martes, 15 de mayo de 2012

►CAPÍTULO VI [Part II]


Jane se paseaba por el salón presa del nerviosismo. Cada dos segundos se aproximaba hasta el balcón que daba a la parte delantera del edificio, donde disimuladamente retiraba ligeramente las cortinas y espiaba a los periodistas que continuaban aguardando una revelación jugosa, infatigables.

<<Dios Santo, ¿tan escaso está el mundo de noticias que se desviven por una payasada como está?>> Parecía ser que así era.

Sintió a Jonathan plantarse junto a ella, tendiéndole una lata de cerveza. Jane asintió y la aceptó con sumo agrado. La verdad es que en la última hora Jonathan estaba comportándose como el más atento de los amigos, cosa que Jane agradecía y apreciaba.

Ambos permanecieron en silencio, observando la calle a escondidas, a la espera de lo inevitable. Jane no sabía qué estaban esperando ver exactamente, pero presentía que iba a ocurrir algo importante.

—Aún me cuesta creer que tu amiga sea la modelo Heather Levinson —confesó Jonathan—. Lo siento.

Jane esbozó una débil sonrisa.

—No te culpo. Supongo que yo en tu lugar me mostraría aún más incrédula.

Ambos soltaron una breve risa, conscientes de la verdad que contenía aquella suposición. Seguramente se habría indignado hasta lo insoportable por creer que trataban de engañarla de esa manera.

—Y… ¿Y de verdad has hecho migas con Connan Knight?

Jane suspiró a punto de responderle cuando en aquel momento veía entrar en escena una reluciente limusina negra. Esta aparcó frente a su edificio y enseguida fue rodeada por los periodistas, que al verlo llegar habían sentido resucitar su tendencia a atosigar y asfixiar además de haber recuperado su identidad de grano en el culo.

—Acaban de llegar las pruebas —proclamó Jane—. Si no me crees, abre los ojos y mira a la calle.

Jonathan obedeció y enseguida sus ojos se abrieron asombrados.

—Joder —susurró mientras veía a un increíblemente radiante Connan Knight apearse del lujoso coche.

Enseguida los flashes encontraron su sentido vital y los micrófonos también se abalanzaron efusivos hacia su rostro. Connan no aparentaba estar molesto por la avalancha de atenciones y parecía esforzarse por ser amable y responder a unas pocas preguntas de la interminable lluvia de interrogantes.

En ningún momento hizo ademán de deshacerse de ellos para subir a su piso, cosa que Jane agradeció en silencio, ya que la idea de que trajera semejante tropa detrás hacía que su pulso se debilitara, su estómago se revolviera y su visión se desenfocara.

—Me pregunto qué les estará contando —murmuró Jonathan, poniendo voz a sus propios pensamientos.

Ella misma sentía una enorme intriga por lo que estaba largando allí abajo, a salvo de su audición. Por un instante se le ocurrió darse de bofetadas. ¿Cómo se le había ocurrido confiar en él? ¿Cómo había puesto en manos de él su futura paz? ¿Cómo le había concedido el poder de manejar convenientemente ese asunto?

Allí abajo podía estar contando cualquier cosa. Cualquier cosa. Y, aunque ella se enorgullecía de llevar las riendas de su vida y pensaba seguir haciéndolo así aunque tuviera que cabalgar contra viento y marea, la idea de que una revelación inadecuada pudiera hacer espinoso su camino la demolía. La prensa y su infatigable insistencia podían ser un obstáculo muy duro… Y ella lo último que necesitaba era un fanfarrón actor les diera una noticia falsa que la implicara a ella de manera poco conveniente.

Un escalofrío la recorrió. Pero se obligó a respirar y mantener la calma. Y se convenció de que, pasara lo que pasara, ella no iba a plantarse con amabilidad frente a esa gente (la simple idea le provocó un ligero mareo) a corroborar cualquier historia que Connan se estuviera inventando.

Aunque la sacaran como “La gruñona de París” en el periódico del día siguiente, ella estaba dispuesta, como mucho, a mandar a todos a la mierda y dedicarles su mirada más fulminante.

Emitió un suspiro, pero este murió a medio camino de ser esbozado. Un taxi acababa de penetrar en su campo de visión. Aquello le cortó la respiración mientras cruzaba los dedos y oraba con todas sus fuerzas para que no se tratara de Heather.

Pero, o los años le habían valido una marcada sordera o le habían dado la oportunidad de ver tantas desgracias que lo habían insensibilizado. Porque ningún Dios acudió en su rescate y tuvo que observar impotente como Heather, luciendo espectacular como siempre, bajaba del auto mientras el conductor se dirigía hacia la parte trasera para descargar las maletas sobre la acera.

Jane reprimió un gemido de desesperación.

—¡JO-DER! ¡¡¡En verdad es Heather Levinson!!! —exclamó Jonathan a su lado, acercándose tanto al cristal del balcón para observarla mejor que se dio un sonoro golpe en la frente al calcular mal las distancias.

En otra situación Jane se habría desternillado de risa y burlado de él de buena gana. Sin embargo, estaba demasiado preocupada y solo podía mirar ansiosa y rezar al sordo e insensibilizado Dios, el único que conocía, porque todo marchara bien.

Extrañada vio como Connan se aproximaba a ella inmediatamente, abrazándola públicamente con una familiaridad que la dejó algo más que pasmada. Sintió una punzada de furia y unas ganas casi incontenibles de apretar con motivos asesinos ese cuello bronceado.

Pronto ella misma estaba tan pegada al cristal como Jonathan. Y absolutamente ambos lucían una expresión de ceñuda molestia y un gruñido pugnando por salir de sus gargantas.

Jane conocía a Heather lo suficiente como para saber que estaba muy confundida. Vacilante devolvió el abrazo a Connan, rodeándolo con sus manos, mientras extrañada miraba a su alrededor, a las cámaras que no dejaban de capturarlos buscando millones de planos de esa “enternecedora” muestra de amor. Jane sintió lástima por ella, pero supuso que toda esa pantomima era parte del <<espectacular>> (debía confiar en que así era) plan de Connan.

Se sacó el móvil del bolsillo y marcó el número de Heather.

Observó como Heather deshacía el abrazo con una sonrisa forzada mientras sentía su teléfono vibrar dentro de sus pantalones y como lo sacaba y se apresuraba en contestar al tiempo que Connan mantenía el contacto entre sus cuerpos pasándole un brazo por los hombros.

—¡No digas nada! —le pidió Jane—. Finge que soy tu madre.

Por un ligero instante Jane vio como Heather frunció el ceño, pero enseguida habló y se esforzó por parecer alegre:

—¡Hola mamá! Sí, estoy bien, un poco cansada del viaje, pero genial.

—Eso es. Bien, ya sé que todo te parece muy raro, que te estás preguntando por qué Connan Knight te abraza de esa manera tan familiar —<<Yo también me lo pregunto además de estar generando ganas de darle un derechazo de los míos>>—. Pero el caso es que si me quieres debes fingir que hay algo romántico entre los dos y responder con idéntica efusividad para convencer a los medios. Ahora di algo, disimula.

—Claro, mamá. Sí, ya he acabado con esa campaña y ya he llegado a París para mi próximo trabajo—hizo una pausa—. No, estaré por un tiempo indefinido. Ajá. Sí, ya le daré un abrazo a tu <<adorado Connan>> de tu parte —pausa—. Ajá —pausa—. No, no lo sabía, ¿quieres contarme?

—Lo estás haciendo fenomenal. Bien, yo estoy en el balcón, viéndote. Pero no me busques. Escucha, es probable que Connan quiera subirte en su limusina. No te resistas. Es parte de un plan, ¿vale? Ya te contaré detenidamente todo —<<cuando yo misma me entere de la versión completa>>—. Tú solo preocúpate de parecer feliz por el momento, ¿vale? Te quiero.

—Eso es fantástico. Sí, sí, estaré a tiempo del bautizo de Violet. No te preocupes, estaré bien. Te llamaré luego con más tranquilidad, ¿vale? —pausa—. Sí, sí, tú también. Te quiero.

Jane observó como Heather colgaba el teléfono y volvía a introducirlo en sus pantalones. Tras las indicaciones se mostró mucho más cariñosa y dispuesta a las atenciones de Connan.

Jane vio como Connan bajaba su mano hasta la cintura de Heather y la pegaba más a su cuerpo, mirándola con adoración y ternura. Jane sintió que estaba a punto de reventar de ira. Le molestaba sobremanera verlo tan atento, cariñoso y predispuesto con su amiga, a la que él no conocía. Supuso que una belleza como la de Heather podía conseguir sacar el lado más enternecedor de alguien sin necesidad de decir palabra, pensó Jane con amargura.

En ese momento Heather reía encantadoramente acurrucada junto a él, momento que precedió a un breve pero abrasador beso en los labios. Jane sintió como la furia daba paso a la agria aceptación. Si era objetiva en aquel momento y los observaba sin la sombra de las emociones que la acechaban, debía admitir que eran perfectos el uno para el otro. Ambos eran despampanantemente bellos, altos, proporcionados y estaban acostumbrados a las atenciones que acarreaba la fama. Ambos tenían la paciencia suficiente como para dar una imagen excelente a la prensa y sabían lidiar con ella resultando triunfales y encantadores. Ambos tenían dinero y eran admirados por miles de personas. Sus mundos estaban hechos de la misma pasta, y estaban hechos para encajar y armonizar tan perfectamente que cualquiera podía verlo y augurarles el más feliz de los destinos. Ambos poseían la misma materia prima: eran lo mejor de lo mejor. Y ambos eran inteligentes, espontáneos y alegres.

Con un suspiro vio como ambos subían a la limusina de Connan mientras el chófer trasladaba el equipaje de Heather de la acera al maletero. Los periodistas fotografiaron hasta el último momento, pero en cuanto el coche se hubo ido se dispersaron y dejaron libre la acera que habían ocupado Dios sabe cuántas horas.

—¿Quieres una cerveza? —preguntó Jonathan despegándose de la cristalera del balcón y mirándola fijamente.

Jane no sabía que transmitía su rostro en aquellos momentos, y la verdad que no estaba de humor para preocuparse de ello.

—¿No tenemos whisky? —preguntó en un gruñido, abandonando ella también su puesto de centinela.

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