—Buenas noches —saludó Jane al entrar en su apartamento.
—Hola —respondió Jonathan distraídamente mientras se
llevaba a la boca una lata de cerveza. Sentado en el sofá, su figura parpadeaba
a la luz azulada que emitía la televisión. De pronto, sorprendido, volvió bruscamente su rostro hacia ella, como
si hubiera reparado en algo importante—: Tú has echado un polvo.
Jane frunció el ceño.
—¿Cómo dices?
Pero ya no había manera de disuadir a Jonathan de
componer el rostro vacilón con el que la miraba.
—Y debe follar muy bien —continúo el chaval.
Jane no escondió su irritación.
—¿Se puede saber por qué estás conjeturando blasfemias?
¡Deja de hacer eso! ¡YA!
—Aunque el efecto del polvo no es duradero… —siguió
teorizando Jonathan, haciendo caso omiso a su advertencia.
—Ni tu vida va a alargarse mucho más si no paras de
inmediato —gruñó Jane muy molesta.
—Vamos, no trates de negarlo —la pinchó el muchacho—. Las
señales son inequívocas.
—¿Qué señales?
—Llegas considerablemente tarde y tus primeras palabras
no han sido reprenderme por mi desorden. De hecho, te has dirigido a mí con una
amabilidad impropia. Conclusión: has follado.
—Siento tener que decepcionarlo, Sherlock Holmes, pero
está perdiendo facultades analíticas —contestó Jane con sarcasmo—. Si repasas
detenidamente la conversación, te darás cuenta de lo impertinente que resultas
y de que mi falta de amabilidad contigo es una consecuencia lógica.
—De lo que me doy cuenta es de que se te da bien dirigir
la conversación de modo que el punto sobre el que realmente discutimos quede
olvidado convenientemente. Pero no me engañarás. Digas lo que digas, mi
diagnóstico es invariable: has follado.
Jane reprimió un gruñido.
—Eres el ser más frustrante que he tenido la desgracia de
conocer —farfulló Jane, sentándose en el sofá junto al muchacho. De pronto el
rostro de Connan emergió en su mente, y se vio obligada a corregirse—: Miento.
Eres el segundo más frustrante.
—Puedo hacerme una ligera idea de quién ocupa el primer
puesto —comentó el muchacho con jovialidad.
—Lo dudo mucho —respondió ella, alargando la mano para
hacerse con el bol de palomitas a medio comer que yacía olvidado en la mesita
frente al sofá.
—Tercer signo: tienes hambre… —dijo Jonathan.
Jane lo fulminó con la mirada.
—¿Por qué no vas a por la cámara y me grabas en un
documental estudiando mis supuestos síntomas poscoitales?
Jonathan lanzó una alegre carcajada.
—Vamos, Jany, satisface la curiosidad de este pobre
muchacho aburrido.
—¿Jany? ¿Qué clase de nombre es ese? —le preguntó con
palpable horror hacia el apodo.
—Una variación de tu nombre tras haber sido pasado por el
filtro de mi cariño.
Jane compuso una mueca.
—No quiero ni oír como llamas a los que consideras tus
enemigos…
—Yo no tengo enemigos. Soy un amor de persona, tal y como
bien sabes —dijo él mientras hacia el payaso parpadeando repetidamente y
juntando las palmas como si fuera a hacer una plegaria.
—¿Un amor? Yo siempre te describo como un homenaje al
dolor de cabeza.
Jonathan barrió el aire con una mano, restándole
importancia a su opinión.
—Vamos, suelta prenda de una vez.
—No tengo nada que contar a nadie, y menos a ti. No me
interesa la impresión de un niño de pecho acerca de ninguna cosa —gruñó Jane
mientras devoraba palomitas.
—No sé quién es más infantil de entre los dos —puntualizó
Johnny—. Sí yo insistiendo sobre un hecho verídico o tú negándolo.
Jane resopló.
—Me encantaría ayudarlo en su investigación, sir
Sherlock, pero puede que le sea de más ayuda el psiquiátrico.
Pero el joven estaba muy lejos de darse por vencido.
—¿Es rubio o moreno?
—¿Quién? —preguntó Jane haciéndose la sueca.
—¿Alto o de estatura media?
—…
—¿Tirando a tirillas o musculoso?
—¿Qué pretend…?
—¿Atractivo a secas o sexy como para hiperventilar?
—¿Pero qué rayos te…?
—¿Yogurín o madurito?
—¡¿Qué clase de pregun…?!
—¿Deportista o sedentario?
—¡¡¡Para de un…!!!
—¿Carnívoro, vegetariano o vegano?
—¡¡¡Qué demonios crees qu…!!!!
—¿Cuenta corriente prometedora o desdeñable?
—¡¡¡JONATHAN!!!!
—¿Amante experimental o convencional?
—¡¡¡SERÁS…!!!!
—¿Polla impresionante o pasable?
Pero Jonathan ya no pudo lazarse a soltar su siguiente
pregunta, porque algo enorme y mullido impactó contra su cabeza. Era Jane, que
había puesto todas sus fuerzas en derribarlo de un cojinazo.
—¡¡¡¿Se puede saber qué demonios te tiene tan deprimido
como para estar firmando tu sentencia de muerte?!!! ¡¡¡Trata de formular una
sola pregunta más y me encargaré de que “El día del padre” jamás sea motivo de
celebración para ti!!! —farfulló Jane, estampándole aún un par de veces más el
cojín en la cabeza.
Jonathan rió mientras sus manos luchaban por apartar de
sí la gran almohada que Jane seguía apretando contra él. Aunque le costó un
arduo trabajo, finalmente consiguió asomar la cabeza, casi atragantándose con
su propia risa.
—Vamos, Jany, relájate —le dijo entre carcajada y
carcajada.
Jane lo miraba como si estuviera sopesando las
desventajas de estrangularlo, como la posibilidad de unas vacaciones en
prisión. Y parecía que esos pensamientos de sensatez eran lo único que se
interponían entra ella y sus deseos asesinos. Aquella mirada de ella, tan
cargada de indignación y furia contenida solo incrementaban las risotadas de
Jonathan.
Finalmente Jane rodó los ojos y estiró el brazo para
hacerse con una lata aún sin abrir de cerveza que descansaba en la mesita.
—¡Eh! Esas cervezas son mías —protestó Jonathan mientras
la veía tomar un largo trago con una expresión exageradamente dramática.
—Ah —exclamó Jane exageradamente, saboreando su sabor—.
Lo mínimo que me debes después de la lata que me has dado es una cerveza
—replicó en tono cortante.
—No pienso compensarte cada vez que decidas que te he
ofendido —refunuñó Jonathan mientras se empleaba en la tarea de recuperar su
lata. Pero Jane la desviaba continuamente de su alcance, frustrando todos sus
intentos, mientras lo burlaba bebiéndose
largos tragos cuando decidía que la lata estaba a salvo de ser rescatada por
él. Finalmente acabaron corriendo por el salón: Jonathan acechándola e
intentando en vano recuperar su cerveza y Jane huyendo de él, interponiendo de
vez en cuando muebles entre ellos y aprovechando esos pequeños instantes para
beber cerveza hasta que se terminó la lata en menos de dos minutos. Cuando se
acabó la bebida le lanzó el envase vacío, haciendo que éste impactara
contra la cabeza de su compañero.
Entre risas, Jane volvió a acomodarse en el sofá mientras
Jonathan se sentaba junto a ella gruñendo disgustado.
—A partir de ahora cada comentario molesto te costará una
lata —le informó Jane con tono triunfal.
—No creas que así vas a domesticarme —refunfuñó
Jonathan—. Mi madre no ha conseguido convertirme en algo mejor que un puerco
bebedor de cerveza que causa en la armonía del hogar el efecto de un torbellino
y tú no serás distinta.
Jane rió.
—En lo de cerdo torbellinoso
estamos de acuerdo —dijo ella con tono jovial—. Sin embargo, he de decirte
que he logrado domar a bestias más salvajes que tú.
—¿Te refieres al tío que te has follado hoy? —preguntó
Jonathan, sus ojos iluminándose de pronto—. Porque si domarme implica prácticas
de cama yo me declaro tu potro a domar…
Jane arrugó la nariz, como si la simple idea le causara
nauseas.
—No me refería a ningún tío, imbécil —le espetó con
dureza—. En realidad pensaba en mi purasangre negro —aclaró, y al pensar en él
la dulzura se instaló en sus ojos.
—¿Tienes un caballo? —preguntó Jonathan curioso.
—En realidad son dos: Mr.
Scrooge y Franzy. Pero el
purasangre, Mr. Scrooge, y yo tenemos
un vínculo muy especial. Él llegó a mí siendo indomable. Ni siquiera pudo
arreglárselas para acomodarlo en la cuadra que le teníamos preparada el
profesional que nos lo trajo. —Al pensar en ese hombre rudo y asqueroso Jane
frunció el ceño con desagrado.— Yo era muy pequeña. Creo que tenía seis añitos.
Pero cuando lo miré a los ojos, sentí una conexión única. Nada más mirarme, él
se calmó. Los demás intentaron acercársele, pero el reaccionó salvajemente.
Solamente yo pude meterlo en su cuadra y cuidarlo en los años siguientes —le
contó con dulzura, con la mente acariciando recuerdos felices. Se giró para
mirar al muchacho, que la escuchaba con atención—. Todavía a día de hoy es un
gruñón incorregible, aunque se ha amansado lo suficiente como para que le
permita a mi padre acercársele. Mi padre dice que tengo una sensibilidad innata
para los caballos, un don. Siempre que me acerco a uno, aunque sea la primera
vez, una amistad se extiende entre nosotros. Es algo mágico.
—A mí siempre me han gustado los caballos —comentó
Jonathan—. Parecen tan serenos, tan nobles y fuertes. Y son hermosos. Aunque
solo he tenido perro. Mi piso no daba para más —y se echó a reír.
Jane lo acompañó.
—Entonces, ¿siempre has vivido en la ciudad?
Él asintió.
—No podíamos permitirnos otra cosa. Y a mi padre no le
gusta el campo. Dice que está alejado de todo y qué él no iba a arar la tierra,
así que era inútil vivir con tanta tierra que no se iba a cultivar.
—Ya…En realidad nosotros no cultivamos nada. Mi padre
trabaja en un taller mecánico en el pueblo y mi madre en una guardería. Y los
caballos fueron insistencia mía. Nunca se habrían planteado sino comprar ningún
animal, a no ser algún perro.
—Y… Después de haber vivido toda tu vida rodeada de
naturaleza, ¿no se te hace difícil vivir en una ciudad?
Jane negó con la cabeza.
—Al contrario. La vida en el campo es muy limitada para
un alma joven anhelante de vivir sin límites. Además he salido a perseguir mi
sueño. Y en estos momentos de mi vida me apetece estar en un cúmulo de excitación
que solo la ciudad puede ofrecer. Es un centro de oportunidades. Ofrece tantas
cosas la ciudad, tantos entretenimientos, tanto culturales como de ocio, tantas
gamas de opciones para todas las necesidades. Lo único duro es haberme alejado
de mis padres y mis caballos. Los echo mucho de menos. Pero estoy feliz de estar
aquí. Aunque sé que algún día volveré para quedarme.
Jonathan le sonrió.
—Has definido perfectamente las esperanzas de todos los jóvenes.
La verdad es que tienes toda la razón: la ciudad es una fuente de aventuras y
nosotros aventureros ansiosos. Estamos bien posicionados para vivir la
juventud.
Jane le devolvió la sonrisa y de pronto se levantó,
dejando un tanto descolocado a Jonathan, que la siguió con la mirada para ver
como Jane se dirigía a la cocina y sacaba un par de cervezas del frigorífico.
Volvió al salón, a su puesto junto a él y le entregó una
de las latas. Ambos las abrieron y Jane lo detuvo a tiempo de que él diera el
primer trago.
—Propongo un brindis —le aclaró Jane con una gran
sonrisa.
Comprendiendo, Jonathan también sonrió y ambos alzaron
sus cervezas.
—¡Por la juventud y nuestra sed de aventuras!
Chocaron sus latas y dieron el primer sorbo, el cual les
supo a esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario