Jane escribía en su portátil acomodada sobre la enorme
cama a modo de revelación contra los insistentes pensamientos que insistían en
invadir su mente cuando de pronto oyó ruidos en la puerta del vestíbulo.
Ansiosa, se levantó y recorrió con paso rápido toda la
suite para confirmar sus sospechas y encontrarse con Heather acompañada de los
dos empleados que la habían acompañado antes a ella.
Jane se lanzó a sus brazos, estrechándola en un fuerte
abrazo al que Heather respondió con la misma efusividad.
—Lo siento, lo siento, lo siento —se lamentó Jane contra
su hombro.
La amiga alzó una mano para acariciarle el pelo con
dulzura.
—Tranquila, no pasa nada —le susurró con suavidad, sin
detener en ningún momento su mano sobre el cabello de su amiga.
Jane permaneció unos minutos en silencio, aspirando la
cercanía de su amiga. Ninguna de las dos era apenas consciente de los empleados
moviéndose con sigilo por la suite para depositar las pertenencias de Heather
hasta que el señor Bouvier carraspeó ante ellas. Se separaron lo suficiente
para ser educadas y prestarle atención, pero sus cuerpos seguían en contacto.
—Señoritas, hemos dejado sus maletas en el dormitorio. Si
queréis que sean acomodadas en los armarios y estantes podéis llamar a
recepción y solicitar una empleada —les informó con voz amable—. Espero que
disfruten inmensamente de su estancia en el Ritz.
Las dos asintieron, aunque ninguna tenía en mente buscar
a alguien que ordenara sus cosas.
—Gracias —dijo Heather, sacándose del bolsillo un puñado
de billetes y tendiéndoselos al hombre—. Me consta que disfrutaremos de un
servicio inmejorable. Ya me he alojado antes con vosotros.
Al hombre se le iluminó la cara al examinar la exuberante
propina, y con una feliz reverencia salió de la suite con el botones detrás.
Jane la miraba de hito en hito.
—¿De verdad acabas de desprenderte de ciento treinta
euros en tan poco periodo de tiempo, con semejante facilidad y con tal motivo?
Heather se carcajeó ante su reacción.
—No es nada. Es lo habitual aquí.
Jane rodó los ojos.
—Se me olvida que me junto con ricachones.
Heather rió.
—Menudo ojo
tienes, cariño. La única razón por la que tú también no tienes dinero es que
siempre apuntas alto con la gente con la que te codeas —la vaciló—. No
necesitas poseer dinero para disfrutarlo. Eres la más inteligente de todos
—añadió riendo.
Jane sonrió y
volvió a apretarse contra ella.
—Te he echado mucho
de menos.
—Yo también.
Mucho, mucho.
Un momento
después se separaron y se sonrieron. Comenzaron a andar juntas hacia el corazón
de la suite, y Jane se volvió a emocionar al examinar todas aquellas riquezas
majestuosas.
—¿No es
sensacional? —le dijo maravillada a su amiga.
Heather se
encogió de hombros con una sonrisa.
—Lo es, sin duda.
—¡¿Y ya está?!
—exclamó Jane incrédula—. ¿Esas son todas las palabras de elogio hacia esta
maravilla?
Heather se rió de
su expresión.
—Jane, siempre
que vengo a París me alojo en este hotel. Lo tengo muy visto.
Jane bufó.
—Por supuesto, la
princesa de la moda solo aspira a aposentos dignos de la realeza.
Heather rió,
tomando asiento en el sofá caqui de damasco floral. Los amplios ventanales en
la pared de enfrente dejaban filtrarse a los mortecinos rayos del sol tardío a
través de sus sedosas cortinas blancas, iluminando sus piernas bronceadas que
parecían alcanzar una largura infinita bajo su minifalda de cuero. Jane no
tardó en sentarse a su lado, admirando la belleza de su amiga, con el sol
iluminando sus rasgos y dotándola de una apariencia celestial. Su cabello rubio
parecía una cascada de purpurina dorada enmarcando sus ojos azules, que con el brillo
del crepúsculo parecían océanos inexplorados, mágicos bajo una neblina de luz
tibia.
Jane pensó en lo
bella que era su amiga, en lo difícil que le resultaba a ella acostumbrarse al
esplendor que derramaban sus perfectas formas de mujer hermosa, en lo imposible
de no fijarse en ella y no admirarla. Incluso ahora, con largos años de amistad
a sus espaldas, no podía dejar de impresionarse. Era comprensible que levantara
tantas pasiones y destrozara tantos corazones.
El cabello de
Heather emitió un sedoso vaivén cuando giró la cabeza para mirarla con sus ojos
oceánicos. Sus pupilas le sonreían.
—¿Y bien? Te dejo
sola unos días y conviertes tu vida en una catástrofe —le dijo conteniendo una
sonrisa—. ¿Se puede saber con exactitud qué narices está pasando?
Jane frunció el
ceño, confundida.
—¿No te lo ha
contado Connan?
Heather rodó los
ojos e hizo un ademán con la mano, como si la disuadiera de continuar por ahí
la conversación.
—Por supuesto que
me ha contado su versión, pero esta no encaja con la Jane que yo dejé marchar a
París hace poco más de una semana.
Jane se mordió el
labio inferior, pensativa.
—Bueno, supongo
que en la vida no siempre te pasan cosas que corresponden con tu manera de ser
—dijo finalmente—. La vida es impredecible y a veces nos lleva a situaciones
para las que no estamos entrenados, para las que no tenemos una actitud
preparada.
Heather abrió
mucho la boca.
—¿Esas son las
palabras de mi amiga Jane? ¿De mi Jane supercontroladora que piensa que puede
llevar una vida que puede dirigir a su antojo y duda de la existencia de
imprevistos que estén más allá de su control? —preguntó Heather con la
incredulidad marcando su tono de voz. Después levantó una mano y la tiró
fuertemente de la piel que cubre la mandíbula, arrancando una queja efusiva a
Jane.
—¿Por qué has
hecho eso? —protestó con enojo.
—Lo siento, fue
un impulso. Me costaba creer que fueras tú de verdad y tuve que verificarlo —se
excusó Heather emitiendo una risita.
Jane marcó aún
más su ceño fruncido.
—Ya basta de
tonterías. Esto es algo serio.
—¿Algo serio? —preguntó
Heather—. ¿La incursión en tu vida de un famoso arrogante conocido por su
perfil de Casanova con la consecuencia de un ejército de paparazis sedientos de
detalles de tu vida es algo serio? —exclamó en tono burlón—. Por Dios, Jane,
esto es demencial. Tu vida se ha convertido en un circo ambulante a la merced
de la siguiente absurdez que se divise en el horizonte.
Jane se enojó.
—¡Mi vida no es
un imán para tonterías! —exclamó con apasionamiento—. O al menos no lo era
antes de venir aquí… —se corrigió—. Sea como sea, este asunto tocará a su fin y
te prometo que ésta ha sido y será la primera y última tontería en la que me verás
metida.
Heather la miró
con una dulzura que confundió a Jane.
—Mi intención no
era ofenderte, Jane. Pero por tus palabras sobre eso de que en la vida nos
pasan cosas más allá de nuestra imaginación y control, pensé que habías
comprendido por fin la esencia de la vida y…
—¿La esencia de
la vida? —le espetó Jane con enfado—. ¿Estás insinuando que la desconozco o que
no vivo de verdad, o algo por el estilo?
—Bueno, yo te
conozco y sé que te tomas la vida como si pudiera definirse, como si fuera un
término que pudiera concretarse. Y la vives así, como una palabra insípida del
diccionario.
Jane abrió la
boca incrédula.
—¿Me estás
llamando aburrida? ¿Por qué? ¿Porque la fiesta no es la finalidad de mi existencia
ni el sexo el núcleo de mi disfrute? ¿Porque trato de concretar mis relaciones
con los hombres? ¿Porque trato de no estar a la merced del azar y no me dejo
llevar por la corriente como una incauta que se embarca en una aventura sin
saber cuál es el destino de ésta? ¿Por ser lo opuesto a ti? —le espetó.
Heather abrió
mucho los ojos. Jane leyó el dolor en el fondo de su mirada y enseguida maldijo
a su boca por estar un paso por delante de su mente cuando se enfurecía. ¿Por
qué tenía tanto control sobre sí misma la mayor parte del tiempo pero cuando se
enrabiaba era tan impulsiva? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Justo cuando
necesitaba la mente despejada para una conversación racional, su raciocinio se
nublaba y sólo podía sentir y sentir. Y generar ganas de herir…
—¿Así que eso es
lo que piensas de mí? ¿Qué soy una estúpida zorra que solo vive para fiestas y
aventuras descerebradas? —le preguntó tratando de poner voz dura, aunque Jane
detectó como las palabras se quebraban en sus labios—. Te agradezco tu
sinceridad.
—¡No! No quise
decir eso. Sabes que te quiero de verdad. Y sabes que cuando me enfurezco digo
cosas que no pienso. Lo siento.
Jane apoyó un
codo sobre sus rodillas y apoyo la frente en la palma de su mano, abatida.
—Lo siento
—repitió de nuevo, sin mirarla—. Ahora mismo me siento muy avergonzada por lo
que te he dicho —le confesó—. Lo siento. Hoy estoy muy irritable, tú no tienes
culpa de nada ni te mereces todo lo que te estoy diciendo.
Jane sintió la
mirada de su amiga sobre ella, pero no levantó la vista. Continúo con los
párpados sellados, decepcionada consigo misma y su incapacidad por procesar
todo lo que había ocurrido, digerirlo y tratar de amoldarse.
Sintió la mano de
su amiga en su nuca, en gesto de apoyo y comprensión. Jane agradeció que una
vez más su amiga fuera dulce y buena con ella y estuviera dispuesta a seguir
soportándola. Aún se preguntaba cómo tenía tanta paciencia como para permanecer
a su lado, como la amiga más leal. Cómo se sacrificaba por ella y lo hacía con
una sonrisa radiante y una seguridad increíble. Cómo le daba su cariño en todo
momento.
—Estás perdonada.
Pero eso ya lo sabes. No podría vivir sin ti, Jane —le dijo Heather—. Y
nuestras batallas dialécticas son la mejor parte de nuestra amistad —le dijo
con tono alegre.
Aquello le
arrancó una verdadera sonrisa.
Levantó la cabeza
y la mirada hacia ella y la amplió hasta que le dolieron las mejillas. Ella se
merecía la mejor de sus sonrisas.
Como si hubieran
llegado a un mutuo acuerdo, las dos se abalanzaron a los brazos de la otra en
el mismo momento, fundiéndose en un cálido y fuerte abrazo.
—Parece haber
pasado una eternidad desde la última vez que te abracé así —susurró Jane con la
cabeza acomodada entre el cabello de su amiga.
Sintió a Heather
asentir conforme.
—Es más duro de
lo que imaginé tenerte lejos —susurró—. Estoy tan acostumbrada a verte con
frecuencia, a hablarte y estar contigo…
Jane deslizó las
manos por los brazos de su amiga y se separó ligeramente. Sostuvo sus manos y
se las llevó al regazo, estrechándolas con calidez. Sus ojos estaban conectados
en una honesta mirada.
—Yo sí que te
echo de menos. Estoy en un lugar extraño rodeada de circunstancias aún más
extrañas… Últimamente me siento como en un Reallity
Show de esos empeñados en dejarme con cara de idiota y cuyos espectadores
hacen apuestas en torno a cuál será la humillación que finalmente me hunda en
la miseria —confesó Jane—. Te necesitaba a mi lado. Eres lo más familiar y
sincero que tengo, aparte de mis padres. Eres mi mejor amiga. Y te necesitaba
para conservar la cordura, para sentirme acompañada y apoyada, para rememorar
lo que era sentirse como en casa.
Heather la miró,
sus ojos irradiando la emoción que le había provocado y su boca temblando en
una sonrisa.
—¡Oh, Jane! —y
volvió a estrecharla entre sus brazos.
Permanecieron un rato
así, rememorando viejos tiempos, sacando a relucir vivencias juntas y
sentimientos que las unían, riendo por naderías y disfrutando la una de la otra
como acostumbraban a hacer. Entre carcajadas y abrazos, y bromas y sonrisas.
Por una larga
hora se olvidaron de su ubicación, del presente que las envolvía, de los
últimos sucesos, de aclaraciones que reclamaban su atención, y se dedicaron de
pleno a lo más importante que tenían: su amistad. A vivirla, a disfrutarla, a
embellecerla y enriquecerla.
Aunque al final
llegó la hora de encararse al presente, y ambas fueron conscientes de ello.
—Bueno —dijo
Heather—, deduzco que el señor Incordio se trataba en verdad de Connan Knight.
—Así es —confirmó
Jane emitiendo un suspiro.
Para su sorpresa,
Heather se echó a reír. Y sus carcajadas no menguaron ante el semblante
confundido con el que le respondió Jane; si acaso, le provocó más risa.
—Eres increíble
—exclamó Heather—. ¿De verdad no te diste cuenta de su identidad? ¿O fingiste
no percatarte de su importancia social para así poder contestarle de malos
modos?
Jane blanqueó los
ojos.
—No lo ubiqué,
esa es la verdad. Aunque tenía la sensación de que me era conocido. Pero eso da
igual, aunque hubiera sabido quién era en realidad le habría respondido de igual
forma —aclaró muy digna.
Su amiga se
desternilló aún más al escucharla.
—¿Tanta acritud
te despertó? —preguntó entre carcajadas—. Porque a mí me ha parecido un tipo
muy agradable.
Jane la miró
echando chispas por los ojos.
—Tú no le
conoces. No has compartido el tiempo suficiente para entender que lo deteste
tanto.
—Bueno, tú solo
me llevas unos días de ventaja eh… —le recordó su amiga, mirándola con una
felicidad que intrigó y mosqueó a Jane.
—Suéltalo —la
urgió.
—¿El qué? —dijo
Heather aparentando inocencia.
Jane arqueó una
ceja con evidencia.
—Está bien —se
rindió Heather—. Es solo que… Bueno, siempre he sabido que no te gusta la
gente. Enseguida pones tu faceta más agradable dentro de tu naturaleza borde y
despachas inmediatamente a las personas que tratan de acercársete…
—¿Y? —la
interrumpió.
—Y… pasas a
brindarles un trato indiferente y diplomático.
—¿Y…?
—Pues… Se me hace
raro verte tan empeñada en odiar a alguien.
Esta vez fue Jane
la que se rió.
—Eso era antes de
conocer a alguien realmente odiable—se justificó con voz jovial.
—¿Y qué rasgos
tan desagradables reúne para ser tan odiable?
—Ponte cómoda —le
advirtió Jane con cara maliciosa—. Para empezar, la primera vez que lo vi se
dirigió a mí con un <<nena>>.
Espero encontrar
un horror cómplice en el rostro de su amiga, pero este permanecía impasible.
—¿No tienes nada
qué comentar? —la instigó.
Heather se
encogió de hombros.
—No. Es un
término muy manido entre los hombres para referirse a las mujeres.
—¡Pero cómo! —exclamó
Jane—. ¿No te parece que tiene una connotación denigrante? ¡Parece la alusión
de un proxeneta a su prostituta!
Heather tuvo que
reírse.
—¿No estás
exagerando un poquito?
—No lo creo
—contestó ella con convicción—. Nunca me ha gustado que utilicen términos tan
barriobajeros para referirse a mí.
Aquello
incrementó la risa que bullía en su amiga. Sus ojos estaban húmedos de alegría
y las lágrimas comenzaban a desbordarse, recorriéndole las suaves mejillas.
—¡Jane! Estoy
segura de que él no pensaba en ese término de tal modo cuando decidió usarlo
contigo…
—Eso confirma que
no lo conoces —respondió Jane con acritud, abiertamente molesta ante su
diversión que, según le parecía, estaba totalmente fuera de lugar—. Oh, él es
tan arrogante… Pero tanto… Estoy segura de que él no ve mujeres, sólo ve presas
del sexo y se dirige a ellas con el único propósito de cazarlas.
La risa de
Heather se tornó ensordecedora.
—Para un momento.
—Heather recogió en uno de sus dedos una lágrima que recién brotaba—. Me estás
matando.
Jane sintió como
su paciencia disminuía vertiginosamente.
—¡Ya basta de
reírte de mí! —le espetó—. Estoy siéndote muy sincera, así que trata de tomarlo
como la real descripción de ese hombre que equivocadamente tan amable crees.
Heather se calmó
lo suficiente para dejar de reír, pero sus labios se elevaban en una ancha
sonrisa.
—¿Desde cuándo
juzgas a la gente según su vida sexual? —le preguntó con dulzura—. ¿Y desde
cuando una agitada vida sexual es motivo de condenar a alguien de manera tan
drástica?
—Desde que se
trata de él —respondió ella. Después suspiró pesadamente—. Vale, tal vez me
esté pasando un poquito.
—Y equivocando
también. Está magistral suite no habla de alguien que vea a las mujeres como
presas sexuales… De hecho, yo diría que es digna de hacerte ver como una
princesa.
Jane la miró y
frunció los labios.
—¡Al contrario!
¡Este es el precio que pone por un polvo! ¡Seguro!
Heather sonrió
ampliamente.
—Incluso si ese
fuera el caso, tendrías más razones de sentirte halagada que resentida. Esta
suite asciende los 8.000 € por día…
Jane abrió
desmesuradamente los ojos.
—¡Jo-der!
—exclamó—. Sabía que el Ritz era caro pero 8.000€ por día… Es… indefiniblemente
escandaloso.
—No es un precio estándar.
Pero está suite es especialmente cara… Su nombre lo dice todo, ¿no crees?
Jane permanecía
boquiabierta.
—Definitivamente,
ese canalla quiere comprarnos —sentenció finalmente—. Ahora hay que descubrir a
quién de las dos.
Heather la miró
como si conociera un jugoso secreto que ella desconocía, y sonrió con feliz
misterio.
—Yo estoy
absolutamente segura de que no está interesado en mí.
Jane frunció el
ceño, pero su corazón aceleró el ritmo, como si estuvieran otorgándole unas
piezas clave de un rompecabezas cuyo resultado la beneficiaba.
—A ti te ha
besado, y a mí no —atacó Jane, pero seguía aguardando una aclaración de su
amiga, expectante.
—Por mí ha fingido
interés —la corrigió Jane—. Sin embargo, en la intimidad de la limusina,
parecía tan interesado en mí como lo estaría en una mosca… Sin embargo, no ha
parado de indagar acerca de ti.
—¡¿Qué?! —exclamó
Jane, batallando contra un rubor que luchaba por colorear sus mejillas—. ¿Y qué
ha dicho?
—¿Tú no estabas
hace unos segundos muy poco interesada en todo lo referente a Connan Knight
excepto en sus innumerables defectos? —le preguntó su amiga divertida.
Jane se encogió
de hombros, fingiendo indiferencia.
—Bueno, cotillear
es un defecto, ¿no? —se defendió.
—Sí, pero lo suyo
era un interés genuino, no ansía de cotillear…
—¿Qué quieres
decir?
—Sigo dudando de
que te interese escucharlo… ¿Qué cosa de tu interés va a decir alguien que te saluda
con un <<nena>>? —la picó Heather, absteniéndose de relamerse los
labios ante el ansía y la impaciencia que adivinaba en el rostro de Jane.
—¡¡¡Cuéntamelo!!!