—¡¿Me has arrastrado
de la cama para hacer de niñera?! —exclamó con exaltada incredulidad mientras
elevaba sus gafas de sol oscuras desde el puente de la nariz hasta la frente.
Estaban frente a
la fachada principal del hotel, parados ante su flamante Jeep Cherokee lacado
en negro, y sentada detrás en una silla infantil homologada vislumbraba a una
niña de bucles de oro que la miraba con patente hostilidad.
Imposible. Ella
DE-TES-TA-BA a los mocosos. No podía pasar más de un minuto con ellos sin
desear que desaparecieran de su lado. Sus berridos y caprichosos lloriqueos
acababan con su paciencia en un santiamén. Pero esta niña no era un bebé.
Rondaría los siete años… Y podía llegar a ser más irritable aún que un babeante
bebé. Porque tenía conciencia y una mente que sabía maquinar con inteligencia
los planes que se le antojaran… Y esos planes bien podrían concentrarse en
hacerle el día imposible a juzgar por el modo en que la miraba.
Connan sonrió,
aparentemente ignorante del campo de batalla que se había instalado en el cruce
de miradas entre la pequeña y ella.
—Es mi hermana
pequeña, Allison —explicó él, como si eso hiciera más positiva la perspectiva
de pasar más de dos minutos en compañía de esa mocosa—. Le prometí una
excursión y me pareció que ésta era una buena ocasión para cumplir mi palabra.
Jane no pudo
hacer desaparecer la tensión de su cara. La próxima vez que se dejara embaucar
ante la promesa de una sorpresa se aseguraría de que la persona en cuestión
estuviera bien informada acerca de su aversión a los niños.
Observó a Connan
acomodarse en el asiento conductor, y como el tapizado de cuero y su elegante
apariencia se fusionaba en un conjunto perfecto. Ambos habían nacido para
pertenecerse el uno al otro. Aquel coche parecía realzar la masculinidad que exudaba
Connan, su solidez y su capacidad para deslumbrar.
Reprimió un
exasperado gruñido mientras se veía avanzar hacia el lado copiloto, sintiéndose
como un carnero que desfilara hacia el matadero. Como no se le ocurría ninguna
excusa que la eximiera de parecer idiota tuvo que tragarse su descontento y
sentarse en el coche junto a él. Empleó unos segundos en maldecirse a sí misma,
porque ella solita había ido en pos de su fatídica suerte de aquel día.
Cuando aterrizó
de la comitiva de improperios que rondaba su mente, se percató del rostro
resplandeciente de Connan, que parecía muy complacido por poco estaban
marchando las cosas aquella mañana.
—Allison —llamó
él, mientras sus ojos azules se despegaban de ella para mirar hacia la niña en
la parte trasera—. Ella es amiga mía; se llama Jane. Estoy seguro de que os
gustaréis —comentó él, volviendo su mirada nuevamente a Jane. Aquel comentario
exageradamente entusiasta casi consiguió arrancarle una carcajada, pero Connan
parecía hablar en serio y no tuvo el valor de burlarse.
En cambio, se
esforzó por mostrar cierto interés y miró hacia atrás inclinándose sobre el
lateral del asiento, y enseguida se arrepintió porque la niña le devolvió una
mirada envenenada y sus labios se fruncían feamente, como si estuviera
esforzándose en reprimir una sarta de palabras ofensivas hacia ella.
—Hola Allison —la
saludó Jane, aunque muy fríamente, sin adornar sus palabras con una amable
sonrisa. Ella no era hipócrita, ni tenía el interés suficiente en ella como
para tratar de enderezar un mal comienzo. Estaba segura que la relación más
pacífica entre ellas iba a ser la ignorancia, camino que la niña ya había
emprendido y que Jane estaba encantada de secundar.
Sin embargo se
equivocaba. Allison estaba muy lejos de otorgarle una cómoda indiferencia, y en
cambio iba a participar de la forma más activa posible para espantarla de su
vida. Sus siguientes palabras así lo revelaron.
—Ahórrate el
saludo y mejor practica un adiós, porque no pasará mucho tiempo antes de que te
despidas para siempre de nosotros —le respondió la niña con arrogancia y
acritud, con la implícita amenaza de lo que ya sospechaba: iba a ser objeto de
todo un boicot infantil. Estupendo. Aquel día iba a ser muy muy muy muy pero
que muy… largo.
—¡Allison! —exclamó
Connan a su lado con tono amonestador y el ceño fruncido—. Está excursión tiene
como propósito que todos disfrutemos, pero pareces no haber captado bien el
mensaje.
—¡No! ¡Sí lo he
captado! —chilló la niña enfadada—. ¡No te lo pasas bien solo conmigo y tienes
que traer a tus asquerosas amiguitas!
Ese era un golpe
duro, aunque por lo manipulador que resultaba. Sin embargo, Jane atisbó en el
semblante de Connan cierta vulnerabilidad hacia las palabras de la niña, como
si le preocupara realmente la impresión que pudiera tener la pequeña al
respecto. Sin embargo, Jane desde el exterior, sin estar involucrada
directamente en esa relación y con la valiosa carta de la antipatía que le
suscitaba la niña veía claramente que solo se trataba de una quisquillosa practicando
manipulación emocional con bastante destreza.
—Basta ya —dijo
él, tratando de imprimir autoridad a su tono. Y aunque lo consiguió, Jane ya
había visto como su enfado hacia ella se resquebrajaba segundos antes—. No es
justa tu actitud hacia Jane. Dale una oportunidad para que te caiga bien o mal.
Pero no prejuzgues. Es una fea costumbre que tienes y además muy perjudicial,
sobre todo para ti misma.
—¡No! —protestó
Allison con vos estridente—. ¡No quiero conocerla! ¡Ya he conocido a todas tus
novias y todas eran tontas, asustadizas o tan aburridas que no merecía la pena
ni molestarlas! ¡Y las que no eran así tenían ganas de quitarme de en medio y
eran unas furcias asquerosas!
Jane sintió que
había juzgado mal a la niña. Era aún más revoltosa y deslenguada de lo que
había esperado en un primer momento. Enseguida sintió grandes deseos de
escabullirse y aprovechó el tenso y breve silencio que siguió al rapapolvo de
la mocosa.
—No tengo ningún
problema en desertar de esta excursión —dijo—. Tengo cosas que hacer, además.
Enseguida se arrepintió
de haber hablado. Connan la miró con la burla brillando en sus ojos. Y ella
entendía por qué: había creído captar cierta cobardía de cara a un día en
compañía de su rebelde hermanita. Pero estaba muy equivocado. Ella no temía a
la niña y su hostilidad hacia ella. Lo que temía era a su propia paciencia y su
capacidad para no estrangular a esa renacuaja. Porque no dudaba de las fatales
consecuencias que podía adoptar el asunto si la niña se empeñaba en molestarla.
—Nosotros tampoco
tenemos problema en que te quedes y sigamos con el plan inicial —apuntó él con
voz risueña.
—Habla por ti
—gruñó Allison desde atrás, pero ese comentario no recibió atención ni por
parte suya ni por parte de él.
—Pongámonos en
marcha —sugirió Connan mientras arrancaba el motor y dirigía el auto a la
carretera.
Jane optó por
relajarse y tomárselo con la máxima calma posible. Se recolocó las gafas de sol
sobre el puente de la nariz y bajó la ventanilla tintada de su lado para poder sentir
la brisa desordenándole el cabello y refrescándole la cara.
Connan puso la
radio en una emisora musical, y de pronto recibió el último empujón que
necesitaba para transformar su semblante sombrío en uno optimista al descifrar
la canción que sonaba.
—You say that it’s over baby, Lord, you say
that it’s over now, but still you hang around me, come on, won’t you move over…
You know that I need a man, honey Lord, you know that I
need a man, but when I ask you to you just tell me that maybe you can… —Jane comenzó a
cantar emulando de forma divertida el estilo de Janis Joplin, realmente entusiasmada de escucharla, mientras el
viento le llegaba a través de la ventana bajada y hacía de su cabello un
revoltijo indómito.
Aquello le valió una mirada divertida de Connan, que
tardó muy poco tiempo en prorrumpir en carcajadas.
—¿Con que Janis Joplin, eh? —dijo aprovechando un momento
instrumental en el que la guitarra tenía protagonismo.
Ella despegó sus
ojos del huidizo paisaje y lo miró dedicándole una sonrisa.
—Me encanta.
—Jamás lo habría
adivinado —confesó él divertido. Su rostro adoptó un aire travieso cuando
continuó diciendo—: te asociaba música más tétrica a juzgar por tu tendencia a
estar seria.
Jane soltó una
risita.
—Mírame. Soy todo
un despliegue de actitud fúnebre —replicó con ironía.
Connan puso los
ojos en blanco, peros su labios sonreían.
—Me has malinterpretado.
He dicho que tienes tendencia a ser seria, no que lo seas. Por suerte con el influjo
adecuado, osase yo, eres capaz de ser la más sociable y divertida de las
mujeres.
Aquella revelación
incrementó la risa de Jane.
—Tal vez a tu
arrogancia le cueste aceptar el hecho de que no pienso diseccionar todo lo que
me dices.
La provocación le
valió a Jane un ligero pellizco en uno de sus muslos desnudos.
—¡Au! —se quejó, aunque
en verdad había sido lo inesperado del gesto más que el dolor lo que le había
arrancado la protesta—. Señor Cangrejo vigile sus pinzas.
—Jamás había conocido
a nadie que insistiera en buscarle tantas alternativas a mi nombre —comentó
Connan risueño.
—¿Lamenta el
Señor Cangrejo que no le dedique apodos más dignos? —se burló Jane.
—No, princesita.
Lo único que lamenta “el Señor Cangrejo” es no contar con una compañía más digna de su rango —bromeó él.
—Vaya, qué pena.
Ningún centollo parecía entusiasmado ante la idea de pasar tiempo contigo y
tuve que sacrificarme yo —dijo Jane siguiéndole el juego.
Connan tuvo que
reírse.
—Eres una dura
rival, ¿eh? —comentó mirándola de reojo y ostentando una ancha sonrisa.
—Mi lengua es mi
mejor mecanismo de defensa —dijo Jane con alegría—. Tú en calidad de cangrejo
posees tus pinzas, y en la de vikingo la fuerza bruta. Y yo me basto con mis
aptitudes verbales para enfrentarme a ti en todas tus facetas.
—¿Y qué hay de la
pasión? ¿Te sirven de escudo las palabras cuando te enfrentas a la pasión,
Jane? —preguntó de pronto él, dedicándole una mirada rápida e intensa por el
rabillo del ojo durante el tiempo justo que se lo permitía la carretera.
Jane sopesó su
respuesta un momento. Apartó la vista hacia el cuadro que le ofrecía la
ventanilla. Ya habían salido a las afueras de la ciudad y a cada lado se
extendían metros y metros de prados adornados de hermosos árboles que tejían misterio
con sus formas.
—Eso depende de
si quiero evitar caer en ella o por el contrario deseo rendirme —dijo
finalmente.
—Yo creo que
estás más subyugada por los instintos de lo crees. Es por eso que te empeñas en
alejar cualquier tentación con tanto brío. Porque no quieres dejarte sentir.
Jane frunció el
ceño. Aquello indicaba cierta vulnerabilidad hacia sus palabras, pero por
suerte aún llevaba puestas las gafas de sol, las cuales le permitían fingir un
interés superficial por lo que hablaba.
—¿Tienes algún
añadido más para tu teoría? —preguntó tratando de ahondar en el tema y resultar
a la vez desenfadada.
—Sí —dijo él—.
Tengo la sospecha de que eres muy intensa sintiendo. Pero no siempre te ha
reportado buenas experiencias y tratas de prevenir en vez de arriesgarte a
tener que sanar.
Jane sintió
cierta inquietud hacia sus palabras.
—¿Y ya está?
—dijo con cierta brusquedad—. ¿Ahora resulta que mi negativa a acostarme
contigo es un problema patológico mío?
El rostro de él
se ensombreció. Era evidente que no le agradaba el giro que había adoptado la
conversación.
—En ningún
momento he mencionado el caso hipotético de que nos acostáramos juntos.
—Pero esta
conversación tenía como propósito esclarecer los motivos por los que no quiero
hacerlo. ¿No es cierto? —preguntó Jane un tanto agresiva—. Digamos que te has
cruzado con un tipo de mujer al que no le basta tu maravilloso físico para llevártela
al catre. Ni tampoco le impresionan los detalles lujosos. ¿Tanto te cuesta
entenderlo?
Él encontró un
momento para lanzarle una mirada intensa.
—Sí, me cuesta
entender —contestó—. Me cuesta entender por qué nunca antes he deseado a alguien
con la intensidad con la que te deseo a ti. Me cuesta entender por qué me
esfuerzo tanto por pasar tiempo contigo y conocerte. Pero sobre todo me cuesta
entender por qué no me rindo cuando tu respuesta a mis intentos no es propicia
a seguir probando.
Jane se quedó
muda un momento. No supo de inmediato que contestar a esa confesión. Observó el
perfil de Connan que había devuelto sus ojos a la carretera, aunque sospechaba
que la atención seguía estando concentrada en la conversación y en su
presencia.
—Será cuestión de
arrogancia. Nunca te han dicho que no y no va a ser esta la primera vez. Daría
mi brazo a que es eso lo que te ocurre —contestó ella convencida. Y la
posibilidad de que eso fuera cierto le provocó una punzada de incomodidad. Si
era sincera, le molestaba que tuviera un interés tan egocéntrico para pasar
tiempo con ella.
—Debí suponer que
pensarías eso —contestó él simplemente. No añadió nada más y permaneció en silencio
largo rato.
Jane tampoco se
vio con ánimo de llenar el silencio y dejo que sus ojos y su mente se perdieran
en el hermoso paisaje que transcurría veloz frente a ella. Las arboledas
existentes en las explanadas adyacentes a la carretera supusieron un paisaje idóneo
para inspirar sus pensamientos. Decidió desconectar de la realidad y sumergirse
en la vida de los personajes de su obra. Dado que la novela transcurría
principalmente en una campiña inglesa la exposición de la naturaleza resultó un
buen fondo para su imaginación, y enseguida escenas inconexas se formaron en su
mente. Y aquellos episodios serían luego la esencia de la novela; el alma. Después
su trabajo sería ordenarlas de manera coherente y hacer de ellas una cadena
bien conectada que tradujera su exaltada imaginación en una narración con
sentido.
La belleza del
paisaje, el ejercicio mental y la hermosa música la sumieron en un cálido
trance que pronto se tornó en sueño y Jane terminó por desatarse de los lazos de
la realidad para viajar al mundo donde germinan las fantasías.