domingo, 3 de junio de 2012

►CAPÍTULO VII [Part II]


Connan yacía tras ella, a pocos centímetros de rozarla con su cuerpo. Ella se negaba a mirarlo, permaneciendo de espaldas a él y absorta en las vistas que ofrecía el dormitorio. Él observaba la luz del sol perfilando la suave línea de su mandíbula y las pestañas sobresalir de su rostro, largas y espesas. Bajó la vista hasta su brazo desnudo, que el sol dotaba de una apariencia luminosa y aterciopelada cuyo roce era difícil no desear.

—Yo siempre ofrezco lo mejor —contestó él, recorriéndola con una ardiente mirada que ella no podía advertir.

—¿Siempre? —preguntó ella con voz dubitativa.

Aquello le provocó una sonrisa. Aquella muchachita no era capaz de dirigirle una palabra amable, pero además de eso también le costaba no poner en duda los elogios que él mismo se prodigaba. Era única.

—Siempre que me lo propongo —especifico él.

—¿Y yo entro en una especie de plan destinado a purificar tu alma a base de gestos benéficos con gente no tan bien dotada de dinero, fama y demás cosas que tú gozas? —preguntó ella con cierta acritud.

Connan parpadeó repetidamente. Ella nunca respondía lo que él esperaba.

—¿Por qué lo dices?

—Porque aún no entiendo porque te ocupas tanto de mí —respondió ella, dándose la vuelta para mirarlo. Sus ojos violáceos lo miraron directamente, tratando de leer su mirada.

Aquella pregunta lo descolocó a él también, aunque se cuidó de trasmitirlo abiertamente.

¿Por qué se tomaba tantas molestias con ella? ¿Por qué no la había dejado a su suerte como lo habría hecho con cualquier otra persona? ¿Por qué no la había abandonado en medio de esa jauría de periodistas y dejar que la exprimieran psicológica y moralmente, como siempre había hecho con todas las demás chicas? ¿Por qué se preocupaba por su bienestar?

Realmente era incapaz de comprenderlo. Todo era una espiral de confusión. Solamente sabía que sentía una atracción por ella que le estaba costando la cordura… Y que sentía deseos de impresionarla, de ganarse una mirada amable suya. Todo aquel lujo que él había pagado para ella tenía ese propósito. Esperaba que ella se sintiera agradecida y sonriera para él de la manera más genuina y feliz. Esperaba encontrar una Jane contenta y accesible. Y en cambio se había encontrado una fierecilla con ganas de usar el poder de todo ese lujo para llamar al servicio del hotel y exigir su cabeza en una bandeja de plata.

Debía haber imaginado que Jane no se mostraría pletórica de ilusión ante las riquezas con las que la colmaba, y en cambio solo podía buscarle la lógica a todo lo que le rodeaba.

Para él era difícil comprenderla, pues le parecía tan impredecible y tan lejana a él que le costaba alcanzarla. Sin embargo entendía que ella era incapaz de disfrutar, que necesitaba encontrar razones para todo. Era lo opuesto a él.

Él aprovechaba el momento y todo lo que le ofrecía el presente sin reflexionar acerca de la causa de que estuviera en su camino o preocuparse por las consecuencias o efectos que tendrían en su mañana. Él cogía y tomaba las cosas, y las gozaba sin miramientos ya que se consideraba lo suficientemente fuerte como para despachar lo que le sobrara sin tener que sentirse culpable o frenarse por consideraciones a otros. Él se decía que todo el mundo tenía criterio propio y que cada uno era responsable de lo que hacía y del efecto que sus actos tenían. Cada vida ya tenía quien se preocupase por ella. Así que su lema era sencillo: vive tu vida y que los demás se ocupen de la suya. Y si el resto del mundo no sabía acertar en sus elecciones tal vez significaba que ellos no eran buenos comandantes de sus vidas… Y los malos comandantes suelen morir bajo su estupidez, ¿o no? ¿Y debía él guiarlos solo por que viera con más claridad que ellos la catástrofe que les supondría dicha opción? ¿Y si esa mala selección le reportaba un disfrute a él, por momentáneo que fuera? ¡¿Tenía que echar a perder su goce por compadecerse de que un idiota no supiera elegir? Pues no. Él creía que no.

En cambio ella… Ella no podía tomar y disfrutar lo que él le ofrecía. A ella le importaban más las preguntas, las respuestas, las causas, las consecuencias. Ella era tan distinta… ¡Incluso había pensado en su compañero de piso aunque podía haberse ido sin más, dejándole el marrón al chaval!

Ella tenía plena consciencia de que no estaba sola en el mundo y de que sus decisiones podían tanto beneficiar y perjudicar a otros. Podía percibirlo en su mirada, en sus palabras, en sus gestos. Y se preocupaba por el efecto de sus elecciones. Era muy probable que ella no basara sus decisiones solamente en su propio beneficio y tomara seriamente en cuenta el impacto que estás tendrían en su entorno. Y sin embargo no era estúpida ni esclava de su estima hacia los demás. Porque aunque se afanase por dar con la manera más ventajosa para todos de hacer lo que ella quería terminaría por realizar sus deseos. Eso lo sabía bien. Ella jamás soportaría someterse, ni siquiera por voluntad propia. Era un espíritu demasiado puro y honesto como para traicionarse a sí misma.

Tal vez eso era lo que más lo atraía de ella. Era un tipo de persona inexplorada para él.

En su mundo imperaba el egoísmo. Cuando se pertenece a una élite el simple ingreso a esta no era suficiente. Después, todas las acciones de sus integrantes  estaban destinadas a conseguir ser el mejor entre los mejores. Avaricia, hipocresía y egoísmo. Esos eran los ingredientes principales del cóctel de glamour al que pertenecía. Todo el mundo se esforzaba por ser mejor que el resto, y el <<resto del mundo>> se reducía a los miembros de ese limitado y exclusivo mundo de fama y dinero. Todo aquel ajeno a este milimétrico planeta célebre era una paria, un admirador o un mediocre. Nada más.

Muchas veces se sentía agobiado en ese mundo. Le faltaba el oxígeno. Estar siempre rodeado del mismo tipo de gente sin más expectativas que hallar egoísmo e hipocresía le azotaba el espíritu. Aunque él jamás había crecido con la idea de dar con alguien especial, alguien merecedor de lucha y sacrificio, alguien por quien mereciera la pena entregar la vida, siempre había sentido un pinchazo en el alma al estar encerrado en aquella cárcel de oro, como si estar allí le garantizara la decisión que tomara desde niño de no preocuparse por nadie más que de él y sus familiares; como si en el fondo siempre hubiera creído en algo pero se negara a admitirlo. Como si la esperanza lo atormentara y arañara su corazón, queriendo instarlo a salir de allí y ver el mundo de verdad. Y conocer a la gente de verdad. Y demostrarle que estaba equivocado. O confirmarle lo que sospechaba y no se permitía desear.

Jane había supuesto el soplo de oxígeno que había necesitado desde hacía mucho tiempo. Su humildad, su frescura, su genuinidad, su falta de entusiasmo e interés por su mundo de dinero y glamour, su honestidad e incluso su hostilidad y facilidad de irritación habían sido para él como divisar el inicio de un camino que le conduciría a un lugar que desconocía pero que presentía debía luchar por alcanzar.

Miró sus ojos, brillantes y expectantes, con su característico tono violeta que tanto lo fascinaba.

—Me simpatizas —contestó al fin. Puede que ella encontrara simple e insuficiente esa respuesta, pero era algo que había expresado muy pocas veces en su vida.

Ella soltó un bufido.

—A mí también hay gente que me simpatiza, pero no por ello los colmo de riquezas.

Él permaneció en silencio, mirándola.

Ella suspiró y volvió a hablar:

—Mira, no voy a decir que odio estar aquí y que es un lugar horrible para pasar unos días, porque estaría mintiendo como una bellaca. Sin embargo, me siento incómoda por tener que quedarme aquí a expensas tuya. Es verdad que me sacas de quicio, pero todavía no te odio lo suficiente como para encontrarme cómoda desnudándote la billetera.

Él soltó una carcajada.

—Mi billetera está mejor provista de lo que piensas. No te preocupes por lo económico.

—¿Hola? Querida arrogancia, ¿puedes hacerte a un lado? Estaba hablando con tu propietario, Connan. No te entrometas —expresó ella con sarcasmo.

Él volvió a reír.

—No pretendía restregarte mi dinero, solo quería que no te preocuparas por eso —dijo él—. Y me has llamado Connan —observó, de pronto frunciendo el ceño.

—Si no te gusta tu nombre no es a mí a quien tienes que quejarte para cambiártelo —bufó ella—. Y no me tientes a solicitar a un elefante por mascota y el derecho a pasearme con él por toda la ciudad. Aseguro a que ni siquiera tú puedes permitirte eso por mucha pasta que tengas.

—Eso supondría un dineral, sin duda. Aunque debes saber que tengo una extensa colección de Van Gogh auténticos —le contestó él sonriendo ampliamente—. Y me refería a que me llamases Conaught. Ayer lo hiciste.

—A ver si voy a tener que amenazarte con comprar el sarcófago y la momia de Tutankamón con su ajuar funerario incluido para preocuparte —dijo ella en broma—. Y no me sale llamarte Conaught. Me tienes demasiado disgustada hoy.

Connan rió.

—Eso podría llegar a hacerme temblar —bromeó él—. Y me vas a llamar Conaught cuando estés de buen humor… Humm. Eso es una gran pista. Ahora sé en qué momentos puedo tratar de camelarte —dijo él con una sonrisa diabólica.

Jane rodó los ojos frente a él.

—¡Oh vamos! ¡No me digas que estás falto de nutrición hormonal! —exclamó ella en tono burlón—. ¡Quién lo diría con tu infatigable actitud seductora y tu aspecto! Esto me huele a Batman diminuto... —canturreó ella con mirada traviesa y la clara intención de molestarlo.

Él gruñó y frunció el ceño.

—Janie, no juegues conmigo. Te advierto de que tienes un poder increíble de espabilar a Batman… No le incites a demostrar lo que vale si no estás dispuesta a disfrutar de su ostentación de capacidades.

Jane soltó una carcajada cargada de humor.

Batman tiene un abogado muy gracioso —dijo ella con una extensa sonrisa. Él también tuvo que sonreír—. En fin, hablemos de cosas serias.

—¿Los superhéroes no te parecen un tema serio? —le preguntó él vacilón.

Jane esbozó una sonrisa dentada.

—No cuando están al servicio exclusivo de la testosterona —contestó ella en el mismo tono—. Ahora explícame cómo hemos llegado hasta aquí.

—¿Cuál es el origen de la pesadilla periodística, quieres decir?

—Sí, puedes empezar por ahí.

Connan suspiró y se restregó la cara con una mano.

—No tengo una información exacta al respecto, pero tengo la teoría de que ayer no estábamos solos en la Torre Eiffel. Seguramente sería una sola persona, algún periodista rezagado que nos vio por casualidad. A partir de allí supongo que nos siguió hasta tu casa cuando te llevé y luego dio la voz de alarma.

Jane abrió mucho los ojos.

—¡Pero si no hicimos nada comprometido! ¡Ni tan siquiera un mísero beso en la mejilla!

Él se encogió de hombros.

—La prensa miente más que habla, me temo. Siempre es así. Además —añadió en tono cómico—, recuerda que me diste una bofetada. Eso también implica cierto grado de confianza e intimidad, ¿no?

—Justo lo que me faltaba para completar el sentirme como una dama de época —mascullo Jane entre dientes—. Tener espectadores que juzguen mi comportamiento, exageren nimiedades y se inventen calumnias para dar chispa a sus aburridas vidas.

Connan río.

—A partir de aquí ya puedes escribir un guión de época basado en conocimientos empíricos —le sugirió él en tono alegre.

—Más bien proseguir. Ya tengo empezado el proyecto.

—¿De verdad? ¡Eso es magnífico! —exclamó él entusiasmado—. La suite que te he conseguido es ideal para inspirarte en el ambiente de época. No podrás rechazar quedarte aquí, por el bien de la profesionalidad de tu proyecto —la engatusó él.

Jane esbozó una sincera sonrisa.

—Muy bien, me quedaré por el momento. Pero no pienso abusar —concedió.

Connan sonrió.

—Janie, deberías exprimir más las oportunidades que te da la vida.

Ella sacudió la cabeza.

—Hay que poner límites a todo. Sino todo sería demencial.

Él mantuvo su sonrisa. Allí estaba ella, racional como siempre.

—Me contentaré con eso de momento.

Se miraron en silencio un segundo, demasiado intensamente para la brevedad del momento.

—¿Y cuánto tiempo crees que voy a tener que quedarme aquí?

Él se encogió de hombros.

—No lo sé. Después de mi estrategia con Heather les he hecho creer que es con ella con la que estoy liado y no contigo. ¿Ves? Te dije que confiaras en mí. He desviado hábilmente el foco de atención de ti.

Pero lo que observó en la cara de Jane no le pareció complacencia. Más bien parecía bullir nuevamente de furia. Sus siguientes palabras, arrojadas con furia, se lo confirmaron:

—¡¿Pero cómo te atreves a manipular de ese modo la vida de los demás?! ¡¿Cómo has permitido hacerme ver como la peor amiga del mundo inmiscuyendo en este asunto a mi mejor amiga?! ¡¡¡Le he hecho una putada!!! Y además, ¿qué soluciona eso? ¿Ahora no voy a poder ver a  mi amiga porque está doblemente acosada por la prensa por tu culpa?

El suspiró con pesar.

—Ya sé que no es lo más brillante, pero me aproveché de la situación como mejor supe. Cuando hablé contigo por teléfono supe que algo no iba bien. No estabas enfadada, estabas histérica, ansiosa… percibí que había algo más. Mi prioridad fue salvarte de ser el centro de atención… Y lo he conseguido, ¿no?

—¡Sí! ¡Has conseguido crearme remordimientos que son peores que la ansiedad! —exclamó ella fuera de sí—. ¡Oh, Dios mío! Tengo que hablar con Heather, pedirle disculpas —dijo mientras  su mano buceaba en sus bolsillo, en busca del móvil.

Él alargó una mano para cogerle del brazo y paralizarla.

—Espera un momento. Primero habla conmigo —le pidió él. Ella la miró con la angustia escrita en la mirada, y Connan sintió que algo se agitaba en él. Una oleada fría que a su paso dejaba un amargor difícil de ignorar. ¿Sería tal vez remordimiento? Dios Santo, hacía demasiado que no experimentaba emociones que ella de pronto le causaba con tanta facilidad—. Ya le he explicado todo a ella. Lo entiende. De hecho se siente aliviada de que estés a salvo de toda esa lluvia de atención. Ella es tu amiga y se comporta como tal. Piénsalo bien. ¿Tú no harías lo mismo que ella a la inversa?

—¡Claro que me sacrificaría por ella! —dijo ella sin dudarlo—. Pero eso no me hace sentir mejor. Ella venía a desconectar del trabajo, a verme a mí, y con todo esto he echado por tierra todo —añadió con tristeza.

—No es culpa tuya —susurró Connan. La mano que sujetaba su brazo había aflojado la presión y de pronto lo acariciaba ligeramente con la finalidad de brindarle consuelo—. En realidad, no es culpa de nadie.

Ella se zafó de él, rabiosa.

—¡Por supuesto que hay culpable! ¡Siempre lo hay! —musitó—. Y en este caso lo soy yo por haberte dado un voto de confianza, por haber dejado indirectamente que perjudiques a Heather.

—Bueno, hablas de esto como si fuera un doloroso sacrificio. Pero recuerda que Heather ya es famosa por su propio pie y que está acostumbrada a estas cosas. Además, hablas de esto como si le hubiera costado besar a un leproso. No es tan horrible besarme —dijo él, tratando de quitarle hierro al asunto, deseando hacerla sentir mejor, hacerla sonreír como minutos antes—. Lo sabrías si me dejaras demostrártelo —añadió con una pequeña sonrisa.

Pero tuvo el efecto contrario. Su ceño se frunció y no presagió nada de lo que él había querido conseguir.

—Eso —dijo de pronto, con renovada energía—. ¿Entrará entre sus obligaciones por mantearme a salvo besarte? ¿Tengo que prostituir a mi amiga de ese modo? —le arrojó iracunda.  

—Yo no contaba con eso. No entraba en mis planes. De hecho, realmente no tenía un plan —confesó él—. Solamente quería conseguir que te dejaran en paz.

Pero ella no estaba complacida por sus palabras. Seguía enojada.

—¿Y ahora qué? ¿Cómo quedan las cosas?

—Bueno, les he contestado a bastantes preguntas sobre mi supuesta relación con ella como para que nos dejen respirar un poco. Pero no sé, todo este asunto es muy incierto.

—¿Cómo les convenciste de que era con ella y no conmigo con quien salías? —preguntó ella de pronto.

Él se encogió de hombros.

—Les dije que tú eras su mejor amiga y que estábamos planificando una fiesta sorpresa para su llegada al día siguiente, que era por eso que estábamos juntos anoche. Por ella —le explicó él—. Por supuesto, no les convenció del todo, pero en cuanto llego Heather y les hicimos una ostentación de “nuestro amor” no cuestionaron nada.

Jane asintió.

—¿Y dónde está ella ahora? —le preguntó ella con cierta ansia impresa en su voz.

—La he dejado en mi casa —la tranquilizó—. Enseguida llamaré a Tom para que la pase a buscar y la traiga aquí contigo. ¿Te parece bien?

Jane cabeceó afirmativamente, con la mirada absorta en algún punto de la habitación, lejos de él.

—La naturaleza autodestructiva de la que haces alarde haciendo migas con famosos me impiden salvarte del todo, pero al menos ahora no eres punto fijo de su interés y en el caso en el que suframos otra invasión tú no te verás como una diana —murmuró él, queriendo captar su atención.

Ella tardó unos segundos más en levantar la cabeza para posar sus ojos sobre él. Le dedicó una media sonrisa.

—Lo cierto es que tú método no me ha complacido nada, pero en fin. Ya no hay nada que hacer —dijo ella—. ¿Podrías llamar a Tom ya? Ya es por la tarde y aún no he podido estar con mi amiga.

Él asintió.

—Nos veremos pronto —le prometió a modo de despido.

Se quedó unos largos segundos mirándola, buceando en aquellas amatistas que tejían misterios que lo traían de cabeza. ¿Qué estaría pensando realmente? ¿Cómo podía conseguir que sus ojos se relajaran y su boca sonriera con esa naturalidad de la que había sido testigo la noche anterior? ¿Cómo podía volver a escuchar su risa? Echaba de menos el aura calmo e íntimo que los envolviera anoche. Parecía que un abismo se había abierto entre ellos en solo unas horas. Tenía la sensación de que había retrocedido mucho… Podía leer la tensión en su postura y la desconfianza en sus ademanes.

Con un suspiro, se dijo que volvería a hacer que ella se sintiera cómoda con él. Pero tal vez lo mejor era abandonar por hoy. Había sido un día agitado y era normal que ella se sintiera abrumada y confundida. Tal vez le vendría mejor poder reflexionar en soledad.

Por fin se separó de ella y se dirigió hacia el vano que lo llevaría al vestíbulo. Antes de que lo atravesara una pregunta lo detuvo:

—¿Es realmente necesario que esté aquí? Dudo mucho que un sitio tan ostentoso como este ayude en el anonimato.

—En realidad no era estrictamente necesario… Aunque vendrá bien despejar tu casa en Montmartre de avalanchas de atención. Así no lo asociaran demasiado con este embrollo y podrá seguir siendo un lugar tranquilo para cuando vuelvas.

Ella asintió pensativa.

—Aunque es más bien una recompensa de mi parte por las molestias causadas —le dijo guiñándole un ojo y esbozando una media sonrisa.

Después retomó su partida y salió del hotel, aunque a sabiendas de que se familiarizaría con aquel edificio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario