domingo, 10 de junio de 2012

►CAPÍTULO VIII [Part I]


Jane escribía en su portátil acomodada sobre la enorme cama a modo de revelación contra los insistentes pensamientos que insistían en invadir su mente cuando de pronto oyó ruidos en la puerta del vestíbulo.

Ansiosa, se levantó y recorrió con paso rápido toda la suite para confirmar sus sospechas y encontrarse con Heather acompañada de los dos empleados que la habían acompañado antes a ella.

Jane se lanzó a sus brazos, estrechándola en un fuerte abrazo al que Heather respondió con la misma efusividad.

—Lo siento, lo siento, lo siento —se lamentó Jane contra su hombro.

La amiga alzó una mano para acariciarle el pelo con dulzura.

—Tranquila, no pasa nada —le susurró con suavidad, sin detener en ningún momento su mano sobre el cabello de su amiga.

Jane permaneció unos minutos en silencio, aspirando la cercanía de su amiga. Ninguna de las dos era apenas consciente de los empleados moviéndose con sigilo por la suite para depositar las pertenencias de Heather hasta que el señor Bouvier carraspeó ante ellas. Se separaron lo suficiente para ser educadas y prestarle atención, pero sus cuerpos seguían en contacto.

—Señoritas, hemos dejado sus maletas en el dormitorio. Si queréis que sean acomodadas en los armarios y estantes podéis llamar a recepción y solicitar una empleada —les informó con voz amable—. Espero que disfruten inmensamente de su estancia en el Ritz.

Las dos asintieron, aunque ninguna tenía en mente buscar a alguien que ordenara sus cosas.

—Gracias —dijo Heather, sacándose del bolsillo un puñado de billetes y tendiéndoselos al hombre—. Me consta que disfrutaremos de un servicio inmejorable. Ya me he alojado antes con vosotros.

Al hombre se le iluminó la cara al examinar la exuberante propina, y con una feliz reverencia salió de la suite con el botones detrás.

Jane la miraba de hito en hito.

—¿De verdad acabas de desprenderte de ciento treinta euros en tan poco periodo de tiempo, con semejante facilidad y con tal motivo?

Heather se carcajeó ante su reacción.

—No es nada. Es lo habitual aquí.

Jane rodó los ojos.

—Se me olvida que me junto con ricachones.

Heather rió.

—Menudo ojo tienes, cariño. La única razón por la que tú también no tienes dinero es que siempre apuntas alto con la gente con la que te codeas —la vaciló—. No necesitas poseer dinero para disfrutarlo. Eres la más inteligente de todos —añadió riendo.

Jane sonrió y volvió a apretarse contra ella.

—Te he echado mucho de menos.

—Yo también. Mucho, mucho.

Un momento después se separaron y se sonrieron. Comenzaron a andar juntas hacia el corazón de la suite, y Jane se volvió a emocionar al examinar todas aquellas riquezas majestuosas.

—¿No es sensacional? —le dijo maravillada a su amiga.

Heather se encogió de hombros con una sonrisa.

—Lo es, sin duda.

—¡¿Y ya está?! —exclamó Jane incrédula—. ¿Esas son todas las palabras de elogio hacia esta maravilla?

Heather se rió de su expresión.

—Jane, siempre que vengo a París me alojo en este hotel. Lo tengo muy visto.

Jane bufó.

—Por supuesto, la princesa de la moda solo aspira a aposentos dignos de la realeza.

Heather rió, tomando asiento en el sofá caqui de damasco floral. Los amplios ventanales en la pared de enfrente dejaban filtrarse a los mortecinos rayos del sol tardío a través de sus sedosas cortinas blancas, iluminando sus piernas bronceadas que parecían alcanzar una largura infinita bajo su minifalda de cuero. Jane no tardó en sentarse a su lado, admirando la belleza de su amiga, con el sol iluminando sus rasgos y dotándola de una apariencia celestial. Su cabello rubio parecía una cascada de purpurina dorada enmarcando sus ojos azules, que con el brillo del crepúsculo parecían océanos inexplorados, mágicos bajo una neblina de luz tibia.

Jane pensó en lo bella que era su amiga, en lo difícil que le resultaba a ella acostumbrarse al esplendor que derramaban sus perfectas formas de mujer hermosa, en lo imposible de no fijarse en ella y no admirarla. Incluso ahora, con largos años de amistad a sus espaldas, no podía dejar de impresionarse. Era comprensible que levantara tantas pasiones y destrozara tantos corazones.

El cabello de Heather emitió un sedoso vaivén cuando giró la cabeza para mirarla con sus ojos oceánicos. Sus pupilas le sonreían.

—¿Y bien? Te dejo sola unos días y conviertes tu vida en una catástrofe —le dijo conteniendo una sonrisa—. ¿Se puede saber con exactitud qué narices está pasando?

Jane frunció el ceño, confundida.

—¿No te lo ha contado Connan?

Heather rodó los ojos e hizo un ademán con la mano, como si la disuadiera de continuar por ahí la conversación.

—Por supuesto que me ha contado su versión, pero esta no encaja con la Jane que yo dejé marchar a París hace poco más de una semana.

Jane se mordió el labio inferior, pensativa.

—Bueno, supongo que en la vida no siempre te pasan cosas que corresponden con tu manera de ser —dijo finalmente—. La vida es impredecible y a veces nos lleva a situaciones para las que no estamos entrenados, para las que no tenemos una actitud preparada.

Heather abrió mucho la boca.

—¿Esas son las palabras de mi amiga Jane? ¿De mi Jane supercontroladora que piensa que puede llevar una vida que puede dirigir a su antojo y duda de la existencia de imprevistos que estén más allá de su control? —preguntó Heather con la incredulidad marcando su tono de voz. Después levantó una mano y la tiró fuertemente de la piel que cubre la mandíbula, arrancando una queja efusiva a Jane.

—¿Por qué has hecho eso? —protestó con enojo.

—Lo siento, fue un impulso. Me costaba creer que fueras tú de verdad y tuve que verificarlo —se excusó Heather emitiendo una risita.

Jane marcó aún más su ceño fruncido.

—Ya basta de tonterías. Esto es algo serio.

—¿Algo serio? —preguntó Heather—. ¿La incursión en tu vida de un famoso arrogante conocido por su perfil de Casanova con la consecuencia de un ejército de paparazis sedientos de detalles de tu vida es algo serio? —exclamó en tono burlón—. Por Dios, Jane, esto es demencial. Tu vida se ha convertido en un circo ambulante a la merced de la siguiente absurdez que se divise en el horizonte.

Jane se enojó.

—¡Mi vida no es un imán para tonterías! —exclamó con apasionamiento—. O al menos no lo era antes de venir aquí… —se corrigió—. Sea como sea, este asunto tocará a su fin y te prometo que ésta ha sido y será la primera y última tontería en la que me verás metida. 

Heather la miró con una dulzura que confundió a Jane.

—Mi intención no era ofenderte, Jane. Pero por tus palabras sobre eso de que en la vida nos pasan cosas más allá de nuestra imaginación y control, pensé que habías comprendido por fin la esencia de la vida y…

—¿La esencia de la vida? —le espetó Jane con enfado—. ¿Estás insinuando que la desconozco o que no vivo de verdad, o algo por el estilo?

—Bueno, yo te conozco y sé que te tomas la vida como si pudiera definirse, como si fuera un término que pudiera concretarse. Y la vives así, como una palabra insípida del diccionario.

Jane abrió la boca incrédula.

—¿Me estás llamando aburrida? ¿Por qué? ¿Porque la fiesta no es la finalidad de mi existencia ni el sexo el núcleo de mi disfrute? ¿Porque trato de concretar mis relaciones con los hombres? ¿Porque trato de no estar a la merced del azar y no me dejo llevar por la corriente como una incauta que se embarca en una aventura sin saber cuál es el destino de ésta? ¿Por ser lo opuesto a ti? —le espetó.

Heather abrió mucho los ojos. Jane leyó el dolor en el fondo de su mirada y enseguida maldijo a su boca por estar un paso por delante de su mente cuando se enfurecía. ¿Por qué tenía tanto control sobre sí misma la mayor parte del tiempo pero cuando se enrabiaba era tan impulsiva? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Justo cuando necesitaba la mente despejada para una conversación racional, su raciocinio se nublaba y sólo podía sentir y sentir. Y generar ganas de herir…

—¿Así que eso es lo que piensas de mí? ¿Qué soy una estúpida zorra que solo vive para fiestas y aventuras descerebradas? —le preguntó tratando de poner voz dura, aunque Jane detectó como las palabras se quebraban en sus labios—. Te agradezco tu sinceridad.

—¡No! No quise decir eso. Sabes que te quiero de verdad. Y sabes que cuando me enfurezco digo cosas que no pienso. Lo siento.

Jane apoyó un codo sobre sus rodillas y apoyo la frente en la palma de su mano, abatida.

—Lo siento —repitió de nuevo, sin mirarla—. Ahora mismo me siento muy avergonzada por lo que te he dicho —le confesó—. Lo siento. Hoy estoy muy irritable, tú no tienes culpa de nada ni te mereces todo lo que te estoy diciendo.

Jane sintió la mirada de su amiga sobre ella, pero no levantó la vista. Continúo con los párpados sellados, decepcionada consigo misma y su incapacidad por procesar todo lo que había ocurrido, digerirlo y tratar de amoldarse.

Sintió la mano de su amiga en su nuca, en gesto de apoyo y comprensión. Jane agradeció que una vez más su amiga fuera dulce y buena con ella y estuviera dispuesta a seguir soportándola. Aún se preguntaba cómo tenía tanta paciencia como para permanecer a su lado, como la amiga más leal. Cómo se sacrificaba por ella y lo hacía con una sonrisa radiante y una seguridad increíble. Cómo le daba su cariño en todo momento.

—Estás perdonada. Pero eso ya lo sabes. No podría vivir sin ti, Jane —le dijo Heather—. Y nuestras batallas dialécticas son la mejor parte de nuestra amistad —le dijo con tono alegre.

Aquello le arrancó una verdadera sonrisa.

Levantó la cabeza y la mirada hacia ella y la amplió hasta que le dolieron las mejillas. Ella se merecía la mejor de sus sonrisas.

Como si hubieran llegado a un mutuo acuerdo, las dos se abalanzaron a los brazos de la otra en el mismo momento, fundiéndose en un cálido y fuerte abrazo.

—Parece haber pasado una eternidad desde la última vez que te abracé así —susurró Jane con la cabeza acomodada entre el cabello de su amiga.

Sintió a Heather asentir conforme.

—Es más duro de lo que imaginé tenerte lejos —susurró—. Estoy tan acostumbrada a verte con frecuencia, a hablarte y estar contigo…

Jane deslizó las manos por los brazos de su amiga y se separó ligeramente. Sostuvo sus manos y se las llevó al regazo, estrechándolas con calidez. Sus ojos estaban conectados en una honesta mirada.

—Yo sí que te echo de menos. Estoy en un lugar extraño rodeada de circunstancias aún más extrañas… Últimamente me siento como en un Reallity Show de esos empeñados en dejarme con cara de idiota y cuyos espectadores hacen apuestas en torno a cuál será la humillación que finalmente me hunda en la miseria —confesó Jane—. Te necesitaba a mi lado. Eres lo más familiar y sincero que tengo, aparte de mis padres. Eres mi mejor amiga. Y te necesitaba para conservar la cordura, para sentirme acompañada y apoyada, para rememorar lo que era sentirse como en casa.

Heather la miró, sus ojos irradiando la emoción que le había provocado y su boca temblando en una sonrisa.

—¡Oh, Jane! —y volvió a estrecharla entre sus brazos.

Permanecieron un rato así, rememorando viejos tiempos, sacando a relucir vivencias juntas y sentimientos que las unían, riendo por naderías y disfrutando la una de la otra como acostumbraban a hacer. Entre carcajadas y abrazos, y bromas y sonrisas.

Por una larga hora se olvidaron de su ubicación, del presente que las envolvía, de los últimos sucesos, de aclaraciones que reclamaban su atención, y se dedicaron de pleno a lo más importante que tenían: su amistad. A vivirla, a disfrutarla, a embellecerla y enriquecerla.

Aunque al final llegó la hora de encararse al presente, y ambas fueron conscientes de ello.

—Bueno —dijo Heather—, deduzco que el señor Incordio se trataba en verdad de Connan Knight.

—Así es —confirmó Jane emitiendo un suspiro.

Para su sorpresa, Heather se echó a reír. Y sus carcajadas no menguaron ante el semblante confundido con el que le respondió Jane; si acaso, le provocó más risa.

—Eres increíble —exclamó Heather—. ¿De verdad no te diste cuenta de su identidad? ¿O fingiste no percatarte de su importancia social para así poder contestarle de malos modos?

Jane blanqueó los ojos.

—No lo ubiqué, esa es la verdad. Aunque tenía la sensación de que me era conocido. Pero eso da igual, aunque hubiera sabido quién era en realidad le habría respondido de igual forma —aclaró muy digna.

Su amiga se desternilló aún más al escucharla.

—¿Tanta acritud te despertó? —preguntó entre carcajadas—. Porque a mí me ha parecido un tipo muy agradable.

Jane la miró echando chispas por los ojos.

—Tú no le conoces. No has compartido el tiempo suficiente para entender que lo deteste tanto.

—Bueno, tú solo me llevas unos días de ventaja eh… —le recordó su amiga, mirándola con una felicidad que intrigó y mosqueó a Jane.

—Suéltalo —la urgió.

—¿El qué? —dijo Heather aparentando inocencia.

Jane arqueó una ceja con evidencia.

—Está bien —se rindió Heather—. Es solo que… Bueno, siempre he sabido que no te gusta la gente. Enseguida pones tu faceta más agradable dentro de tu naturaleza borde y despachas inmediatamente a las personas que tratan de acercársete…

—¿Y? —la interrumpió.

—Y… pasas a brindarles un trato indiferente y diplomático.

—¿Y…?

—Pues… Se me hace raro verte tan empeñada en odiar a alguien.

Esta vez fue Jane la que se rió.

—Eso era antes de conocer a alguien realmente odiable—se justificó con voz jovial.

—¿Y qué rasgos tan desagradables reúne para ser tan odiable?

—Ponte cómoda —le advirtió Jane con cara maliciosa—. Para empezar, la primera vez que lo vi se dirigió a mí con un <<nena>>.

Espero encontrar un horror cómplice en el rostro de su amiga, pero este permanecía impasible.

—¿No tienes nada qué comentar? —la instigó.

Heather se encogió de hombros.

—No. Es un término muy manido entre los hombres para referirse a las mujeres.

—¡Pero cómo! —exclamó Jane—. ¿No te parece que tiene una connotación denigrante? ¡Parece la alusión de un proxeneta a su prostituta!

Heather tuvo que reírse.

—¿No estás exagerando un poquito?

—No lo creo —contestó ella con convicción—. Nunca me ha gustado que utilicen términos tan barriobajeros para referirse a mí.

Aquello incrementó la risa que bullía en su amiga. Sus ojos estaban húmedos de alegría y las lágrimas comenzaban a desbordarse, recorriéndole las suaves mejillas.

—¡Jane! Estoy segura de que él no pensaba en ese término de tal modo cuando decidió usarlo contigo…

—Eso confirma que no lo conoces —respondió Jane con acritud, abiertamente molesta ante su diversión que, según le parecía, estaba totalmente fuera de lugar—. Oh, él es tan arrogante… Pero tanto… Estoy segura de que él no ve mujeres, sólo ve presas del sexo y se dirige a ellas con el único propósito de cazarlas.

La risa de Heather se tornó ensordecedora.

—Para un momento. —Heather recogió en uno de sus dedos una lágrima que recién brotaba—. Me estás matando.

Jane sintió como su paciencia disminuía vertiginosamente.

—¡Ya basta de reírte de mí! —le espetó—. Estoy siéndote muy sincera, así que trata de tomarlo como la real descripción de ese hombre que equivocadamente tan amable crees.

Heather se calmó lo suficiente para dejar de reír, pero sus labios se elevaban en una ancha sonrisa.

—¿Desde cuándo juzgas a la gente según su vida sexual? —le preguntó con dulzura—. ¿Y desde cuando una agitada vida sexual es motivo de condenar a alguien de manera tan drástica?

—Desde que se trata de él —respondió ella. Después suspiró pesadamente—. Vale, tal vez me esté pasando un poquito.

—Y equivocando también. Está magistral suite no habla de alguien que vea a las mujeres como presas sexuales… De hecho, yo diría que es digna de hacerte ver como una princesa.

Jane la miró y frunció los labios.

—¡Al contrario! ¡Este es el precio que pone por un polvo! ¡Seguro!

Heather sonrió ampliamente.

—Incluso si ese fuera el caso, tendrías más razones de sentirte halagada que resentida. Esta suite asciende los 8.000 € por día…

Jane abrió desmesuradamente los ojos.

—¡Jo-der! —exclamó—. Sabía que el Ritz era caro pero 8.000€ por día… Es… indefiniblemente escandaloso.

—No es un precio estándar. Pero está suite es especialmente cara… Su nombre lo dice todo, ¿no crees?

Jane permanecía boquiabierta.

—Definitivamente, ese canalla quiere comprarnos —sentenció finalmente—. Ahora hay que descubrir a quién de las dos.

Heather la miró como si conociera un jugoso secreto que ella desconocía, y sonrió con feliz misterio.

—Yo estoy absolutamente segura de que no está interesado en mí.

Jane frunció el ceño, pero su corazón aceleró el ritmo, como si estuvieran otorgándole unas piezas clave de un rompecabezas cuyo resultado la beneficiaba.

—A ti te ha besado, y a mí no —atacó Jane, pero seguía aguardando una aclaración de su amiga, expectante.

—Por mí ha fingido interés —la corrigió Jane—. Sin embargo, en la intimidad de la limusina, parecía tan interesado en mí como lo estaría en una mosca… Sin embargo, no ha parado de indagar acerca de ti.

—¡¿Qué?! —exclamó Jane, batallando contra un rubor que luchaba por colorear sus mejillas—. ¿Y qué ha dicho?

—¿Tú no estabas hace unos segundos muy poco interesada en todo lo referente a Connan Knight excepto en sus innumerables defectos? —le preguntó su amiga divertida.

Jane se encogió de hombros, fingiendo indiferencia.

—Bueno, cotillear es un defecto, ¿no? —se defendió.

—Sí, pero lo suyo era un interés genuino, no ansía de cotillear…

—¿Qué quieres decir?

—Sigo dudando de que te interese escucharlo… ¿Qué cosa de tu interés va a decir alguien que te saluda con un <<nena>>? —la picó Heather, absteniéndose de relamerse los labios ante el ansía y la impaciencia que adivinaba en el rostro de Jane.

—¡¡¡Cuéntamelo!!!

2 comentarios:

  1. Hola!!
    Me encanta esat novela, de verdad, escribes de una manera muy fresca y continua, detallas muy bien y los personajes están muy bien perfilados... además el argumento es genial!
    Sigue así!!! Espero próxima actualización!

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  2. ¡Guapetona! :3
    Joer,me sacas los colores >///< Pero no me quejo eh. La verdad que me emociona mucho todo lo que has dicho, y me alegra muchísimo saber que te gusta lo que escribo. Muchas gracias por pasarte y por tus ánimos cielo :).
    Te adoro <3.

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