
zancadas. Solamente se detuvo cuando sus cuerpos, frente a frente, amenazaban
con rozarse.
Connan no se inmutó ante su evidente furia. En cambio,
sus ojos adoptaron una chispa de diversión.
—¿A qué te refieres exactamente, Janie?
Jane recogió los dedos en puños, aunque no estaba muy
segura de si para reprimirse de golpearlo o para prepararse expresamente a fin
de propinarle un par de puñetazos. Solo sabía que hervía de ira, y que él era
su principal causa.
—¡¿Cómo te atreves a preguntarlo siquiera?! —le arrojo en
voz alta.
Él permaneció con su expresión divertida inmutable, y
para asombro e irritación de Jane, alzó una mano hasta su cara para recoger
entre sus dedos un sedoso mechón que se le había escapado de su coleta alta y así
acomodarlo detrás de su oreja en una lenta caricia.
—Relájate —le sugirió él con voz suave. Jane permaneció
pasmada unos instantes, mientras veía la evolución de su sonrisa y sentía a sus
dedos revolotear por la zona sensible tras la oreja. Los ojos de él la miraron
directamente—. Estás tan cabreada que estás consiguiendo despeinarte. Y verte
despeinada es algo que me encantaría… Aunque por diferentes motivos —añadió con
voz sugerente.
La mano de él había abandonado su oreja para deslizar la
punta de sus dedos lentamente por el costado de su cuello, pero Jane no se
permitió descubrir qué destino quería alcanzar su susurrante caricia, y
henchida de rabia, apartó su mano de ella de un brutal manotazo.
—¡No quiero que me toques! —gritó ella—. ¡Me repugnas!
Connan la miró fijamente, pero su rostro seguía exento de
alarma ante su enérgico enfado.
—Anoche te juzgué honesta. Tal vez me haya precipitado en
mis deducciones.
Aquello fue el colmo.
—¡¿Me estás llamando mentirosa?! —le chilló. Aquello era
algo que realmente la hacía ponerse a la defensiva. Sí ella relucía por algo,
era por su honestidad. Y cuando alguien lo ponía en duda ella se abalanzaba
como una fiera salvaje, porque los embustes eran algo que la enfermaba.
Connan asintió, desatendiendo a la cautela que solicitaba
el ambiente, cargado de tensión e ira.
—Mientes cuando dices desdeñar mi contacto —aclaró él,
mirándola con intensidad—. No creas que no me he dado cuenta de cómo tu cuerpo
se paraliza cuando te rozo. Es como si toda la atención de tu ser se
concentrara en aquella zona. Como si quisieras absorber hasta la última
sensación y te olvidaras del resto de ti.
Unos largos segundos se asentaron tras aquellas palabras.
Jane se quedó paralizada mientras aquella revelación revotaba contra las
paredes de su cráneo. Sus ojos se perdieron en aquel océano azul. ¿Tan
descifrable era? ¿Tan transparente? La idea de ser un libro abierto para él la
indignó. Y aunque una parte de ella era consciente de la verdad que encerraban
sus palabras, su orgullo la empujaba a negarlo. Y lucharía por salir
victoriosa, aunque para eso tuviera que correr la sangre.
—Me temo que tus percepciones están contaminadas de tu
arrogancia —le escupió finalmente con una mirada envenenada.
—Estás tan indignada porque sabes que es cierto. Pero tu
orgullo no te deja reconocerlo.
—¡Mi orgullo! —exclamó ella, dotando las palabras de una
exagerada incredulidad—. ¡El diablo hablando de cuernos!
—Tú no eres menos orgullosa que yo —insistió él—. Puedo
verlo perfectamente aunque te conozca poco.
—¡Tú no sabes nada de mí! —le gritó ella, empellándole en
el pecho—. ¡Y aunque fuera verdad lo que dices de mi orgullo, todavía me
quedaría traspasar la barrera de la moralidad, que me impide sentir deseo por
un arrogante, libertino, egoísta e irrespetuoso como tú al que le sobran los
sentimientos!
Connan no ocultó la incredulidad que despertaron sus
palabras. Seguramente nadie en su vida se había atrevido a hablarle nada más
que para elogiar su aspecto, su encanto o sus artes amatorias. Y desde luego,
seguramente nadie le había hablado para informarle de aspectos tan negativos de
su forma de ser.
—¿Sobrado de sentimientos? —preguntó él, una vez
recuperada la serenidad en su rostro y su voz—. No considero que me conozcas
como para hacer una afirmación tan grave. ¿O acaso lo dices desde la
experiencia? ¿Tal vez haya ultrajado tus sentimientos y por eso me taches de
descorazonado?
—¿Ultrajar mis sentimientos? No tienes poder para ello
—le contestó entre dientes.
—¿Y entonces? ¿Por qué tanta ira hacia mí? —preguntó él,
mirándola a los ojos. Jane sintió como si las superficies de estos fueran como
un lago de agua clara y limpia y él pudiera leer sin esfuerzo lo que escondían.
Aquel pensamiento la inquietó. Ahora más que nunca sentía la necesidad de
ocultar sus pensamientos—. Y no me menciones los periodistas. Creo que los dos
sabemos que no es motivo suficiente.
—¡Los periodistas tienen gran parte de la culpa!
—contestó ella a la defensiva—. ¡Tengo pánico escénico!
—Lo sé. Heather me lo ha contado —respondió él. A Jane
escuchar el nombre de su amiga de salir con tanta naturalidad de sus labios le
sentó como una jarra de agua fría cerniéndose sobre ella—. Me ha dicho que
tienes un pánico horrible a la atención masiva, que en el colegio nunca fuiste
capaz de realizar una presentación oral en clase. La simple idea te dejaba
físicamente incapacitada. Pero ahora no hay periodistas cerca como para que
estés tan alterada. Sé que hay algo más.
Jane se sintió indefiniblemente molesta al escucharlo. La
idea de que Connan y Heather hubieran mantenido una conversación sobre ella y
sus más personales fobias la hacía reventar de ira. La hacía sentirse
inmensamente traicionada.
—¿Te ha contado por casualidad algo más? ¿Te ha hecho un
mapa donde señala al milímetro la localización exacta de un lunar cancerígeno
que tenga? ¿Tal vez te haya facilitado una radiografía de mi pierna? ¿O puede
que mi historial de abortos? —le soltó con humor sardónico.
Connan soltó una carcajada y la miró sonriente. Su rostro
parecía haberse restablecido de la seriedad que había exigido la conversación
anterior y de pronto irradiaba una alegría que logró deslumbrar a Jane por unos
escasos segundos.
—Estás celosa —dijo.
No era una pregunta.
El corazón de Jane galopó desenfrenadamente, montando un
estruendo que temió que fuera audible también para él. Él, que la miraba con
ojos brillantes. Él, que parecía muy complacido por la idea de que ella
sintiera celos por él.
Él, que la hacía
sentirse desnuda, descubierta.
Descubierta. Aquel peligroso pensamiento implicaba
cederle la razón a él. Asustada, enseguida lo despachó cuando asomó a su
cabeza, apunto de filtrarse en su conciencia. Si lo dejaba formarse del todo
conllevaría reflexiones que no le interesaba hacer.
—Eso es ridículo —dijo al fin. Él seguía con sus ojos
clavados en ella y… ¿no estaban sus cuerpos más cerca?—. Para sentir celos
deberías importarme un mínimo, y no es el caso.
Aquella respuesta, más que ofenderlo, agigantó la
diversión que sentía.
—Me encantó besar a Heather —dijo, para asombro de ella.
Jane lo miró a los ojos, pero estos no revelaban más de
lo que lo habían hecho segundos antes.
—Me encantó besarla —repitió.
Sintió un aguijonazo en su pecho. Sin embargo, se obligó
a tragar saliva y pensó en una respuesta serena, cosa que le resultó muy
difícil.
—En ese caso, os deseo un feliz futuro juntos. Hacéis muy
buena pareja —dijo al fin. Ni siquiera resultó convincente a sus propios oídos.
Aquella contestación tuvo el efecto de hacer sonreír
ampliamente a Connan.
—Acabas de confirmarme lo que ya pensaba.
Jane lo miró con cautela.
—¿Qué?
—Si hubieras sido sincera te habrías correspondido con mi
imagen de arrogante, egocéntrico, libertino y descorazonado. Y ninguna amiga
animaría a un chico así a conquistar a su gran amiga del alma, ¿no crees? La
reacción lógica habría sido que me alejaras efusivamente de ella.
Jane frunció el ceño.
—¿A dónde quieres ir a parar? —le espetó con
desconfianza.
—Solo digo que todo apunta a que el parecer o no celosa
ha sido el verdadero núcleo a tener en cuenta a la hora de contestarme —terminó
por ella—. Por lo que todo lo que me estás diciendo tiene como propósito
esconder tus emociones.
Jane se quedó boquiabierta ante los maquiavélicos engranajes
de su mente. ¿De verdad estaba decidido por todos los medios a humillarla?
Estaba segura de que tenía facilidad para eso, pero ella no iba a ser una
víctima fácil. Antes muerta que admitir nada de lo que él propusiera.
—Esto no tiene sentido —musitó cabreada.
—¿El qué? —preguntó el, casi en un canturreo que acrecentó
sus ganas de estrangularlo.
—Está conversación. Sobre todo porque todo lo que diga
llevará irremediablemente a la conclusión de que me gustas y me tienes celosa,
al menos para ti. Paso de continuar con esto.
Jane se separó y puso distancia entre ellos, sin saber
muy bien a dónde dirigirse. La habitación era grande, pero le daba la impresión
de que el mismísimo Amazonas sería un lugar minúsculo para tratar de escapar de
él y de la influencia que tenía en ella.
Finalmente se apostó a lado de la ventana, y fingió mirar
la plaza a través de las sedosas cortinas blancas. Sin embargo, cada fibra de
su ser la advirtió de que Connan se acercaba a ella por la espalda. No trató de
huir. Era inútil. Además, fuera lo que fuera seguía ofreciéndole una
oportunidad mejor que la posición anterior. No estaba obligada a mirarle a los
ojos, así que él contaba con menos armas para confundirla.
—Son hermosas las vistas, ¿verdad? —dijo él desde algún
punto cercano tras ella.
Aquello la sorprendió. ¿De verdad iban a pasar a un tema
tan relajado después del tenso diálogo que acababan de mantener? Bueno, ella no
rechazaría ese bote salvavidas. Lo cierto es que inquietaba la idea de retomar
la antigua conversación.
Sintió como la tensión de su cuerpo se aliviaba un poco.
Porque con él cerca nunca podía sentirse plenamente relajada. La alteraba como
nunca nadie antes.
—Y también muy caras —contestó ella—. En serio, esta no
puede ser tu idea de barato y modesto —protestó, aunque no puso mucha
efusividad.
Si era honesta, estaba encantada con su nuevo
alojamiento, cosa que la avergonzaba. Ella siempre se había considerado una
chica sencilla, alguien que estaba por encima de todo tipo de frivolidad y lujo
innecesario. Sin embargo, la verdad es que toda aquella suite le encantaba. Le
encantaba la manera estudiada en la que todo estaba dispuesto, la luminosidad
que entraba por las ventanas, como los candelabros alumbraban cada rincón en vaivenes
de fuego, la elegancia y nobleza que se exhibía, la sensación que le trasmitía.
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