lunes, 30 de abril de 2012

►CAPÍTULO V. [Part I]


—Buenas noches —saludó Jane al entrar en su apartamento.

—Hola —respondió Jonathan distraídamente mientras se llevaba a la boca una lata de cerveza. Sentado en el sofá, su figura parpadeaba a la luz azulada que emitía la televisión. De pronto, sorprendido, volvió bruscamente su rostro hacia ella, como si hubiera reparado en algo importante—: Tú has echado un polvo.

Jane frunció el ceño.

—¿Cómo dices?

Pero ya no había manera de disuadir a Jonathan de componer el rostro vacilón con el que la miraba.

—Y debe follar muy bien —continúo el chaval.

Jane no escondió su irritación.

—¿Se puede saber por qué estás conjeturando blasfemias? ¡Deja de hacer eso! ¡YA!

—Aunque el efecto del polvo no es duradero… —siguió teorizando Jonathan, haciendo caso omiso a su advertencia.

—Ni tu vida va a alargarse mucho más si no paras de inmediato —gruñó Jane muy molesta.

—Vamos, no trates de negarlo —la pinchó el muchacho—. Las señales son inequívocas.

—¿Qué señales?

—Llegas considerablemente tarde y tus primeras palabras no han sido reprenderme por mi desorden. De hecho, te has dirigido a mí con una amabilidad impropia. Conclusión: has follado.

—Siento tener que decepcionarlo, Sherlock Holmes, pero está perdiendo facultades analíticas —contestó Jane con sarcasmo—. Si repasas detenidamente la conversación, te darás cuenta de lo impertinente que resultas y de que mi falta de amabilidad contigo es una consecuencia lógica.

—De lo que me doy cuenta es de que se te da bien dirigir la conversación de modo que el punto sobre el que realmente discutimos quede olvidado convenientemente. Pero no me engañarás. Digas lo que digas, mi diagnóstico es invariable: has follado.

Jane reprimió un gruñido.

—Eres el ser más frustrante que he tenido la desgracia de conocer —farfulló Jane, sentándose en el sofá junto al muchacho. De pronto el rostro de Connan emergió en su mente, y se vio obligada a corregirse—: Miento. Eres el segundo más frustrante.

—Puedo hacerme una ligera idea de quién ocupa el primer puesto —comentó el muchacho con jovialidad.

—Lo dudo mucho —respondió ella, alargando la mano para hacerse con el bol de palomitas a medio comer que yacía olvidado en la mesita frente al sofá.

—Tercer signo: tienes hambre… —dijo Jonathan.

Jane lo fulminó con la mirada.

—¿Por qué no vas a por la cámara y me grabas en un documental estudiando mis supuestos síntomas poscoitales?

Jonathan lanzó una alegre carcajada.

—Vamos, Jany, satisface la curiosidad de este pobre muchacho aburrido.

—¿Jany? ¿Qué clase de nombre es ese? —le preguntó con palpable horror hacia el apodo.

—Una variación de tu nombre tras haber sido pasado por el filtro de mi cariño.

Jane compuso una mueca.

—No quiero ni oír como llamas a los que consideras tus enemigos…

—Yo no tengo enemigos. Soy un amor de persona, tal y como bien sabes —dijo él mientras hacia el payaso parpadeando repetidamente y juntando las palmas como si fuera a hacer una plegaria.

—¿Un amor? Yo siempre te describo como un homenaje al dolor de cabeza.

Jonathan barrió el aire con una mano, restándole importancia a su opinión.

—Vamos, suelta prenda de una vez.

—No tengo nada que contar a nadie, y menos a ti. No me interesa la impresión de un niño de pecho acerca de ninguna cosa —gruñó Jane mientras devoraba palomitas.

—No sé quién es más infantil de entre los dos —puntualizó Johnny—. Sí yo insistiendo sobre un hecho verídico o tú negándolo.

Jane resopló.

—Me encantaría ayudarlo en su investigación, sir Sherlock, pero puede que le sea de más ayuda el psiquiátrico.

Pero el joven estaba muy lejos de darse por vencido.

—¿Es rubio o moreno?

—¿Quién? —preguntó Jane haciéndose la sueca.

—¿Alto o de estatura media?

—…

—¿Tirando a tirillas o musculoso?

—¿Qué pretend…?

—¿Atractivo a secas o sexy como para hiperventilar?

—¿Pero qué rayos te…?

—¿Yogurín o madurito?

—¡¿Qué clase de pregun…?!

—¿Deportista o sedentario?

—¡¡¡Para de un…!!!

—¿Carnívoro, vegetariano o vegano?

—¡¡¡Qué demonios crees qu…!!!!

—¿Cuenta corriente prometedora o desdeñable?

—¡¡¡JONATHAN!!!!

—¿Amante experimental o convencional?

—¡¡¡SERÁS…!!!!

—¿Polla impresionante o pasable?

Pero Jonathan ya no pudo lazarse a soltar su siguiente pregunta, porque algo enorme y mullido impactó contra su cabeza. Era Jane, que había puesto todas sus fuerzas en derribarlo de un cojinazo.

—¡¡¡¿Se puede saber qué demonios te tiene tan deprimido como para estar firmando tu sentencia de muerte?!!! ¡¡¡Trata de formular una sola pregunta más y me encargaré de que “El día del padre” jamás sea motivo de celebración para ti!!! —farfulló Jane, estampándole aún un par de veces más el cojín en la cabeza.

Jonathan rió mientras sus manos luchaban por apartar de sí la gran almohada que Jane seguía apretando contra él. Aunque le costó un arduo trabajo, finalmente consiguió asomar la cabeza, casi atragantándose con su propia risa.

—Vamos, Jany, relájate —le dijo entre carcajada y carcajada.

Jane lo miraba como si estuviera sopesando las desventajas de estrangularlo, como la posibilidad de unas vacaciones en prisión. Y parecía que esos pensamientos de sensatez eran lo único que se interponían entra ella y sus deseos asesinos. Aquella mirada de ella, tan cargada de indignación y furia contenida solo incrementaban las risotadas de Jonathan.

Finalmente Jane rodó los ojos y estiró el brazo para hacerse con una lata aún sin abrir de cerveza que descansaba en la mesita.

—¡Eh! Esas cervezas son mías —protestó Jonathan mientras la veía tomar un largo trago con una expresión exageradamente dramática.

—Ah —exclamó Jane exageradamente, saboreando su sabor—. Lo mínimo que me debes después de la lata que me has dado es una cerveza —replicó en tono cortante.

—No pienso compensarte cada vez que decidas que te he ofendido —refunuñó Jonathan mientras se empleaba en la tarea de recuperar su lata. Pero Jane la desviaba continuamente de su alcance, frustrando todos sus intentos, mientras  lo burlaba bebiéndose largos tragos cuando decidía que la lata estaba a salvo de ser rescatada por él. Finalmente acabaron corriendo por el salón: Jonathan acechándola e intentando en vano recuperar su cerveza y Jane huyendo de él, interponiendo de vez en cuando muebles entre ellos y aprovechando esos pequeños instantes para beber cerveza hasta que se terminó la lata en menos de dos minutos. Cuando se acabó la bebida le lanzó el envase vacío, haciendo que éste impactara contra la cabeza de su compañero.

Entre risas, Jane volvió a acomodarse en el sofá mientras Jonathan se sentaba junto a ella gruñendo disgustado.

—A partir de ahora cada comentario molesto te costará una lata —le informó Jane con tono triunfal.

—No creas que así vas a domesticarme —refunfuñó Jonathan—. Mi madre no ha conseguido convertirme en algo mejor que un puerco bebedor de cerveza que causa en la armonía del hogar el efecto de un torbellino y tú no serás distinta.

Jane rió.

—En lo de cerdo torbellinoso estamos de acuerdo —dijo ella con tono jovial—. Sin embargo, he de decirte que he logrado domar a bestias más salvajes que tú.

—¿Te refieres al tío que te has follado hoy? —preguntó Jonathan, sus ojos iluminándose de pronto—. Porque si domarme implica prácticas de cama yo me declaro tu potro a domar…

Jane arrugó la nariz, como si la simple idea le causara nauseas.

—No me refería a ningún tío, imbécil —le espetó con dureza—. En realidad pensaba en mi purasangre negro —aclaró, y al pensar en él la dulzura se instaló en sus ojos.

—¿Tienes un caballo? —preguntó Jonathan curioso.

—En realidad son dos: Mr. Scrooge y Franzy. Pero el purasangre, Mr. Scrooge, y yo tenemos un vínculo muy especial. Él llegó a mí siendo indomable. Ni siquiera pudo arreglárselas para acomodarlo en la cuadra que le teníamos preparada el profesional que nos lo trajo. —Al pensar en ese hombre rudo y asqueroso Jane frunció el ceño con desagrado.— Yo era muy pequeña. Creo que tenía seis añitos. Pero cuando lo miré a los ojos, sentí una conexión única. Nada más mirarme, él se calmó. Los demás intentaron acercársele, pero el reaccionó salvajemente. Solamente yo pude meterlo en su cuadra y cuidarlo en los años siguientes —le contó con dulzura, con la mente acariciando recuerdos felices. Se giró para mirar al muchacho, que la escuchaba con atención—. Todavía a día de hoy es un gruñón incorregible, aunque se ha amansado lo suficiente como para que le permita a mi padre acercársele. Mi padre dice que tengo una sensibilidad innata para los caballos, un don. Siempre que me acerco a uno, aunque sea la primera vez, una amistad se extiende entre nosotros. Es algo mágico.

—A mí siempre me han gustado los caballos —comentó Jonathan—. Parecen tan serenos, tan nobles y fuertes. Y son hermosos. Aunque solo he tenido perro. Mi piso no daba para más —y se echó a reír.

Jane lo acompañó.

—Entonces, ¿siempre has vivido en la ciudad?

Él asintió.

—No podíamos permitirnos otra cosa. Y a mi padre no le gusta el campo. Dice que está alejado de todo y qué él no iba a arar la tierra, así que era inútil vivir con tanta tierra que no se iba a cultivar.

—Ya…En realidad nosotros no cultivamos nada. Mi padre trabaja en un taller mecánico en el pueblo y mi madre en una guardería. Y los caballos fueron insistencia mía. Nunca se habrían planteado sino comprar ningún animal, a no ser algún perro.

—Y… Después de haber vivido toda tu vida rodeada de naturaleza, ¿no se te hace difícil vivir en una ciudad?

Jane negó con la cabeza.

—Al contrario. La vida en el campo es muy limitada para un alma joven anhelante de vivir sin límites. Además he salido a perseguir mi sueño. Y en estos momentos de mi vida me apetece estar en un cúmulo de excitación que solo la ciudad puede ofrecer. Es un centro de oportunidades. Ofrece tantas cosas la ciudad, tantos entretenimientos, tanto culturales como de ocio, tantas gamas de opciones para todas las necesidades. Lo único duro es haberme alejado de mis padres y mis caballos. Los echo mucho de menos. Pero estoy feliz de estar aquí. Aunque sé que algún día volveré para quedarme. 

Jonathan le sonrió.

—Has definido perfectamente las esperanzas de todos los jóvenes. La verdad es que tienes toda la razón: la ciudad es una fuente de aventuras y nosotros aventureros ansiosos. Estamos bien posicionados para vivir la juventud.

Jane le devolvió la sonrisa y de pronto se levantó, dejando un tanto descolocado a Jonathan, que la siguió con la mirada para ver como Jane se dirigía a la cocina y sacaba un par de cervezas del frigorífico.

Volvió al salón, a su puesto junto a él y le entregó una de las latas. Ambos las abrieron y Jane lo detuvo a tiempo de que él diera el primer trago.

—Propongo un brindis —le aclaró Jane con una gran sonrisa.

Comprendiendo, Jonathan también sonrió y ambos alzaron sus cervezas.

—¡Por la juventud y nuestra sed de aventuras!

Chocaron sus latas y dieron el primer sorbo, el cual les supo a esperanza.

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