La pesadilla comenzó muy pronto a la mañana siguiente.
El sol revoloteaba sobre sus párpados, llevándola casi a gemir de placer
mientras su calidez besaba su piel y esta absorbía aquel pacífico y abrasador momento.
Pero entonces la mañana dejó de parecerle plácida y tranquila para
presentársele absolutamente infernal.
—Jany, ¿en nuestro edificio vive algún famoso y no nos hemos enterado?
—trinó Jonathan abriendo la puerta de su habitación con brusquedad, poco
piadoso por el descanso que necesitaba o ajeno al remordimiento que debía de
haberle asaltado al interrumpir de aquel rudo modo el sueño a alguien.
—Ya lo creo —masculló Jane con un enfado que no se molestó en disimular—.
Tu cadáver será famoso después de las macabras huellas que dejaré mediante todo
un arsenal de instrumentos de mazmorra que pienso emplear en ti.
Jonathan soltó la carcajada, pero decidió obligar a Jane a cumplir su
amenaza acercándose a ella y sentándose en su cama con toda la confianza del
mundo.
—Tomar juntos una cerveza no nos convierte en amigos —farfulló Jane
mientras se restregaba los ojos y se incorporaba sobre los codos, lanzando a
Jonathan la mirada más venenosa que pudo conseguir en su estado soñoliento.
Jonathan hizo caso omiso a sus palabras y permaneció sentado con los píes
cruzados sobre la colcha de flores de Jane.
—Ahora en serio, ¿vive aquí algún famoso? —insistió el joven.
Jane lanzó un gruñido y se incorporó del todo, yaciendo sentada sobre la
cama. Ahuecó las almohadas para conferirle a su espalda mayor comodidad y
continuó en su tarea de fulminar a Jonathan con la mirada.
—¿Me estás diciendo de verdad que me has despertado para hacerme tan
estúpida pregunta?
Jonathan se encogió de hombros.
—¿Entonces no sabes nada?
Jane puso los ojos en blanco, irritada.
—Veamos, pequeño Sherlock, ¿te has parado a inspeccionar la fachada de
nuestro edificio? ¿Acaso no has reparado en el descascarado y mugriento yeso? ¿En
el anticuado portal oscuro con espejos tintados en sepia y lámparas de
bombillas fundidas? ¿En las estrechas escaleras desgastadas? ¿Acaso necesitas
más pruebas para saber que sería el último lugar que elegiría para vivir
alguien adinerado? ¿A ti te parece racional lo que me estás preguntando?
—masculló Jane entre dientes.
Jonathan repitió un encogimiento de hombros.
—Racional no, pero tampoco lo es el ejército de periodistas que asedian el
edificio.
Jane frunció el ceño, pero después se echó a reír.
—Por el amor de Dios, es la última vez que te dejo beber cerveza.
Jonathan puso los ojos en blanco.
—No estoy bromeando.
Jane hizo un gesto de negación con la cabeza, subrayando lo absurdo que
seguía encontrando sus palabras.
—Anda, esfúmate. Ya estoy de mal humor porque me hayas despertado por una
tontería. Vete y tal vez puedas salvarte de ser víctima de mi cabreo mañanero
—dijo mientras apartaba las sábanas y se arrastraba hasta el borde de la cama
para levantarse.
Jonathan no se movió de inmediato y se quedó quieto ensimismado en sus
pensamientos, mirando a Jane abrir la ventana de su cuarto de par en par sin
verla realmente.
En aquel preciso instante sonó el teléfono de la sala.
—Ale, por si necesitabas más motivos para largarte —le dijo Jane.
Jonathan se levantó para atender la llamada, dejándola sola.
La joven se estiró frente a la ventana, sus ojos escudriñando el día
soleado que prometía un cielo azul despejado de nubes. Ser testigo de tanta luz
y de tan agradable brisa fresca la contagió de optimismo, relegando su malhumor
a un segundo plano bien lejano. Con una sonrisa carente de motivos más que del
hecho de que estaba sana y viva para disfrutar del mundo, se dirigió al pequeño
armario y paseó los ojos por las prendas que allí aguardaban. Sus ojos viajaron
directamente hacia el apartado de ropa liviana, y escogió unos vaqueros de
pitillo y una sencilla camiseta de mangas de tirante junto con unas sandalias y
unas gafas de sol. Se estaba quitando el pantalón de pijama cuando Jonathan
olvidó de nuevo los modales y abrió repentinamente la puerta de su habitación.
—¡¡¡JONATHAN!!! —exclamó enfurecida, volviendo a ajustar el pijama a sus
caderas—. ¡¡¡¿Podrías dejar de tentarme a estrangularte?!!! ¡Yo no es que exude
autocontrol!
—La llamada es para ti.
Jane bufó disgustada.
—Ahora mismo lo que me apetece es darme una ducha y vestirme. Manda a la
mierda a quien quiera que sea.
—¿Estás segura? —preguntó Jonathan divertido—. Dice ser amiga tuya. Heather
ha dicho que se llamaba.
Aquello transformó por completo la expresión de ella. La emoción fue
palpable en sus rasgos y sin dirigirle ninguna palabra más casi bailo hasta el
salón.
—Hooooola buenos díííías —canturreó Jane cogiendo el auricular.
—¡My gruñona preferida! ¡Buenos días! —saludó Heather con una voz igual de
optimista—. Siento haber llamado tan pronto. Sé de sobra que odias madrugar…
Así que… —hubo un silencio previo antes de que se escucharan palmadas.
Jane frunció el ceño.
—¿Qué narices haces? ¿Acabas de llegar de fiesta y el último Martini
deambula en tu cabeza, no? —preguntó Jane con diversión.
—Estaba aplaudiéndote —explicó una risueña Heather—. Sé de sobra lo mucho
que supone para ti mostrarte tan amable a estas horas. Y no, no estaba de
fiesta. De hecho, no podrías imaginarte donde me hallo ahora.
—Si estoy tan amable es que ya ha habido alguien que se ha tragado mi mal
humor —dijo Jane riendo—. Y la verdad es que se me ocurren muchos sitios donde
podrías estar, pero cuéntamelo.
—Mmmm. Vale, prepárate.
—¿Bombazo informativo? Mmm. Me gusta.
—¡¡¡ESTOY EN PARÍS!!! —exclamó Heather a voz en grito.
Jane ni siquiera se molestó porque le hubiera gritado al oído. La emoción
de escuchar aquello era inmensa y pronto ella también estaba chillando a través
del auricular e intensificando su expresión de felicidad saltando en el salón.
Por el rabillo del ojo vio que Jonathan la observaba divertido con semblante de
<<las mujeres están chifladas>> pero Jane no le hizo el menor caso
ni le importó lo más mínimo.
—¡¿Y cómo es eso?! ¿Estás aquí por motivos de trabajo?
—Básicamente sí —suspiró Heather—. Pero he viajado con un
poquito de antelación para disfrutar completamente de ti unos días. Por unos
días estaré 100% disponible para ti. Bueno, un 75%. También tendré que dedicar
tiempo a aprender el beso francés de sus propios inventores, ¿no crees?
Jane aún saltó y chilló más que antes.
—¡Oh Dios mío! ¡Estoy emocionadísima de tenerte aquí!
Pero, ¿tu campaña con Versace ya ha
terminado? ¡Creía que te cogía más tiempo!
—No, no la he completado. Pero he decidido que soy lo
suficiente importante en este negocio como para poner yo misma condiciones. No
estaba segura del todo, pero me ha salido bien. Al final he acortado ese
contrato y he hecho menos sesiones de las acordadas. Por supuesto, me han
recortado bastante el sueldo, pero sigue siendo un pastón. Así que ahora toca minivacaciones,
que las necesitaba. Lo bueno es que dispongo de bastante tiempo. Mi próximo
trabajo es aquí, desfilando para Louis Vuitton en la pasarela de primavera-verano.
Antes de eso tengo un par de sesiones acordadas. Pero bueno, estaré encantada
de enfrentarme a eso después de unos días de relax.
—¡Eso es fantástico, Heather! ¡FAN-TÁS-TI-CO! Tengo unas
increíbles ganas de abrazarte. ¿Dónde estás ahora mismo? Te alojarás conmigo,
¿no?
Heather rió al captar su alegría.
—Ahora mismo estoy en el Aeropuerto de Charles de Gaulle,
esperando la aparición de mis dichosas maletas. Pensaba ir directamente a tu
casa para darte una sorpresa, pero luego rechacé la idea. No estaba segura de
que sí iba estarías allí, y no me apetecía esperar en la calle a saber cuánto
tiempo. Por eso te he llamado. Todavía es muy temprano y la posibilidad de que
no estuvieras en casa era remota, pero aún así…
—Has hecho bien, pensaba madrugar para seguir con mi
tarea de descubrir París. ¿Quieres que vaya por ti? —se ofreció Jane.
—No hace falta, de veras. Solo quería avisarte para que
me esperes en casa. Ya tengo un chófer a mi disposición.
—Estupendo. ¡Voy a prepararte una comida exquisita para
cuando llegues! ¿Qué te apetece comer?
—¡Pasta! —exclamó Hetaher enseguida, sin pensárselo
demasiado—. Unos ravioli de carne con tomate y queso fundido. Mmmm. Necesito
hidratos de carbono, ¡YA!
Jane rió al escucharla.
—Muy bien, cariño, tendrás tu plato de ravioli. Te dejo,
me voy a hacer la compra y prepararlo
todo. Hasta ahora, te quiero.
—¡Chao cielo! ¡Te quiero!
Jane cortó la comunicación y volvió a su cuarto,
dispuesta a retomar la tarea de vestirse con más entusiasmo que antes.
—¿Se va a quedar aquí alguna amiga tuya? —preguntó
Jonathan, que no se había perdido palabra de lo que respondía Jane al aparato.
Jane asintió.
—¿No te molesta, verdad?
Jonathan rió.
—Si está igual de buena que tú puede quedarse a vivir
también.
Jane lanzó una carcajada.
—Está muchísimo más buena que yo. De hecho, creo que tus
glándulas salivales van a trabajar más de lo acostumbrado… Hazme caso, ponte
babero. ¿Quieres que te compre uno? Ahora mismo me voy a la compra.
Jonathan rodó los ojos, apoyándose en el marco de la
puerta de Jane.
—Eres una exagerada.
Jane, con una sonrisa maliciosa se acercó a él y lo
despachó.
—El que avisa no es traidor —proclamó antes de cerrar la
puerta y obtener la intimidad que necesitaba para vestirse.
Una vez lista para salir, Jane cogió las llaves de casa y
bajó al portal, deseosa de sentir sobre ella los rayos del enérgico sol que
relucía en el cielo aquella mañana. Pero en vez del sol, una vez alcanzó la
calle al atravesar la puerta de entrada del edificio, un aluvión de periodistas
se le echaron encima.
Jane se quedó de piedra, con la boca abierta y mirando a
su alrededor como si estuviera en medio de una jauría de lobos que estuvieran
discutiendo ante ella a qué parte de su cuerpo tocaba cada uno. Y esa analogía
era acertada para el caso.
No comprendía nada, solo era consciente de luces
parpadeantes que la cegaban desde todos los ángulos. Sentía la cabeza
suspendida en otra dimensión y sólo era capaz de mirar a su alrededor para
sentirse más asombrada aun. ¿Sería posible que Jonathan estuviera en lo cierto?
Cuando fue capaz de sacudirse de encima gran parte de su
estupefacción, prestó atención y sólo sirvió para sorprenderla aún más.
—¿Desde cuándo conoce a Connan Knight? —estaba preguntando
una mujer de mediana edad, casi obligándola
a tragarse un micrófono que empujaba contras su boca con unas ansias
insanas de obtener respuestas.
Jane, a pesar de la amenaza del micrófono que trataba de
abrirse paso hasta lo más profundo de su gaznate, solo pudo abrir más la boca.
Desde otra dirección le llegó otra pregunta con la misma
insistencia impresa en la voz:
—Tienes que ser famosa, ¿no es así? ¿En qué área es
exitosa? ¿Dónde se conocieron Connan Knight y usted?
Las preguntas continuaron. Se las arrojaron sin compasión
desde todas direcciones, sin darle realmente espacio de tiempo para
responderlas. Aunque por supuesto, eso era lo último que Jane pensaba hacer, y
permaneció unos momentos escuchándolos y paralizándose más a medida que su cerebro
procesaba aquella información.
—¿Es cierto que tenéis una relación formal?
—¿Por qué lo habéis mantenido tan en secreto?
—¿Estáis pensando en boda?
—¿Cómo lleva que su trabajo suponga rodar besos y escenas
de sexo con otras mujeres?
—¿Por qué vive en este viejo edificio?
—¿Está orgullosa del éxito que ha cosechado Connan
Knight?
—¿Le gustan los niños?
—¿Cuál es su diseñador favorito?
—¿Por qué se empeña en vivir de incógnito?
—¿Tiene buena relación con la hermana de Connan Knight?
—Eso eso, cuéntenos más sobre ella.
—¿Celebraréis la boda en alguno de los patrimonios
culturales que financia Connan?
—¿Qué lugar escogería usted para casarse?
—¿Seguiréis viviendo en París o os mudareis?
Con cada pregunta que le lanzaban su miedo incrementaba.
Toda aquella atención lloviendo sobre ella casi le provocó una
hiperventilación. Los nervios le atenazaban el estómago y comenzó a sentir unas
incontenibles ganas de vomitar. Su vista se nublaba por momentos y por un
momento creyó que iba a desplomarse allí mismo. Aquello la hizo reaccionar. No
podía permitir engrosar el lote de noticias. Con un esfuerzo sobrehumano logró romper
la parálisis de pánico que había adoptado su cuerpo y se apresuró a abrir la
puerta nuevamente para resguardarse en el interior del edificio. Solo podía
pensar en huir, así que subió las escaleras hasta llegar a su puerta y se
internó en su piso como si la persiguieran para matarla.
Se recostó contra la puerta de entrada unos segundos, y
se llevó la mano al pecho a modo de susurrar a su galopante corazón que se
calmara. En sus dedos podía sentir latir encabritado aquel órgano vital. Su
piel estaba pálida y un sudor frío corría por su frente. Por un momento el
recuerdo de todo aquel montón de gente centrando su atención en ella se sobrepuso
al presente y se sintió desfallecer mientras sus piernas cedían y se deslizaba
hasta el suelo contra la puerta.
Respiraba a bocanadas, y en un intento por tranquilizarse plegó las
rodillas y apoyó su frente en ellas, concentrándose en inspirar y espirar a un
ritmo lento, esquivando la hiperventilación. Poco a poco fue tranquilizándose,
pero aún conservaba los síntomas de trauma que la acompañaban.
—Una plaga de periodistas ha acampado en nuestra casa
—susurró Jane a un Jonathan que la miraba confundido desde el sofá, su voz
ahogada por el nerviosismo y su postura.
—Te lo dije. Pero no quisiste creerme —espetó Jonathan,
pero sus palabras estaban exentas de la natural satisfacción de llevar la
razón. En cambio, sonó preocupada por ella y lo oyó levantarse para encaminarse
hacia ella—. ¿Qué te ocurre? —preguntó agachándose junto a ella y tocándole el
brazo.
—Están ahí por mí —dijo ella con verdadera angustia
alzando la vista para clavar sus ojos en los de él, como si le estuviera
comunicando acerca de una horda de zombies obsesionados con su cerebro—. ¿Qué
puedo hacer?
Jonathan frunció el ceño aún más preocupado.
—Para empezar, levantarte —dijo él. Si irguió y la cogió
por los brazos, tirando de ella hasta ponerla en píe.
Jane se hallaba demasiado conmocionada.
En aquel preciso instante algo captó su atención: el
teléfono empezó a sonar.
Jane se abalanzó ansiosa hacia el aparato y descolgó.
—¿Diga? —contestó con voz estrangulada.
—¿Eres tú, Jane? —preguntó una voz masculina.
Un estremecimiento sacudió su cuerpo. De reojo vio a
Jonathan volver a sentarse en el sofá, pero hacia caso omiso de la televisión y
la miraba con la frente arrugada por la preocupación.
—¿Conaught? —preguntó ella para asegurarse, aunque el
instinto le decía que sin lugar a dudas se trataba de él.
—El mismo.
Una parte de ella se sintió aliviada, pero enseguida
estalló la furia.
—¡¿Qué se supone que has ido contando por ahí?! ¿¿Por qué
un ejército de sanguijuelas cotillas se ha atrincherado en mi edificio con la
única intención de confirmar estupideces concernientes a una supuesta relación
entre tú y yo?? ¡En estos momentos quiero estrangularte! ¡Y ten por seguro que
lo haré si vuelvo a verte!
Connan rió al otro lado de la línea, divertido ante su
ira.
—Así que ya lo sabes —dijo él—. Te llamaba para avisarte
de que permanecieras en tu casa encerrada a cal y canto… En algún momento se
darían por vencidos y yo aprovecharía ese momento de debilidad para sacarte de
allí y recluirte en el paraíso conmigo, donde nadie nos pudiera encontrar
—explicó en él con voz sexy.
<<Dios Santo, ni siquiera es capaz de ponerse serio
ante una pesadilla como está>> pensó Jane muy irritada.
—Oye, mira, guapito, tal vez tú estés acostumbrado a que
te fotografíen mientras bostezas, eliges un pollo de cena en el super o te
rascas los huevos, pero yo no. ¡Así que deja de decir gilipolleces y sácame de
está mierda en la que me has metido! ¡AHORA! ¡Todo este asunto me pone ansiosa!
—le espetó Jane histérica. Era consciente de que Jonathan la miraba oscilando
entre la incredulidad y la curiosidad, pero nada importaba, solo recuperar su
amado anonimato.
Lo escuchó reírse de nuevo.
—Janie, preciosa, no estaba bromeando. De veras te voy a
sacar de allí y llevarte al paraíso… Aunque si no quieres mi compañía… Lo
aceptaré. De momento.
—¡Por supuesto que no quiero tu compañía! ¡No quiero
volver a verte en mi vida! ¡Solo he pasado un par de horas contigo y has
convertido mi vida en un infierno! —gritó Jane—. ¡Y no quiero irme a ninguna
parte! Quiero continuar en mi bonito piso en Montmartre, ¿de acuerdo?!
—Eso no va a poder ser, preciosa. A no ser que quieras
permanecer encarcelada en tu piso dispuesta a recibir por helicóptero mercancía
que te envíe para sobrevivir. O enfrentarte a tus acosadores. Si quieres
continuar disfrutando de París has de irte de allí por un tiempo.
—Pero no puede durar tanto este acoso hacia mí, ¿verdad?
—preguntó Jane desesperanzada.
—Bueno, este momento es peligroso para que hayas captado
su atención. No hay más noticias de interés en el horizonte… Así que estarán a
tu vera hasta un próximo escándalo.
—Y es demasiado pedirte que te despelotes subido a la
pirámide del Louvre, ¿no es así? —suspiró Jane agotada, tomando asiento en un
extremo del sofá.
Connan lanzó una carcajada.
—Aunque estuviera dispuesto a hacerlo eso
irremediablemente los llevaría con más intensidad hasta a ti. Seguramente
querrían saber tu opinión acerca de que tu novio de desnude en plena calle y
muestre signos de demencia, ¿no crees?
—Pero tú no eres mi novio —protestó Jane con enojo.
—Pero ellos creen que sí y estás perdida. Nada les hará
cambiar de opinión. Su trabajo es exprimir una noticia hasta volverla
interesante, aunque tengan que adornarla con mentiras o exageraciones. Que no
te extrañe que a continuación te acusen de estar preñada de mí.
Jane masculló de manera ininteligible, aunque era de
suponer que se atragantaba soltando palabrotas.
—Te odio, ¿lo sabes, verdad? —dijo finalmente Jane,
desolada.
Connan volvió a reír.
—Te conviene más decir que me quieres —le dijo Connan en
tono burlón—. Esa es la noticia del día y teniendo un ejército de periodistas
cerca no te conviene hablar, menos para decirme que me odias. Eso daría píe a
más especulaciones.
Jane se notó bullendo de rabia.
—Tengo ganas de verte, amor —dijo con sarcasmo, poniendo
la voz más aguda y cursi que fue capaz—. No veo las horas de que me des motivos
para visitar la funeraria.
—Tonta —le respondió Connan con tono risueño—. Bueno,
entonces llámame cuando se despeje todo, ¿vale? Voy a darte mi número.
—¡Aguarda! —casi gritó Jane—. Primero quiero saber cómo
has conseguido el mío.
Connan resopló.
—Eso no es difícil. Tengo un manager muy competente. Y me
sabía tu dirección. Era pan comido. Ahora apunta.
—Espera.
Jane miró a su alrededor, hasta que divisó al lado de la
mesita donde descansaba el teléfono una libreta destartalada. La cogió de
inmediato y antes de que sus ojos iniciaran la búsqueda inmediata de un boli,
Jonathan, que seguía sentado a su lado, le dio uno.
Jane le dedicó una breve sonrisa de agradecimiento y le
dijo a Connan que estaba preparada. Garabateó los números que él le dictaba y
una vez comprobado que había anotado correctamente el teléfono, evitó que
colgara con otra pregunta:
—¿Cómo sabías la situación en la que me encontraba?
—¿Lo dices por el acoso periodístico?
—Sí.
—Ya hablaremos luego, ¿de acuerdo?
Jane frunció el ceño.
—No te escaparás de responderme.
—Lo sé —contestó él, y Jane advirtió una sonrisa en su
tono.
—¡A propósito! —exclamó Jane, cayendo en la cuenta de
algo. Habían pasado tantas cosas en la última media hora que se había olvidado
de algo importante. Un ramalazo de remordimiento la embargó.
Connan rió.
—Parece que te encanta hablar conmigo, preciosa. No haces
más que evitar que cuelgue…
Jane rodó los ojos.
—Cretino —le espetó—. En fin, quería comunicarte que hay
otro detalle.
—¿Cuál? —respondió él, de pronto en guardia.
—Una amiga mía muy querida acaba de llegar a París. Se
iba a alojar conmigo. Está de camino hacia mi casa.
—Eso no es problema. Podrá acompañarte allí donde te
acomode.
—Por supuesto. Pero me temo que ella también es un
aliciente para la prensa rosa. Ella es una reconocida supermodelo… No sé si es
buena idea que venga a mi dirección estando todo como está. Dame la dirección
del lugar donde pensabas alojarme para llamarla a tiempo y que me espere allí.
Connan permaneció en silencio un rato.
—No, que vaya a tu casa. Se me acaba de ocurrir algo.
—Pero…
—Confía en mí —le cortó Connan tajante.
—Cómo no, motivos me sobran —contestó ella sarcástica.
—¿Lo harás?
Jane suspiró.
—Sí. Al fin y al cabo, algo que no puedo negarte es que
eres experto en lidiar con la prensa.
—Perfecto, princesa. Hasta luego.
—¡Un momento! —lo detuvo Jane.
Connan se deshizo en carcajadas.
—¿Hay algo más?
—Sí, que no puedo permitirme ser tan egoísta —contestó
Jane, mirando de reojo a Jonathan, que la miraba confundido. Sabía que en
cuanto colgara la iba a atosigar a
preguntas—. Comparto piso con alguien más. Un chico.
—¿Y? —preguntó Connan con cierta brusquedad. Parecía
molesto.
—Y… Él es universitario. No le sobra el dinero, vaya. Y
no es justo que le deje con todo el marrón de pagarlo solo cuando me he
comprometido a pagar a medias. No está bien.
—También me ocuparé de eso —concluyó él.
—Oh, no no. No quiero abusar de tu dinero —contestó
ella—. Solamente quería decirte que pienso seguir pagando el alquiler, porque
además quiero volver aquí cuando se calmen las cosas. Pero allá donde me busques
alojamiento provisional… En fin, solo te pido que sea algo baratito. Tengo
dinero pero este es un derroche con el que no contaba.
—El alojamiento provisional te lo pagaré yo, eso es
indiscutible. Al fin y al cabo es culpa mía que tengas que irte de tu casa, ¿no
es cierto?
—No quiero —contestó Jane con cabezonería—. No quiero la
más mínima caridad por tu parte. Me niego.
Connan suspiró.
—Ahora lo primordial es sacarte de ahí. El resto lo
discutiremos luego. Tengo que dejarte para planificar algunas cosas, ¿vale
preciosa?
—Adiós —se despidió Jane, colgando el teléfono sin
miramientos.
Tal y como había temido, Jonathan se abalanzó sobre ella
con un millón de preguntas que formularle.
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