Connan yacía tras ella, a pocos centímetros de rozarla
con su cuerpo. Ella se negaba a mirarlo, permaneciendo de espaldas a él y absorta
en las vistas que ofrecía el dormitorio. Él observaba la luz del sol perfilando
la suave línea de su mandíbula y las pestañas sobresalir de su rostro, largas y
espesas. Bajó la vista hasta su brazo desnudo, que el sol dotaba de una
apariencia luminosa y aterciopelada cuyo roce era difícil no desear.
—Yo siempre ofrezco lo mejor —contestó él, recorriéndola
con una ardiente mirada que ella no podía advertir.
—¿Siempre? —preguntó ella con voz dubitativa.
Aquello le provocó una sonrisa. Aquella muchachita no era
capaz de dirigirle una palabra amable, pero además de eso también le costaba no
poner en duda los elogios que él mismo se prodigaba. Era única.
—Siempre que me lo propongo —especifico él.
—¿Y yo entro en una especie de plan destinado a purificar
tu alma a base de gestos benéficos con gente no tan bien dotada de dinero, fama
y demás cosas que tú gozas? —preguntó ella con cierta acritud.
Connan parpadeó repetidamente. Ella nunca respondía lo
que él esperaba.
—¿Por qué lo dices?
—Porque aún no entiendo porque te ocupas tanto de mí
—respondió ella, dándose la vuelta para mirarlo. Sus ojos violáceos lo miraron
directamente, tratando de leer su mirada.
Aquella pregunta lo descolocó a él también, aunque se
cuidó de trasmitirlo abiertamente.
¿Por qué se tomaba tantas molestias con ella? ¿Por qué no
la había dejado a su suerte como lo habría hecho con cualquier otra persona?
¿Por qué no la había abandonado en medio de esa jauría de periodistas y dejar
que la exprimieran psicológica y moralmente, como siempre había hecho con todas
las demás chicas? ¿Por qué se preocupaba por su bienestar?
Realmente era incapaz de comprenderlo. Todo era una
espiral de confusión. Solamente sabía que sentía una atracción por ella que le
estaba costando la cordura… Y que sentía deseos de impresionarla, de ganarse
una mirada amable suya. Todo aquel lujo que él había pagado para ella tenía ese
propósito. Esperaba que ella se sintiera agradecida y sonriera para él de la
manera más genuina y feliz. Esperaba encontrar una Jane contenta y accesible. Y
en cambio se había encontrado una fierecilla con ganas de usar el poder de todo
ese lujo para llamar al servicio del hotel y exigir su cabeza en una bandeja de
plata.
Debía haber imaginado que Jane no se mostraría pletórica
de ilusión ante las riquezas con las que la colmaba, y en cambio solo podía
buscarle la lógica a todo lo que le rodeaba.
Para él era difícil comprenderla, pues le parecía tan
impredecible y tan lejana a él que le costaba alcanzarla. Sin embargo entendía
que ella era incapaz de disfrutar, que necesitaba encontrar razones para todo. Era
lo opuesto a él.
Él aprovechaba el momento y todo lo que le ofrecía el
presente sin reflexionar acerca de la causa de que estuviera en su camino o
preocuparse por las consecuencias o efectos que tendrían en su mañana. Él cogía
y tomaba las cosas, y las gozaba sin miramientos ya que se consideraba lo suficientemente
fuerte como para despachar lo que le sobrara sin tener que sentirse culpable o
frenarse por consideraciones a otros. Él se decía que todo el mundo tenía
criterio propio y que cada uno era responsable de lo que hacía y del efecto que
sus actos tenían. Cada vida ya tenía quien se preocupase por ella. Así
que su lema era sencillo: vive tu vida y que los demás se ocupen de la suya. Y
si el resto del mundo no sabía acertar en sus elecciones tal vez significaba
que ellos no eran buenos comandantes de sus vidas… Y los malos comandantes
suelen morir bajo su estupidez, ¿o no? ¿Y debía él guiarlos solo por que viera
con más claridad que ellos la catástrofe que les supondría dicha opción? ¿Y si
esa mala selección le reportaba un disfrute a él, por momentáneo que fuera?
¡¿Tenía que echar a perder su goce por compadecerse de que un idiota no supiera
elegir? Pues no. Él creía que no.
En cambio ella… Ella no podía tomar y disfrutar lo que él
le ofrecía. A ella le importaban más las preguntas, las respuestas, las causas,
las consecuencias. Ella era tan distinta… ¡Incluso había pensado en su
compañero de piso aunque podía haberse ido sin más, dejándole el marrón al
chaval!
Ella tenía plena consciencia de que no estaba sola en el
mundo y de que sus decisiones podían tanto beneficiar y perjudicar a otros.
Podía percibirlo en su mirada, en sus palabras, en sus gestos. Y se preocupaba
por el efecto de sus elecciones. Era muy probable que ella no basara sus
decisiones solamente en su propio beneficio y tomara seriamente en cuenta el
impacto que estás tendrían en su entorno. Y sin embargo no era estúpida ni
esclava de su estima hacia los demás. Porque aunque se afanase por dar con la
manera más ventajosa para todos de hacer lo que ella quería terminaría por
realizar sus deseos. Eso lo sabía bien. Ella jamás soportaría someterse, ni siquiera
por voluntad propia. Era un espíritu demasiado puro y honesto como para
traicionarse a sí misma.
Tal vez eso era lo que más lo atraía de ella. Era un tipo
de persona inexplorada para él.
En su mundo imperaba el egoísmo. Cuando se pertenece a
una élite el simple ingreso a esta no era suficiente. Después, todas las
acciones de sus integrantes estaban
destinadas a conseguir ser el mejor entre los mejores. Avaricia, hipocresía y
egoísmo. Esos eran los ingredientes principales del cóctel de glamour al que
pertenecía. Todo el mundo se esforzaba por ser mejor que el resto, y el
<<resto del mundo>> se reducía a los miembros de ese limitado y
exclusivo mundo de fama y dinero. Todo aquel ajeno a este milimétrico planeta
célebre era una paria, un admirador o un mediocre. Nada más.
Muchas veces se sentía agobiado en ese mundo. Le faltaba
el oxígeno. Estar siempre rodeado del mismo tipo de gente sin más expectativas
que hallar egoísmo e hipocresía le azotaba el espíritu. Aunque él jamás había
crecido con la idea de dar con alguien especial, alguien merecedor de lucha y sacrificio,
alguien por quien mereciera la pena entregar la vida, siempre había sentido un pinchazo
en el alma al estar encerrado en aquella cárcel de oro, como si estar allí le
garantizara la decisión que tomara desde niño de no preocuparse por nadie más
que de él y sus familiares; como si en el fondo siempre hubiera creído en algo
pero se negara a admitirlo. Como si la esperanza lo atormentara y arañara su corazón,
queriendo instarlo a salir de allí y ver el mundo de verdad. Y conocer a la
gente de verdad. Y demostrarle que estaba equivocado. O confirmarle lo que
sospechaba y no se permitía desear.
Jane había supuesto el soplo de oxígeno que había
necesitado desde hacía mucho tiempo. Su humildad, su frescura, su genuinidad, su
falta de entusiasmo e interés por su mundo de dinero y glamour, su honestidad e
incluso su hostilidad y facilidad de irritación habían sido para él como
divisar el inicio de un camino que le conduciría a un lugar que desconocía pero
que presentía debía luchar por alcanzar.
Miró sus ojos, brillantes y expectantes, con su
característico tono violeta que tanto lo fascinaba.
—Me simpatizas —contestó al fin. Puede que ella
encontrara simple e insuficiente esa respuesta, pero era algo que había
expresado muy pocas veces en su vida.
Ella soltó un bufido.
—A mí también hay gente que me simpatiza, pero no por
ello los colmo de riquezas.
Él permaneció en silencio, mirándola.
Ella suspiró y volvió a hablar:
—Mira, no voy a decir que odio estar aquí y que es un
lugar horrible para pasar unos días, porque estaría mintiendo como una bellaca.
Sin embargo, me siento incómoda por tener que quedarme aquí a expensas tuya. Es
verdad que me sacas de quicio, pero todavía no te odio lo suficiente como para encontrarme
cómoda desnudándote la billetera.
Él soltó una carcajada.
—Mi billetera está mejor provista de lo que piensas. No
te preocupes por lo económico.
—¿Hola? Querida arrogancia, ¿puedes hacerte a un lado?
Estaba hablando con tu propietario, Connan. No te entrometas —expresó ella con
sarcasmo.
Él volvió a reír.
—No pretendía restregarte mi dinero, solo quería que no
te preocuparas por eso —dijo él—. Y me has llamado Connan —observó, de pronto
frunciendo el ceño.
—Si no te gusta tu nombre no es a mí a quien tienes que
quejarte para cambiártelo —bufó ella—. Y no me tientes a solicitar a un
elefante por mascota y el derecho a pasearme con él por toda la ciudad. Aseguro
a que ni siquiera tú puedes permitirte eso por mucha pasta que tengas.
—Eso supondría un dineral, sin duda. Aunque debes saber
que tengo una extensa colección de Van
Gogh auténticos —le contestó él sonriendo ampliamente—. Y me refería a que
me llamases Conaught. Ayer lo hiciste.
—A ver si voy a tener que amenazarte con comprar el sarcófago
y la momia de Tutankamón con su ajuar
funerario incluido para preocuparte —dijo ella en broma—. Y no me sale llamarte
Conaught. Me tienes demasiado disgustada hoy.
Connan rió.
—Eso podría llegar a hacerme temblar —bromeó él—. Y me
vas a llamar Conaught cuando estés de buen humor… Humm. Eso es una gran pista.
Ahora sé en qué momentos puedo tratar de camelarte —dijo él con una sonrisa
diabólica.
Jane rodó los ojos frente a él.
—¡Oh vamos! ¡No me digas que estás falto de nutrición
hormonal! —exclamó ella en tono burlón—. ¡Quién lo diría con tu infatigable
actitud seductora y tu aspecto! Esto me huele a Batman diminuto... —canturreó ella con mirada traviesa y la clara
intención de molestarlo.
Él gruñó y frunció el ceño.
—Janie, no juegues conmigo. Te advierto de que tienes un
poder increíble de espabilar a Batman…
No le incites a demostrar lo que vale si no estás dispuesta a disfrutar de su
ostentación de capacidades.
Jane soltó una carcajada cargada de humor.
—Batman tiene
un abogado muy gracioso —dijo ella con una extensa sonrisa. Él también tuvo que
sonreír—. En fin, hablemos de cosas serias.
—¿Los superhéroes no te parecen un tema serio? —le
preguntó él vacilón.
Jane esbozó una sonrisa dentada.
—No cuando están al servicio exclusivo de la testosterona
—contestó ella en el mismo tono—. Ahora explícame cómo hemos llegado hasta
aquí.
—¿Cuál es el origen de la pesadilla periodística, quieres
decir?
—Sí, puedes empezar por ahí.
Connan suspiró y se restregó la cara con una mano.
—No tengo una información exacta al respecto, pero tengo
la teoría de que ayer no estábamos solos en la Torre Eiffel. Seguramente sería una sola persona, algún periodista
rezagado que nos vio por casualidad. A partir de allí supongo que nos siguió
hasta tu casa cuando te llevé y luego dio la voz de alarma.
Jane abrió mucho los ojos.
—¡Pero si no hicimos nada comprometido! ¡Ni tan siquiera
un mísero beso en la mejilla!
Él se encogió de hombros.
—La prensa miente más que habla, me temo. Siempre es así.
Además —añadió en tono cómico—, recuerda que me diste una bofetada. Eso también
implica cierto grado de confianza e intimidad, ¿no?
—Justo lo que me faltaba para completar el sentirme como
una dama de época —mascullo Jane entre dientes—. Tener espectadores que juzguen
mi comportamiento, exageren nimiedades y se inventen calumnias para dar chispa
a sus aburridas vidas.
Connan río.
—A partir de aquí ya puedes escribir un guión de época
basado en conocimientos empíricos —le sugirió él en tono alegre.
—Más bien proseguir. Ya tengo empezado el proyecto.
—¿De verdad? ¡Eso es magnífico! —exclamó él
entusiasmado—. La suite que te he conseguido es ideal para inspirarte en el
ambiente de época. No podrás rechazar quedarte aquí, por el bien de la
profesionalidad de tu proyecto —la engatusó él.
Jane esbozó una sincera sonrisa.
—Muy bien, me quedaré por el momento. Pero no pienso
abusar —concedió.
Connan sonrió.
—Janie, deberías exprimir más las oportunidades que te da
la vida.
Ella sacudió la cabeza.
—Hay que poner límites a todo. Sino todo sería demencial.
Él mantuvo su sonrisa. Allí estaba ella, racional como
siempre.
—Me contentaré con eso de momento.
Se miraron en silencio un segundo, demasiado intensamente
para la brevedad del momento.
—¿Y cuánto tiempo crees que voy a tener que quedarme
aquí?
Él se encogió de hombros.
—No lo sé. Después de mi estrategia con Heather les he
hecho creer que es con ella con la que estoy liado y no contigo. ¿Ves? Te dije
que confiaras en mí. He desviado hábilmente el foco de atención de ti.
Pero lo que observó en la cara de Jane no le pareció
complacencia. Más bien parecía bullir nuevamente de furia. Sus siguientes
palabras, arrojadas con furia, se lo confirmaron:
—¡¿Pero cómo te atreves a manipular de ese modo la vida
de los demás?! ¡¿Cómo has permitido hacerme ver como la peor amiga del mundo
inmiscuyendo en este asunto a mi mejor amiga?! ¡¡¡Le he hecho una putada!!! Y
además, ¿qué soluciona eso? ¿Ahora no voy a poder ver a mi amiga porque está doblemente acosada por
la prensa por tu culpa?
El suspiró con pesar.
—Ya sé que no es lo más brillante, pero me aproveché de
la situación como mejor supe. Cuando hablé contigo por teléfono supe que algo
no iba bien. No estabas enfadada, estabas histérica, ansiosa… percibí que había
algo más. Mi prioridad fue salvarte de ser el centro de atención… Y lo he
conseguido, ¿no?
—¡Sí! ¡Has conseguido crearme remordimientos que son
peores que la ansiedad! —exclamó ella fuera de sí—. ¡Oh, Dios mío! Tengo que
hablar con Heather, pedirle disculpas —dijo mientras su mano buceaba en sus bolsillo, en busca del
móvil.
Él alargó una mano para cogerle del brazo y paralizarla.
—Espera un momento. Primero habla conmigo —le pidió él.
Ella la miró con la angustia escrita en la mirada, y Connan sintió que algo se
agitaba en él. Una oleada fría que a su paso dejaba un amargor difícil de
ignorar. ¿Sería tal vez remordimiento? Dios Santo, hacía demasiado que no
experimentaba emociones que ella de pronto le causaba con tanta facilidad—. Ya
le he explicado todo a ella. Lo entiende. De hecho se siente aliviada de que
estés a salvo de toda esa lluvia de atención. Ella es tu amiga y se comporta
como tal. Piénsalo bien. ¿Tú no harías lo mismo que ella a la inversa?
—¡Claro que me sacrificaría por ella! —dijo ella sin
dudarlo—. Pero eso no me hace sentir mejor. Ella venía a desconectar del
trabajo, a verme a mí, y con todo esto he echado por tierra todo —añadió con
tristeza.
—No es culpa tuya —susurró Connan. La mano que sujetaba
su brazo había aflojado la presión y de pronto lo acariciaba ligeramente con la
finalidad de brindarle consuelo—. En realidad, no es culpa de nadie.
Ella se zafó de él, rabiosa.
—¡Por supuesto que hay culpable! ¡Siempre lo hay!
—musitó—. Y en este caso lo soy yo por haberte dado un voto de confianza, por
haber dejado indirectamente que perjudiques a Heather.
—Bueno, hablas de esto como si fuera un doloroso sacrificio.
Pero recuerda que Heather ya es famosa por su propio pie y que está
acostumbrada a estas cosas. Además, hablas de esto como si le hubiera costado
besar a un leproso. No es tan horrible besarme —dijo él, tratando de quitarle
hierro al asunto, deseando hacerla sentir mejor, hacerla sonreír como minutos
antes—. Lo sabrías si me dejaras demostrártelo —añadió con una pequeña sonrisa.
Pero tuvo el efecto contrario. Su ceño se frunció y no
presagió nada de lo que él había querido conseguir.
—Eso —dijo de pronto, con renovada energía—. ¿Entrará
entre sus obligaciones por mantearme a salvo besarte? ¿Tengo que prostituir a
mi amiga de ese modo? —le arrojó iracunda.
—Yo no contaba con eso. No entraba en mis planes. De
hecho, realmente no tenía un plan —confesó él—. Solamente quería conseguir que
te dejaran en paz.
Pero ella no estaba complacida por sus palabras. Seguía
enojada.
—¿Y ahora qué? ¿Cómo quedan las cosas?
—Bueno, les he contestado a bastantes preguntas sobre mi
supuesta relación con ella como para que nos dejen respirar un poco. Pero no
sé, todo este asunto es muy incierto.
—¿Cómo les convenciste de que era con ella y no conmigo
con quien salías? —preguntó ella de pronto.
Él se encogió de hombros.
—Les dije que tú eras su mejor amiga y que estábamos
planificando una fiesta sorpresa para su llegada al día siguiente, que era por
eso que estábamos juntos anoche. Por ella —le explicó él—. Por supuesto, no les
convenció del todo, pero en cuanto llego Heather y les hicimos una ostentación
de “nuestro amor” no cuestionaron nada.
Jane asintió.
—¿Y dónde está ella ahora? —le preguntó ella con cierta
ansia impresa en su voz.
—La he dejado en mi casa —la tranquilizó—. Enseguida
llamaré a Tom para que la pase a buscar y la traiga aquí contigo. ¿Te parece
bien?
Jane cabeceó afirmativamente, con la mirada absorta en
algún punto de la habitación, lejos de él.
—La naturaleza autodestructiva de la que haces alarde
haciendo migas con famosos me impiden salvarte del todo, pero al menos ahora no
eres punto fijo de su interés y en el caso en el que suframos otra invasión tú
no te verás como una diana —murmuró él, queriendo captar su atención.
Ella tardó unos segundos más en levantar la cabeza para
posar sus ojos sobre él. Le dedicó una media sonrisa.
—Lo cierto es que tú método no me ha complacido nada,
pero en fin. Ya no hay nada que hacer —dijo ella—. ¿Podrías llamar a Tom ya? Ya
es por la tarde y aún no he podido estar con mi amiga.
Él asintió.
—Nos veremos pronto —le prometió a modo de despido.
Se quedó unos largos segundos mirándola, buceando en
aquellas amatistas que tejían misterios que lo traían de cabeza. ¿Qué estaría
pensando realmente? ¿Cómo podía conseguir que sus ojos se relajaran y su boca
sonriera con esa naturalidad de la que había sido testigo la noche anterior?
¿Cómo podía volver a escuchar su risa? Echaba de menos el aura calmo e íntimo
que los envolviera anoche. Parecía que un abismo se había abierto entre ellos
en solo unas horas. Tenía la sensación de que había retrocedido mucho… Podía
leer la tensión en su postura y la desconfianza en sus ademanes.
Con un suspiro, se dijo que volvería a hacer que ella se
sintiera cómoda con él. Pero tal vez lo mejor era abandonar por hoy. Había sido
un día agitado y era normal que ella se sintiera abrumada y confundida. Tal vez
le vendría mejor poder reflexionar en soledad.
Por fin se separó de ella y se dirigió hacia el vano que
lo llevaría al vestíbulo. Antes de que lo atravesara una pregunta lo detuvo:
—¿Es realmente necesario que esté aquí? Dudo mucho que un
sitio tan ostentoso como este ayude en el anonimato.
—En realidad no era estrictamente necesario… Aunque
vendrá bien despejar tu casa en Montmartre de avalanchas de atención. Así no lo
asociaran demasiado con este embrollo y podrá seguir siendo un lugar tranquilo
para cuando vuelvas.
Ella asintió pensativa.
—Aunque es más bien una recompensa de mi parte por las
molestias causadas —le dijo guiñándole un ojo y esbozando una media sonrisa.
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