viernes, 11 de mayo de 2012

►CAPÍTULO V. [Part II]


Más tarde esa misma noche, Jane yacía en su cama boca arriba, con la mirada desentrañando las sombras que le dejaba vislumbrar su reducida ventana. Por mucho que la razón se impusiera y tratará de convencerla de que aquella noche había sido una total pérdida de tiempo, de que había malgastado importantes horas de sueño en aras de atender las frases locuaces de un actor demasiado guapo pero demencial, su rostro la convencía de que una persistente sonrisa debía resumir lo que debía sentir hacia aquel encuentro.

Frunció el ceño. Ahora que se hallaba sola sin nadie que pudiera juzgarla, debía admitir que había sido una noche increíble. Es verdad que él continuaba siendo demasiado sexy, demasiado insistente, demasiado descarado, demasiado capullo, demasiado seductor y demasiado arrogante. Pero aún y todo, de alguna inexplicable manera había conectado con él y había disfrutado del encuentro. Y sí se permitía ser sincera consigo misma, debía admitir que no le importaría volver a encontrarse con él. Bueno, vale. Eso sería ser medio sincera. Pero si era honesta del todo, debía aceptar el hecho de que deseaba volver a verlo.

Sin embargo, lo conveniente y lo que deseamos rara vez van de la mano, y aquella era una de esas veces. Por lo tanto, Jane se conformaría con aspirar a soñar con él un par de veces al mes.

Con un suspiro se incorporó y rescató del suelo un par de mullidos almohadones. Después le echó mano a su portátil, que descansaba en un escritorio empotrado contra la pared frente a su lecho.

Lo encendió y dejo a sus dedos volar, que por una vez supieron mejor que su cabeza excesivamente racional lo que escribir.


BORRADOR PRIMERO
Versión inicial

Título provisional: Besos encorsetados © 2011
Autora: Jane Cassidy

SUBTÍTULO: En Mayfair, Londres, una mansión esplendorosa, 1815.

1.    EXTERIOR. MANSIÓN ENORME. AL ATARDECER.

La cámara enfoca el majestuoso edificio recortado contra un cielo propio del atardecer, con tintes rojizos y morados. Poco a poco va centrándose en la mansión, y la imagen se concentra en la altísima cerca que circunda la propiedad. Las puertas de esta son majestuosamente abiertas por dos lacayos, que trabajan sincronizados y agachan su cabeza sumisamente a la misma vez mientras arrastran las puertas enrejadas, dando la bienvenida a los invitados.

Desde arriba vemos una procesión de elegantes carruajes que van llegando uno tras otro y deteniéndose en el amplio patio frente a la mansión.

La cámara va viajando hasta llegar a una ventana alumbrada en el piso más alto.


2.    INTERIOR. HABITACIONES DE LA HEREDERA.

La cámara penetra al interior de la habitación desde la ventana y nos muestra una esplendorosa habitación rebosante de lujos y riquezas finísimas. Son los salones personales de una dama, y en una esquina de la habitación hay dos mujeres. La más joven es CATHERINE TERISE cuya madre lady ANABELLE le ajusta los lazos de un corsé.

CATHERINE: ¿Qué se espera de mí esta noche?

ANABELLE (el ceño fruncido concentrada en su tarea): Estar a la altura de nuestro gran patrimonio. Tienes que deslumbrar tanto o más que tu posición social, la antigüedad de nuestro prestigioso apellido y tu exuberante dote.

CATHERINE (resopla con desdén): Acompañada de semejante incentivo no sé para qué voy a someterme a la asfixia con este corsé. Cualquiera accedería a casarse conmigo aunque bajase cubierta de barro y con hojas en el pelo.

ANABELLE (termina de atar el corsé y bruscamente hace girar a su hija hasta que quedan cara a cara): Escúchame bien, pequeña estúpida. No vas a mancillar el buen nombre de la familia. Esta noche vas a mantener a raya tu naturaleza belicosa y a ser un encantador y sumiso corderito, tal y como tu condición de mujer y tu posición exigen. ¿Me has entendido? Vas a estar deslumbrante y a sonreír con amabilidad. Vas a moverte con gracia y a bailar con elegancia. Vas a enamorar a todos tus invitados y en menos de un mes estarás convenientemente casada con un duque acaudalado que honre a nuestra familia. ¿Queda claro?

CATHERINE asiente, aunque con el ceño fruncido.

ANABELLE hace una seña a la AYUDA DE CÁMARA, que aguardaba contra la pared silenciosa y solemne. La AYUDA DE CÁMARA se mueve para traer un precioso vestido blanco, con seda en el escote y varias capas de falda que deben hacer parecer a Catherine una criatura etérea y bella.

Visten a Catherine y ANABELLE las deja solas cuando la AYUDA DE CÁMARA sienta a Catherine en el tocador y comienza a manipular su cabello negro para elaborar un sofisticado moño que adornará con cintas y perlas.

La AYUDA DE CÁMARA le dedica una mirada compasiva a través del espejo mientras la embellece.

Cuando Catherine está ya peinada y a punto de salir, entra WILLIAM, el hermano de la muchacha.

WILLIAM (silba con admiración al verla): Guau. Vas a enamorarlos a todos. Estás absolutamente hermosa.

CATHERINE (esboza una sonrisa sincera mientras su hermano le coge las manos enguantadas): Tú sí que vas a levantar pasiones y a  destrozar corazones. Me compadezco de las muchachas que te entreguen su amor para que lo ignores.

WILLIAM (riendo): Yo no hago eso. Solamente soy un conde encantador que todas saben apreciar debidamente.

CATHERINE: Permitir a todas las mujeres que te entreguen su amor y que tú no decidas corresponder ninguno es igual a ser un rompecorazones, insisto.

WILLIAM (ríe muy fuerte): Querida, será mejor que reprimas esa audacia tuya por esta noche. No me extrañaría que todos los hombres se sintieran intimidados ante tamaña belleza e inteligencia.

WILLIAM le da un cariñoso beso fraternal en la frente. Sonriéndose ambos, WILLIAM le ofrece un brazo. CATHERINE se agarra a él y juntos salen al pasillo.

CATHERINE: Descuida, me comportaré como la yegua de cría que se supone que soy.


3.    INTERIOR. GRAN VESTÍBULO (PRECEDENTE AL SALÓN DE BAILE).

Se enfoca lo alto de la ancha escalera donde aguarda CATHERINE a punto de bajar y de hacer su magistral entrada. Una suave música de violines flota desde el adyacente salón de baile. Los centenares de invitados la aguardan en el vestíbulo al píe de las escaleras, y se los ve de espaldas, dejando apreciar los coloridos trajes de las damas y las elegantes ropas de los caballeros.

La cámara cambia de ángulo y vemos de frente a los invitados, que cuchichean entre ellos y siguen el avance de la joven dama con manifiesta admiración. Puede apreciarse un gesto de envidioso desdén en las jóvenes solteras que deben competir con una joya de la aristocracia inglesa como Catherine. Los jóvenes casaderos, en cambio, acaban de detectar el objetivo más apetitoso de la noche y los más rápidos ya se amontonan próximos al último escalón para recibirla con una cordial reverencia y una sugerente sonrisa.

Pese a los nervios que experimenta, vemos a CATHERINE realizar una entrada triunfal digna de la máxima admiración.  Al alcanzar el último peldaño se ve abordada por las galantes atenciones de hombres de diversas edades con algo en común: su interés por la atención de la joven.

CATHERINE sonríe en todas las direcciones y consigue responder gentilmente al aluvión de preguntas que le arrojan en todas direcciones. Pese a la presión a la que se siente sometida, consigue salir a flote y resultar absolutamente conveniente.

WILLIAM aparece en escena, bajando los escalones y posicionándose al lado de su hermana. Intercambian una mirada significativa y comprendiendo el estrés de su hermana WILLIAM le ofrece su brazo e inician la marcha hacia el salón de baile seguidos de los invitados, que se emparejan tomando ejemplo y caminan tras ellos respetando la posición que les otorga su rango.


4.    INTERIOR. SALÓN DE BAILE.

En el gran salón continúan las miradas y las innumerables presentaciones, todas acunadas por la alegre y a veces melancólica melodía que tocan los músicos en una esquina de la descomunal habitación.

CATHERINE se ve a sí misma en un amplío círculo de personas agarrada aún a su hermano, que la apoya en todo momento. La conversación en banal y gira en torno a insípidos cotilleos de su círculo social. CATHERINE finge interés y asiente de vez en cuando para dar la impresión de estar escuchando. De vez en cuando deja vagar su mirada a lo largo del salón y de pronto una figura llama su atención.

En el fondo del salón un joven apuesto [ZACHARY LENNON] (de melena rubia, ojos azules y piel bronceada) mira directamente hacia ella recostado contra la pared y con una copa de licor en su mano. Parece cómodo en su soledad, resguardándose en las sombras de la habitación.

Algo se agita en el interior de CATHERINE al compartir aquella intensa mirada, pero enseguida desvía la vista y vuelve a centrarse en la conversación que mantiene el grupo de gente donde se encuentra. Sin embargo las palabras resbalan por sus oídos y en su rostro puede adivinarse un ligero sofoco. Siente su piel hormiguear y ruborizarse ante la atenta mirada del joven. Sin embargo, se niega a volver a buscarlo con la mirada. Finalmente no puede evitarlo y vuelve a mirar en su dirección para descubrir que él ya no se encuentra ahí. A duras penas controla la punzada de desilusión que la embarga y haciendo un esfuerzo sobrehumano sonríe al interlocutor que queda frente a ella, que lucha por captar su atención haciéndole preguntas superfluas y empleando fórmulas muy amables.

La mirada del hombre de mediana edad [BENJAMIN LAUGHTON] que conversa con la dama se desvía para reparar en una figura masculina que se aposta junto a su objeto de atención. Frunce el ceño molesto.

ZACHARY LENNON (le dedica una mirada burlona a BENJAMIN y acto seguido lo ignora completamente tendiendo una mano a CATHERINE mientras se presenta con una sonrisa encantadora): Aún no he tenido el placer de conocerla, lady Catherine. Yo soy Zachary Lennon.

CATHERINE se sobresalta ante sus palabras, pues le pilla por sorpresa su presencia junto a ella. Por un instante se ruboriza, pero después deposita en la suya su mano enguantada.

Mirándola a los ojos ZACHARY se lleva su mano a los labios y deposita un suave beso en sus nudillos.

CATHERINE: Encantada de saber de usted, señor Lennon.

ZACHARY: Permíteme la osadía de señalar que da usted la impresión de encontrarse sofocada. ¿Tal vez me haría el honor de escoltarla hacia la mesa de refrigerios para que pueda usted sentirse mejor?

ZACHARY dobla el brazo frente a ella a modo invitación y le dedica una sonrisa deslumbrante mientras aguarda su respuesta.

CATHERINE (algo sonrojada): Su interés por mi salud es enternecedor, señor Lennon. Me veo encantada de aceptar su proposición. (Se dirige hacia al círculo de gente del que forma parte) Discúlpenme unos momentos, agradables señores. El señor Lennon me invita a ausentarme un momento en honor a una refrescante bebida que siento necesitar. Prometo volver a su encantadora compañía lo antes posible.

INVITADO 1: ¿Es usted, señor Lennon, hijo del conde de Devon?

ZACHARY finge una amable sonrisa, aunque realmente bulle de impaciencia por alejarse de allí acompañado de la encantadora Catherine.

ZACHARY: Así es, señora…

INVITADO 1: ¡Oh, no, señor Lennon! Yo soy lady Rumsfeld, condesa de Somerset. Como ve, nuestros condados son vecinos. De hecho, me escribo regularmente con su madre. Lady Lennon siempre me ha parecido una mujer virtuosa y encantadora. ¿Cómo está ella?

ZACHARY: Le comentaré sobre este extraordinario encuentro con usted, lady Rumsfeld. Y perdone la ignorancia que me llevó a no dedicarle el debido tratamiento. Mi madre está algo delicada de salud, pero no es nada grave. Sin embargo, supone una razón de peso para que no haya acudido a Londres en plena temporada primaveral. El mar es un sanador milagroso y por ello es lo más adecuado para su salud permanecer en Devon en estos momentos.

INVITADO 1: ¡Es una lástima que lady Lennon vaya a perderse esta temporada! Parece muy prometedora desde sus inicios. Las jóvenes casaderas que se presentan son encantadoras y provenientes de familias excelentes, por lo que es de prever una multitud de fiestas sofisticadas y dignas de atención. En fin, ¿le presentará mis deseos de mejora a su madre?

ZACHARY asiente impaciente.

INVITADO 2: Dígame, señor Lennon, ¿siguen siendo tan altisonantes las operaciones de contrabando en las costas de Devon?

ZACHARY: Mi padre se ha encargado de reforzar el número de oficiales montados que se ocupan de desmantelar los alijos, pero me temo que aún no hemos combatido del todo esa práctica.

CATHERINE (frunciendo el ceño algo indignada, pero por fin apasionándose por una conversación que le parece realmente interesante ya que trasciende temas sobre eventos sociales, chismes sobre ilustres personajes de la sociedad y modistas famosos, todas conversaciones reservadas para damas) Pues yo opino que…

WILLIAM, previendo el efecto inapropiado que pueden tener las palabras de su hermana, se tensa y se apresura a interrumpirla a tiempo.

WILLIAM: Mi hermana cree que esta actividad delictiva debería cesar cuanto antes. Es importante que todos nos ajustemos a las leyes impuestas, sino la desorganización nos haría presos y pasaríamos a asemejarnos a animales, ¿no creéis damas y caballeros?

Todos asienten y ríen a sus palabras excepto CATHERINE, que guarda un resentido silencio, aunque pronto se esfuerza por poner buena cara y aplaudir a su hermano.

ZACHARY sin embargo no ha dejado de observarla un solo instante y se percata de la contrariedad de la joven, cosa que hace que sus ojos brillen por la diversión.

INVITADO 4: Su hermana es una mujer propiamente sensata. Aplaudo su sana mente de tan correctas opiniones. Es sin duda una joven encantadora.

CATHERINE (se fuerza a sonreír amablemente): Me halaga usted, lord Wells.

ZACHARY: Damas y caballeros, me temo que es tiempo de arrebatarles por unos momentos a esta encantadora joven, tal y como expresé minutos antes.

Tanto ZACHARY como CATHERINE asienten solemnemente con la cabeza, saludando al círculo de invitados. WILLIAM la mira con el ceño fruncido pero finalmente le permite deshacerse de su brazo y la ve marcharse con Zachary antes de volver a la conversación que se mantiene.

La cámara se aleja del grupo y se centra en los dos hermosos jóvenes, que caminan del brazo hacia una alargada mesa que descansa en uno de los extremos del salón rebosante de copas y recipientes provistos de bebidas.

ZACHARY (con expresión divertida): Tengo la impresión de que su hermano ha manipulado convenientemente su opinión, lady Catherine.

CATHERINE (se tensa al escucharlo): Lamento tener que sacarle de su error, señor Lennon. Mi hermano presentó mi parecer correctamente.

ZACHARY (la mira con perspicacia, no creyéndose la afirmación de la joven ni por un momento): Lamento oír eso. La había juzgado más interesante.

CATHERINE (lo mira con el ceño fruncido pero no muerde el azuelo): ¿Es usted siempre tan dado a hacer cumplidos?

ZACHARY (ríe ante su sarcasmo): Puede que aún pueda ser dotada con mi buena opinión.

Ambos llegan a la mesa dispuesta y ZACHARY le prepara una copa de ponche y se sirve otra para él.

ZACHARY: ¿Aceptaría bailar conmigo el próximo vals que suene?

CATHERINE (Parpadea por la sorpresa): No sé qué contestar dada su tendencia a interpretar como quiere lo que digo.

ZACHARY (luce una amplia sonrisa): Eso quiere decir que el próximo vals es nuestro.

Casi inmediatamente las primeras notas suaves de un vals comienzan a flotar en el gran salón. ZACHARY le arrebata la copa a la joven y la deposita en la mesa junto con la suya. Le dedica una sonrisa hipnótica y atrapa entre sus manos una de ella, arrastrándola lentamente hasta el centro del salón junto con las demás parejas.

ZACHARY: ¡Cuán oportunamente deprisa a querido el destino colmar mi deseo de danzar con usted!

CATHERINE se ruboriza mientras él guía expertamente una de las manos de la joven hacia su hombro y sujeta con firmeza pero con dulzura la otra, apretándola cálidamente con la suya. Después ZACHARY deposita su otra mano en la espalda de la joven y salva la distancia entre ellos hasta que no cabe un soplo de aire entre ellos.

Comienzan a bailar, sus pasos en armoniosa sintonía, y se pierden en esa danza, compartiendo una mirada intensa que los transporta a un mundo fuera de ese atestado salón, donde están solos y sus corazones pueden hablar sin ser juzgados.

La pieza de música es larga, pero el tiempo se hace corto y se convierte en un efímero y maravilloso instante que alimentará sus recuerdos por largo tiempo. Una magia entre los dos los sumerge en un sueño de notas suaves y pasos perfectos, una magia palpable para todo aquel que les preste un mínimo de atención.

La danza termina y ambos se quedan mirándose fijamente, tratando de discernir en sus miradas la existencia de ese hechizo al que ambos han sido sometidos. Parecen confundidos pero fascinados.

La magia se rompe cuando CATHERINE vislumbra a su madre contra una de las paredes del salón, mirándola fijamente con semblante disgustado. CATHERINE siente un escalofrío recorrerle su espina dorsal y le dedica a Zachary una torpe inclinación de cabeza en señal de saludo formal.

CATHERINE: Con verdadero pesar debo separarme de usted ahora, señor Lennon. Mi madre me reclama.

ZACHARY (asiente con la cabeza siguiendo las ceremonias convenientes y la mira intensamente): Ha sido un verdadero placer bailar con usted.

CATHERINE asiente conforme y se abre paso entre la gente en dirección a su madre, bastante turbada.

ANABELLE (con una expresión de desagrado): ¿Qué se supone que estás haciendo, Catherine? No deberías malgastar tiempo en empresas abocadas al fracaso.

CATHERINE (con indignación): ¡El señor Lennon es hijo de un conde!

ANABELLE (mirándola a ella y a él alternativamente y con palpable frialdad): Él es el tercer hijo del conde de Devon, según tengo entendido. Y sus dos primeros hermanos siguen vivos y gozan de buena salud, por lo que él jamás heredará título ni patrimonio alguno. Es por tanto un don nadie, indiscutiblemente indigno de tu atención. Además, en el caso de que su herencia fuera viable el título de conde es despreciable cuando puedes aspirar a un duque. No nos interesa. Grábatelo.

CATHERINE (con rabia contenida): ¿Despreciable? Te recuerdo que en el escalafón social figuramos como condes.

ANNABELLE (mirándola furiosa): No me repliques a mí, pequeña idiota. Ya sé cuál es mi posición social, y tú deberías saber ya que tu cometido es elevarnos en prestigio. Recuérdalo cada vez que decidas alentar el cortejo de un indigente como ese tal señor Lennon.

CATHERINE (entre dientes): Sí, madre.

ANABELLE: Ahora vuelve con tu hermano y relaciónate con la gente que verdaderamente merece tu conversación. Y espero no presenciar otra pérdida de tiempo por tu parte.

CATHERINE: Sí, madre.

CATHERINE se abre paso a través del salón, buscando con la mirada a ZACHARY, queriendo despedirse de él para siempre con la mirada. Pero por mucho que lo busca no lo encuentra.

(Se ha ido)


Jane cerró de golpe el portátil, no sin antes haber guardado lo escrito. Con cierta brusquedad lo desterró al suelo, cerca de su cama, y apagó la lámpara de su mesilla. Le dio la espalda a la luna, como si su simple relucir tranquilo la irritase.

No podía engañarse a sí misma. Sabía perfectamente que aquel comienzo que había narrado guardaba una estrecha relación con alguien a quien había condenado a la menor consideración por su parte. Reconocía perfectamente en Zachary Lennon la piel morena, el pelo rubio, los ojos azules, la galantería y la osadía de Connan Knight. Y cualquiera que supiera que lo conocía también lo relacionaría con él.

Frunció el ceño, profundamente disgustada. No podía creer que su inspiración necesitara el empuje de una aparición como Connan para que empezase a funcionar. Y lo que era peor: no podía creer que escribir sobre él la confundiese más que el hecho de pensar en él. Era como si su narrativa escogiese pensamientos cultivados que ella se había negado a dar forma y los dispusiera clara y ordenadamente ante ella para que los examinara y no pudiera escapar de ellos.

Pero, ¿qué podía sacar en claro? ¿El hecho de que Connan fuera el tipo de hombre que podía llevarla a la locura (literal y figuradamente, dicho sea de paso) con consecuencias dolorosas para ella? ¿El hecho de que, como en la historia que iba tomando forma en su mente, un amor con él estuviera destinado al rotundo fracaso? ¿El que un solo beso con él pudiera acumular daños que se le vendrían encima en el futuro, en algún momento de fragilidad? ¿O simplemente que ocupaba sus pensamientos más de lo que estaba dispuesta admitir?

O tal vez su subconsciente estaba tratando de decirle que Connan solo podía existir para ella en la ficción. Si así era, aplaudía por ese razonamiento. Era el que había de tomar en cuenta, sin duda.

Emitiendo un gruñido se revolvió entre las sábanas y ocultó su cabeza entre la mullida almohada, en un intento por ahogar fantasías irracionales. Su respiración fue acompasándose y sus pensamientos perdieron fuerza hasta que Morfeo decidió apiadarse de ella y mecerla en un pacífico sueño. Seguramente en un intento por compensarla por la vorágine que se le venía encima.



Tal y como esperaba, el piso estaba a oscuras, revelando el descanso nocturno al que se sometían sus moradores.

Con sigilo se arrastró hasta la cocina, dirigiéndose directamente al frigorífico, de donde sacó una lata de cerveza. Con movimiento experto tiró de la anilla del envase y tragó con avidez el amargo pero delicioso líquido a la luz azulada que emitía el electrodoméstico, que continuaba abierto mientras él se apoyaba en la puerta del mismo.

La bebida no le duró ni dos minutos, y cerrando el aparato y tirando la lata vacía, salió de la cocina y se dirigió al pasillo que daba paso a las habitaciones. Antes de proseguir hasta su propia habitación se paró frente a la puerta de Allison. Lentamente, con cuidado de no despertarla, se coló en el cuarto y se paró al lado de su cama, donde dormía plácidamente, con sus bucles reluciendo, respondiendo a la tenue luz del pasillo. La terneza se apoderó de Connan, que extendió su mano para acariciar el suave cabello de su hermana con una sonrisa maravillada ante su angelical imagen.

La niña reaccionó a su contacto, y presa de la inconsciencia aún, se revolvió en sueños y esbozó una tenue sonrisa. Connan reimprimió una risotada al verla buscar la fuente de ternura que había detectado en sueños.

De pronto, aún bajo el efecto nebuloso del sueño, la niña abrió un ojo, y logró detectarlo. Así se lo hizo saber cuando le enseñó una sonrisa dentada destinada exclusivamente a él.

—Hermanito —susurró con voz pastosa.

Connan amplió su sonrisa y continuó revolviéndole el suave cabello dorado.

—Siento mucho a ver faltado a nuestra cita con “El rey león” —se disculpó él, imitando su voz bajita—. Un imprevisto reclamó mi atención —se excuso mientras el rostro de Jane lo golpeaba en la mente. La diversión se instaló en sus ojos.

—Parece que te lo has pasado bien. Está bien —respondió la niña, estudiando la evidente alegría de su hermano mediante ojos infantiles y soñolientos—. Está bien, siempre y cuando el motivo no sea la PP, claro —se corrigió, frunciendo el ceño ante la idea.

—¿PP? —preguntó ceñudo Connan.

—Quiere decir Pedorra Porno. Saca tus propias conclusiones. Pero mientras lo haces saca tu culo de aquí y déjame dormir —refunfuñó la pequeña.

Connan lanzó una sincera carcajada. Se agachó lo suficiente para depositar un cariñoso beso en la sien de la niña.

—Buenas noches, angelito —susurró Connan, y se irguió y emprendió la retirada.

—Por cierto, te compensaré —le dijo cuando ya estaba en la puerta, a punto de salir—. Te prometo llevarte a una bonita excursión.

—Mmmm —musitó la niña, como si hablar le resultara un esfuerzo gigantesco pero quisiera darle a entender que lo había escuchado. Sin embargo, su lengua pareció aligerarse lo suficiente como para pronunciar las siguientes palabras—: No creas que lo olvidaré porque esté adormilada.

Connan soltó una suave risa.

—Te lo prometo —dijo antes de salir definitivamente y cerrar con cuidado la puerta.

Otra puerta sonó en ese instante, solo que con cierto estruendo que mosqueó a Connan. Con zancadas silenciosas pero aireadas se desplazó hasta el vestíbulo, donde una ebria Diane hacía malabares con su bolso y abrigo subida a unos tambaleantes tacones de quince centímetros.

—No hagas tanto ruido —le espetó Connan—. Allison duerme.

Diane ignoró el tono inflexible de su voz y soltó una risita mientras se lanzaba a sus brazos trastabillando. Connan la sostuvo contra él, disgustado ante la idea de que pudiera caerse y montar un estruendo. Seguramente Allison había vuelto a dormirse y no le apetecía perturbar más su sueño, y aún menos a causa de ineptas borrachas, pensó enfurecido.

Diane malinterpretó las manos de él en su cuerpo, e interpretándolo como vía libre, se abalanzó hacia sus labios, estrujándose los senos contar el fuerte pecho de él.

Connan no experimentó ninguna emoción ni apetencia a pesar de ser una mujer de su talla, con tamaña belleza y tan voluptuoso cuerpo. Por primera vez en mucho tiempo no sentía deseos de aprovechar semejante invitación. Así que con fría practicidad, la dejó hacer mientras la cogía en volandas para evitar que sus tacones repiquetearan en el suelo y armaran molesto ruido. Atravesó el pasillo con ella en brazos, mientras la mujer veía en su comportamiento una errónea ansia por responder a su deseo.

Por fin llegaron a su puerta, que Connan abrió con facilidad sin tener que depositarla en el suelo, y continuó avanzando con su carga hasta dejarla en la cama.

Connan la vio reír emocionada mientras se echaba sobre las almohadas y se abrazaba a ellas. Mientras él le desabrochaba los tacones y se los quitaba. Una vez liberada del peso de sus pies, Diane se incorporó sobre las rodillas y avanzó sobre ellas hasta el límite de la gran cama, donde permanecía Connan mirándola. La joven le echó los brazos al cuello y ladeó la cabeza, mirando directamente a sus ojos, que permanecían serios.

—Vamos, ¿a qué esperas para desvestirme del todo? —preguntó con voz cantarina.

Connan no respondió y se limitó a  mirarla con el ceño fruncido.

Diane soltó otra risita y deslizó sus manos por los brazos de Connan hasta que agarró sus manos y las llevó a la parte trasera de su vestido, donde aguardaba una cremallera que quería ser deslizada. Mientras ejercía aquella clara invitación con sus manos, su rostro se había inclinado hacia el de Conann y por si cupiese alguna duda le pasó la lengua por la oreja.

—Te deseo —susurró ella.

Connan se zafó de las manos de Diane, separándose de su cuerpo.

—Estás muy borracha. Será mejor que descanses —le dijo con cierta dureza, y sin mirar atrás salió de la habitación de la muchacha y se metió en la suya propia.

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