—Menos mal que
vuestro oficio consiste en hacer felices a vuestros clientes —ladró sin
compasión a través del auricular.
—¡Buenos días
señorita Cassidy! —saludó una voz femenina rebosante de entusiasmo.
La alegría que
mostraba su interlocutor la irritó. Nada más estresante que encararse con
alguien que no respondía con lógica a un ataque tan mordaz. Uno: o esa mujer
era estúpida y no detectaba el descontento de su voz; o dos: se negaba a entrar
en su juego de <<a ver quién explota de rabia primero>>.
Daba igual cuál
de las dos fuera la verdadera; ambas la frustraban.
—¡¿Buenos días?!
Mire, señorita Flower Power, no ocupo una suite de más de 8.000€ para que me
arruinen el sueño y piensen que pueden compensarlo con un efusivamente insano
<<buenos días>>. ¿Lo entiende? Que no se vuelva a repetir.
Fue un intento
inútil de acobardarla. La mujer procedió como si ella jamás hubiera abierto la
boca y comenzó a contarle el boletín de noticias con esa voz alegre que nunca
la abandonaba.
—Señorita
Cassidy, la telefoneo desde la recepción del hotel. Aquí conmigo se halla un
caballero que solicita que se reúna inmediatamente con él.
—Nadie que se
considere caballero se presenta sin un avisar con antelación —gruñó ella.
—¿Cuánto tiempo
aproximadamente le digo al caballero que ha de esperar su compañía?
—Dígale al
“caballero” que me reuniré con él en cuanto acabe mi cita con Morfeo. ¡Y va
para largo! —Colgó el teléfono de un solo golpe y sin remordimiento alguno se
acurrucó en las sábanas, tapándose con ellas hasta la barbilla.
Se hallaba
suspirando feliz, pensando que había ganado esa batalla, cuando el teléfono
volvió a sonar.
Decidió
ignorarlo, pero era tan insistente como la primera vez.
Empujó las
sábanas furiosa y se hizo con el auricular nuevamente.
—¿Exactamente qué
es lo que entiende usted por <<quiero dormir>>? —gritó.
—Buenos días,
princesa. —Una voz arrulladora, sonriente y suave la saludó desde el otro lado.
Por supuesto, era Connan—. Sé que estás de malhumor porque en el día de hoy aún
no has atisbado príncipe alguno, pero yo tengo el propósito de solucionarlo.
—¡Ja! —se burló
Jane—. ¿Acaso conoces algún ingeniero que haya inventado una máquina
extraordinaria que me transporte a algún cuento?
Lo sintió sonreír
contra el auricular.
—Me basto yo solo
para solucionar este asunto —contestó con voz risueña—. Bueno, ¿qué? ¿Vas a
bajar o me vas a obligar a subir a por ti?
Jane levantó las
cejas, sorprendida por su amenaza.
—¿Cómo subir? ¡De
ninguna manera! —protestó—. Además —añadió con voz triunfadora—, no creo que la
seguridad del hotel lo permita.
Él rió.
—Me temo,
princesa, que no estás tan protegida como supones. La gente de aquí no trabaja
para la gente, trabaja para el dinero…
—¡¿Serías capaz
de sobornarlos?! —exclamó ella.
—No me hace
falta. Soy el titular temporal de la suite, ¿no? —dijo él con abierta satisfacción.
—Por supuesto —contestó
Jane con tono irónico—. Toda situación tiene su lado malo. Sin embargo… —se
preguntó Jane en voz alta, cuando un pensamiento se abrió paso en su mente,
sopesando otra idea—. Entre el dinero y el prestigio del hotel, ¿a qué le dan
prioridad?
—¡Eso es algo que
se me escapa! Pero la próxima vez que me aloje aquí no me olvidaré de pedir una
circular con la escala de valores del Ritz impresa —respondió él con sarcasmo
divertido.
—Ríete todo lo
que quieras, pero si te atreves a colarte en la suite, armaré tal escándalo que
se enterarán de todo los clientes actuales y los futuros posibles —sentenció
ella triunfal. No era que le molestara especialmente que entrara, pero su
orgullo le impedía hacerse ver como la víctima en ese asunto. Connan tenía que
saber que con ella no iba a salirse con la suya. Que en lo referente a ella no
podía hacer lo que quisiera simplemente por ser quien es o por su dinero. Ella
tenía su propia arma: el ingenio. Y era poderosa.
—Yo no me
beneficio del prestigio del hotel —contestó él tranquilamente, como si le fuera
un tema absolutamente ajeno.
—Sin
embargo, te verías relacionado con su catástrofe
—contestó ella con una sonrisa—. Ya me imagino los titulares: <<Connan
Knight, responsable directo de la caída del Ritz>> <<Connan Knight
trata de saciar su fetichismo robando bragas en el Ritz>> <<Connan
Knight, el guapo e inmoral pervertido>> <<Connan Knight y su hobby
secreto: allanar suites escandalosamente caras>> <<Connan Knight:
el dinero no compra la decencia>> <<Connan Knight….>>
—Ya te has
explayado bastante, ¿no? —gruñó él con patente frustración—. Además yo a la
prensa la tengo manipulada.
Jane soltó una
vivaz carcajada.
—Claro, por eso
ahora estás en un idílico romance con una preciosa supermodelo.
Connan bufó.
—Era la
alternativa a verme enrollado con un princesita guionista del tres al cuarto
—apuntilló él.
—¡Pero bueno!
—exclamó Jane, aunque divertida al tener pruebas evidentes del cabreo que había
logrado suscitarle—. Mereces que te cuelgue, desconecte el teléfono y atranque
la puerta de la suite con todos los muebles disponibles.
—E incluso así no
te librarías de mí —aseguró él.
—Dudo que el
personal del Ritz permitiese una batalla en sus lujosas instalaciones.
—Tengo más
recursos que abrirme paso hasta ti como un vulgar bárbaro.
Jane volvió a
reír.
—Necesitaré una
evidencia real de eso. El único papel en el que encajas en mi mente es en el de
vikingo saqueador.
Jane pudo
imaginárselo perfectamente rodando los ojos.
—¿Qué te parece
si discutimos sobre mi perfil de bárbaro dentro de quince minutos en el
vestíbulo del hotel? —sugirió.
—No hay mejor
aliciente que un diálogo acerca de botines de guerra, sangre, mazazos
primitivos y lluvias de vísceras —comentó ella con sarcasmo.
El lanzó una
breve risa.
—Tienes razón: la
práctica de todo eso debe ser mucho más excitante.
—Creo que la
discusión ya no tiene sentido; ha quedado confirmado que eres un salvaje
bárbaro.
—En ese caso
sabrás que realmente no te doy a elegir cuando te digo que bajes —añadió él con
tono jovial.
—Pues solo si
puedo practicar el libre albedrío conseguirás que baje —gruñó ella.
Él lanzó una
alegre carcajada.
—Se me olvidaba
que mis ingeniosos métodos de persuasión no son compatibles con tu orgullo
—contestó él—. Pero tengo más armas… Digamos que te tengo una sorpresa
preparada.
—¿Una sorpresa?
—preguntó ella con un traicionero timbre curioso en su voz.
—Sí. Y cuanto
antes bajes antes podrás disfrutar de ella.
—Humm. No es
suficiente —se resistió ella—. Primero cuéntame sobre la naturaleza de la
sorpresa.
Él rió muy
fuerte.
—Debí suponer que
no bastaría. En fin, díganos que tiene como propósito estimularte
creativamente. Inspirarte.
—¿En términos
sexuales? —aventuró ella con desconfianza.
Él volvió a reír.
—No, lo prometo.
Jane lo pensó
unos instantes.
—De acuerdo.
Admito que me pica la curiosidad y de todos modos ya me has desvelado.
—Hasta ahora,
princesita —canturreó él.
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